No cuento con demasiada experiencia leyendo literatura japonesa. Me esfuerzo -puntualmente- para que mis “putas tristes” carencias se extingan, pero después de haber leído LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES me he dado cuenta de que aún me queda mucho por hacer, por leer, hasta que me abandone para siempre esa sensación de “extrañamiento”. Aunque me he llegado a preguntar: ¿quiero realmente que esto ocurra alguna vez?. Tal vez no, al menos en lo que se refiere a su literatura, porque supondría renunciar a momentos catárticos tan estimulantes como éste.
Una supuesta ventaja de la globalización es la posibilidad para los occidentales de apreciar entre el universo iconográfico –propagandístico- (vinculado a la industria del ocio) atisbos de la compleja y esquiva cultura nipona. El cómic -anime-, el cine, su conservadurismo político, su pujanza como gran potencia económica… están todos los días en los medios de comunicación. Pero no bastan a occidente para estar familiarizados con asuntos que atañen a su idiosincrasia. Una de las grandes virtudes de la literatura ha sido siempre -dependiendo del autor, claro está-, mostrar a los lectores con más o menos verosimilitud los entresijos de una sociedad, sus tradiciones. La narrativa, generalmente, se nutre del “desglose” de las civilizaciones. Y en el libro que nos ocupa, la japonesa, se despliega en toda su magnitud en tan sólo cien páginas.
Al empezar a leer a Kawabata sentí un gran desasosiego que aumentaba según pasaba las páginas y que terminó convirtiéndose en estupor. LOLITA, de Nabokov, por ejemplo, me produjo la misma sensación. Mi mente educada para no tolerar determinados comportamientos delictivos como la pederastia o el maltrato a la mujer se interpusieron entre la obra y yo. En estos casos, intento que los prejuicios no me impidan asumir que sólo tengo delante una obra de ficción, pero soy un tipo muy visceral que suele recrear mientras lee y, con frecuencia, este “jugar a evocaciones” provoca estragos en mi psique. Ser tan apasionado tiene grandes desventajas. Y sólo mi experiencia como lector consigue hacerme recuperar la compostura, nunca sin grandes esfuerzos. Sin embargo, con LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES he necesitado una dosis extra de aclimatación. Tampoco penséis que Diógenes es un lánguido, me he enfrentado a textos muchísimo más crudos que éste, pero la diferencia es que a esos otros los consideraba literatura menor y adoptaba un rol de lector pasivo, tolerante. Kawabata, en cambio, es literatura mayúscula, y el lector activo que hay en mí empezó a gruñir como un oso. La solución definitiva la encontré citándome con un par de amigas, que además de lectoras consumadas de literatura nipona, daba la casualidad de que son doctoras en neuropsicología. Lo primero que conseguí, claro está, es que me diesen dos buenos pares de hostias cuando les hablé de mi aflicción (es lo que los argentinos llamaban terapia conductista). Fueron necesarias un par de horas para instruirme sobre Kawabata y paliar sus efectos secundarios.
El Ilustre Señor Yasunary fue el gran maestro del juego de la doble moral, del enfrentamiento entre lo racional y la “inclinación natural” hacia la transgresión de la conducta humana. ¿Cómo no me pude dar cuenta?. En sus historias el lector queda atrapado entre estos dos mundos, y no es en sí una cuestión cultural -podría serlo-, sino, en su defecto, algo que tiene más que ver con los códigos deontológicos. Y ahí reside, comprendí, el valor incalculable de sus obras. Me meé en las bragas… Luego me comí entero el bizcocho que había sobre la mesa para compensar la hipoglucemia que me había provocado el análisis (sin psico) de mis dos amigas otakus.
Una casa. Un anciano. Una meretriz. Muchachas dormidas. LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES, como el jardín Zen -karesansui-, es una obra de apariencia simple -minimalista-, pero laberíntica en cuanto a su(s) significado(s). Bajo su inocente apariencia de narración breve, evocadora, onírica,… bulle un categórico y desgarrador tratado sobre la senectud. Cabrían muchas más interpretaciones, por supuesto, pero como he de ser breve, me recrearé básicamente en este aspecto.
Sería muy cómodo decir que Kawabata narra “las miserias” de la vejez. La soledad extrema, el desencanto, el hastío. Pero también es posible, si se quiere, decir que habla de la plenitud de la vida, como si de Simone de Beauvoir se tratara. La metáfora, bellísima, de una joven insuflando vida a un anciano es enternecedora y pasa a ser tremendamente desagradable si el asunto se ensucia con el hecho de que a estas jóvenes se les habría privado de su derecho a disponer de su propio cuerpo.
LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES es una obra caleidoscópica. Enigmática. Según el ángulo de visión adopta formas grotescas –perversión, fetichismo, misoginia- o se reproduce el lenguaje poético más sutil, un verdadero canto a la belleza del cuerpo femenino.
Una obra que ha hecho mella en mi devenir como lector. Una pequeña novela gigante, que seguirá siendo fuente inagotable de inspiración para escritores, sin la menor duda. Literatura en forma de materia prima existe bien poca. Toda una lección.
Jamás releo ningún libro, pero si llego a viejo, seguro que lo haré y será éste. Será toda una experiencia recuperar este “imperio de los sentidos” para darle otra vez un nuevo significado. Es la mejor obra que ha caído en mis manos que encarna –recrea- el ciclo de un ser ¿vivo?.
Como ya he comentado en el Club de Lectura he encontrado el libro inquietante y hermoso a la vez.
Inquietante porque trata un tema escabroso y, porque no decirlo, repugnante por la relación en este caso, aunque sólo sea pseudosexual , entre unas muchachas muy jóvenes y ancianos, pero que sabe traspasar perfectamente la frontera de lo puramente sexual y adentrarse en el terreno del eterno rechazo de la vejez y el postrero intento de recuperar la juventud aunque sólo sea a costa de ensoñaciones y recuerdos en esa última fase de la vida en la que los clientes de esta casa ya no se sienten tan hombres.
Y hermoso porque el estilo narrativo y el lenguaje nos trasladan a ese Japón exquisito y delicado que tantas veces ha sido retratado en el arte y que hace de este relato una gran obra literaria .
Sin duda Kawanata ha sabido retratar con una precisión feroz y a la vez poética la relación de dominio y prepotencia que se genera en las sociedades típicamente machistas, que por desgracia son la mayoría, dónde la mujer, y su cuerpo en particular, están al servicio del hombre.
La sumisión, obediencia, y el no cuestionamiento de la mujer hacia la figura del hombre, así como la aceptación de éste, con el que ha de compartir lecho, sin la más mínima exigencia en cuanto a belleza, juventud, delicadeza … algo en mi opinión muy importante ya que es algo que ellos si requieren de ellas, consigue llevarlo Kawanata a su máxima expresión en el hecho de que las jóvenes han sido narcotizadas para que permanezcan dormidas durante “toda la relación”, de esta forma no pueden ni siquiera ver, oler o tocar a su eventual “amante”, y su cuerpo está expuesto sin defensa ninguna, exceptuando las normas del local, a libre albedrío y antojo del hombre.
Opiniones
No cuento con demasiada experiencia leyendo literatura japonesa. Me esfuerzo -puntualmente- para que mis “putas tristes” carencias se extingan, pero después de haber leído LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES me he dado cuenta de que aún me queda mucho por hacer, por leer, hasta que me abandone para siempre esa sensación de “extrañamiento”. Aunque me he llegado a preguntar: ¿quiero realmente que esto ocurra alguna vez?. Tal vez no, al menos en lo que se refiere a su literatura, porque supondría renunciar a momentos catárticos tan estimulantes como éste.
Una supuesta ventaja de la globalización es la posibilidad para los occidentales de apreciar entre el universo iconográfico –propagandístico- (vinculado a la industria del ocio) atisbos de la compleja y esquiva cultura nipona. El cómic -anime-, el cine, su conservadurismo político, su pujanza como gran potencia económica… están todos los días en los medios de comunicación. Pero no bastan a occidente para estar familiarizados con asuntos que atañen a su idiosincrasia. Una de las grandes virtudes de la literatura ha sido siempre -dependiendo del autor, claro está-, mostrar a los lectores con más o menos verosimilitud los entresijos de una sociedad, sus tradiciones. La narrativa, generalmente, se nutre del “desglose” de las civilizaciones. Y en el libro que nos ocupa, la japonesa, se despliega en toda su magnitud en tan sólo cien páginas.
Al empezar a leer a Kawabata sentí un gran desasosiego que aumentaba según pasaba las páginas y que terminó convirtiéndose en estupor. LOLITA, de Nabokov, por ejemplo, me produjo la misma sensación. Mi mente educada para no tolerar determinados comportamientos delictivos como la pederastia o el maltrato a la mujer se interpusieron entre la obra y yo. En estos casos, intento que los prejuicios no me impidan asumir que sólo tengo delante una obra de ficción, pero soy un tipo muy visceral que suele recrear mientras lee y, con frecuencia, este “jugar a evocaciones” provoca estragos en mi psique. Ser tan apasionado tiene grandes desventajas. Y sólo mi experiencia como lector consigue hacerme recuperar la compostura, nunca sin grandes esfuerzos. Sin embargo, con LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES he necesitado una dosis extra de aclimatación. Tampoco penséis que Diógenes es un lánguido, me he enfrentado a textos muchísimo más crudos que éste, pero la diferencia es que a esos otros los consideraba literatura menor y adoptaba un rol de lector pasivo, tolerante. Kawabata, en cambio, es literatura mayúscula, y el lector activo que hay en mí empezó a gruñir como un oso. La solución definitiva la encontré citándome con un par de amigas, que además de lectoras consumadas de literatura nipona, daba la casualidad de que son doctoras en neuropsicología. Lo primero que conseguí, claro está, es que me diesen dos buenos pares de hostias cuando les hablé de mi aflicción (es lo que los argentinos llamaban terapia conductista). Fueron necesarias un par de horas para instruirme sobre Kawabata y paliar sus efectos secundarios.
El Ilustre Señor Yasunary fue el gran maestro del juego de la doble moral, del enfrentamiento entre lo racional y la “inclinación natural” hacia la transgresión de la conducta humana. ¿Cómo no me pude dar cuenta?. En sus historias el lector queda atrapado entre estos dos mundos, y no es en sí una cuestión cultural -podría serlo-, sino, en su defecto, algo que tiene más que ver con los códigos deontológicos. Y ahí reside, comprendí, el valor incalculable de sus obras. Me meé en las bragas… Luego me comí entero el bizcocho que había sobre la mesa para compensar la hipoglucemia que me había provocado el análisis (sin psico) de mis dos amigas otakus.
Una casa. Un anciano. Una meretriz. Muchachas dormidas. LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES, como el jardín Zen -karesansui-, es una obra de apariencia simple -minimalista-, pero laberíntica en cuanto a su(s) significado(s). Bajo su inocente apariencia de narración breve, evocadora, onírica,… bulle un categórico y desgarrador tratado sobre la senectud. Cabrían muchas más interpretaciones, por supuesto, pero como he de ser breve, me recrearé básicamente en este aspecto.
Sería muy cómodo decir que Kawabata narra “las miserias” de la vejez. La soledad extrema, el desencanto, el hastío. Pero también es posible, si se quiere, decir que habla de la plenitud de la vida, como si de Simone de Beauvoir se tratara. La metáfora, bellísima, de una joven insuflando vida a un anciano es enternecedora y pasa a ser tremendamente desagradable si el asunto se ensucia con el hecho de que a estas jóvenes se les habría privado de su derecho a disponer de su propio cuerpo.
LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES es una obra caleidoscópica. Enigmática. Según el ángulo de visión adopta formas grotescas –perversión, fetichismo, misoginia- o se reproduce el lenguaje poético más sutil, un verdadero canto a la belleza del cuerpo femenino.
Una obra que ha hecho mella en mi devenir como lector. Una pequeña novela gigante, que seguirá siendo fuente inagotable de inspiración para escritores, sin la menor duda. Literatura en forma de materia prima existe bien poca. Toda una lección.
Jamás releo ningún libro, pero si llego a viejo, seguro que lo haré y será éste. Será toda una experiencia recuperar este “imperio de los sentidos” para darle otra vez un nuevo significado. Es la mejor obra que ha caído en mis manos que encarna –recrea- el ciclo de un ser ¿vivo?.
http://www.zonaereader.com/foro/viewtopic.php?f=53&t=9307
Como ya he comentado en el Club de Lectura he encontrado el libro inquietante y hermoso a la vez.
Inquietante porque trata un tema escabroso y, porque no decirlo, repugnante por la relación en este caso, aunque sólo sea pseudosexual , entre unas muchachas muy jóvenes y ancianos, pero que sabe traspasar perfectamente la frontera de lo puramente sexual y adentrarse en el terreno del eterno rechazo de la vejez y el postrero intento de recuperar la juventud aunque sólo sea a costa de ensoñaciones y recuerdos en esa última fase de la vida en la que los clientes de esta casa ya no se sienten tan hombres.
Y hermoso porque el estilo narrativo y el lenguaje nos trasladan a ese Japón exquisito y delicado que tantas veces ha sido retratado en el arte y que hace de este relato una gran obra literaria .
Sin duda Kawanata ha sabido retratar con una precisión feroz y a la vez poética la relación de dominio y prepotencia que se genera en las sociedades típicamente machistas, que por desgracia son la mayoría, dónde la mujer, y su cuerpo en particular, están al servicio del hombre.
La sumisión, obediencia, y el no cuestionamiento de la mujer hacia la figura del hombre, así como la aceptación de éste, con el que ha de compartir lecho, sin la más mínima exigencia en cuanto a belleza, juventud, delicadeza … algo en mi opinión muy importante ya que es algo que ellos si requieren de ellas, consigue llevarlo Kawanata a su máxima expresión en el hecho de que las jóvenes han sido narcotizadas para que permanezcan dormidas durante “toda la relación”, de esta forma no pueden ni siquiera ver, oler o tocar a su eventual “amante”, y su cuerpo está expuesto sin defensa ninguna, exceptuando las normas del local, a libre albedrío y antojo del hombre.
Una gran novela.