Andora o la Pasión Sublimada (9na entrega)
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Andora o la Pasión Sublimada (9na entrega)
Capítulo XV
Ante Murame
Eran las siete y treinta de la noche cuando llegué al sitio convenido, en un claro de la selva a pocos metros de la playa. Andora ya estaba allí y a través de mi linterna pude ver que caminaba de un lado a otro con evidente nerviosismo. Yo también sentía miedo, pero el solo hecho de estar a su lado para redimir mis errores me brindaba las fuerzas que me hacían falta.
Enseguida me vio se abalanzó sobre mí y permanecimos abrazados por varios segundos. Su cuerpo temblaba al igual que el mío, con la diferencia de que ella lo hacía por miedo y yo por placer. Intenté calmarla, pero mis palabras sólo lograban acrecentar su desasosiego.
- Si muero quiero que me quemes –me dijo- No sé por qué, pero tengo un mal presagio... Quémame y arroja mis cenizas al mar, por favor... Júrame que vas a cumplir con mi última voluntad si acaso llego a...
- ¿A morir? –le pregunte- Eso nunca, Andora, nunca. Tú no puedes ni vas a morir.
- Necesito saber que cuento contigo. Dime: ¿lo harás?
- Calla –le grité- no vas a morir, deja esas especulaciones.
Diciéndole esto la llevé nuevamente a mi pecho, con tanta fuerza y pasión que pude sentir sus pezones erectos clavándose en mí.
- Perdóname, Raúl, es el miedo lo que me hace decir esas barbaridades, no te separes de mí. Aun faltan dos horas para que Domitila llegue. Solo cuento contigo, si no hubieras venido no sé lo que habría hecho. Tu presencia me da fuerzas.
Besé sus cabellos en un gesto de ternura que le demostrara mi solidaridad. Verla así me partía el alma, era aun una niña y en su rostro todavía se perfilaban los rasgos de una adolescencia interrumpida por los caprichos de una bestia. En ese momento hubiese querido cambiar su suerte por la mía... Era la primera vez que este sentimiento afloraba en mí.
No me quedó ningún resabio de duda, amaba a esa mujer, de una forma incomprensible y un tanto extraña para mí, pero la amaba. La deseaba con todas mis fuerzas y a la vez la necesitaba para darle todo el afecto, toda la ternura y todo el cariño que durante mi vida había reprimido. Andora había quitado todas mis máscaras y ya era imposible recogerlas. Siempre consideré que cualquier exceso era perjudicial en mi proyecto de vida, pero en ese instante no me importaba excederme en mi amor hacia aquella mujer... aunque ello evidenciara una obsesión fetichista.
Cuando llegó la hora que esperábamos Andora se encontraba dormida sobre mi hombro y tuve que despertarla...aquello me llenó de alegría pues supe que mi presencia había calmado su desasosiego. Tomé su mano y enrumbamos hasta la playa para encontrarnos con la anciana. La noche se tornaba muy oscura y la presencia de nubarrones en la inmensidad, parecían presagiar lluvia. Sin embargo, mas tormentosa resultaba aquella incertidumbre que se colaba hasta el alma para martirizarnos los nervios. Solo el vaivén de las olas, cuando llegamos a la playa, me dio algo de tranquilidad. Caminamos por la orilla y unas cuantas gotas nos cayeron en la cara… empezaría a llover muy pronto.
Después de un corto trecho llegamos al lugar acordado para el encuentro. Supe por Andora que era justo al frente de la piedra donde Domitila realizaba sus rituales. Nos sentamos de cara al mar, el tiempo arreciaba y la llovizna se tornaba más insistente. Ninguna embarcación se veía en la distancia, todas parecían ahuyentadas por la tormenta.
Un viento frío se desató de repente, proseguido de algunos centellazos que rasgaron el cielo reflejándose como flashes sobre la mar ya arreciada. Yo temblaba de frío e imaginé como podría estar Andora. Como no la podía cubrir con mi chaqueta la abracé para darle el calor de mi cuerpo. Ella se refugió entre mis brazos y así permanecimos algunos minutos hasta que una figura, apenas perceptible en la distancia, se aproximaba hacia nosotros. Venía con pasos quedos y traía en su mano una lámpara de querosén con la que se iluminaba el trayecto.
Era Domitila, avanzaba envuelta en una manta blanca que ondeaba con el viento para darle a su silueta un aire espectral. A veces se detenía, sometida por la furia de la tormenta, pero luego reiniciaba su marcha con pasos vacilantes que apenas le permitían avanzar.
La silueta insistía en llegar hasta nosotros, pero algo la detuvo cuando solo le faltaba un corto trecho. Salí a su encuentro y al tenerla casi al frente, una ráfaga de disparos se interpuso entre los dos. La anciana cayó de bruces y yo tuve que tirarme al suelo para evitar ser impactado por las balas. Me fui arrastrando hasta llegar a ella, pero ya estaba muerta y el manto que la cubría empapado con su sangre.
La oscuridad me impidió determinar de donde provenían las detonaciones, pero quienes lo hicieron, también me creyeron muerto a mí porque habían dejado de disparar. Después de eso, se hizo sentir una clama tensa, cargada de malos presagios. Desde donde me encontraba no podía divisar a Andora, pero no me atrevía a levantarme todavía, rogué para que ella no saliera del lugar donde se ocultaba.
Ya la tormenta se había desatado en toda su extensión, la lluvia hacia imposible ver más allá de las narices. Sin embargo, me levanté y corrí hasta donde me suponía que estaba la roca en la que Domitila hacía sus rituales. De nuevo sonaron los disparos, pero por fortuna, no nos alcanzaron. Andora aun permanecía allí, el miedo le impedía reaccionar, estaba lívida y no alcanzaba a pronunciar palabra. Había sido fuerte el impacto de ver como su última esperanza, a la que tanto se aferraba, yacía en la arena sin signos vitales.
Tomándola por el brazo la obligué a correr, de nuevo los disparos se colaban entre la lluvia, mientras que una voz daba la orden de perseguirnos.
- No puedo más, déjame, Raúl. Sigue tú, corre por tu vida que vale más que la mía.
- No te voy a dejar –le grité- Tenemos que buscar donde ocultarnos... Si nos matan que sea a los dos.
Una centella iluminó el firmamento, por fracciones de segundo el paisaje se delineó ante nosotros y pude ver unos mangles que bordeaban parte de la orilla. Corrimos hasta allá con todas nuestras fuerzas, lográndonos ocultar escasos segundos antes de que un grupo de hombres con ropa militar y linternas en mano nos pisaran las huellas. El agua estaba helada y la resaca insistentemente nos jalaba tras cada oleada. De no haber sido por las ramas de aquel árbol hubiéramos muerto, tragados por el mar.
Los seis hombres que nos perseguían traían consigo armas de alto calibre, hacían disparos al aire para amedrentarnos y nos gritaban que saliéramos porque de todas formas nos irían a encontrar. Conteniendo la respiración nos ocultamos bajo el agua mientras la luz de sus linternas se paseaba por el mangle, en apariencia desolado.
Las luces de un auto que se aproximaba a la playa los hizo desistir de la idea de seguirnos buscando. Claramente pude escuchar cuando uno de ellos les decía a sus compañeros que nos dieran por muertos y tragados por la mar para no continuar una búsqueda infructuosa. Los seis fueron hasta la orilla y después de intercambiar algunas palabras con el conductor del vehículo abandonaron la zona. Cuando salimos del agua, Andora volvió a entrar en una crisis nerviosa. Una y otra vez se repetía que habían matado a Domitila por su culpa y por eso no merecía seguir viviendo.
- No puedes decir eso –le referí- esa anciana vendría de todas formas a realizar sus rituales a esta playa. Tú misma me lo dijiste.
Mis palabras parecieron calmarla un poco, de nuevo nos abrazamos, tendidos bajo la lluvia justo al pie de aquella roca donde se hubiera dado el encuentro.
- Me siento cansada, Raúl, muy cansada. No quiero seguir sosteniendo más esta farsa en la que se ha tornado mi existencia. Te arrastré conmigo en mi locura y si algo te hubiese pasado no me lo perdonaría jamás.
En aquel instante sus palabras reflejaban decepción y tristeza, pero por encima de todo, una gran desesperanza. No sabía como calmarla, porque de cierta forma, yo también presagiaba el final.
- Tomé una decisión –me dijo- ¿Puedo contar contigo?
- ¿Qué pretendes hacer?
- Lo que debí haber hecho desde hace mucho tiempo, terminar con mi vida para librar mi alma y mi cuerpo de tanto tormento.
Aquella confesión resultó fulminante para mí, estaba cargada de una resolución que jamás había percibido en ella. Todo parecía indicar que habíamos llegado al final de sus esperanzas y de mis ilusiones. En ese instante, siguiendo un impulso repentino, me arrodillé ante ella para implorarle que desistiera de aquella idea; que pensara en mí si ya conocía mis sentimientos, pues no podría concebir la vida sin su presencia.
Le hablaba y mis palabras sonaban como las de un condenado que pretendía convencer a su verdugo para que le perdonase la vida, y es que irremisiblemente mi vida se encontraba encadenada a la suya, y si ella se mataba, me mataba a mí también.
Andora me levantó por los hombros. Yo permanecía con la mirada gacha, sin atreverme a enfrentar aquellos ojos que, en silencio, recriminaban mi flaqueza. Retomando la dulzura de su voz me dijo:
- Anda... mírame ¿Qué te parece si caminamos un poco?
Su mano se tendía hacia mí, la tomé vacilante, creyendo que se esfumaría de un momento a otro. Caminamos hacia el otro extremo de la playa. Ya había escampado y las nubes comenzaban a despejar una débil luna que apenas iluminaba el paisaje.
- Por acá no corremos peligro, ellos no frecuentan esta parte de la playa por que hay muchas rocas y peñascos que les impiden llegar con sus lanchas. Acompáñame, más adelante se oculta un pequeño bote que era de Gerald.
La mar también había recuperado su calma y la embarcación apenas se movía atada al andén que Gerald le había fabricado. Cuando subimos al bote, de nuevo me recosté en sus piernas. Estar en aquella posición me hacía sentir una paz reconfortante, era como regresar a la calidez y protección del vientre materno. Solo cuando estaba a su lado se disipaba el más arraigado de mis temores, perderla.
Como invitado fortuito el silencio nos acompañaba en aquel instante, era un silencio grato, placentero se podría decir. Un silencio que favorecía nuestra comunicación sin palabras. El contacto de su piel con la mía nos estrechaba de una manera indescriptible, haciéndonos sentir parte de un mismo cuerpo.
- Sabes que no puedo seguir así –dijo Andora cuando me supuso más clamado- ¿Cuánto tiempo más crees que pueda durar esta situación? Un día... dos... un año ¡Qué importa! Solo sería una prolongación de mi martirio. Si en verdad me quieres tienes que comprenderme, Raúl.
Intenté replicarle, pero no me dejó, con un beso sereno y prolongado llenó mi boca, mientras mis sentidos se aletargaban. Las ideas se me esfumaban en ese instante y no me quedaron argumentos. De nuevo el silencio nos invadió, pero esta vez se presentaba como un intervalo reflexivo que nos preparaba para una revelación más intensa.
- También me enamoré de ti, Raúl. Quizás de una forma más lenta, pero al final de cuentas con la misma intensidad. Al principio era solo el placer de escuchar tu voz cuando me leías algunos de los manuscritos de la historia. Mis ojos se aferraban a tu boca y mis labios trataban de acompasarse a los tuyos, era como besarte en la distancia y me hacía feliz. Cada mañana me despertaba con la ilusión del encuentro, verte llegar me reconfortaba con la vida de una manera casi mágica, pero tú nunca interpretaste las señales; ni cuando te di el primer beso un tanto ingenuo y desprevenido; ni tiempo después cuando lo volví a hacer con la intención explicita de atraerte. Estabas tan obsesionado con tus propios sentimientos que no te detuviste a pensar en lo que yo podría estar sintiendo y diste por sentado que te habías enamorado solo. De todas formas, creo que ya nada importa. Todo acabó, Raúl, todo.
- Todavía hay tiempo –le respondí- Dejemos este lugar y vamos a comenzar de cero.
- ¡No! No voy a levantar esperanzas para luego tener que enterrarlas. Ya he sufrido mucho y no deseo que tú sigas sufriendo conmigo.
Esa noche, Andora traía un saquito atado a su muñeca, no había reparado en él hasta que se lo quitó y lo abrió para sacar dos diminutos envoltorios que examinó por algunos instantes. Guardó una y dejó la otra a mano mientras me decía:
- Es veneno, quiero que estés conmigo mientras muero. Con esta fórmula no voy a sufrir, solo me iré durmiendo y ya no despertaré jamás. Exnabor me la entregó para casos extremos y aunque sé que no es un caso extremo, considero que es el momento más oportuno.
- No puedo, Andora, pides algo que me destrozaría el alma. ¿No lo entiendes?
- No te estoy pidiendo que seas mi verdugo, solo que me abraces y no te separes de mí hasta que ya no sientas mi corazón. Si después de eso aun te quedan fuerzas, quema mis restos y arrójalos al mar.
Me dejó sin palabras y con una opresión en mi garganta que solo me permitía exhalar un llanto monótono y prolongado. Ella secó mis lágrimas con sus manos y luego se recostó sobre mi pecho para contemplar el mar mientras yo abrigaba su cuerpo con mis manos. Ambos parecíamos resignados a un irremediable final.
Levantó su mano para llevar el veneno a su boca, quise detenerla, pero no lo hice, no pude. Ni un solo movimiento se interponía ante aquel acto que consumaría su final, ni una sola palabra que la hiciera desistir de su resolución. Solo la espera agobiante de lo que ya no se podía evitar.
De pronto, Andora detuvo su mano, justo en el instante cuando aquel mortífero envoltorio iba a tocar sus labios. Algo súbito la obligó a contener aquel acto, tornando su resignación en sorpresiva inquietud. Su mirada se centraba ansiosa en la inmensidad del mar, mientras su dedo tembloroso se afanaba en señalar algo informe que levantaba en medio de aquella oscuridad.
Por unos instantes, el mar se tiño de un matiz fosforescente que formaba un halo alrededor de donde estábamos. Poco a poco aquel contorno fue levantándose por encima del agua para agruparse en un montículo resplandeciente que nos cegaba con su luz. Escasos segundos bastaron para que adquiriera forma humana, era una silueta femenina que irradiaba una paz indescriptible y en extremo reconfortante.
Aquella mujer, parecía estar dotada de una belleza etérea que emanaba de su mirada, de esos ojos verdes que envolvían en un aura serena de la que nadie quisiera salir. Sus cabellos eran de un negro casi azulado y producían un hermoso contraste con la blancura de su rostro, rostro de diosa que trascendía las dimensiones humanas. Llegó hasta nosotros como traída por las olas, dejando a su paso una estela luminosa que era absorbida por el mar. Andora fue la primera en salir de aquel letargo en el que nos encontrábamos y se atrevió a preguntar:
- ¿Quién eres? .... ¿Acaso, Murame?
- Si me miras con los ojos de aquella anciana, tendré que decirte que sí, pero si te atreves a descubrirme con tu propia mirada podrás ver que soy mucho más que esa palabra.
- No logro entenderte.
- Murame es solo uno de los nombres que la gente me da, pero más que eso soy una esencia constituida por energías, fuerzas y emociones.
- Sigo en el limbo –repuso Andora-
- Los seres humanos constantemente emanan pensamientos, algunas veces con odio, otras con amor. Esos pensamientos adquieren vida, forma consistencia y se agrupan por afinidad para asombrar luego a sus propios creadores, quienes no terminan de asumirlos. Los pensamientos, querida Andora, son energías en potencia que, tarde o temprano, emergen al mundo de las formas para nutrirse de su principal fuente: más pensamientos. De allí vengo yo, pero también Sebalá, solo que nuestra esencia es muy distinta a pesar de emerger de la misma sustancia. Las bajas pasiones y los pensamientos lujuriosos, son emociones primitivas que responden a la naturaleza animal del hombre y Sebalá es en definitiva eso: pensamientos acumulados tras siglos y siglos en los que el hombre se ha entregado a la satisfacción desmedida y caprichosa de sus apetencias sexuales.
Después de aquella revelación, un silencio reflexivo se estableció entre Andora y aquel ser, sus miradas se envolvían mutuamente en el instante mismo que me atreví a preguntar:
- Y entonces... ¿Tú de dónde vienes que dices compartir su misma sustancia?
- También soy el resultado de pensamientos y emociones. Así como existen pasiones morbosas que degradan la naturaleza originaria del ser, existen amores ideales que son el reflejo de una voluntad perfecta. La unión sexual de dos seres que se aman de esta forma, va más allá de la satisfacción pasional y se transforma en una comunión de dos almas que cuando llegan al clímax, alcanzan ese éxtasis sublime que los aproxima a una nueva dimensión del amor y el placer. El deseo, cuando responde al plan originario para el que fue concebido, se convierte en una fuerza liberadora que engendra pensamientos sublimes de paz, amor, ternura y felicidad.
Siguió hablando para mí, lo supe por sus revelaciones, aunque su mirada se centrara en Andora.
- Tú has ido sublimando esa naturaleza primitiva que, en un momento, canalizaba tus actos. De no ser por ello, yo no me encontraría acá y Andora ya hubiera muerto, pero aun les falta mucho trecho por recorrer. Los cambios han generado confusión en sus almas y en sus pensamientos, pero deben asumirlos con madurez para que se propicie el punto exacto de equilibrio.
- Comprendo todo lo que dices –replicó Andora- pero porque Exnabor nunca me habló de eso.
- Simplemente porque no me conoce, no sabe quien soy ni de donde vengo. Para él solo existe su ciencia y su magia, por lo que le cuesta ver más allá de lo que cada una le presenta. Pactó con Sebalá porque la consideraba una entidad de menor jerarquía en el culto santero. Pensó que el riesgo era ínfimo y, cuando las consecuencias se presentaron, ya era demasiado tarde. Ahora para combatirla se atiene a rituales y sortilegios que no tienen más poder que los que aquella anciana usaba para invocarme. Pero Exnabor no es el único que te ha revelado medias verdades, él quizás lo hizo por ignorancia, Sebalá lo hizo por conveniencia.
La mirada de Andora tomó un brillo de expectación en este punto de la revelación de Murame.
- Es cierto que el control de tu cuerpo depende de Sebalá, pero no el de tu alma ni el de tus pensamientos, al menos si no se lo permites. Eso te lo revelé por medio de aquella anciana que, en un comienzo, utilicé para acercarme a ti. Para liberarte definitivamente de ella no era necesario que consiguieras un hombre que te amara por lo que realmente vales, aunque ese ser ya lo has encontrado. Tan solo bastaba con que reconocieras tu propia capacidad de amar por encima del deseo, como lo estabas haciendo mientras le confesabas tu amor a esta persona.
- Pero creo que eso no es suficiente para desprenderme de mi opresora. –le increpó Andora-
- Solo te queda un fantasma por exorcizar y es el de tus miedos, ellos generan energías afines a Sebalá que le permiten entrar en tus pensamientos. No será tarea fácil, pues en todo este tiempo has ido acrecentando tu temor hacía ella y eso le permitió generar los Saragones que te atacaron, pero tampoco es una empresa imposible.
- Creo que ya es tarde de todas formas –dijo Andora retomando el tono fatalista- Si hubieses venido antes, a lo mejor me hubiera salvado.
- Las puertas de tu corazón permanecían cerradas para mí. ¿Cómo querías que entrara? Solo la confesión de tu amor me ha dado un resquicio por donde entrar, porque es el resultado de un sentimiento incondicional que es capaz de llegar hasta el sacrificio y la entrega desinteresada. Estaré contigo en la medida que tu disposición a amar sea superior a tus miedos, pero tienes que recordar dos cosas: primero, es necesario que recuperes tu cuerpo y para ello debes develar y activar el chakra que yace en tu sexo; y lo segundo es que de ahora en adelante debes estar alerta para afrontar el desafío final porque Sebalá no se va a dar por vencida tan fácilmente.
Murame o quien fuera se despidió con estás palabras:
- Sigue el sendero de tus pasiones hasta sublimar el deseo en un éxtasis mutuo. Mezcla tus flujos, tus pensamientos, tus emociones. Entrégate con la misma plenitud con que recibes, de allí a tu salvación sólo mediarán escasas circunstancias.
La aparición se disolvió en una densa neblina que se fue esparciendo hasta tornarse imperceptible. Quedamos atónitos y sin saber que decir, Andora nuevamente fue la primera en reaccionar y con una sonrisa reconfortante me dijo:
- Después de todo, las esperanzas siguen.
Yo no supe que responderle.
Arrojó el veneno y se echó a mis brazos reventando a llorar, aunque esta vez de alegría. Yo contemplaba las estrellas que se habían abierto paso tras la tormenta y también me sentía feliz. Bajamos del bote y caminamos largo rato entre la maleza hasta llegar a mi auto.
- Mañana no nos veremos –me dijo antes de separarnos- Tú tienes que descansar y yo preparar algunas cosas.
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Continuará
Carlos Pereyra
Ante Murame
Eran las siete y treinta de la noche cuando llegué al sitio convenido, en un claro de la selva a pocos metros de la playa. Andora ya estaba allí y a través de mi linterna pude ver que caminaba de un lado a otro con evidente nerviosismo. Yo también sentía miedo, pero el solo hecho de estar a su lado para redimir mis errores me brindaba las fuerzas que me hacían falta.
Enseguida me vio se abalanzó sobre mí y permanecimos abrazados por varios segundos. Su cuerpo temblaba al igual que el mío, con la diferencia de que ella lo hacía por miedo y yo por placer. Intenté calmarla, pero mis palabras sólo lograban acrecentar su desasosiego.
- Si muero quiero que me quemes –me dijo- No sé por qué, pero tengo un mal presagio... Quémame y arroja mis cenizas al mar, por favor... Júrame que vas a cumplir con mi última voluntad si acaso llego a...
- ¿A morir? –le pregunte- Eso nunca, Andora, nunca. Tú no puedes ni vas a morir.
- Necesito saber que cuento contigo. Dime: ¿lo harás?
- Calla –le grité- no vas a morir, deja esas especulaciones.
Diciéndole esto la llevé nuevamente a mi pecho, con tanta fuerza y pasión que pude sentir sus pezones erectos clavándose en mí.
- Perdóname, Raúl, es el miedo lo que me hace decir esas barbaridades, no te separes de mí. Aun faltan dos horas para que Domitila llegue. Solo cuento contigo, si no hubieras venido no sé lo que habría hecho. Tu presencia me da fuerzas.
Besé sus cabellos en un gesto de ternura que le demostrara mi solidaridad. Verla así me partía el alma, era aun una niña y en su rostro todavía se perfilaban los rasgos de una adolescencia interrumpida por los caprichos de una bestia. En ese momento hubiese querido cambiar su suerte por la mía... Era la primera vez que este sentimiento afloraba en mí.
No me quedó ningún resabio de duda, amaba a esa mujer, de una forma incomprensible y un tanto extraña para mí, pero la amaba. La deseaba con todas mis fuerzas y a la vez la necesitaba para darle todo el afecto, toda la ternura y todo el cariño que durante mi vida había reprimido. Andora había quitado todas mis máscaras y ya era imposible recogerlas. Siempre consideré que cualquier exceso era perjudicial en mi proyecto de vida, pero en ese instante no me importaba excederme en mi amor hacia aquella mujer... aunque ello evidenciara una obsesión fetichista.
Cuando llegó la hora que esperábamos Andora se encontraba dormida sobre mi hombro y tuve que despertarla...aquello me llenó de alegría pues supe que mi presencia había calmado su desasosiego. Tomé su mano y enrumbamos hasta la playa para encontrarnos con la anciana. La noche se tornaba muy oscura y la presencia de nubarrones en la inmensidad, parecían presagiar lluvia. Sin embargo, mas tormentosa resultaba aquella incertidumbre que se colaba hasta el alma para martirizarnos los nervios. Solo el vaivén de las olas, cuando llegamos a la playa, me dio algo de tranquilidad. Caminamos por la orilla y unas cuantas gotas nos cayeron en la cara… empezaría a llover muy pronto.
Después de un corto trecho llegamos al lugar acordado para el encuentro. Supe por Andora que era justo al frente de la piedra donde Domitila realizaba sus rituales. Nos sentamos de cara al mar, el tiempo arreciaba y la llovizna se tornaba más insistente. Ninguna embarcación se veía en la distancia, todas parecían ahuyentadas por la tormenta.
Un viento frío se desató de repente, proseguido de algunos centellazos que rasgaron el cielo reflejándose como flashes sobre la mar ya arreciada. Yo temblaba de frío e imaginé como podría estar Andora. Como no la podía cubrir con mi chaqueta la abracé para darle el calor de mi cuerpo. Ella se refugió entre mis brazos y así permanecimos algunos minutos hasta que una figura, apenas perceptible en la distancia, se aproximaba hacia nosotros. Venía con pasos quedos y traía en su mano una lámpara de querosén con la que se iluminaba el trayecto.
Era Domitila, avanzaba envuelta en una manta blanca que ondeaba con el viento para darle a su silueta un aire espectral. A veces se detenía, sometida por la furia de la tormenta, pero luego reiniciaba su marcha con pasos vacilantes que apenas le permitían avanzar.
La silueta insistía en llegar hasta nosotros, pero algo la detuvo cuando solo le faltaba un corto trecho. Salí a su encuentro y al tenerla casi al frente, una ráfaga de disparos se interpuso entre los dos. La anciana cayó de bruces y yo tuve que tirarme al suelo para evitar ser impactado por las balas. Me fui arrastrando hasta llegar a ella, pero ya estaba muerta y el manto que la cubría empapado con su sangre.
La oscuridad me impidió determinar de donde provenían las detonaciones, pero quienes lo hicieron, también me creyeron muerto a mí porque habían dejado de disparar. Después de eso, se hizo sentir una clama tensa, cargada de malos presagios. Desde donde me encontraba no podía divisar a Andora, pero no me atrevía a levantarme todavía, rogué para que ella no saliera del lugar donde se ocultaba.
Ya la tormenta se había desatado en toda su extensión, la lluvia hacia imposible ver más allá de las narices. Sin embargo, me levanté y corrí hasta donde me suponía que estaba la roca en la que Domitila hacía sus rituales. De nuevo sonaron los disparos, pero por fortuna, no nos alcanzaron. Andora aun permanecía allí, el miedo le impedía reaccionar, estaba lívida y no alcanzaba a pronunciar palabra. Había sido fuerte el impacto de ver como su última esperanza, a la que tanto se aferraba, yacía en la arena sin signos vitales.
Tomándola por el brazo la obligué a correr, de nuevo los disparos se colaban entre la lluvia, mientras que una voz daba la orden de perseguirnos.
- No puedo más, déjame, Raúl. Sigue tú, corre por tu vida que vale más que la mía.
- No te voy a dejar –le grité- Tenemos que buscar donde ocultarnos... Si nos matan que sea a los dos.
Una centella iluminó el firmamento, por fracciones de segundo el paisaje se delineó ante nosotros y pude ver unos mangles que bordeaban parte de la orilla. Corrimos hasta allá con todas nuestras fuerzas, lográndonos ocultar escasos segundos antes de que un grupo de hombres con ropa militar y linternas en mano nos pisaran las huellas. El agua estaba helada y la resaca insistentemente nos jalaba tras cada oleada. De no haber sido por las ramas de aquel árbol hubiéramos muerto, tragados por el mar.
Los seis hombres que nos perseguían traían consigo armas de alto calibre, hacían disparos al aire para amedrentarnos y nos gritaban que saliéramos porque de todas formas nos irían a encontrar. Conteniendo la respiración nos ocultamos bajo el agua mientras la luz de sus linternas se paseaba por el mangle, en apariencia desolado.
Las luces de un auto que se aproximaba a la playa los hizo desistir de la idea de seguirnos buscando. Claramente pude escuchar cuando uno de ellos les decía a sus compañeros que nos dieran por muertos y tragados por la mar para no continuar una búsqueda infructuosa. Los seis fueron hasta la orilla y después de intercambiar algunas palabras con el conductor del vehículo abandonaron la zona. Cuando salimos del agua, Andora volvió a entrar en una crisis nerviosa. Una y otra vez se repetía que habían matado a Domitila por su culpa y por eso no merecía seguir viviendo.
- No puedes decir eso –le referí- esa anciana vendría de todas formas a realizar sus rituales a esta playa. Tú misma me lo dijiste.
Mis palabras parecieron calmarla un poco, de nuevo nos abrazamos, tendidos bajo la lluvia justo al pie de aquella roca donde se hubiera dado el encuentro.
- Me siento cansada, Raúl, muy cansada. No quiero seguir sosteniendo más esta farsa en la que se ha tornado mi existencia. Te arrastré conmigo en mi locura y si algo te hubiese pasado no me lo perdonaría jamás.
En aquel instante sus palabras reflejaban decepción y tristeza, pero por encima de todo, una gran desesperanza. No sabía como calmarla, porque de cierta forma, yo también presagiaba el final.
- Tomé una decisión –me dijo- ¿Puedo contar contigo?
- ¿Qué pretendes hacer?
- Lo que debí haber hecho desde hace mucho tiempo, terminar con mi vida para librar mi alma y mi cuerpo de tanto tormento.
Aquella confesión resultó fulminante para mí, estaba cargada de una resolución que jamás había percibido en ella. Todo parecía indicar que habíamos llegado al final de sus esperanzas y de mis ilusiones. En ese instante, siguiendo un impulso repentino, me arrodillé ante ella para implorarle que desistiera de aquella idea; que pensara en mí si ya conocía mis sentimientos, pues no podría concebir la vida sin su presencia.
Le hablaba y mis palabras sonaban como las de un condenado que pretendía convencer a su verdugo para que le perdonase la vida, y es que irremisiblemente mi vida se encontraba encadenada a la suya, y si ella se mataba, me mataba a mí también.
Andora me levantó por los hombros. Yo permanecía con la mirada gacha, sin atreverme a enfrentar aquellos ojos que, en silencio, recriminaban mi flaqueza. Retomando la dulzura de su voz me dijo:
- Anda... mírame ¿Qué te parece si caminamos un poco?
Su mano se tendía hacia mí, la tomé vacilante, creyendo que se esfumaría de un momento a otro. Caminamos hacia el otro extremo de la playa. Ya había escampado y las nubes comenzaban a despejar una débil luna que apenas iluminaba el paisaje.
- Por acá no corremos peligro, ellos no frecuentan esta parte de la playa por que hay muchas rocas y peñascos que les impiden llegar con sus lanchas. Acompáñame, más adelante se oculta un pequeño bote que era de Gerald.
La mar también había recuperado su calma y la embarcación apenas se movía atada al andén que Gerald le había fabricado. Cuando subimos al bote, de nuevo me recosté en sus piernas. Estar en aquella posición me hacía sentir una paz reconfortante, era como regresar a la calidez y protección del vientre materno. Solo cuando estaba a su lado se disipaba el más arraigado de mis temores, perderla.
Como invitado fortuito el silencio nos acompañaba en aquel instante, era un silencio grato, placentero se podría decir. Un silencio que favorecía nuestra comunicación sin palabras. El contacto de su piel con la mía nos estrechaba de una manera indescriptible, haciéndonos sentir parte de un mismo cuerpo.
- Sabes que no puedo seguir así –dijo Andora cuando me supuso más clamado- ¿Cuánto tiempo más crees que pueda durar esta situación? Un día... dos... un año ¡Qué importa! Solo sería una prolongación de mi martirio. Si en verdad me quieres tienes que comprenderme, Raúl.
Intenté replicarle, pero no me dejó, con un beso sereno y prolongado llenó mi boca, mientras mis sentidos se aletargaban. Las ideas se me esfumaban en ese instante y no me quedaron argumentos. De nuevo el silencio nos invadió, pero esta vez se presentaba como un intervalo reflexivo que nos preparaba para una revelación más intensa.
- También me enamoré de ti, Raúl. Quizás de una forma más lenta, pero al final de cuentas con la misma intensidad. Al principio era solo el placer de escuchar tu voz cuando me leías algunos de los manuscritos de la historia. Mis ojos se aferraban a tu boca y mis labios trataban de acompasarse a los tuyos, era como besarte en la distancia y me hacía feliz. Cada mañana me despertaba con la ilusión del encuentro, verte llegar me reconfortaba con la vida de una manera casi mágica, pero tú nunca interpretaste las señales; ni cuando te di el primer beso un tanto ingenuo y desprevenido; ni tiempo después cuando lo volví a hacer con la intención explicita de atraerte. Estabas tan obsesionado con tus propios sentimientos que no te detuviste a pensar en lo que yo podría estar sintiendo y diste por sentado que te habías enamorado solo. De todas formas, creo que ya nada importa. Todo acabó, Raúl, todo.
- Todavía hay tiempo –le respondí- Dejemos este lugar y vamos a comenzar de cero.
- ¡No! No voy a levantar esperanzas para luego tener que enterrarlas. Ya he sufrido mucho y no deseo que tú sigas sufriendo conmigo.
Esa noche, Andora traía un saquito atado a su muñeca, no había reparado en él hasta que se lo quitó y lo abrió para sacar dos diminutos envoltorios que examinó por algunos instantes. Guardó una y dejó la otra a mano mientras me decía:
- Es veneno, quiero que estés conmigo mientras muero. Con esta fórmula no voy a sufrir, solo me iré durmiendo y ya no despertaré jamás. Exnabor me la entregó para casos extremos y aunque sé que no es un caso extremo, considero que es el momento más oportuno.
- No puedo, Andora, pides algo que me destrozaría el alma. ¿No lo entiendes?
- No te estoy pidiendo que seas mi verdugo, solo que me abraces y no te separes de mí hasta que ya no sientas mi corazón. Si después de eso aun te quedan fuerzas, quema mis restos y arrójalos al mar.
Me dejó sin palabras y con una opresión en mi garganta que solo me permitía exhalar un llanto monótono y prolongado. Ella secó mis lágrimas con sus manos y luego se recostó sobre mi pecho para contemplar el mar mientras yo abrigaba su cuerpo con mis manos. Ambos parecíamos resignados a un irremediable final.
Levantó su mano para llevar el veneno a su boca, quise detenerla, pero no lo hice, no pude. Ni un solo movimiento se interponía ante aquel acto que consumaría su final, ni una sola palabra que la hiciera desistir de su resolución. Solo la espera agobiante de lo que ya no se podía evitar.
De pronto, Andora detuvo su mano, justo en el instante cuando aquel mortífero envoltorio iba a tocar sus labios. Algo súbito la obligó a contener aquel acto, tornando su resignación en sorpresiva inquietud. Su mirada se centraba ansiosa en la inmensidad del mar, mientras su dedo tembloroso se afanaba en señalar algo informe que levantaba en medio de aquella oscuridad.
Por unos instantes, el mar se tiño de un matiz fosforescente que formaba un halo alrededor de donde estábamos. Poco a poco aquel contorno fue levantándose por encima del agua para agruparse en un montículo resplandeciente que nos cegaba con su luz. Escasos segundos bastaron para que adquiriera forma humana, era una silueta femenina que irradiaba una paz indescriptible y en extremo reconfortante.
Aquella mujer, parecía estar dotada de una belleza etérea que emanaba de su mirada, de esos ojos verdes que envolvían en un aura serena de la que nadie quisiera salir. Sus cabellos eran de un negro casi azulado y producían un hermoso contraste con la blancura de su rostro, rostro de diosa que trascendía las dimensiones humanas. Llegó hasta nosotros como traída por las olas, dejando a su paso una estela luminosa que era absorbida por el mar. Andora fue la primera en salir de aquel letargo en el que nos encontrábamos y se atrevió a preguntar:
- ¿Quién eres? .... ¿Acaso, Murame?
- Si me miras con los ojos de aquella anciana, tendré que decirte que sí, pero si te atreves a descubrirme con tu propia mirada podrás ver que soy mucho más que esa palabra.
- No logro entenderte.
- Murame es solo uno de los nombres que la gente me da, pero más que eso soy una esencia constituida por energías, fuerzas y emociones.
- Sigo en el limbo –repuso Andora-
- Los seres humanos constantemente emanan pensamientos, algunas veces con odio, otras con amor. Esos pensamientos adquieren vida, forma consistencia y se agrupan por afinidad para asombrar luego a sus propios creadores, quienes no terminan de asumirlos. Los pensamientos, querida Andora, son energías en potencia que, tarde o temprano, emergen al mundo de las formas para nutrirse de su principal fuente: más pensamientos. De allí vengo yo, pero también Sebalá, solo que nuestra esencia es muy distinta a pesar de emerger de la misma sustancia. Las bajas pasiones y los pensamientos lujuriosos, son emociones primitivas que responden a la naturaleza animal del hombre y Sebalá es en definitiva eso: pensamientos acumulados tras siglos y siglos en los que el hombre se ha entregado a la satisfacción desmedida y caprichosa de sus apetencias sexuales.
Después de aquella revelación, un silencio reflexivo se estableció entre Andora y aquel ser, sus miradas se envolvían mutuamente en el instante mismo que me atreví a preguntar:
- Y entonces... ¿Tú de dónde vienes que dices compartir su misma sustancia?
- También soy el resultado de pensamientos y emociones. Así como existen pasiones morbosas que degradan la naturaleza originaria del ser, existen amores ideales que son el reflejo de una voluntad perfecta. La unión sexual de dos seres que se aman de esta forma, va más allá de la satisfacción pasional y se transforma en una comunión de dos almas que cuando llegan al clímax, alcanzan ese éxtasis sublime que los aproxima a una nueva dimensión del amor y el placer. El deseo, cuando responde al plan originario para el que fue concebido, se convierte en una fuerza liberadora que engendra pensamientos sublimes de paz, amor, ternura y felicidad.
Siguió hablando para mí, lo supe por sus revelaciones, aunque su mirada se centrara en Andora.
- Tú has ido sublimando esa naturaleza primitiva que, en un momento, canalizaba tus actos. De no ser por ello, yo no me encontraría acá y Andora ya hubiera muerto, pero aun les falta mucho trecho por recorrer. Los cambios han generado confusión en sus almas y en sus pensamientos, pero deben asumirlos con madurez para que se propicie el punto exacto de equilibrio.
- Comprendo todo lo que dices –replicó Andora- pero porque Exnabor nunca me habló de eso.
- Simplemente porque no me conoce, no sabe quien soy ni de donde vengo. Para él solo existe su ciencia y su magia, por lo que le cuesta ver más allá de lo que cada una le presenta. Pactó con Sebalá porque la consideraba una entidad de menor jerarquía en el culto santero. Pensó que el riesgo era ínfimo y, cuando las consecuencias se presentaron, ya era demasiado tarde. Ahora para combatirla se atiene a rituales y sortilegios que no tienen más poder que los que aquella anciana usaba para invocarme. Pero Exnabor no es el único que te ha revelado medias verdades, él quizás lo hizo por ignorancia, Sebalá lo hizo por conveniencia.
La mirada de Andora tomó un brillo de expectación en este punto de la revelación de Murame.
- Es cierto que el control de tu cuerpo depende de Sebalá, pero no el de tu alma ni el de tus pensamientos, al menos si no se lo permites. Eso te lo revelé por medio de aquella anciana que, en un comienzo, utilicé para acercarme a ti. Para liberarte definitivamente de ella no era necesario que consiguieras un hombre que te amara por lo que realmente vales, aunque ese ser ya lo has encontrado. Tan solo bastaba con que reconocieras tu propia capacidad de amar por encima del deseo, como lo estabas haciendo mientras le confesabas tu amor a esta persona.
- Pero creo que eso no es suficiente para desprenderme de mi opresora. –le increpó Andora-
- Solo te queda un fantasma por exorcizar y es el de tus miedos, ellos generan energías afines a Sebalá que le permiten entrar en tus pensamientos. No será tarea fácil, pues en todo este tiempo has ido acrecentando tu temor hacía ella y eso le permitió generar los Saragones que te atacaron, pero tampoco es una empresa imposible.
- Creo que ya es tarde de todas formas –dijo Andora retomando el tono fatalista- Si hubieses venido antes, a lo mejor me hubiera salvado.
- Las puertas de tu corazón permanecían cerradas para mí. ¿Cómo querías que entrara? Solo la confesión de tu amor me ha dado un resquicio por donde entrar, porque es el resultado de un sentimiento incondicional que es capaz de llegar hasta el sacrificio y la entrega desinteresada. Estaré contigo en la medida que tu disposición a amar sea superior a tus miedos, pero tienes que recordar dos cosas: primero, es necesario que recuperes tu cuerpo y para ello debes develar y activar el chakra que yace en tu sexo; y lo segundo es que de ahora en adelante debes estar alerta para afrontar el desafío final porque Sebalá no se va a dar por vencida tan fácilmente.
Murame o quien fuera se despidió con estás palabras:
- Sigue el sendero de tus pasiones hasta sublimar el deseo en un éxtasis mutuo. Mezcla tus flujos, tus pensamientos, tus emociones. Entrégate con la misma plenitud con que recibes, de allí a tu salvación sólo mediarán escasas circunstancias.
La aparición se disolvió en una densa neblina que se fue esparciendo hasta tornarse imperceptible. Quedamos atónitos y sin saber que decir, Andora nuevamente fue la primera en reaccionar y con una sonrisa reconfortante me dijo:
- Después de todo, las esperanzas siguen.
Yo no supe que responderle.
Arrojó el veneno y se echó a mis brazos reventando a llorar, aunque esta vez de alegría. Yo contemplaba las estrellas que se habían abierto paso tras la tormenta y también me sentía feliz. Bajamos del bote y caminamos largo rato entre la maleza hasta llegar a mi auto.
- Mañana no nos veremos –me dijo antes de separarnos- Tú tienes que descansar y yo preparar algunas cosas.
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Continuará
Carlos Pereyra