La mujer perfecta por Martin Marvin.

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Grokes01
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La mujer perfecta por Martin Marvin.

Mensaje por Grokes01 »


Advertencia para las personas sensibles, contiene partes explícitas. Recomendado para personas adultas.

Dejo el enlace, por si queréis verlo mejor, saludos y espero que os guste.
http://www.martinmarvin.com/page9.php



LA MUJER PERFECTA Por MARTIN MARVIN




“El oscuro reino de la soledad es, ante todo, el mayor enemigo del hombre”
MARTIN MARVIN.







MARCOS Y LIANA

La noche enmantaba los edificios de Ácora, mientras la lluvia recorría las vastas calles del centro. Una pareja joven se encontraba en la plaza Clasbet, chapoteando entre el aguacero y el barrizal.
―¡Vamos, a que no me coges! ―decía Marcos con una ceja arqueada.
―!Si, si, verás cuando te coja granuja! ―Liana se posi-cionó en una perspectiva depredadora e inocente, como una chiquilla― ¡Ven aquí ahora mismo!
Marcos la evadió entre una farola, y la hizo correr más y más adelante, hasta que no pudo alcanzarla. Así que, él dio la vuelta y fue a ella velozmente, hasta aferrarla de la cintura, dándole un fuerte abrazo y elevándola del suelo; en esos segundos en suspensión, los dos permanecieron contemplándose uno frente al otro.
—«¿Cómo está conmigo? es… perfecta», —se dijo a sí mismo Marcos.
Por un momento la lluvia y el frío no existían: sólo la atenta mirada de los ojos caoba de Liana, tan claros y hermosos. Ella le puso una mano en la mejilla y empezó a besarlo con frenesí.
Al poco tiempo, su ritual de pasión se desvaneció al dejarla en el suelo.
―Li, tenemos que irnos; al final nos vamos a enfriar. ―ella asintió, aferrándole de la mano y regalándole una mirada ardiente.
De camino, aventajaron por una pequeña calle del muni-cipio de Ácora. El pasaje era siniestro y mortuorio; Liana cam-bió de estado, inclinando un poco las cejas.
―Marcos, ¿por qué vamos por aquí? no me gusta cariño ―su voz era seca y fría.
―Li, tranquila,…esto lo conozco desde que era un crío; además he pasado mil veces por aquí y nunca he tenido proble-mas ―decía Marcos con una gran sonrisa para tranquilizarla.
La noche se hacía más dura y oscura pero, ya estaban al final del camino. Al llegar a su casa, dejaron los chubasqueros en la entrada y Marcos corrió hacia la chimenea para enardecer la morada.
Marcos ya se encontraba en su cómodo sillón de eskay, mientras que Liana fue a cambiarse de ropa. Atrapó el mando y zapeó un poco para ver lo que había en la tele. Dejó sin saber dónde y quedó el canal en el noticiero del día. Se levantó y fue directo a la nevera para coger algo de beber y algo para picar; de vuelta, cayó de plomo y empezó a engullir palomitas; se fijó en la tele, marchaba una ambulancia llevando un cadáver:
—«Han encontrado a un hombre sin vida en un contene-dor de basura, en el norte de Ácora» —decía el hombre del tele-diario.
Marcos dejó de engullir. Un destello nació del rabillo de su ojo izquierdo, viró y se encontró a Liana apoyada con un brazo en la puerta del dormitorio, con una ropa íntima que jamás había visto: era un corsé negro amenazante que pedía a gritos que se lo desgarrara y unas braguitas de diseño a juego.
―¿Qué,… te gusta…? ―Li, le miró provocativa y con una sonrisa efusiva.
Marcos no dijo nada, apagó la tele y fue directamente hacia ella empujándola suavemente y cerrando la puerta tras de sí.












TRES MESES MÁS TARDE

—«Son las siete y diez de la mañana», —dijo una voz electrónica de la radio, y después continuó la música.
Liana se despertó para ir a trabajar a Gersco Modas: una multinacional de prendas íntimas donde ella era una de las mo-delos.
Por un momento quedó ausente en la cama, tapada hasta arriba, con los ojos directos hacia el techo.
La habitación estaba demasiado fría para tener ganas de levantarse e ir a trabajar, pero saco ánimos y se alzó cerrando la parte de su cama y a cuatro patas se colocó al lado de Marcos para darle un cálido beso en su frente; ella abrió más de la cuenta los ojos, hasta que se dio cuenta que Marcos los abría con lentitud.
―¿Te he despertado…? ―dijo Liana con una sonrisa.
―¿Ah,… sí? no me había dado cuenta ―Marcos sonrió.
―Es que, como luego te vas al trabajo, al medio día y no regresas hasta la noche, pues… quería estar un rato contigo. ―decía con una voz juguetona mientras lo abrazaba.
―Te quiero…
―Yo también mi vida… ―dijo marcos entregándole un fuerte abrazo.
Salió hacia la calle, virando de un lado a otro.
«¡Dios, nunca me acostumbrare a este sitio!» —pensó Liana arrugando la frente.
La ciudad de Ácora era la ciudad más hermosa que ella había contemplado jamás, sobre todo por sus vastos jardines y sus monumentos colosales, pero tenía un pequeño inconvenien-te: que estaba masificada; la población allí traspasaba el límite y era hasta difícil andar por esas grandes aceras peatonales. De camino hacia el trabajo Liana se encontró con una amiga de la infancia, que llevaba un siglo sin verla.
―¡Dios mío Katy! ¿qué haces aquí? ―dijo Liana asom-brada.
―¿Liana… eres tú? ―dijo su amiga Katy extrañada.
―¡Pues claro! ¿Quién sino? La misma Liana que siem-pre sacaba cincos en Ciencias! ―indicó seguido de unas risota-das.
―Estas guapísima. ―la voz de Katy se ahogaba de la risa.
Después de un buen rato intercambiando sus historias, una persona grotesca y con un aspecto espantoso le suministró a Liana un tremendo golpe en un hombro desviándola hacia un lado de la calle.
―¡Eh, mire por donde va! ―le dijo al hombre desgreñado. Aquél miró hacia atrás unos segundos; su cara era una imagen estropeada y perversa, y ése le respondió con una sonrisa maliciosa, enseñándole los escasos dientes que sujetaba en su boca. Liana puso cara de repugnancia y volvió a destinar la mirada hacia su amiga.
―¡Menudo maleducado!... ―expuso Liana bajando las cejas―.Bueno Kat, me tengo que ir a trabajar. Me alegro mucho de verte, adiós Katy.
La mañana en el trabajo no fue muy dura; estuvo bastan-te bien ya que no tuvo que estar probándose cien mil bikinis de diferentes modelos. Al medio día, como Marcos nunca comía en casa debido a su trabajo, decidió comer con las compañeras en el bufé libre, para no estar sola en casa.
Al final del día, la noche cedió, y se despidió de sus compañeras. Decidió antes de nada, llamar a Marcos.
―¡Hola!… me has pillado por sorpresa, estábamos re-poniendo,… puf estoy harto de este trabajo la verdad. Y tú que, ¿cómo has tenido el día,? no me habrás puesto los cuernos. ―se expresó con voz picara.
―¡Qué tonto que eres, pues claro que no; además, te he llamado, no tendrías que decirme eso!
―Es broma…
―Bueno, ¿cuándo llegarás?
―Li,… ni idea, esto… lo mismo llegaré hoy también tarde, porque tenemos varios clientes; además ha faltado otra vez Joel.
―¡Otra vez! Menudo tío, ese es un listo ¿por qué no lo echas?
―Oye te tengo que dejar, me reclaman; bueno te llamo en cuanto salga, ¿vale? un beso cielo.
―Vale un beso…
Liana cogió su bolso más su polar y salió a la calle; hacía bastante frío; la verdad, siempre hacía frío en Ácora. El helor de fuera le recorría el cuerpo tensándole la piel y dejándola firme como una pica, pero no tenía más remedio que acostumbrarse.
Al zigzaguear varias calles, en una de ellas se encontró tendido en un muro cochambroso aquel hombre que le dio aquel brutal empujón; tenía la misma ropa desgarrada y mugrienta. Apresuradamente Liana giró la cabeza al frente y siguió su camino; al pasar una de las manzanas, Liana miró hacia atrás, por si alguien la seguía; vio solamente la soledad de las aceras y algún transeúnte con bolsas de la compra atravesando la calle. Se tranquilizó casi lo suficiente como para volver a su estado normal. Dos metros más adelante, detrás de un contenedor, resurgió un personaje horrible con una sonrisa en su cara demacrada y con un cuchillo notable en la mano.
―¡Hola Princesa…! ¿A dónde vas? ―decía dando pe-queños golpes con el cuchillo en su otra mano.
―¡Déjame! ―dijo Liana seria y seca mientras echaba dos pasos hacia atrás, cambiando la trayectoria del camino.
―Pero, ¿adónde te crees que vas…? ―la agarró del brazo amenazándola con el puñal. ―Tranquila gatita, solo quiero presentarte a un amigo.
―¡Por favor, déjame! Toma mi bolso, quédatelo; no llamaré a la policía; por favor, por favor ―expresaba Liana afligida por la situación.
Entre la penuria de la calle, una silueta brotó. Era aquel desdichado puerco que le empujó anteriormente. Se aproximaba sin quitar la repugnante sonrisa de su boca, mientras que Liana seguía contemplándolo aterrorizada e intentando librarse del compañero.
―Hola Liana… ―se expresó con una voz lujuriosa.
―¿Cómo sabes mi nombre? ―dijo con una voz nerviosa y afligida.
―Se muchas más cosas de ti. ¡Dale la vuelta Perth¡
―¡No digas más mi puto nombre delante de ellas¡ ―comentó el del cuchillo.
―¡Cállate la boca Perth, y dale la puta vuelta! ―el hombre falto de dientes sacó de detrás de su pantalón una pistola de aluminio con un cilindro acuoso en su interior. Se lo colocó a Liana en el cuello y accionó el gatillo provocando un sonido sordo y seco; Liana cayó al momento en los brazos de aquel infame.
Liana comenzó a abrir los ojos, aturdida y mareada. Se encontraba en una habitación húmeda y lúgubre, sin ventanas, el techo estaba completamente negro de la infiltración del agua que provenía de arriba; cruzaban tuberías de un lado a otro, la paredes eran verdosas, seguramente en algún momento gozaron de haber sido blancas como la nieve; el suelo era hormigón basto y poseía en algunos puntos de la habitación pequeños charcos oscuros.
Se fijó en sí misma, estaba atada a una silla de metal eternamente fría. Las manos las tenía unidas hacia atrás y el pecho lo cubría cinta adhesiva pegada fuertemente al respaldo. Le habían quitado los zapatos, y atesoraba un frio excesivo; el único calor que poseía, era una sucia bombilla que colgaba en medio de la habitación. Al verse en esa situación comenzó a tener pequeños espasmos en la barbilla; tenía demasiado miedo…
«¿Qué está pasando aquí…? ¿ qué es esto? ¿qué he he-cho yo para merecer esto dios? ¡Dios mío…!» —pensó.









CINCO MINUTOS DESPUES

―Grurr… Grurr… Grurr… ―algo se arrastraba hacia su posición.
La puerta se abrió con un crujido. Alguien había entrado. Liana no podía mirar hacia a atrás. Su cabeza se encontraba pillada con el adhesivo en la silla; sus ojos se abrieron a su máxima firmeza. Comenzó a respirar rápidamente. Alguien se aproximaba por detrás torpemente, como si tuviera un gran problema al andar; algo raspaba en el suelo. Liana ya veía por el rabillo de su ojo una sombra; cuando pudo verla bien comenzó a gritar, y a gritar, pero aquel canto fue en vano; ya que también tenía la boca amordazada.
Era una mujer; se notaba que en otro tiempo había sido una mujer bella, pero ahora. La mitad de su cara se encontraba deformada, su pelo lo habían rapado; su párpado izquierdo no existía, y de ahí emanaba lágrimas intermitentes para que no se le resecara el ojo. La nariz la tenía embutida hacia dentro, y la zona izquierda de la boca se encontraba contraída bestialmente; parecía como si le hubieran implantado una cantidad de botox impresionante. Se fijó en el pecho, era plano y en sus manos temblorosas, mantenía una bandeja de metal con un plato de comida.
―¡Ugrba! ―dijo la mujer con tono gangoso e inentendible.
Tiró la bandeja, dejando en una mano el plato rebosante de una sopa amarillenta, y en la otra una cuchara que trabó em-puñándola; "la media guapa", hundió la cuchara en el plato para cargarla, colocándosela a Liana en la boca.
―¡Comeg! ―expresó aquella mujer con voz forzada, mientras le caía la baba por el lado del labio erguido.
Los ojos de Liana se encontraban inyectados en sangre, de tanto llorar. Apenas le quedaban lágrimas; ella cerraba los labios herméticamente, para que no le entrara esa sustancia fría y desagradable. La mujer retiró la cuchara y volvió a colocársela con más ímpetu.
―¡Comeg¡ ―decía con furia, la vena del cuello se le hinchaba.― !COMEG! ―rugió.
―¡Por favor déjame irme…! —indicaba Liana entre sollozos.
La mujer se irritó tanto, que tiro el plato hacia la pared. Reventando la cerámica; engarfió los dedos oscuros y se fue con un golpe de puerta.
Liana empezó a moverse intentando escaparse de la silla; del movimiento perdió el equilibrio y cayó hacia un lado dándose un golpe en la cabeza. La puerta se abrió.
«¡Dios por favor Otra vez no!» —caviló.
Liana vio unas botas negras delante de sus ojos; histérica y sin saber que hacer siguió moviéndose como una loca en el pavimento acuoso.
―¡Eso no está bien Liana…! ―dijo chistando mientras decía no con la cabeza. Su voz era inocente.
Empezó a levantar a Liana del suelo. Ella miró aquel hombre, que llevaba una corbata y unas gafas con un diseño cilíndrico; poseía una bata de médico, pero no tenía pinta de médico; de repente toda la amabilidad que le dedicó se trans-formó en vil.
―¡Liana cómo vas así por la calle tú no eres muy guapa, ¿lo sabias…?¡tenemos que ponerte guapa! ―explicó cargando el brazo hacia atrás y descargándole un colosal guantazo.
Sacó de la bata una daga y le despedazó la cuerda que le apretaba las manos, cortándole un poco la piel, Liana se miró los brazos y vio su sangre brotar; comenzó a empujar a aquel hombre con las manos, intentando quitar las cuerdas de las piernas. El individuo, al ver el movimiento, le propinó una patada en el pecho tirándola hacia atrás.
―Eres una putita muy mala ¡PERO QUE MUY MALA! ―bramó con furia.
La agarró de los pelos haciéndose un nudo en la mano, arrastrando a ella y a la silla fuera de la habitación. Liana no pudo ver bien dónde la llevaba. El dolor que tenía en el cuero cabelludo era insoportable. Sólo se dio cuenta que era una espe-cie de pasillo. Abrió una puerta con brutalidad; dentro estaba oscuro, no veía nada; solo una pequeña luz que entraba por un orificio de otra habitación colindante. Apretó más el puño y la levantó de un tirón dejándola bien posicionada en la silla.
El doctor se limpió las manos dándose pequeñas palma-das, y volvió a arremeterle una gran patada en el pecho de Lia-na, tirándola hacia un lado.
―No te preocupes, el diestro, dentro de poco, te dará la bienvenida como es debido. ―comentó el Médico con una voz neutral y se marchó cerrando la puerta metálica.
Liana cerró los ojos con sus lágrimas atormentadas, recorriéndole fracciones de su cuello. Aturdida y dolida, deja caer hacia un lado su cabeza.
Volvió a abrir aquellos hermosos ojos castigados. Miró hacia la oscuridad, no se veía nada; todo era negro hasta que pasó un tiempo, y los ojos se adiestraron a la obscuridad de la sala. Unas sombras alteradas se movían de un lado a otro. Liana tenía el corazón desbocado, dando fuertes cinceladas en su pe-cho.
Una de las sombras se acercó con rapidez y cuando estu-vo a un palmo de su cara, esa respondió:
―¡No te pongas histérica! ¡tranquila, estoy aquí para ayudarte! ―decía aquella sombra con voz temblorosa; mientras le desenlazaba las cuerdas.
Liana entre la penumbra se fijó bien en ella. Era una mujer aparentemente muy hermosa de cara. Su mano izquierda no existía, en vez de eso poseía un muñón, y tenía unos labios desorbitados, que cualquier mujer, seguro que no gozaría osten-tar.
―Dios…¿qué pasa aquí? ―decía Liana con voz trému-la.
―No lo sé, pero nos...nos…ha ―la chica no llegó a terminar la frase, y comenzó a temblar más.
―¡Oh, dios mío! ―Liana se echó la mano a la boca cuando observó en el pecho, las cicatrices de los estragos del bisturí.
La puerta se abrió de un golpe, haciendo resonancia en la estancia. Una figura alta con la cabeza encapotada y una toga negra caminó pausadamente, hacía el centro de la sala. Alzó una mano y señaló hacia la chica que socorrió a Liana. Otros dos individuos entraron con túnicas negras y aferraron a la chica.
―¡NO, POR FAVOR, OTRA VEZ NO! ―chillaba con una voz desesperante.
El alto encapotado salió de la estancia y uno de los encapuchados le dio un fuerte golpe en la cara dejándola atontada. Se la llevaron y cerraron la puerta.
Se la habían llevado a la habitación que colindaba. Liana se pegó al muro para escuchar qué pasaba; se oyó caer el cuerpo en una cama chirriante de muelles.
―¡NO, POR FAVOR…! ―decía suplicante aquella mu-jer.
La estaban montando con furia estremecedora. Las suplicas de aquella mujer eran cada vez más impetuosas; el sonido de los golpes en alguna zona de su cuerpo eran apoteósicos. Hasta que el hombre paró en seco. Y prendió el silencio.
Más tarde, la puerta se abrió, entrando aquellos infames. La chica estaba desnuda y le colgaba la cabeza hacia abajo y de su boca emanaba un hilillo de sangre; la sujetaban en cruz. Aquellos bastos impulsaron los brazos hacia atrás y la arrojaron hacia a delante, dándose la mujer de frente contra el suelo. Liana fue a socorrerla pero en ese preciso instante entró aquel hombre alto. Liana viró los ojos hacia aquel individuo e instintivamente volvió a mirar a aquella chica; poseía fuertes espasmos en el cuerpo; volvió a mirar hacia el encapuchado. Pero ya le estaba señalando con el dedo índice; con un gesto vago los ayudantes aferraron a Liana con brutalidad.
―¡Pero por qué me hacéis esto! ―suplicaba Liana, mientras se movía frenéticamente, intentando desencadenarse de aquellas enérgicas manos.― ¡Dejadme!―dijo implorando con lágrimas de derrota.
Uno de los que la tenían agarrada cargó el codo hacia atrás descargando toda esa energía en un pómulo de Liana. Al retirar la articulación, se pudo apreciar un rosetón, en el perfil de Liana. Ahí entendió el final de su derrota. Bajó la cabeza y la transportaron hacia fuera.
En el pasillo la luz era azulada, el suelo de cerámica blanca que había perdido su esplendor, ahora era oscuro y sucio. Continuaron hacia adelante y viraron en la puerta donde se encontraban todas las unidades médicas; Liana se hallaba medio aturdida por el golpe. Pocos segundos después, abrió esos ojos ahogados: vio enfrente de ella al médico que le propinó aquella bofetada.
Tomó con una mano su muñeca izquierda, mientras go-zaba de aquella sonrisa maliciosa en su cara.
―¿Hola Liana, cómo te encuentras? ¿Has conocido ya… a tus compañeras? ―dijo con voz armoniosa, mientras levantó más las comisuras de sus labios.
―Liana miró la mesa de cirugía se encontraba cubierta de sangre reseca. No dijo ni una sola palabra; apretó la barbilla cerrando con fuerza la mandíbula y entornó los ojos, desplo-mando más lágrimas. El médico dio dos pasos grandes hacia su posición y, con suavidad agarró el mentón de Liana.
―¿Por qué lloras? ¡Solamente te vamos a poner guapa! ―explicó el médico mientras se colocaba unos guantes de látex ambarinos. Se dio la vuelta hasta lograr alcanzar un carrito de acero inoxidable―. ¡Colocarla en la mesa!
Los que sujetaban a Liana, la maniataron con brusquedad con las correas de cuero de la mesa de operaciones; en su boca le instalaron un taco de caucho para que lo mordiera. Liana se resistía a meterse eso en la boca, y uno de ellos le dio otro golpe en la mandíbula. Colocaron la lámpara quirúrgica a la altura de los hombros, mostrándole el médico el bisturí a Liana. Con nefasta delicadeza le empezó a cortar la camisa, el sujetador y el pantalón haciéndole un profundo corte en el abdomen; Liana chillaba lo más fuerte que haya podido gritar jamás. Los ojos temblaban por el dolor insoportable que le prestaba el corte; sentía la sangre cálida desbordar hacia ambos lados de su cuerpo. El dolor era imperioso.
Volvió a acercarle algo ennegrecido a la cara; no podía ver bien que era, ya que lo tenía muy cerca de los ojos. Comen-zó a trazar con él, era un rotulador.
Le marcaba en las facciones de su cara, en el pecho, en la axilas y en todas las partes de su ser. Liana no podía ni menear la cabeza la tenía sujeta a la mesa.
El médico tiró el marcador negro, y volvió con el bisturí, buscando la perfección del cuerpo. Palpó un seno ensangrentado. La sangre qué afloró del primer corte le acariciaba con delicadeza. Dejó por un momento el bisturí y con la otra mano pellizcó el pezón, para tirar de él hacia arriba, y con la otra libre volvió a coger el bisturí. Bajó un poco la cabeza para mirar a Liana.
—«POR FAVOR, ¡NO! ESO, ¡NO!…» —pensó precipi-tadamente Liana.
El cirujano volvió a concentrarse en su tarea y le cortó el pezón. Liana se desmayó.
Dos horas después…
Volvió abrir sus ojos acartonados e hinchados; la cara del clínico se encontraba enfrente pero difusa.
―¿Liana te encuentras bien? ya queda poco, tranquila que ya acabamos ―dijo mientras le daba unas palmadas en la cara. Volvió con el bisturí comenzando por las facciones de su cara.―No te preocupes… te vamos a estirar esas arrugas.
Cuando le introdujo cerca de las orejas el bisturí, Liana comenzó a tener temblores. El practicante retiró el bisturí.
Al terminar su trabajo se le limpió la cara ensangrentada, con una toalla. Bajó hacia la parte de los pechos y se dio la vuelta hacia su mesa.
―Liana, ¿seguro que mucha gente te habrá dicho que tienes los pechos pequeños verdad? ―dijo levantando una mano―. No, no hace falta que me respondas es cierto pero no te preocupes, cuando termine, nadie, nadie ¡JAMÁS! te volverá a decir eso.
Volvió a darse la vuelta. Sujetaba con una mano dos bolsas redondas, con algo negro en su interior y las ubicó en las piernas. A Liana se le salían los ojos de puro terror.
Volvió a atenazar el bisturí y con la otra mano levantó un seno cortándole casi medio círculo por debajo él.
«Dios mío, quiero morir, quiero morir» repetía mil y mil veces para sus adentros.
Extrajo la glándula del interior dejando todo bañado de rojo y le introdujo una de esas bolsas negras.
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Liana por fin abrió los ojos…
Se encontraba abrazando su almohada; se sentía fría y húmeda. Se fijó en la almohadón que estaba plenamente calado de sangre; cambió su visión hacia las manos y las tenía teñidas de rojo hasta el brazo.
―¡Dios mío, qué es esto…¡ ―dijo aturdida.
Saltó de la cama y fue directa al cuarto de baño; abrió el armarito de las medicinas y se echó a la boca sus pastillas, tra-gándoselas si ningún fluido en su garganta. Se rasca la nariz y corre hacia el salón; descubre en el sofá una estela de sangre.
―¿Marcos? ―dice llorando. Su corazón empieza a tra-bajar más constante―. ¿Marcos estas ahí? ―volvió a preguntar al aire. Con una espantosa voz.
Cambió de postura y se aproximó hacia la barra de la cocina agarrando un cuchillo; nerviosa y descontrolada se da cuenta de que hay una mancha en el cuarto de invitados, aveci-nándose allí muy despacio; alguien toca a la puerta, se puso más nerviosa, le temblaban las manos; agarró la maneta de la puerta olvidando la llamada y abrió de un golpe. La cama se encontraba teñida de sangre.
Yacían dos cuerpos desnudos con cortes en todas las partes, sobre todo en el de la mujer; tenía los senos cortados por debajo y en su interior había una bolsa de excremento de animales.
―¡No puede ser! ―decía Liana sollozando y colocándose la mano libre en la boca―. ¿Marcos qué ha pasa-do?―preguntó a la nada.
El timbre volvió a sonar. Salió del cuarto y se dirigió con paso apresurado hacia la puerta, cuando observó por la mirilla vio al encapuchado con otros dos. La rabia no entraba más en su cuerpo y consiguió explotar.
Abrió instantáneamente la puerta y le clavó el cuchillo encapuchado, lo sacó e intentó volver arremeter contra él. Los dos que se encontraba a cada lado, se sorprendieron y sacaron sus pistolas, abriendo fuego al cuerpo de Liana.
Ella cayó hacia atrás dándose un tremendo golpe en la mesa de entrada y de ahí al suelo; Liana intentaba abrir los ojos para ver a esos bastardos pero no lo consiguió; dejando su cuer-po calmado e inactivo.
―¡Joder dios, pero qué le pasa a esta loca…! mierda me ha enganchado bien.
―¡Aquí central, tenemos un policía herido con arma blanca, solicito una ambulancia en la calle Watson número diez cambio! ―dijo uno de los compañeros por el intercomunicador, mientras apuntaba a aquel sujeto.
Liana escuchó esas últimas palabras de aquel hombre y prorrumpió a llorar. Al final mientras se desangraba se dio cuenta de que no estaba bien; algo en su cabeza le engaña y le ensañaba otras imágenes que no eran. Pero por fin recordó lo sucedido, y en aquel momento, las comisuras de sus labios se engrandecieron por momentos.


FIN
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