Horror. Leer esta novela me ha costado un disgusto con una de mis mejores amigas (y contertualiana doméstica por antonomasia). ¿Qué ocurrió? Pues que la conversación derivó, como siempre que se habla de algún escritor colombiano, hasta el senil García Márquez, por cuyas obras nunca he sentido especial simpatía. Yo me lamentaba de que el “realismo mágico” haya existido alguna vez, sin que por eso subestime el papel que ha desempeñado como renovador en la formas literarias. Y mi querida amiga, por otro lado, se aferraba a las obras de esa generación como a un clavo ardiendo. Resultado: acalorada y dispépsica reyerta estética. Llámese como quiera, la discusión duraba hasta ayer mismo alternando vía wassap emoticonos de ojos enamorados con otros tantos que vomitan, escupen o se tiran pedos…
Y sigo en mis trece. El realismo mágico se propagó entre los escritores latinoamericanos como una bendita epidemia –hasta que Isabel Allende, por citar a alguien, tuvo a bien cargárselo del todo escribiendo novelas rosa-realistas mágicas que degeneraron el género hasta dejarlo en lo que hoy día es, algo teórico que apenas se practica.
Este alucinado movimiento supuso un antes y un después en la literatura universal,… y como diría el Papa con los gays, “¿Chi sono io per giudicare…?” Que nadie confunda el que a un servidor no le tire demasiado el género con que no haya leído las obras más representativas y haya sabido valorarlas. Gustos que cuestan disgustos. Aquí lo dejo…
He sido y sigo siendo –de nuevo- un lector compulsivo de literatura hispanoamericana. Y no me avergüenza reconocer que di la espalda paulatinamente a las obras publicadas en ese cuarto y mitad de siglo empachado de tanto realismo mágico. Me subió el azúcar en sangre hasta niveles preocupantes y opté por la hipoglumecia europea como quien se refugia en Los Alpes buscando aliviar su tuberculosis (de tubérculo), que es lo que habían empezado a ser para mí, auténticas patatas.
Al grano. Toparme con Juan Gabriel Vásquez ha sido un verdadero soplo de aire alpino, bueno, me dejo llevar, cambio “soplo” por “tifón”, porque ha arrasado con las malas hierbas que habían crecido tanto que me impedían ver con claridad lo que seguía cociéndose allende los mares. Ya no se cuecen patatas, no, desde luego, me había percatado por mí mismo, pero el norte de Europa se había apoderado de mi voluntad. Libros como LAS TEORÍAS SALVAJES de Pola Oloixarac, LA VIRGEN DE LOS SICARIOS de Fernando Vallejo, NO SE LO DIGAS A NADIE de Jaime Bayly,… y tantos y tantos otros ya me advertían de que la cosa había cambiado. A estas alturas doy fe absoluta de que así ha sido y EL RUIDO DE LAS COSAS AL CAER si no es la guinda, es al menos un muñequito con una gran bandera blanca alzada sobre aquella gran tarta que tanto me gustaba devorar con cuchara sopera.
La prosa de Juan Gabriel Vázquez es la propia de un genio. El texto es preciso, sin adornos, pero tan hermoso como el campo más florido de metáforas que se pudiese hallar. Coquetea con la novela negra sin llegar a serlo tal y como se concibe el género, porque la trama, colosal, se recrea sin medida en los sentimientos de los personajes retratando un estado de psicosis colectiva con la sutileza de un anatomista. El juego de analepsis (o flashback, así os evito la RAE) es tan preciso, tan sustancial, que la novela puede barajarse como a las cartas y jugar con ellas a lo que al lector se le antoje. Todo está perfectamente estructurado, armado como el cemento, pero dúctil y susceptible de ser leída en varias direcciones según qué personaje hayamos elegido designar comodín. Nada hay extraño en la novela, todo lo que se narra es identificable, aprehensible. El protagonista, tocado por una “suerte de desgracia” indaga en el pasado buscando respuestas. Respuestas que describen una sociedad en un tiempo concreto, pero que se convierte en todo un universo transliterable a cualquier sociedad dominada por el miedo al terrorismo en cualquiera de su formas. Una obra de múltiples significados que atrapa al lector con grandes “golpes de efecto” que mantienen la trama con el poder propio de un audiovisual, logro que sólo muy pocos son capaces de construir únicamente con el uso de las palabras. Literatura en mayúsculas. Y, por cierto, el título de la novela me fascina. Una novela impecable.
Opiniones
Horror. Leer esta novela me ha costado un disgusto con una de mis mejores amigas (y contertualiana doméstica por antonomasia). ¿Qué ocurrió? Pues que la conversación derivó, como siempre que se habla de algún escritor colombiano, hasta el senil García Márquez, por cuyas obras nunca he sentido especial simpatía. Yo me lamentaba de que el “realismo mágico” haya existido alguna vez, sin que por eso subestime el papel que ha desempeñado como renovador en la formas literarias. Y mi querida amiga, por otro lado, se aferraba a las obras de esa generación como a un clavo ardiendo. Resultado: acalorada y dispépsica reyerta estética. Llámese como quiera, la discusión duraba hasta ayer mismo alternando vía wassap emoticonos de ojos enamorados con otros tantos que vomitan, escupen o se tiran pedos…
Y sigo en mis trece. El realismo mágico se propagó entre los escritores latinoamericanos como una bendita epidemia –hasta que Isabel Allende, por citar a alguien, tuvo a bien cargárselo del todo escribiendo novelas rosa-realistas mágicas que degeneraron el género hasta dejarlo en lo que hoy día es, algo teórico que apenas se practica.
Este alucinado movimiento supuso un antes y un después en la literatura universal,… y como diría el Papa con los gays, “¿Chi sono io per giudicare…?” Que nadie confunda el que a un servidor no le tire demasiado el género con que no haya leído las obras más representativas y haya sabido valorarlas. Gustos que cuestan disgustos. Aquí lo dejo…
He sido y sigo siendo –de nuevo- un lector compulsivo de literatura hispanoamericana. Y no me avergüenza reconocer que di la espalda paulatinamente a las obras publicadas en ese cuarto y mitad de siglo empachado de tanto realismo mágico. Me subió el azúcar en sangre hasta niveles preocupantes y opté por la hipoglumecia europea como quien se refugia en Los Alpes buscando aliviar su tuberculosis (de tubérculo), que es lo que habían empezado a ser para mí, auténticas patatas.
Al grano. Toparme con Juan Gabriel Vásquez ha sido un verdadero soplo de aire alpino, bueno, me dejo llevar, cambio “soplo” por “tifón”, porque ha arrasado con las malas hierbas que habían crecido tanto que me impedían ver con claridad lo que seguía cociéndose allende los mares. Ya no se cuecen patatas, no, desde luego, me había percatado por mí mismo, pero el norte de Europa se había apoderado de mi voluntad. Libros como LAS TEORÍAS SALVAJES de Pola Oloixarac, LA VIRGEN DE LOS SICARIOS de Fernando Vallejo, NO SE LO DIGAS A NADIE de Jaime Bayly,… y tantos y tantos otros ya me advertían de que la cosa había cambiado. A estas alturas doy fe absoluta de que así ha sido y EL RUIDO DE LAS COSAS AL CAER si no es la guinda, es al menos un muñequito con una gran bandera blanca alzada sobre aquella gran tarta que tanto me gustaba devorar con cuchara sopera.
La prosa de Juan Gabriel Vázquez es la propia de un genio. El texto es preciso, sin adornos, pero tan hermoso como el campo más florido de metáforas que se pudiese hallar. Coquetea con la novela negra sin llegar a serlo tal y como se concibe el género, porque la trama, colosal, se recrea sin medida en los sentimientos de los personajes retratando un estado de psicosis colectiva con la sutileza de un anatomista. El juego de analepsis (o flashback, así os evito la RAE) es tan preciso, tan sustancial, que la novela puede barajarse como a las cartas y jugar con ellas a lo que al lector se le antoje. Todo está perfectamente estructurado, armado como el cemento, pero dúctil y susceptible de ser leída en varias direcciones según qué personaje hayamos elegido designar comodín. Nada hay extraño en la novela, todo lo que se narra es identificable, aprehensible. El protagonista, tocado por una “suerte de desgracia” indaga en el pasado buscando respuestas. Respuestas que describen una sociedad en un tiempo concreto, pero que se convierte en todo un universo transliterable a cualquier sociedad dominada por el miedo al terrorismo en cualquiera de su formas. Una obra de múltiples significados que atrapa al lector con grandes “golpes de efecto” que mantienen la trama con el poder propio de un audiovisual, logro que sólo muy pocos son capaces de construir únicamente con el uso de las palabras. Literatura en mayúsculas. Y, por cierto, el título de la novela me fascina. Una novela impecable.