Suelo sentir vértigo cuando me enfrento a obras consideradas cumbres de la literatura universal. Y no me refiero al vértigo de la sumisión al texto y su posterior veneración, sino al vértigo del escepticismo. Me niego a aceptar cánones o listados de las mejores obras escritas en un siglo u otro –en este caso el siglo XX- porque para mí supone una auténtica aberración cuantificar la calidad de un texto en base al grado de satisfacción que obtuviese en su momento la crítica especializada, que suele atender, consabidamente, a intereses comerciales, aburguesados, follamigables y, por descontado, falaces.
Para leer un libro tan reputado en la historia de la literatura es imprescindible, al menos para mí, desprenderse del lastre del reconocimiento unánime y abordar la obra con la mente en blanco, sin consideraciones previas, y dejarse conmover por el texto sin auspiciar la jodida refrenda del “mejor escritor”. Construir uno mismo su propia oquedad mental es más práctico y satisfactorio a la postre, porque las obras leídas en un futuro (las previas y sus detalles sucumben al olvido) conformarán mi dictamen in progress que podrá o no corresponderse con el de la crítica.
No es ninguna paradoja que sostenga mi teoría de que esas obras leídas y “caídas en el olvido” adquieren su verdadero significado en base a las que lees en la actualidad. La explicación es simple. Cuantas más veces tu psique recupere de la amnesia un texto determinado porque el que tienes en tus manos en ese momento alude -directa o indirectamente- a él, más valor adquiere, para mí, esa obra concreta. Y EL MAESTRO Y MARGARITA juega (y gana) por partida doble en ambas direcciones:
1. Me creo a pies juntillas lo que dicen otros y por tanto lo que leo es, o debe ser, maravilloso y excepcional.
2. Esta obra no tiene sentido hasta que yo mismo con mis lecturas establezca cuánto hay de ella en lo que antes pude leer y cuánto habrá de ella en mis lecturas posteriores.
Permítaseme decir que me quedo con la segunda opción al enfrentarme a la obra de Bulgákov. Empirismo cañí del cebolleta Diógenes. Defecto de fábrica.
Perdón por describir mis tretas de lector recalcitrante, pero de no hacerlo, mi comentario de EL MAESTRO Y MARGARITA no tendría sentido alguno. Veréis el porqué.
Bulgákov con esta novela creó una obra universal (‘universal’ –odio esta palabra, pero es muy socorrida- no significa que guste a todo el mundo, ojo) sino que aborda temas que incumben a todo y a todos. Parece ser que el autor concibió un trasunto crítico del stalinismo, como aseguran la Wiki of poor quality y otras shit´s. A mí que la obra haya adquirido su valor por dicha interpretación me importa verdaderamente un carajo. En ningún lugar del texto se habla del dictador, así que si gusto puedo aplicarlo a cualquier otra época, zarista, comunista, hitleriana y así to infinity and beyond. Esto, para mí, es “lo universal” de una obra, siempre y cuando no prefieras prescindir de significados y recrearte en el texto a secas. Yo alterno, como la corriente. Reconozco ser bastante “politizador de textos”, pero a veces reprimo mis impulsos y suelo admirar la novela en cuestión sin salirme del borde de la página, sobre todo cuando me saturo de leer interpretaciones ecuánimes. Y en esta ocasión, así ha sido. Me gusta llevar la contraria, y si todo el mundo habla de esta obra como trasunto político yo me quedo con la fantasía desbordante del autor sin atender a nada más. Porculismo literario, me atribuyo el término.
Satanás llega a Moscú y provoca estragos con su magnífica corte de demonios, entre ellos, el entrañable gato Popota (personaje que me ha gustado tanto que incluso me he planteado cambiarle el nombre a mi pobre minino). Por otro lado, como otra lámina de distinto sabor de este pastelito milhojas está la maravillosa historia de amor entre Margarita y el innómine Maestro, que me ha dejado estupefacto y cuyo apoteósico final me encantaría contaros ya, pero no lo haré aunque se me salte la hiel… Y como colofón la pasión y muerte de Cristo vista desde los ojos de Poncio Pilatos.
Tres historias, tres patas para un banco, pero no para sentarte, sino un “banco de sangre” (por lo sanguinario de algunos pasajes) y porque EL MAESTRO Y MARGARITA me han supuesto una transfusión de fantasía que tanto bien ha hecho a que disfrutase de un merecido "colocón de endorfinas" con el que soportar el bochorno andalusí.
Prescindo hablar de la originalidad del texto y del magistral uso de los registros en este perfecto intrincado de historias, para que cada cual lo compruebe por sí mismo.
Obrón de los obrones que recomiendo con el páncreas en la mano y las endorfinas a todo tren.
Opiniones
Suelo sentir vértigo cuando me enfrento a obras consideradas cumbres de la literatura universal. Y no me refiero al vértigo de la sumisión al texto y su posterior veneración, sino al vértigo del escepticismo. Me niego a aceptar cánones o listados de las mejores obras escritas en un siglo u otro –en este caso el siglo XX- porque para mí supone una auténtica aberración cuantificar la calidad de un texto en base al grado de satisfacción que obtuviese en su momento la crítica especializada, que suele atender, consabidamente, a intereses comerciales, aburguesados, follamigables y, por descontado, falaces.
Para leer un libro tan reputado en la historia de la literatura es imprescindible, al menos para mí, desprenderse del lastre del reconocimiento unánime y abordar la obra con la mente en blanco, sin consideraciones previas, y dejarse conmover por el texto sin auspiciar la jodida refrenda del “mejor escritor”. Construir uno mismo su propia oquedad mental es más práctico y satisfactorio a la postre, porque las obras leídas en un futuro (las previas y sus detalles sucumben al olvido) conformarán mi dictamen in progress que podrá o no corresponderse con el de la crítica.
No es ninguna paradoja que sostenga mi teoría de que esas obras leídas y “caídas en el olvido” adquieren su verdadero significado en base a las que lees en la actualidad. La explicación es simple. Cuantas más veces tu psique recupere de la amnesia un texto determinado porque el que tienes en tus manos en ese momento alude -directa o indirectamente- a él, más valor adquiere, para mí, esa obra concreta. Y EL MAESTRO Y MARGARITA juega (y gana) por partida doble en ambas direcciones:
1. Me creo a pies juntillas lo que dicen otros y por tanto lo que leo es, o debe ser, maravilloso y excepcional.
2. Esta obra no tiene sentido hasta que yo mismo con mis lecturas establezca cuánto hay de ella en lo que antes pude leer y cuánto habrá de ella en mis lecturas posteriores.
Permítaseme decir que me quedo con la segunda opción al enfrentarme a la obra de Bulgákov. Empirismo cañí del cebolleta Diógenes. Defecto de fábrica.
Perdón por describir mis tretas de lector recalcitrante, pero de no hacerlo, mi comentario de EL MAESTRO Y MARGARITA no tendría sentido alguno. Veréis el porqué.
Bulgákov con esta novela creó una obra universal (‘universal’ –odio esta palabra, pero es muy socorrida- no significa que guste a todo el mundo, ojo) sino que aborda temas que incumben a todo y a todos. Parece ser que el autor concibió un trasunto crítico del stalinismo, como aseguran la Wiki of poor quality y otras shit´s. A mí que la obra haya adquirido su valor por dicha interpretación me importa verdaderamente un carajo. En ningún lugar del texto se habla del dictador, así que si gusto puedo aplicarlo a cualquier otra época, zarista, comunista, hitleriana y así to infinity and beyond. Esto, para mí, es “lo universal” de una obra, siempre y cuando no prefieras prescindir de significados y recrearte en el texto a secas. Yo alterno, como la corriente. Reconozco ser bastante “politizador de textos”, pero a veces reprimo mis impulsos y suelo admirar la novela en cuestión sin salirme del borde de la página, sobre todo cuando me saturo de leer interpretaciones ecuánimes. Y en esta ocasión, así ha sido. Me gusta llevar la contraria, y si todo el mundo habla de esta obra como trasunto político yo me quedo con la fantasía desbordante del autor sin atender a nada más. Porculismo literario, me atribuyo el término.
Satanás llega a Moscú y provoca estragos con su magnífica corte de demonios, entre ellos, el entrañable gato Popota (personaje que me ha gustado tanto que incluso me he planteado cambiarle el nombre a mi pobre minino). Por otro lado, como otra lámina de distinto sabor de este pastelito milhojas está la maravillosa historia de amor entre Margarita y el innómine Maestro, que me ha dejado estupefacto y cuyo apoteósico final me encantaría contaros ya, pero no lo haré aunque se me salte la hiel… Y como colofón la pasión y muerte de Cristo vista desde los ojos de Poncio Pilatos.
Tres historias, tres patas para un banco, pero no para sentarte, sino un “banco de sangre” (por lo sanguinario de algunos pasajes) y porque EL MAESTRO Y MARGARITA me han supuesto una transfusión de fantasía que tanto bien ha hecho a que disfrutase de un merecido "colocón de endorfinas" con el que soportar el bochorno andalusí.
Prescindo hablar de la originalidad del texto y del magistral uso de los registros en este perfecto intrincado de historias, para que cada cual lo compruebe por sí mismo.
Obrón de los obrones que recomiendo con el páncreas en la mano y las endorfinas a todo tren.