Relato 21 -@Bella1990

 

@ Bella19901

 

Mucho y en distintos ámbitos se habla sobre el poder magnético que las redes sociales ejercen sobre los humanos de éste tiempo, y cuáles son y serán las posibles consecuencias a futuro.

Magnetismo, es una palabra interesante; dejando de lado el fenómeno físico de atracción de las piedras y metales desde siempre se relacionó directamente con esa inexplicable conexión que ejercen los seres vivos entre sí. La novedad que se nos presenta ahora es que esta atracción no se da entre dos seres vivos, sino entre dos entes completamente diferentes: un ser vivo y otro virtual, al que podríamos llamar tentativamente, el elemento tecnológico.

Siempre que conversamos acerca de estas cosas con mi gran amigo Horacio, terminamos sumergidos en alguno de sus casos clínicos; él es un especialista en el tema, un psiquiatra de fama internacional con tantos méritos y reconocimientos que resulta imposible dudar de su palabra; fue él quien me contó, con lujo de detalles -incluso con fechas y lugares que ahora no alcanzo a recordar- ésta historia que le fuera relatada por uno de sus pacientes del Centro de Salud Mental Ernesto Valdemar que preside.

 

Carlos, -su nombre es ficticio para proteger su identidad- había quedado varado a veinte kilómetros de su destino ya que una inusual tormenta de nieve había convertido la Ruta 66 en una virtual pista de hielo. El vehículo, que ya empezaba a fallar, derrapó quedando atrapado en un zanjón a un costado del camino.

Fue allí que se percató de la imprudencia de haberse embarcado en ese viaje solo y justo en la primera noche de luna llena de aquel año bisiesto, fatídica combinación de la cual su abuela materna siempre le había advertido:

-mi hijo, los demonios tienen permiso para hacer malicias en estas noches-… Él no acató el consejo de quedarse en casa con las ventanas cerradas y un crucifijo colgado en la puerta y emprendió la jornada.

-¡Estás loco!- gritó su padre mientras el viejo escarabajo escupía una bocanada de humo antes de arrancar. En verdad, el viaje no obedecía a un capricho; quería llegar a la ciudad por la mañana temprano para una entrevista de trabajo que no podía despreciar teniendo en cuenta el miserable estado económico en el que el último gobierno había dejado las cosas. Previendo que por el mal tiempo los trenes no partirían en la madrugada del día siguiente, quería asegurarse a llegar. El resultado inesperado fue que quedó tirado a un costado del camino:

- ¡Mierda!... ¡Mierda!... ¡Mierda!- gritó mientras le pegaba repetidamente al volante al percatarse de lo precaria de la situación.

Giró la llave en el tambor solo para recibir como respuesta el sonido del motor impotente de arrancar. Intentó una vez más, solo para escuchar nuevamente el mismo sonido ahogado y distintivo que presagiaba una noche siniestra. Por tercera vez giró la llave, (algo que hacemos mecánicamente como si de la insistencia desesperada emanara algún fluido mágico que lo encienda) ahora no solo el sonido ahogado del motor se diluyó totalmente, sino que además las luces parpadearon intermitentemente antes de apagarse definitivamente como estrellas lejanas dejando el vehículo en el medio de la nada sin luz y sin calefacción.

 

-¡Qué estúpido que soy!- se recriminó Carlos.

 

Para intentar recobrar la calma tomó un cigarrillo del atado que estaba en la guantera, lo encendió dando una larga y profunda pitada dejando salir rápidamente con un resoplido de bronca el humo que llenó todo el habitáculo. Bajó la ventanilla para disipar la nube y poder mirar con atención a su alrededor para ver si alcanzaba a divisar algo pero pudo ver nada debido a la escasa visibilidad producto de la fuerte ventisca y la copiosa nieve que caía. Resignado, apretó el cigarrillo que estaba a medio caer entre los labios para dejar libres sus manos y tomar el teléfono del bolso que estaba en el asiento contiguo.

 

Se encontró con la batería al treinta y nueve por ciento de su capacidad, ciento tres mensajes de e-mail, quince notificaciones de Facebook, cinco de Instagram; el nivel de señal indicaba: cero, “solo llamadas de emergencia”, rezaba la pantalla.

No obstante intentó comunicarse para pedir ayuda: primero, llamó al 911, luego a su casa, finalmente a algún contacto, y nada. Nada de nada, ni llamadas, ni mensajes, ni Whats App, ninguna red daba señales de vida.

Ahora se arrepentía de no haber seguido el consejo premonitorio de su abuela sobre las primeras noches de luna llena de los años bisiestos y ya se imaginaba la escena a la mañana siguiente: agentes de Gendarmería sacando su cuerpo sin vida del auto, colocándolo en una de esas frías fundas mortuorias de tela negra, la desesperación de su padre –su único pariente- al reconocerlo en la morgue y la sorpresa del dueño de la casa cuando al sacar sus cosas a la calle, encontrara la plantación secreta que crecía abundante bajo unos focos de luz roja en el pequeño balcón; - Mira lo que tenía acá… ¡¿Cómo no iba a terminar mal el pibe éste?! -

 

Volvió a mirar el teléfono. La señal seguía muerta, el panorama era desolador. Nada que hacer más que esperar un milagro, uno de esos que solo ocurren en las películas de Hollywood.

-A lo hecho, pecho- dijo resignado y reclinó el asiento hacia atrás para esperar la muerte con cómoda indiferencia.

 

Ante lo irremediable, comenzó a entretenerse con cosas que nunca le habrían llamado la atención en situaciones normales, por ejemplo, en los efectos juguetones de la luz, es curioso – pensó - como un tenue rayo de luz de luna puede amplificarse a través de una muesca en el vidrio del parabrisas -seguramente producto de alguna pedrada rutera- en tal forma de crear un haz lumínico con la suficiente potencia como para poder leer…¡Leer!, allí recordó que en el baúl del viejo escarabajo siempre llevaba, junto a las herramientas y rueda la de auxilio -que estaba pinchada, por cierto- algunos libros para poder entretenerse en momentos como éste. Sin pensarlo dos veces bajó rápidamente del auto, abrió el baúl, estiró su mano en la oscuridad y tomó el primer libro que encontró al tacto, para luego meterse nuevamente en el vehículo con la velocidad de alma que se lleva el diablo.

 

Se sacudió la nieve de los hombros, sopló el polvo de la cubierta del ejemplar, al limpiarlo con la manga del gamulán el título quedó al descubierto: La verdad sobre el caso del señor Valdemar; -¡Qué oportuno!- se dijo haciendo una muesca tétrica pensando que quizás, éste sería un mensaje enviado por la mujer de la guadaña…

Así pues, estaba leyendo: … tenía un temperamento muy nervioso, que le convertía en buen sujeto para experiencias hipnóticas2cuando el sonido del celular lo sobresaltó, ¡Triiinnn!, era una notificación de Instagram que decía: Bella1990 comenzó a seguirte”.

- ¡Bravo! ¡Volvió la señal! -pensó en voz alta.

Antes de mirar la notificación intentó comunicarse nuevamente con el 911, también con su casa y con sus amigos, sin resultado. ¡Qué extraño! ¿Cómo es que pueden entrar notificaciones al celular sin señal?

 

Miró la información de perfil de usuario del mensaje entrante:

Hazme dormir o despiértame, ¡Te digo que estoy muerta!, decía la bio, la foto del perfil mostraba una mujer de cerca de treinta años, veintinueve específicamente a juzgar por el 1990 del apócope, de cabello negro cómo la noche, rasgos delicados y ojos hermosos y grandes. Notó que había comenzado a usar la app un año atrás, que estuvo los últimos seis meses sin actividad y justamente hoy se había vuelto a conectar, él también comenzó a seguirla y no por una cuestión trivial. Es mi única esperanza, pensó, si puedo comunicarme con ella para que pida ayuda y vengan a rescatarme.

- Hola Bella, ¿Cómo estás? ¡Necesito ayuda!, escribió por mensaje privado.

- Hola, ¿Cómo te llamas, cariño?... Yo también necesito que me ayudes…

- Me llamo Carlos, y estoy varado en mi auto al costado de la Ruta 66, sin calefacción y me estoy congelando, no creo que me encuentren a tiempo… trato de comunicarme con alguien, pero solo puedo comunicarme contigo.

- Es que necesito que me despiertes… pronto… o me hagas dormir. – respondió el mensaje-

- Sí, sí, me gustan todas esas frases que nos hacen re pensar el mundo, filosofar y todas esas cosas que la gente pone en sus perfiles, pero… ¡Esto es una emergencia real!… llama a la policía por favor, te mando mi ubicación.

- La mía también es una emergencia. Igualmente, no puedo llamar a nadie porque yo también solo puedo comunicarme contigo, respondió.

- ¡Carajo! ¡Entonces estoy perdido! ¡Ya estoy muerto!

- No cariño… tú no estás muerto… ¡La que está muerta soy yo!

 

¿Qué clase de persona se burla de una situación así?, pensó. -¡Te estoy diciendo la verdad, necesito ayuda!- escribía al tiempo que le parecía que la última frase que había leído en el libro: …perdí por completo la serenidad y, durante un momento me quedé sin saber qué hacer se aplicaba perfectamente a la situación…

 

¡Estúpida, estúpida!, pero no puedo culparla, pensó más reflexivo; las redes son un gran malentendido, un juego de verdades y mentiras, de apariencias y de engaños, de coincidencias y desavenencias… ¿Qué sabe ella si no soy un psicópata, un traficante de órganos, un violador?, meditaba mientras se daba pequeños golpecitos de resignación con la frente sobre el volante del viejo escarabajo antes de quedar completamente inmóvil y con los ojos cerrados. En eso estaba cuando lo sorprendió el ¡Triiinnnn! del sonido de su celular.

 

- ¡Ven!, respondió ella, mientras recibía un mensaje de WhatsApp con la ubicación exacta de donde estaba.

- ¡Imposible! exclamó él al percatarse que el lugar señalado se encontraba a una distancia no mayor a quinientos metros y se apresuró a responderle:

- ¡No puede ser, Bella, ¡Miré por los alrededores y no hay nada en este paraje inhóspito!

- ¿Seguro?... ¡No se ve aquello que uno no quiere ver! Mira nuevamente a tu izquierda…. - respondió Bella.

 

Él ya había observado todo, pero no perdía nada en volver a intentarlo, así que limpió la ventanilla del vehículo con la manga del abrigo; no alcanzaba a ver porqué el vidrio estaba lleno de nieve por fuera. Intentó bajarlo, pero el frío glacial había formado una capa de hielo impidiendo que cediera siquiera un milímetro por lo que la única opción que quedaba era bajar del vehículo.

Abrió la puerta, se apretó el gamulán fuertemente contra el pecho con ambas manos y mientras la ventisca le lastimaba los pómulos se internó unos pasos hacia el descampado, e increíblemente… ¡Allí estaba!, emergiendo de entre una densa y oscura niebla que contrastaba con el blanco horizonte de nieve se vislumbraba una casa o algo que se le parecía, ¿Sería una iglesia abandonada?... Tenía una torre alta a manera de campanario coronada en la cúspide con un vitral redondo por dónde se filtraba casi imperceptible una luz azul intermitente.

 

¡Carajo!... ¿De dónde salió esto?, pensó mientras para descartar una alucinación olía el cigarrillo a ver si efectivamente era el de tabaco. ¿Cómo es posible no haber visto antes esto? se preguntaba mientras aceleraba el paso para llegar con la intención de refugiarse del frío y salvar su vida que aunque no era muy interesante, al menos era suya.

 

La propiedad se veía bastante deteriorada, con un aire fantasmal, construida íntegramente en una madera que se encontraba en pésimo estado de mantenimiento, por lo cual tuvo sumo cuidado en subir por la escalinata que daba a la puerta de entrada cuyas barandillas ya se hallaban enmohecidas y frágiles. Encima de la puerta, había un hueco a manera de altar que había sido usurpado por una pareja de pájaros que desprolijamente habían ensuciado el frente en forma de cascada con sus heces, a primera vista parecía que la mierda formaba una especie de calavera que emanaba un olor tan nauseabundo que le produjo arcadas. Para evitar descomponerse del todo, se tapó la nariz y la boca con el antebrazo y se apresuró a llegar a la entrada. Golpeó dos veces con fuerza, y cuando iba a golpear por tercera vez recibió un mensaje de Bella: -¡Triinnn! - ¡Pasa, que estoy arriba!- Él no respondió porque aún estaba perplejo, sólo atinó a entrar.

Empujó la puerta de entrada y el típico sonido de bisagras oxidadas fue retumbando progresivamente en forma grotesca por el amplio salón de bienvenida, observó el lugar detenidamente: todo el mobiliario se hallaba cubierto con sábanas blancas amarilladas ya por el tiempo.

 

¡Hola!... ¡Holaaaaa! - gritó- ¡Hola…holaa-a-a-a!, sólo le respondió un eco distante y el sonido de una lechuza que chilló inquieta apoyada sobre un tirante de madera.

¡Triinnn! – el mensaje de WhatsApp decía: ¡Sube, estoy arriba!... despiértame o hazme dormir.

 

Caminó con cuidado mientras el piso de madera podrida crujía bajo sus pies, todo indicaba que cedería en cualquier momento; solo esperaba que no fuera mientras él estuviera ahí. La lechuza inmóvil seguía sus movimientos girando lentamente la cabeza y sus ojos amarillos y penetrantes se destacaban como en esos cuadros que crean la ilusión de observarte desde cualquier ángulo. Llegó hasta la escalera que daba a la planta alta y subió deslizando la mano lentamente sobre la baranda que estaba cubierta de polvo y mugre, y mientras cada escalón chillaba bajo su peso, una corriente de viento que entraba sibilante por un ojo de buey roto le congeló la nuca e hizo que un escalofrío premonitorio le recorriera todo el cuerpo.

 

La planta alta tenía un hall alrededor del cual había tres puertas y un marco solo a la izquierda por donde se entraba a la escalera que daba a la torre. El piso estaba tan arruinado que por los agujeros podía verse la planta baja, los muebles tapados con las sábanas amarillentas, el piso de madera y hasta la lechuza que permanecía pétrea como la había dejado. En el momento que iba a dirigirse a una de las puertas, le llegó un nuevo mensaje: - ¡Triinnn! ¡Sube!... ¡Sube! -

Desistió de investigar que había detrás de aquellas puertas para buscar a Bella.

La escalera que daba a la torre estaba envuelta en la penumbra, a medida que la escalaba lentamente podía ver por el rabillo del ojo algunas sombras inmóviles colgadas del techo, supuso eran murciélagos, pero cómo no tenía intención de averiguar nada al respecto aceleró el paso mientras decía en voz alta, ¡Paso, paso, soy amigo de Batman!... aunque obviamente sabía que los animales son sordos, el humor le ayudaba a controlar los nervios. El extremo de la escalera daba a un pasillo oscuro coronado al final por una puerta por cuyas rendijas se filtraba un haz de luz azul intermitente.

Intentó avanzar, pero un pangolín le cerraba el paso: estaba en el piso con toda su lengua (de la misma longitud que su cuerpo) extendida, escarbando dentro de un nido de termitas, alimentándose, ¡Triiinnn! ¡Triinnnn! ¡Triiinnnn! el sonido del celular sobresaltó al animal que viró en dirección a Carlos, se puso sobre sus dos patas traseras ayudado por su fuerte cola, lo miró con asombro para luego hacerse una pelota de escamas, rodando hacia un costado para dejarle el paso libre; él, igualmente desconfiando, pasó con sumo cuidado a su lado, pero la criatura no se movió.

 

Llegó finalmente a la puerta que daba a la torre, intentó abrirla pero estaba trabada; ayudado por un par de patadas de karate –deporte que hacía mucho no practicaba pero cuya técnica manejaba a la perfección- entró con violencia a la habitación:

-¡Triinnn!... ¡Triinnn! ¡Despiértame o déjame dormir… pronto… pronto! ¡Triin! ¡Triin! ¡Trinnn!… los mensajes de Bella llegaban a cada segundo y a él ya no le hacía gracia su juego macabro.

 

- ¡Basta, Bella!... ¡Basta!... ¡Es suficiente! ¡Aquí estoy ya!... –

Despiértame, despiértame, despiértame! -

 

Fuera de sí y ya dentro de la habitación caminó con ímpetu hacia la mujer; ella estaba de espaldas a la puerta de entrada con una capucha sobre su cabeza y totalmente inmóvil frente a la pantalla de su computadora, que destellaba intermitentemente una luz azul de tal forma que solo podía ver su silueta a intervalos cuando se iluminaba el monitor de la misma manera que en una noche de tormenta solo podemos divisar un objeto por el destello de un relámpago furtivo.

 

-¡Triinnn! ¡Despiértame o hazme dormir… pronto… estoy muerta!… ¡Estoy muerta!

Cada vez que ella le enviaba un mensaje, la pantalla se iluminaba, luz azul; triiinnn -mensaje- luz azul… triiinnn -mensaje- luz azul – triinnnn, mensaje.

 

- ¡Despiértame…muerta…muerta!... ¡Despiértame…muerta! -

 

-¡Basta maldita psicópata, mírame, aquí estoy! ¡Esto ya no me hace gracia!- Azul, “triiin” mensaje, azul, trinnn, mensaje, azul, triiin, mensaje…

 

-¡Acércate, pronto, muerta!- ¡Muerta! ¡Muerta!-

 

¡Mierda!, gritó él abalanzándose sobre el cuerpo que estaba delante de la computadora, y al llegar lo que vio lo dejó perplejo: una mano, o lo que quedaba de ella, apoyada inmóvil sobre el teclado que se escribía solo y cuyas palabras aparecían en la pantalla a cada intervalo de luz azul.

 

Instintivamente giro la silla para ver el rostro de Bella, y lo que pasó a continuación, fue algo para lo que ningún ser humano podía estar preparado: Todo su cuerpo, en el espacio de un minuto, o aún menos, se encogió, se deshizo… se pudrió entre sus manos… no quedó más que una masa casi líquida de repugnante, de abominable putrefacción… mientras en la pantalla de la computadora podía leerse en forma intermitente en cada destello de luz azul las palabras: ¡Muerta! ¡Muerta! ¡Muerta!... las que al mismo tiempo llegaban a su móvil a través del chat privado de Instagram...

 

1 Todos los personajes y nombres de ésta historia son ficticios, producto de la imaginación.

2 De aquí en más todos los párrafos en cursiva son citas textuales extraídas del cuento “La verdad sobre el caso del señor Valdemar” de Edgar Alan Poe.

 

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Obra colectiva del equipo de coordinación ZonaeReader

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