Relato 123 - Influencer
Influencer
El alma de Andrea se sentía vacía, más no así su cuerpo, a cuyo costado dormía un hombre al que desconocía. La luz, entre blanquecina y azulada, se filtraba por las persianas. Empezaba a amanecer. El desconocido, un seudónimo más entre el casi medio millón de seguidores de la cuenta @Itsmydreamsgirl, se movió y pasó la mano por encima del hombro de la joven, hasta descargarla sobre su seno desnudo.
—Debes ponerte un condón, y nada de besos.
—No me voy a volver a poner un forro.
—Entonces, te costará más.
—Bien. ¿Cuánto?
—Quinientos.
—No hay problema.
—¡Ey! Primero tienes que transferirlos.
—¿Ahora?
—Sí, antes de…
Alcanzó el celular y dos minutos después, el seudónimo encandiló los ojos de la joven mostrándole la pantalla.
—Bien. Ahora, espera me tomo una pastilla.
—¿No debería ser después?
—Después también me tomo otra.
Igual que antes de quedarse dormido, el desconocido no tardó mucho y la joven tomó la segunda pastilla. No hubo desayuno, tampoco una ducha o un beso de despedida. Solo un “Ha sido fantástico. Espero ver más fotos y reels tuyas. Estás buenísima”, antes de cerrar la puerta.
Verificó el estado de su cuenta bancaria. Le alcanzaba para la próxima renta y completar los gastos de servicios, un mes más de aguante, otros treinta días aguardando la oportunidad, una que no llegaba, aún.
El número de seguidores seguía creciendo, también la cantidad de corazones, las veces que había sido compartida su última publicación, los mensajes privados y los correos electrónicos. Halagos, emoticones de besos, corazones y ojos enamorados, poemas trillados, siempre con las mismas frases inspiradas por una erección, pero nada cercano al sueño por el que sacrificó la relación con sus padres y hermano, el que la llevó a desechar a su única y verdadera amiga en un acto de prepotencia, el que le infundió la idea de una vida en la que le bastaría con una captura de su iPhone para que el universo girara alrededor suyo y las marcas más reconocidas de ropa, cosméticos y joyas se la pelearan por una fotografía o vídeo con sus productos. Casi medio millón de seguidores, un título artificial de figura pública y ni siquiera la contactaba una fábrica de pasabocas.
Con algunas lágrimas escapando de sus ojos, se acostó, no había tenido una noche de descanso y pronto quedó dormida.
Despertó con la luz del mediodía filtrándose por las persianas. Giró sobre la almohada y la sintió más suave de lo usual, casi se resbalaba por la superficie del cojín. Se tocó la cabeza, extrañada por tan inusual sensación y lo que sintió le produjo un escalofrío. No dio crédito a lo que trasmitieron sus manos y se levantó como expulsada por un sismo del que solo la podía salvar el espejo del baño. Casi se desmayó cuando vio el reflejo de su cabeza sin un solo cabello.
—Qué demo… —dijo sin convencerse de lo que veía.
Regresó a la habitación y buscó su larga cabellera pelirroja entre las almohadas, debajo de la cama, en el piso, entre las cobijas, bajo las sábanas, incluso levantó el colchón, pero su lacio cabello de fuego había desaparecido. Volvió al espejo, esperanzada en verlo ahora que se sentía más despierta, pero la calva seguía allí, una lisa y perfecta superficie rosada en la que ni siquiera vio una marca de rape; era como si nunca hubiera tenido folículos capilares, una piel lisa y rosada que brillaba bajo la luz de la bombilla del baño. Consternada, las lágrimas no tardaron en mezclarse con el rímel hasta hacerla parecer la imagen humana de una muñeca macabra y la imagen en el espejo siguió siendo la misma, aún pese a negarse a reconocerla.
La encantadora @Itsmydreamsgirl se vio trastornada por todo tipo de posibilidades, desde la pesadilla de la que es imposible despertar, a envidiosos y enemigas imaginarias que entraron, mientras dormía, y aplicaron sobre su cabeza algún compuesto químico que la depiló mejor de lo que lo haría un láser. Atribulada, en un estado de nervios que rallaban la histeria, volvió a dormirse, esperando, soñando, con que, al despertar, encontraría su cabello.
No había amanecido aun cuando las pesadillas de la cabellera perdida la despertaron. No tuvo necesidad, y no quiso, pasar la mano por la cabeza; por la suavidad de la almohada sabía que su pelo no había regresado. Se levantó hambrienta, confiada en que quizá tenía una alucinación por falta de comida y las dos pastillas que se había tomado el día anterior. La cocina estaba iluminada por la luz del día que empezaba y se filtraba por el ventanal de la sala. Abrió la alacena donde guardaba el pan integral y al ver sus manos, volvió a sentir un horror parecido al de la víspera: sus dedos estaban lisos, la piel se prolongaba hasta las yemas sin que nada la detuviera. Sus uñas habían desaparecido. Casi se golpeó la cabeza contra la barra de la cocina cuando cayó hacia atrás. Repasó cada dedo de sus manos y todos estaban igual de lisos, incluso sus pies, descalzos en ese momento, carecían de uñas. Las esmaltadas piezas de sus dedos, sobre las que había elaborado intrincados dibujos y aplicado geles para resaltar su brillo, se habían ido de la misma manera en que lo había hecho su cabellera escarlata. Sonrió y empezó a reír, con más fuerza a cada carcajada, histérica, hasta que el llanto aflojó y cuando quiso jalarse el pelo, recordó que tampoco lo tenía. Vencida por el hambre, mordió las tajadas de pan que se precipitaron con ella, aderezadas con las lágrimas que le era imposible contener. Al mediodía escuchó que sonaba su celular.
«@Itsmydreamsgirl, hoy si vas a publicar?»
«@Itsmydreamsgirl, envía un reel, sin mucha ropa :P»
«@Itsmydreamsgirl, una transparencia, me muero por una transparencia!!»
La lista continuaba hasta casi contar un centenar. Sus seguidores la reclamaban, pero ¿cómo tomarse una selfie en esas circunstancias? Estuvo por lanzar el iPhone contra la pared, desesperada; la contuvo un atisbo de luz que le recordó el precio del aparato, que seguía pagando a cuotas. Tenía que tomarse una foto, a como diera lugar, una publicación diaria, era lo que habían dicho en el curso de redes sociales y ya estaba por completar el tercer día sin hacer una. Tenía que volver a tomar el control, lo que estaba sucediendo era el resultado de su poca credibilidad y falta de persistencia, también lo habían dicho en el curso. Se maquilló, solo un poco, lo suficiente para eliminar los signos de que había estado llorando. Enrolló una toalla en su cabeza y se puso la bata de baño, dejándose un generoso escote. «¿Quieren una foto? ¿Un trozo de mi cuerpo para esta noche? Aquí les envío un poco». No fueron sus mejores fotos, en verdad le hacía falta su cabellera de fuego y el maquillaje no le borraba la tristeza, pero les había cumplido.
«Hermosa», «Eres mi favorita», «Hubiera querido ser yo quien se bañara contigo», y otras cursilerías trilladas por el estilo empezaron a replicarse por la pantalla, pero no con la misma efervescencia de otras de sus publicaciones. Sin el fuego sobre su cabeza y el brillo en su rostro no era la misma. Se quedó dormida repasando fotografías anteriores.
La despertó un ruido proveniente del baño. Alguien estaba dentro, podía escucharlo. Debía ser el causante de la desaparición de su cabello y de sus uñas, estaba segura, pero la invadía el terror y no se atrevió a moverse, solo escuchaba. No supo cuánto tiempo estuvo atenta, pero lo que fuera que estaba ahí, a solo unos pasos de su cama, se había sentido descubierto y desapareció. Solo cuando estuvo segura de que no lo escuchaba más, se levantó, despacio, hacia el portero electrónico, con la intención de llamar al celador del edificio. Llegó al aparato y lo descolgó.
—Portería, buenas noches —saludó el celador con voz pesada.
—Haid adguen… —María sintió algo extraño en su boca—. Haid… —otra vez.
—Si, ¿diga? ¿De qué apartamento llama?
—No ed nada. Do sendo.
Colgó y se pasó la lengua por entre los dientes. No estaban, solo quedaba la sensación de unas encías vacías, desprovistas de sus compañeros óseos.
Ya no tenía lágrimas y los ojos le ardían. Habían arrancado sus dientes, igual que sus uñas, y aunque no sentía dolor físico, la carcomía por dentro un sufrimiento indecible, peor que una varilla al rojo vivo que retorciera sus entrañas. Se abrazó y gimió, acuclillada bajo el cable descolgado del telefonillo que pendía sobre su cabeza, hasta que el sol se compadeció de ella y entrometiéndose, a través de la ventana de la sala, entibió sus miembros engarrotados. Insuflada por el valor de quien cree no tener ya nada que perder, la joven se levantó y revisó el baño, no ya con la esperanza de encontrar las partes de su cuerpo que le habían sido arrebatadas, sino con la intención de enfrentar a lo que fuera que había escuchado durante la noche, pero no encontró nada inusual. Repasó bajo el váter, entre la ducha, al interior de los cajones, incluso desatornilló el espejo y revisó detrás de este, buscando cualquier señal de quien había estado registrando su baño y quizás, con algo de suerte, las partes de su cuerpo que le habían sido arrebatadas, pero no encontró nada. Intentó hacerse una idea de la manera en que el asaltante había logrado evadirse cuando se sintió descubierto, pero el baño no tenía ventanas, solo un pequeño filtro de ventilación por el que no cabía siquiera un niño. Inspeccionó la rendija, pero por el óxido de las tuercas, esta parecía no haber sido abierta desde el día en que la pusieron allí.
La soledad no tardó en hacerle compañía a la joven, que repasó los contactos de su teléfono móvil buscando un nombre, un número al que llamar, una voz a la que acudir, un oído dispuesto a escuchar el desahogo que necesitaba su alma en ese instante, pero la lista se extendía sin que su dedo sin uña hallara dónde detenerse. Eran todos nombres tan vacíos como su casi medio millón de seguidores, seudónimos que solo abultaban una cuenta tan superflua como lo era su vida en ese momento. Bajo el tormento de la desesperanza, que empezaba a acomodarse en cada espacio del apartamento, la joven gritó, en silencio, solo para ella, un clamor sordo que tuvo la fuerza para estremecer cada fibra de su cuerpo como el más fuerte de los aullidos de una agonía prolongada. Estiró los dedos de su mano izquierda y, tan lisos como estaban, los fotografió. El bramido contra la soledad continuaba y agitándola la obligó a compartir la carencia, la causa de su tormento, lo que le había sido arrebatado por el ser que la robaba mientras dormía. Tres segundos después los corazones se tiñeron de rojo y bastaron solo treinta más para que alumbrase el primer comentario.
«@Itsmydreamsgirl, radical. Me encanta!».
«@Itsmydreamsgirl, está genial. El efecto es perfecto».
«@Itsmydreamsgirlt, no sabía que eras experta en photoshop. No sé qué me quieres decir, pero siento que me susurras algo muy interesante».
«@Itsmydreamsgirl, nunca creí que un dedo sin uña fuera tan hermoso, y me los has enseñado tú».
La joven no podía creer lo que sus ojos de falsas pestañas leían en la pantalla del iPhone. Los comentarios no solo eran buenos y halagadores, sino que, incluso, parecían estar dotados de cierta profundidad, como si poseyesen un alma. Cuando el sol dejó de abrazarla, fue otro el calor que arrulló su corazón y anidó su sueño.
Para el momento en que regresaron los sonidos en el baño, la joven ya estaba despierta. Escuchó, sin abandonar el calor de las cobijas, que alguien estaba allí, a solo unos pasos de su cama. Era una persona pesada, de andar torpe, que golpeaba las paredes, la puerta y los cajones con cada movimiento. Sus pasos eran fangosos, parecía estar pisando siempre sobre suelo húmedo. Arañaba las paredes produciendo un crujido como de largas y gruesas garras que estuvieran rasgando el concreto y en vez de respirar, emitía la cacofonía de un zumbido con la fuerza de un panal que estuviese siendo golpeado.
—Zhhhh. Zhhhh, zhhhhh, zhhhhh.
No fue capaz de mirar, se limitó a escuchar y esperar a que el extraño se marchara, ojalá y por el mismo medio que había empleado la víspera, sin revelarse. Pasó lo que a la joven se le hizo una eternidad antes de que el silencio de la noche regresara. Esperó, sin poder dormir, a que el amanecer se anunciara y solo cuando el sol espantó hasta la última de las sombras, tuvo el valor para levantarse y entonces, al pasar por el costado del espejo del baño, descubrió que otra parte de su cuerpo le había sido arrebatada. El camisón del pijama caía con plena libertad, sin ensancharse en el lugar en que debían estar sus senos.
No se detuvo, salió de la habitación y se paró frente al ventanal de la sala. Hacía un día hermoso, soleado, los edificios parecían brillar con luz propia bajo un cielo de azul impoluto y lo mismo las personas que alcanzaba a ver a través de los cristales. Solo ella, su imagen proyectada en la ventana carecía de cualquier atisbo de felicidad y parecía estar condenada a irse deshaciendo entre la tristeza y la soledad, guarecida en su apartamento, sin que nadie llegara a darse cuenta de la manera en que estaba siendo destrozada, a pedazos. Levantó el iPhone e iluminada por el sol que repartía su candor a otros, capturó una selfie de su rostro sin cabello.
«@Itsmydreamsgirl, eres una valiente. Te apoyo».
«@Itsmydreamsgirl, me encanta lo que estás haciendo».
«@Itsmydreamsgirl, #unidascontraelcancer».
«@Itsmydreamsgirl, las mujeres son hermosas por lo que son. Adiós a los estereotipos de belleza».
«@Itsmydreamsgirl, mi nueva heroína. Me identifico con el mensaje que estás enviando».
«@Itsmydreamsgirl, siempre te creí demasiado superficial, pero ahora veo lo que estás intentando transmitir. ¿Te lo tenías planeado?».
El iPhone capturó una imagen del torso de la joven, que compartió al mundo.
«@Itsmydreamsgirl, sin tu “par” te ves más natural, más hermosa, más auténtica».
«@Itsmydreamsgirl,no sé cómo logras el efecto, te debe estar asesorando un magnífico editor de imagen, me encanta!».
«@Itsmydreamsgirl, eres lo que hay en tu interior, es eso lo que debe enamorar. Conmigo ya lo conseguiste».
Los mensajes se replicaban y para cuando el sol perdió de vista a la joven, y sin que esta se hubiera dado cuenta, el número de sus seguidores casi se había duplicado.
Decidida a enfrentarse al asaltante de medianoche, hizo un bulto en la cama y se escondió, arropada con unas pocas cobijas, en la sala. Agazapada, escuchaba con atención los sonidos de la madrugada: una pelea de gatos, los pasos del celador haciendo la ronda por el pasillo, las puertas del elevador, la ocasional ida al baño de un vecino y una lejana alarma de coche. Cuando estaba casi vencida por el sueño, y el tedio, oyó lo que deseaba, y menos quería, escuchar.
—Zhhhh. Zhhhh, zhhhhh, zhhhhh.
Provenía del baño de su habitación. Aguardó, reuniendo el valor que necesitaba para enfrentar al invasor, mientras escuchaba su zumbido, los pasos pesados y húmedos, los arañazos contra las paredes, sonidos de los que después no quedaba evidencia, pero existían, eran tan reales como ella misma y la luz de la calle que en ese momento iluminó sus indecisos pasos hacia el cuarto. Armada con el palo de la escoba, se atrevió a golpear la puerta de la habitación. Al hacerlo, el zumbido cesó y solo escuchó el ritmo de su corazón acelerado. No duró mucho y el asaltante abandonó su refugio. Proyectada contra la pared del corredor, la joven vio la sombra de lo que aparecía en su baño a la madrugada, una figura desproporcionada, de brazos raquíticos y tronco abultado del que emergía una cabeza delgada y en extremo alargada. Ahogando un grito, la joven huyó en dirección a la entrada del apartamento, decidida a salir sin consideración al aspecto de su cuerpo, pero antes de que pudiera dar dos pasos, sintió que la criatura alargaba su brazo y casi lo tenía sobre ella. Una espesa y fría mano apretó sus labios antes de que pudiera gritar.
—Zhhhh. Zhhhh,
La fuerza de su captor era increíble y con un solo movimiento, la arrojó hacia la cama, como si fuese un juguete lanzado por un niño. Allí, reflejado por la luz de la calle que se filtraba entre las persianas, pudo la joven ver al invasor al que se enfrentaba: una figura humanoide de proporciones discordes, semejante a un árbol en el que estuviese atrapado un hombre del que solo emergían los brazos, en extremo delgados, y sus piernas, ya casi adheridas a la corteza. La cabeza era un óvalo vertical al que una larga cabellera rojiza cubría el rostro y del tronco colgaban, a la altura del pecho, dos senos, desnudos, de pezones sonrosados. Aterida por el horror, incapaz siquiera de gritar, la joven intentó protegerse con sus brazos ante la criatura que se acercó, amenazante, y frente a una mirada cristalizada por el terror, del lugar en el que debía haber un rostro se abrió una fisura de carne por la que, en una mueca que intentaba ser una sonrisa, asomaron unos dientes perlados.
La joven no supo de dónde provino el valor que la impulsó a lanzar una patada al repugnante ser que le sonreía, vanagloriándose con las partes que había arrebatado a su cuerpo. El golpe borró la mueca del rostro sin cara, que se contrajo en lo más parecido a un gesto de dolor y contrariado por la valentía de quien tomaba por víctima, se contrajo y desapareció con el primer parpadeo de oscuridad. Todavía temblando y sintiéndose atragantada por el horror al que se había enfrentado, la joven estiró la mano hasta tropezar con la lámpara sobre la mesa de noche y con un movimiento reflejo la encendió. Miró alrededor, temiendo la aparición de la criatura, pero ni siquiera oyó su espantoso zumbido o caminar encharcado. Al levantarse, un mechón de cabello resbaló sobre su seno.
El alba terminó de disipar las sombras y el día brilló con la misma fuerza que lo hubiera hecho la jornada anterior. El borde superior de la pantalla del iPhone indicaba varios correos electrónicos no leídos.
«Andrea,
@Itsmydreamsgirl
Hemos visto tus más recientes fotografías y nos encantaría que fueras la imagen de la campaña publicitaria que nuestra fundación, con sede en Toronto-Canadá, quiere promover en defensa de los derechos de las mujeres que padecen por síndromes psicológicos asociados con la imposición cultural de la belleza. Por favor, si estás interesada, puedes contactarnos personalmente o a través de tu agente».
«Andrea,
Soy representante de una prestigiosa compañía internacional de cosméticos, interesada en destacar la belleza natural de las mujeres como tema de su siguiente campaña publicitaria, para lo que nos encantaría tenerte en nuestro equipo. Por favor, puedes contactarme de manera personal o por intermedio de tu agente».
«@Itsmydreamsgirl,
Mi nombre es Pablo Emilio Rendón, periodista de CNN y coproductor del Programa Tendencias en Línea. He visto el revuelo causado en redes sociales por tus más recientes fotografías en Instragram. Quisiéramos tenerte en nuestro siguiente programa. Puedes escribirme a este mismo correo, o por intermedio de tu agente, para acordar los detalles».
El buzón de entrada estaba lleno de mensajes muy similares.