Relato 92 . El hombre de vidrio

     — ¡Siempre, siempre, que haya tormenta, debes tapar el espejo!... – le dijo doña Cecilia a Carlos minutos antes de morir  —y añadió:

    —Promételo, Carlos… ¡Promételo!

    Él pensó que el pedido se debía a la avanzada edad o en su defecto a la demencia senil que su abuela ya experimentaba, más le pareció un acto de bondad prometerlo:

    —Sí abuela, sí… ¡Te lo prometo!...

    — ¡Prométeme que nunca te vas a deshacer del gato!… ¡Promételo Carlos, promételo!...—fue el segundo pedido  que a los gritos y casi sin aire  le hizo su abuela mientras le apretaba fuertemente la mano:

    —Sí, tranquila, abuela… ¡Tranquila!

    El gato era una figura de vidrio tan perfectamente diseñada que daba impresión verla tan idéntica a Londres, la mascota que habitaba en la casa cuando él era niño y que había desaparecido misteriosamente aquella noche de tormenta en la que una centella cayó sobre el tinglado de la casa del antiguo barrio de Palermo haciendo estallar toda la instalación eléctrica.

Dos días después, la abuela trajo la misteriosa figura de vidrio que colocó en la parte superior del antiguo modular justo en el lugar en el que el animal solía pernoctar. Yo recuerdo que la escultura me daba miedo: sus ojos parecían increíblemente reales y a veces cuando jugaba en el living de la casa  me parecía que la figuraba respiraba. Por las noches en las que iba a la cocina, el brillo del gato era tan extraño… parecía como si un relámpago hubiese quedado atrapado entre sus miembros de cristal y luchara por salir.

    Habían pasado ya varios años desde la muerte de doña Cecilia y él guardó la promesa de conservar el gato aun cuando había refaccionado totalmente la casa que presentaba ahora un aspecto bastante diferente en relación a la original vivienda tipo «chorizo» típica de los años 40 en la que fue construida: el modular del living había sido reemplazado por una moderna biblioteca de madera y un televisor de pantalla plana junto con los artefactos tecnológicos de rigor habían invadido el lugar: notebook, celulares y demás, sin embargo el gato, conforme a su promesa,  permanecía sobre la biblioteca que ocupaba toda la pared hasta el techo encerrado justo entre la colección completa de los cuentos de Edgar Alan Poe y la obra de Carl Jung.

 

    En la habitación, la cama y el viejo ropero habían sido donados al Ejército de Salvación y en su lugar se destacaban un somier de plaza y media, una mesita de luz re acondicionada y un televisor que emergía flotante a través de un metálico soporte de pared. También, en otra pared, -la lateral-  se encontraba colgado el espejo antiquísimo de forma ovalada con volutas de color negro y doradas que de día antojaba vintage –a él le parecía que quedaba muy bien – pero  al atardecer se tornaba de un aspecto sombrío que perduraba hasta la salida del sol. Incluso el ovalo parecía achicarse y agrandarse cada tanto cómo si en su interior latiera un siniestro corazón.  

No obstante, para cumplir con la promesa que le había hecho a la abuela en su lecho de muerte no pensaba deshacerse de él, tomando incluso la precaución de taparlo cada noche de tormenta con una frazada. En verdad, él no creía en las historias que siempre había escuchado  sobre el espejo pero lo hacía a manera de ritual de duelo, solo cómo una  excusa para acordarse de su querida abuela cada tanto: ya saben lo que enseña la tradición  del Día de los muertos, que sí nos olvidamos de nuestros seres queridos, sus almas desaparecerán para siempre. Y Carlos no iba a permitir eso.

    —Buenas, don Gerónimo, ¿cómo está usted?... ¡Pase! ¡Pase!...

    — ¿Cómo está m’ hijo? Hace rato le dije que iba a venir a ver cómo quedó su casa… ¿Se puede?... ¡Le traje caña con ruda!

    —Pero ¡Por favor!... pase, pase.

    Don Gerónimo era el único vecino que había sobrevivido de todos aquellos del tiempo de la abuela, siempre vestía de negro y tenía un sombrero parecido al de los cuáqueros, era huesudo y flaquísimo de una tez blanca amarillenta con la  piel casi transparente, uno sabía cuándo estaba por llegar porque lo precedía un desagradable olor a tabaco rancio. Cuando el viejo entraba a un lugar, observaba todo con obsesivo detenimiento y al retirarse dejaba  estampitas que decía tenían poderes mágicos en contra de todo tipo de males. Los vecinos más viejos del barrio rumoreaban que su edad rondaría  los 150 años pero a mí me parecía una exageración, evidentemente era una de esas leyendas urbanas que hoy están tan de moda:

    —Ha quedado todo muy bonito, recuerdo ésta casa desde antes que vinieran sus abuelos…—dijo.

    Yo sonreí, para mí era claro que me estaba haciendo una broma. El siguió mirándolo todo como si su comentario hubiera sido totalmente natural, cuando reparó en la figura del gato:

    —Veo que ha honrado su palabra cómo un caballero, y no se ha deshecho del gato… —y añadió: ¡Ahhhh! ¡Y lo tiene al lado de los cuentos de Edgar, un caballero muy gentil! …aunque un poco macabro cuando se emborrachaba.

    —Habla cómo si lo hubiera conocido, don Gerónimo…—señalé. Me miró serio y no respondió palabra.

    — ¡Ahhhh! ¡Pero qué bonito! —dijo con su voz rasposa y apagada mientras miraba alrededor cuando de repente reparó en el espejo y su rostro que pensé no podía ser más blanco,  se empalideció más  que un témpano polar:

    — ¡Ahhhh! usted sabe que tiene que tapar ese espejo las noches de tormenta ¿No?... ¡No se le ocurra olvidarlo!

    Noté que la muletilla « ¡Ahhhh! » que utilizaba el viejo ya me estaba comenzando a irritar:

    —Lo sé. Lo sé… La abuela me hizo prometerlo…

    — ¡Pues un caballero siempre cumple sus promesas! —gritó de repente. —En un tiempo eso era cuestión de vida o muerte... ¡¡¡De vida o muerte!!!...Lo dejo tranquilo Carlitos, acá le dejo una estampita de San Jorge para que lleve siempre cerca… ¡Y no se olvide de tapar el espejo!

    —Por supuesto, ¡por supuesto! —respondí mientras abría la puerta que da a la calle Bulnes esperando que el viejo se fuera rápidamente.

 

    Esa misma noche Carlos tenía una cita por lo que se preparó prolijamente: luego del baño, se sentó en la cama justo sobre el control remoto, la televisión se encendió de golpe y el casi muere del susto:

    — ¡Por Diosss! —gritó cuando escuchó de repente y a todo volumen la voz del presentador del noticiero que empezaba a dar el pronóstico para la noche:

    —Alerta meteorológico por tormentas eléctricas y viento fuerte, lluvia hasta la madrugada, ¡Lleven paraguas y recuerden cerrar las ventanas y tapar el espejo!....

    ¿Acaba de decir  tapar el espej…? —Carlos no terminó la frase cuando sonó el celular: «Te espero a las diez. Carolina» decía el mensaje.

    Eran las diez menos cuarto de la noche y él ya estaba por salir, cuando sonó el teléfono de línea:

    —Hola Carlitos ¿Cómo está?...lo llamo para que no se olvide de tapar el espejo porque hay alerta de tormenta con centellas para ésta noche…

    —Quédese tranquilo,  don Gerónimo… (¿De dónde sacó el viejo éste que va a haber centellas?) —pensó  —pero valoró el interés del hombre:

    — ¡Gracias por avisar!

    —Además, hoy pasé y le tiré por debajo de la puerta una estampita de San la Muerte…. ¡Agárrela, m´ hijo, y póngala en su cuarto cerca del espejo para que lo proteja!

    —Muchas Gracias don Gerónimo, ¡usted siempre tan atento! —le respondí mientras buscaba la estampita y la prendía fuego en la pileta de la cocina.

 

    Eran casi las diez de la noche y Carlos salía corriendo para llegar a tiempo a su cita que no estaba lejos cuando al pisar la calle,  un viento huracanado le dio de lleno en el rostro, los carteles de aluminio se ondulaban como serpentinas de carnaval reflejando el destello de las luces callejeras que ya titilaban con intención de apagarse,  las hojas de los árboles que ensuciaban  la vereda subían al cielo formando un perfecto remolino cómo el de la película Twister al tiempo que los perros callejeros  al unísono aullaban lastimosamente. Siguió caminando aunque la escena lo inquietó y mientras pensó en acelerar el paso,  le vino a la mente la imagen del viejo diciendo:

    — ¡El espejo! ¡El espejo!.... — ¡Mierda! ¡Me olvidé del maldito espejo! —gritó mientras corría pero ahora en dirección a su casa que había quedado diez cuadras atrás…

    Cuando llegó al zaguán la tormenta arreciaba y volaban objetos peligrosamente cerca de su cabeza. La vereda era un río de agua sucia que no se escurría por ningún lado, a  lo lejos se oyó una explosión gigante y la ciudad quedó sumida en la total oscuridad:

    — ¡Lo que faltaba! —masculló mientras tanteaba en la penumbra el agujero de la cerradura para abrir la puerta, finalmente pudo entrar a la casa: una extraña sensación cómo de frío glacial lo invadió mientras atravesaba el living y por un milisegundo le pareció que el gato de vidrio destellaba por dentro con esa luz violeta relámpago que  había visto cuando era niño… apresuró el paso para llegar a la habitación y se detuvo en la puerta con un mal presentimiento; se asomó lentamente: todo estaba oscuro y nada se veía a excepción del ovalo del espejo que resaltaba entre la oscuridad cómo un hueco de luz negra que parecía salir  de su interior a manera de pozo sin fin. Por primera vez le dio miedo la reliquia y cuando vio cómo destellaba atravesado por una descarga lumínica  exactamente igual a la que había visto instantes antes en la figura del gato,  se le erizó el vello de la piel. 

    Con una creciente sensación de terror se acercó al placard a tientas para tomar una frazada sin quitar los ojos de la pared y comenzó a caminar lentamente…otra vez le pareció ver que el oscuro ovalo de vidrio latía… ¡KABUUUUMMMMMMMMMMMM! ¡Sonó el trueno más potente que jamás había escuchado en su vida! y el piso de la casa tembló bajo sus pies…  ¡Trin! ¡Trin!- lo sobresaltó el mensaje de celular, que seguro era de Carolina para decirle que ya se había ido. Era lo que menos le importaba en ese momento: ¡KABUUUUMMMMMMMMMM! sonó un segundo trueno con la misma  intensidad que el anterior al que le siguió el ruido de cristales que estallaban a lo lejos mientras sonaban múltiples e intermitentes las alarmas de los autos en la calle:

    —¡Tengo que llegar!... —se dijo para darse ánimo y corrió rápidamente con la intención de tapar la reliquia,  pero el esfuerzo resultó en vano: justo un instante antes de llegar a  taparlo una centella dio en el techo del tinglado de la casa y abrazó su contorno que quedó envuelto en pequeñas descargas y llamitas violáceas -como esas del auto de Marty Mc Fly en Volver al futuro-, una de  ellas, bajando lentamente por la pared como una serpiente eléctrica alcanzó al espejo y al tocarlo una explosión de luz siniestra envolvió el lugar alcanzando su  cuerpo dejándolo totalmente  petrificado:

    — ¡No me puedo mover! … ¡No me puedo mover! —gritó mientras sentía en su cuerpo cómo si millones de astillas de vidrio se le hubieran clavado antes de perder enteramente la conciencia.

Lo despertó la claridad de la mañana y el maullido de un gato que se paseaba cerca, auditivamente le recordaba al gato de su abuela. Todavía se encontraba de pie,  no se podía mover y veía todo distorsionado cómo a través de un caleidoscopio, tampoco  podía hablar, era una experiencia semejante a la de la parálisis del sueño que solía frecuentarlo durante las noches,  estaba frente al espejo que volvía a tener su aspecto inocente y vintage pero… ¡Él no se podía ver!...

Mientras intentaba inútilmente moverse, se abrió la puerta de la casa y escuchó que alguien se acercaba lentamente, trato de girarse cuando sintió el aroma a tabaco rancio que llegaba como vahos hasta él pero no pudo hasta que el intruso tomándole cómo a un maniquí, lo giró cuidadosamente y quedando frente a él cara a cara le dijo:

 

    —Se lo advertí, m’ hijito. Se lo advertí...

 

    Perdí la noción del tiempo y para cuando recobré el sentido estaba  inmóvil en el patio de la casa flanqueado por Carl y Edgard, los dos enanos de jardín sobrevivientes a mi abuela que me miraban sospechosamente… Junto con los maullidos del gato, escuché a pocos pasos a don Gerónimo conversar con unas personas que yo no conocía: parece ser que eran los nuevos inquilinos de la casa.

    No pude escuchar todos los detalles de la conversación; solo que el viejo al firmar el contrato, les hizo jurar solemnemente que nunca, pero nunca, nunca, debían deshacerse del hombre de vidrio.

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Obra colectiva del equipo de coordinación ZonaeReader

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