Relato 18 - Has visto tu sombra

¿Has visto tu sombra?

 

Si hay algo que nos salva en este mundo... es la incapacidad de la mente humana para correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una isla de ignorancia en medio de los mares negros del infinito…

    Hay terrores que caminan por los pasillos de los sueños cada noche, que embrujan el mundo de los sueños, terrores que pueden relacionarse con los aspectos más mundanos de la vida cotidiana.

 

H. P. Lovecraft & August Derleth

 

No soy una persona miedosa, nunca lo he sido, de niño me reía cuando mis hermanos mayores me intentaban atemorizar con amenazas que sabía inexistentes, tampoco he sido nunca alguien aficionado a la fantasía, nunca creí en las hadas, ni en los unicornios y dejé de tener fe en Dios, al mismo tiempo casi que dejé de creer, que los regalos de fin de año, los trae un viejo gordo vestido de rojo.

Tampoco puedo considerarme como alguien valiente, dicen que para poder demostrar el valor, tiene que vencerse en algún momento el miedo, esto es algo que valdría la pena intentar, pero mi miedo es tan grande que no creo poderlo vencer.

Me imagino que han oído ustedes la expresión, “Es tan miedoso que le teme a su propia sombra”, bien, podríamos asumir que ese es precisamente mi caso, salvo que yo le tengo pavor exclusivamente a mi sombra, déjenme explicar los motivos.  

Mi sombra me ha acompañado desde antes de que yo tuviera conciencia de ella, normalmente no le ponía ningún interés, salvo cuando trataba de hacer juegos chinescos sobre las paredes, colocando las manos de una forma particular, tratando de reflejar a un perro, un murciélago, o un rostro humano.

Con excepción de esas contadas ocasiones, llegaba a olvidarme de que mi sombra existía, hasta que un sábado, después de la comida, en una soleada tarde que amenazaba con convertirse en una noche de sofocante calor de verano, caminaba hacia el sur al lado de un muro, sin un libro en la mano, ni audífonos para escuchar música, ni siquiera un buen paisaje que disfrutar, estaba solo ante la calle solitaria y el sol, que hacía que mi sombra quedara reflejada hacia mi izquierda, así que empecé a observarla, veía como se movía a mi voluntad, siguiéndome, como un esclavo atado permanentemente al ente original que era yo.

Dejé de pensar en ella y seguí caminando, últimamente había subido un poco de peso y consideraba que las largas caminatas elevarían mi consumo calórico y por ende lograría reducir mi talla.

Sonó mi celular y me apresuré a contestarlo, desde hace semanas había tenido mucho trabajo en la oficina y no podía darme el lujo de estar incomunicado ni un minuto, fue en ese momento cuando con el rabillo del ojo, logré percibir una discrepancia, yo aún intentaba sacar el teléfono del bolsillo de mi pantalón, cuando me pareció que mi sombra reflejaba que ya estaba hablando por teléfono, tomé la llamada desconcertado y me volteé de cara al muro, asumí que había sido un error de apreciación de mi parte, o que la combinación de alguna otra sombra —de un árbol, por ejemplo— mientras caminaba, me había hecho ver eso, pensarán que estoy loco, pero la verdad es que moví mi brazos, alternativamente, para constatar que mi sombra seguía mis movimientos, reí por lo bajo y pensé que sería una buena anécdota para contar a los amigos.

Una buena película de Peter O´Toole, sobre Enrique II Plantagenet, siguió a la lectura de Impostor de Phillip K. Dick, que solo abrió mi apetito por el autor, el cual me hizo desvelarme al empezar y terminar la novela El hombre en el castillo.

No daban las ocho de la mañana, cuando el timbre de la puerta sonó un par de veces, como pocos conocidos tienen mi dirección y mis verdaderos amigos saben que es preferible llamarme antes, pensé que podía ser alguna emergencia, me vestí rápidamente para ver a una anodina mujer de falda y cabello gris, recogido en un pequeño y amorfo chongo, sin una gota de maquillaje, no tuvo que decir una palabra, sus ojos hablaban de fuego y condenación eterna, era una Testigo de Jehová que estaba difundiendo su —para ella— sagrado mensaje, con una devoción desbordada, debía ser nueva en la ruta, sus compañeros habituales estaban avisados de lo irregular de mi horario y que detestaba ser molestado.

 

 

— ¿Podría pasar a darle la palabra de Dios?

— ¿Qué le hace pensar que le voy a permitir la entrada a mi casa?

—Si me da unos minutos, le aseguro que será una excelente inversión para su alma.

—Yo no tengo alma, señora.

—Señorita y todos tenemos alma…

—Lo siento.

—No se preocupe, sé que no soy tan joven.

—No, no me estoy disculpando, lo siento por usted, si a su edad no encontró ningún valiente, estoy seguro de que ya no lo encontró nunca, ahora entiendo que no tenga nada mejor que hacer que ir el Domingo a despertar gente.

Abrió su boca, sorprendida, tal vez si la hubiera dejado, hubiera intentado seguir argumentando, pero no quería ser más rudo de lo que ya había sido. Cerré la puerta, suavemente, pero con firmeza.

El día transcurrió normalmente, tenis al mediodía, dominó con los amigos y una película por la tarde.

Para la noche ya me había olvidado del incidente, leía un libro de psicología del aprendizaje para preparar una conferencia, no había cenado formalmente y ya pasaba la medianoche, el hambre me venció y fui a la cocina a ver que podía encontrar en el refrigerador para una cena rápida.

Caminé con la luz de la sala apagada, el pasillo estaba despejado y el refrigerador estaba al frente de la puerta de la cocina, abrí la puerta del mismo y la luz interna del electrodoméstico me iluminó, durante un segundo, pude ver como la sombra de mi mano se adelantaba a tomar un pedazo de queso que había dejado sobre un plato en el estante del medio, brinqué hacia atrás, prendí la luz de la cocina, y ahí estaba otra vez, todo normal. Perdí el apetito, tomé una copa, la llené con Armagnac y la tomé de un solo trago, me serví otra que fue administrada más lentamente ya en el interior de mi habitación, acompañada con un cigarrillo sin filtro. No pude dormir, tuve que rebuscar en el cajón de las medicinas, para encontrar en el fondo un comprimido de dos miligramos de flunitrazepam que acompañé con el alcohol. Finalmente pude conciliar el sueño.

Al día siguiente, inmerso en la rutina cotidiana y en un agotador ritmo laboral, pude olvidarme de la sombra por momentos, la luz artificial de la oficina, que emanaba directamente de todo el falso plafón, no daba mucho margen a que se formara una sombra y las llamadas, algunas urgentes y otras sociales, me hicieron escaparme de la realidad durante un tiempo. ¿O la realidad logró olvidarse de mí?

Al llegar a mi casa, en el silencio y soledad de la habitación, el miedo empezó a hacer presa de mí, además mi dotación de cigarrillos se había agotado y fumador como soy de tres cajetillas diarias, era impensable que podría dormirme sin mi dosis habitual de nicotina, la tienda —abierta las veinticuatro horas— estaba a dos cuadras de mi casa, así que preferí dejar el coche en el garaje, tomar mis llaves, mi cartera y salir caminando al aire fresco de la noche; las siempre solitarias calles, tal vez podrían ayudarme a tranquilizarme un poco más.

El aroma a eucalipto que se percibía en el jardín, me hizo inspirar profundamente, al caminar, pude percatarme de la eficiencia del alumbrado público en el área donde vivo, cada farol prendido emitía su propia sombra, así que no era una, eran dos, tres, cuatro diferentes sombras que se proyectaban a mi lado, de diferente intensidad, como peleando entre ellas, cual era la dominante, como si de una lucha a muerte se tratara.

Regresaba lentamente, después de haber comprado mis cigarros —huelga decir que ya había prendido el primero— cuando ví que veinte pasos adelante caminaba la hija de mis vecinos, una pequeña beldad de no más de dieciséis años, delgada, pero bien formada, le faltaba aún desarrollar sus senos, pero la parte más visible de su anatomía, que era de la cintura para abajo, no necesitaba desarrollarse más, así como estaba, se veía perfecta, me imaginé lo que sería colocar mis manos en su cintura y descenderlas por la curva de sus nalgas, cuando en ese momento, mis cuatro sombras se unieron formando una sola, que con voluntad propia, alargó las manos y con la punta de los dedos la tocó.

La joven se estremeció de la impresión, volteando de inmediato, al verme tan lejos y no ver a nadie atrás de ella, en lugar de tranquilizarse, al no ver una amenaza directa, su temor se convirtió en pánico, un terror irracional que la hizo correr despavorida, la sombra de mis manos se alargaron sin éxito, la habíamos dejado ir.

Me dí entonces cuenta que mi sombra si se movía, pero solamente como una manifestación de lo que yo quería hacer, ya fuera contestar el teléfono, comer un poco, o tocar a una seductora jovencita, no es que mi sombra me hiciera una mala jugada, no, por el contrario, solo se estaba anticipando a mis deseos, me sentí poderoso, había descubierto que podía manipular el comportamiento de mi sombra, tal vez si intentaba practicar con ella, podría lograr algo más.

Me pasé toda la noche intentando que mi sombra hiciera algo distinto a seguir mis pasos, fue inútil, o se había cansado por el esfuerzo o simplemente no estaba diseñada para complacerme, tal vez requería que realmente deseara algo para que esto se produjera.

Afortunadamente no le había comentado a nadie los incidentes, primero, pensarían que estaba zafado, segundo, podría limitarme en el caso de que pudiera dominar su acción. Si tenía un poder tan grande, tenía que mantenerlo en secreto.

La siguiente semana sería mi cumpleaños, pensé que era momento de hacerme un buen regalo y fui a la joyería de marca donde frecuentemente realizaba “compras de aparador” observando tan solo los diferentes anillos, había uno especial, con una esmeralda al centro y brillantes pequeños enmarcando la piedra principal, que me llamaba la atención, nunca preguntaba el precio, sabía que estaba por arriba de mi presupuesto, hice que el dependiente me mostrara algunos modelos más sencillos, cuando pude notar que mi sombra cubría por completo la vitrina, logré distraer al vendedor por unos segundos, mientras instaba a que mi sombra se apoderara del anillo de esmeralda, rápidamente lo tomó y lo puso en mi bolsillo, salí sin comprar nada, pero con el anillo en mi poder, me lo puse en el dedo anular de la mano izquierda, cerré está en un puño y pude ver a contraluz como el anillo se destacaba en mi sombra, sonreí y sentí como la sombra me sonría a su vez.

¡Tenía el control! Lo que podíamos lograr mi sombra y yo era inimaginable, podía ser un agente secreto, un ladrón de altos vuelos, podía incluso ayudar a la gente cuando lo requiriera sin necesidad de exponerme, sería un héroe en la sombra finalmente, porque no iba a exhibirme al escrutinio público, las posibilidades no tenían límite.

El sábado por la noche me fui de juerga, bailé en la disco, mientras mi sombra bailaba también mezclándose con las otras sombras, ahí me di cuenta de que interactuaban entre ellas, se entrecruzaban y sobreponían en la pista de baile, en una especie de orgía sin fin.

Amanecía ya, cuando llegué a mi casa, me bajé del auto para abrir la puerta y entrar, cuando ví subiendo por la esquina a la intrusa misionera, poniendo una cara de hipócrita reprobación por verme llegar  a esa hora, en lo que parecía un estado inconveniente, ¡como la odié, en ese momento!

Hubiera querido que se acercara, decirle un par de frescas y meterme a mi cama a dormir  la mona, pero no… el sentimiento que tuve hacia ella fue poderoso, mi sombra lo interpretó de inmediato, fue hacia ella, la tomó con sus manos por el cuello y apretó, apretó… apretó… hasta que cayó inerte sobre el pavimento.

¡Yo no había querido matarla! Simplemente no pude controlarla, mi sombra era como un animal, o como un niño que no tiene ningún sentido de contención, y que no puede ser frenado por la  moral o por el concepto del bien y el mal.

Me dí cuenta demasiado tarde, mi sombra era un psicópata, hacía lo que quería, en el momento en que lo deseaba, sin importarle costo o consecuencias.

Tomé otra pastilla, que combinada con el alcohol, me produjeron una muy necesaria amnesia momentánea, llegué a pensar que solo había sido una pesadilla, hasta que leí en el periódico del lunes todo sobre el asesinato de la mujer, no solo había muerto estrangulada, la presión a la que su cuello fue sometida, hizo que su traquea se perforara y las vértebras cervicales se fracturaran, una foto de la cabeza desmadejada, en una posición antinatural sobre el cuerpo, demostraban la explicación forense que informaba el diario.

Prácticamente no pude trabajar durante toda la mañana, contestaba con monosílabos a las interrogantes de mis compañeros, cerraba los ojos y repetía la escena, una y otra vez en mi mente, de mi sombra alargando las manos y tomando a la vieja por el cuello, sentí miedo y al mismo tiempo, tengo que confesarlo, una maníaca embriaguez de poder.

Por la tarde no tenía fuerza, ni voluntad para pararme de la cama, pero no contaba con una cosa, mi sombra si quería salir, de la misma manera con la que ella me seguía normalmente, ahora yo tenía que seguirla a ella, no podía resistirme, era como si mis articulaciones estuvieran unidas por hilos invisibles de titiritero, ya no tenía yo control sobre mi sombra, mi sombra tenía control sobre mi. El esclavo ahora era yo.

Cuando venía de regreso, después de una larga caminata, vimos a mi joven vecina, adivinando las intenciones de mi Némesis, alcancé a gritar…

— ¡Corre! ¡Huye! ¡Métete a tu casa! ¡Aléjate de mi sombra!

Mi sombra, molesta probablemente por lo que supuso era una traición de mi parte, me obligó a acercarme a ella, dispuso de mi cuerpo a su voluntad, y las manos que se cerraron sobre el cuello de la chica ya no fueron las de mi sombra, eran las mías, como reflejo a lo que mi sombra hacía.

Dejé caer a la chica muerta a mis pies y corrí a la casa, tenía que hacer algo, no sabía como pero tendría que vencerla, me metí a mi recámara y apagué todas las luces, si no había luz, no habría ninguna sombra proyectada, acabaría con el problema, pero no… una vez que las luces estuvieron apagadas, me sentí rodeado, no solo por mi sombra, por legiones de sombras, esperando surgir, el mal se manifestaba alrededor mío en su forma más pura, entraba por mi nariz, asfixiándome, poseyéndome.

Alguien tenía que ayudarme, no soy religioso, pero hasta un exorcismo hubiera aceptado en ese momento de buen gusto.

Hablé con mi médico de cabecera y tan solo le dije que requería ayuda, mientras esperaba, prendí todas las luces de la casa y coloque lámparas que me iluminaran desde distintos ángulos, para evitar producir sombra alguna.

Tenía fiebre alta, estaba sudoroso por el calor de las lámparas y temblaba hasta la última célula de mi cuerpo, cuando mi médico llegó, me negué a que me sedara, le grité exasperado que yo no había sido, que toda la culpa era de mi sombra.

Llamó al hospital, llegaron dos enfermeros y me colocaron una camisa de fuerza, no sé cuantos días me tuvieron con sedantes y tranquilizantes mayores, me implicaron en los dos asesinatos y mi abogado defensor me informó que alegaría locura temporal por stress laboral, seguramente saldría libre.

Yo estaba al borde de un estado catatónico, cuando pude percibir algo totalmente inusual, que me hizo reaccionar de inmediato. ¡No tenía sombra! No importaba la posición en la que me pusiera contra la luz, no emitía sombra alguna, eso me hizo de entrada tranquilizarme, al principio quise comentar sobre el hecho a mis enfermeros, al médico y a mi abogado, pero nadie me puso atención, todos pensaban que eran los desvaríos enfermos de una mente desequilibrada.  Pedí mi computadora, para poder escribir y me la dieron, esperando que eso me librara un poco de mis obsesiones.

Después… mi tranquilidad se convirtió en angustia, me di cuenta que no era que mi sombra ya no existiera, solo es que había escapado de mí, se había desprendido de su origen, había evolucionado, ya no era mi sombra, era La Sombra, yo no era útil para ella de ninguna manera, de hecho era un estorbo, yo podía contar lo que sabía sobre ella, no quería ni imaginar lo que podría haber hecho estando suelta, tenía que intentar detenerla, por eso empecé a escribir este relato, como una advertencia, sé que ya es demasiado tarde, tal vez no para ustedes, traten al menos, de ser posible, de vigilar de repente a su propia sombra, la mía puede estar en cualquier casa, quizá ahí, en donde alguien lee estas líneas, para mí, ya no hay futuro,  por debajo de la puerta puedo ver como se desliza una sombra oscura, negra, llena de rabia, de odio y de sangre, se incorpora y toma forma delante de mí, me toma por el cuello y empieza a apretar… a apretar…. a apret

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