Ha muerto José Luís Sampedro y con este comentario quisiera rendirle un pequeño homenaje, a pesar de que no he sido un gran admirador de su obra escrita.
Su estilo blando, su sobrecarga de ternura, sus personajes lánguidos y estereotipados me llevaron al descrédito hace tiempo, pero LA SONRISA ETRUSCA –en concreto- sí me satisfizo lo suficiente como lector. Cuando se publicó este libro (justo después de la transición) aún quedaban en el subconsciente colectivo abundantes reminiscencias de nuestro pasado rural más castizo y denigrante. Sampedro aprovechó muy bien el contexto y supo retratar “dulcificando” ese viaje de vuelta del campo a la ciudad. Eché de menos quizás un registro más preciso, más incisivo, pero es cierto que los acontecimiento que se suceden en la novela hablaban por sí mismos sin necesidad de mayores ejercicios estilísticos que rezumaran compromiso. El compromiso en sí estaba en la humanización de la historia de ese abuelo en la corte de la “sociedad artúrica” que se gestaba por entonces en nuestro país.
Sampedro fue un hombre coherente, comprometido e indignado. Y que su obra no haya conseguido conmoverme no significa que no admire lo representativo de su figura en nuestra cultura.
El protagonista, hombre de campo de costumbres muy arraigadas y que ha sobrevivido a una guerra, tiene que enfrentarse en el último tramo de su vida a una ciudad que no comprende y a unos sentimientos, hasta ahora desconocidos para él, que le despierta su nieto. Entrañable la relación entre abuelo y nieto, cómo el pequeño es capaz de despertar ese lado paternal que el hombre no sintió ni por su propio hijo. Un poco de humor en la relación con la nuera, ese tira y afloja entre las costumbres que él no quiere perder y la nuera se esfuerza por cambiar. A lo largo del libro el protagonista va dando pinceladas de la que fue su vida y de las personas relevantes que pasaron por ella, de su pueblo y esas guerrillas entre vecinos, así como de las nuevas relaciones que establece. Cada paso es una nueva batalla ganada.
Opiniones
Sabiduría y humanidad de Sampedro, expresadas con sencillez y belleza.
Ha muerto José Luís Sampedro y con este comentario quisiera rendirle un pequeño homenaje, a pesar de que no he sido un gran admirador de su obra escrita.
Su estilo blando, su sobrecarga de ternura, sus personajes lánguidos y estereotipados me llevaron al descrédito hace tiempo, pero LA SONRISA ETRUSCA –en concreto- sí me satisfizo lo suficiente como lector. Cuando se publicó este libro (justo después de la transición) aún quedaban en el subconsciente colectivo abundantes reminiscencias de nuestro pasado rural más castizo y denigrante. Sampedro aprovechó muy bien el contexto y supo retratar “dulcificando” ese viaje de vuelta del campo a la ciudad. Eché de menos quizás un registro más preciso, más incisivo, pero es cierto que los acontecimiento que se suceden en la novela hablaban por sí mismos sin necesidad de mayores ejercicios estilísticos que rezumaran compromiso. El compromiso en sí estaba en la humanización de la historia de ese abuelo en la corte de la “sociedad artúrica” que se gestaba por entonces en nuestro país.
Sampedro fue un hombre coherente, comprometido e indignado. Y que su obra no haya conseguido conmoverme no significa que no admire lo representativo de su figura en nuestra cultura.
El protagonista, hombre de campo de costumbres muy arraigadas y que ha sobrevivido a una guerra, tiene que enfrentarse en el último tramo de su vida a una ciudad que no comprende y a unos sentimientos, hasta ahora desconocidos para él, que le despierta su nieto. Entrañable la relación entre abuelo y nieto, cómo el pequeño es capaz de despertar ese lado paternal que el hombre no sintió ni por su propio hijo. Un poco de humor en la relación con la nuera, ese tira y afloja entre las costumbres que él no quiere perder y la nuera se esfuerza por cambiar. A lo largo del libro el protagonista va dando pinceladas de la que fue su vida y de las personas relevantes que pasaron por ella, de su pueblo y esas guerrillas entre vecinos, así como de las nuevas relaciones que establece. Cada paso es una nueva batalla ganada.