Relato 003 - Borrados

Carlos se despierta este mediodía con una resaca espesa. Enciende la televisión en la cocina en un acto reflejo. No le hace mucho caso pero al menos tiene la sensación de no estar solo. Están emitiendo el telediario que tan poco le interesa. Piensa que no debería haber bebido tanto la noche anterior. Como viene siendo costumbre últimamente ha salido con Marcos y Sarah. Fueron al Belle a escuchar buena música y a bailar. Empieza a estar cansado de realizar el mismo ritual los últimos meses. Desde que Marta desapareció parece que es lo único que es capaz de hacer. Salir, beber, bailar. Bailar, beber, salir. Todo en un ciclo de eterno retorno para no volver a pensar en ella. Pero por más que lo intenta todo parece recordársela. Debería haberse mudado de piso. De esta manera por más que hubiera realizado cambios en la casa, las cosas no le devolverían a Marta a cada instante. Había cambiado la cama de sitio. Los muebles de la habitación estaban ahora orientados al sur en lugar de al norte. Se había rebanado los sesos en un esfuerzo por eliminar todo rastro de ella. Las fotografías, su ropa, los libros, todo. Pero aun así no había manera de olvidarla. Es como si intentara persistir en quedarse en el apartamento. Cinco años son muchos como para borrarlos en un año. Proporcionalmente pensaba que necesitaría por lo menos el mismo número de años para olvidarla que los años que habían pasado juntos. Lo peor de todo es que no hubo ningún motivo, simplemente se acabó porque si. Pero eso no es suficiente para que Carlos deje de pensar en ello. Además las circunstancias en las que sucedió todo fueron muy extrañas. No hubo un porqué y como colofón, Marta desapareció del mapa en el sentido literal del término. Se desvaneció un poco cada día hasta finalmente desaparecer.

Empezó todo con el silencio. Marta dejó de hablar paulatinamente, hasta no decir ni una sola palabra. Primero fue como una afonía y luego comenzó por no hablar por las mañanas, al mediodía y finalmente por las noches. La casa se sumió en un sepulcral silencio que casi hace enloquecer a Carlos. Por más que le hablaba, ella no contestaba. Ni tan siquiera parecía querer comunicarse con mímica. Era como si la desgana se hubiera apoderado de ella. La convivencia comenzaba a ser complicada. Carlos intentó de todas las maneras de las que fue capaz volver a escuchar la suave voz de Marta. No hubo manera. Todo continuó de manera progresiva. Un día Marta dejó de levantarse por las mañanas para ir a trabajar. Decía que estaba cansada y que no le apetecía hacer nada. En el trabajo como no acudía al médico para pedir la baja, finalmente la despidieron por ausentarse sin motivo justificado. Empezó a vagar por la casa como alma errante. Ni los libros que habían sido siempre su refugio parecían atraerla. Carlos intentó que acudiera a un médico pensando que lo que le estaba sucediendo era que tenía depresión. Marta se negó con su actitud. No habían palabras ni gestos, solo una profunda negación. Después llegó la comida. Por las mañanas no desayunaba, ni tan solo un vaso de leche. Luego llegó el turno de los almuerzos limitándose a beber un simple tazón de caldo. Las cenas eran cada vez más inexistentes. Parecía como si se fuera apagando cada día un poco más. La delgadez era evidente, las ojeras se hicieron cada vez más oscuras y su tez se fue tornando cada vez más blanca. A Carlos le hubiera gustado insistir en que fuera al médico, pero había algo que se lo impedía. Era como si él también se fuera dejando vencer por aquella dejadez. Se fue acostumbrando a ver la imagen de  un fantasma en lugar de a su pareja.

Él comenzó a ausentarse cada vez más en un intento por evitar lo que parecía no tener remedio. Ella se estaba comenzando a evaporar. Una mañana en la cama cuando fue a abrazarla se dio cuenta de que estaba más lívida. Era como si fuera un poco transparente. Al acogerla entre sus brazos tuvo la sensación de que la podía atravesar como si fuera un holograma. Carlos pensó que era producto del sueño, pero al mirarla pudo comprobar que era cierto. Marta estaba un poco traslúcida. Podía ver a través de ella la luz de la lamparita en la mesita. A pesar de lo asombroso que empezaba a ser todo aquello, tampoco se asustó. Fueron pasando los días y lo que había comenzado como una transparencia sutil parecía que iba cada día más en serio. Cada vez era menos Marta como si estuviera en un proceso de borrado. Como los dibujos a lápiz cuando el paso del tiempo los desdibuja tenuemente. Luego le llegó el turno a los órganos. Un lunes desaparecieron sus manos, el martes los brazos, el miércoles una oreja, el jueves su nariz. Así, paulatinamente en dos semanas Marta fue perdiendo poco a poco todo su cuerpo. Se había borrado completamente de esa casa, de esa ciudad y de este mundo. Carlos no explicó la verdad de lo sucedido a nadie. ¿Quien le hubiera creído?. Prefirió ofrecer la versión habitual. No éramos compatibles, nuestras vidas habían tomado caminos distintos, demasiado jóvenes cuando nos enamoramos, y un largo etcétera de tópicos. Su familia y amigos se lo tragaron por completo. Marcos y Sarah se volcaron en él como es habitual en estos casos. Y parecía que todo el mundo quería ser más amable. No soportaba que le tuvieran lástima. Y además, que sabían ellos sobre lo que había sucedido realmente. Pensó en acudir a un psicólogo, pero tenía miedo de que lo tomaran por loco. Así que guardó su secreto a la espera de encontrar a alguien en quien confiar y poder desahogarse. Pero esa persona no llegaba y temía enloquecer de verdad. Abandonó el trabajo, ya no le interesaba. Nada parecía tener sentido. Solamente existía una cosa en su mente, entender lo sucedido.  Intentó encontrar respuesta en todas las fuentes que fue capaz de encontrar. Durante los primeros meses después del borrado de Marta se convirtió en asiduo de las bibliotecas, intentando hallar algo en los libros. La respuesta fue: Nada. Leyó todo lo que pudo sobre ciencias ocultas, parapsicología, new age y religión que encontró en las estanterías. Todo fue inútil, no existía ningún caso como el de Marta. Simultaneaba su búsqueda por internet, pero la red era un tumulto de páginas, blogs y documentos redactados por iluminados que provocaron en él el hartazgo.  No encontró ningún caso parecido a lo que había vivido. Había pasado un año desde la desaparición y Carlos no hallaba consuelo. La espiral de salir, beber, bailar, tampoco le convencía porque no le permitía olvidar. Nadie le podía entender, nunca podría explicárselo a ninguna a persona y lo peor es que parecía que tampoco encontraría ninguna respuesta. Ni la ciencia ni la religión le podían ofrecer una salida. La única solución era el suicidio. Así que esta mañana resacosa lo único que ronda por su cabeza es acabar con su vida. El  día anterior lo había estado planeando todo. Coge las pastillas de orfidal, que venía tomando desde la desaparición de Marta. Esta vez se las va a tomar todas en un cóctel maravilloso. Prende la batidora e introduce los trozos de fruta que cortó ayer y que tiene en la nevera. Un poco de mango, unas rodajas de plátano, gajos de mandarinas, un poco de naranja, trocitos de melocotón, piña, un yogurt, hielo, mucho azúcar y todo el blister de orfidal. Ya que tiene que morir que sea dulce piensa.

La batidora comienza a girar las aspas creando un ruido ensordecedor en la cocina. Demasiada variedad de fruta piensa Carlos. En la televisión siguen emitiendo el telediario, pero el ruido es tan estridente que Carlos no puede escuchar. Se oye la voz del presentador que está retransmitiendo una noticia de última hora: “Científicos estadounidenses han encontrado una extraña mutación de virus en el estado de Virginia. La mutación que proviene de una especie de mariposa tropical rara en el país, parece que se está encontrando en otros animales base de la alimentación ordinaria en los humanos. Vacas, gallinas y otros animales de granja se están viendo infectados. Las consecuencias son nefastas para estos animales. Los síntomas iniciales son la pérdida de la función de las cuerdas vocales. Después van perdiendo fuerza progresivamente y dejan de comer poco a poco. Lo siguiente es el desinterés lógico por todo cuanto les rodea. Poco a poco van tornándose lívidos y transparentes para finalmente ir perdiendo poco a poco las extremidades y el resto de órganos. El final es la desaparición completa de los animales sin dejar rastro. Los científicos no encuentran respuesta ante este fenómeno en toda la historia de la humanidad. Temen que empiecen a aparecer mutaciones en humanos... “ El locutor continua hablando a través del televisor cuando Carlos apaga la batidora. Mira por un instante la pantalla y ve al presentador que tanta rabia le da en esa cadena, apaga el televisor. Coge la jarra de cristal y vierte el delicioso batido en el vaso. Bebe hasta la última gota y se relame. Sonríe con una mueca de afirmación, sabe que está haciendo lo correcto, no hay otra salida.

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