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Relato 74 - De la parálisis
2022-07-13
Presentación
¿Qué diferencias hay entre la soledad y la inexistencia? Acompaña al exclusivo protagonista de esta historia en la respuesta a esta interrogante.
Relato
Sepan ustedes: entre la soledad y la inexistencia, la única diferencia es que una duele y la otra no. Experiencia, créanme. Mi historia lo atestigua. Déjenme empezar por el principio. Situémonos: un atardecer, corriendo, por el antiguo cauce del Turia. A la altura del Gulliver, decidí acelerar. ¿Qué me impulso a ello? No sé. Lucirme ante la rubia que estaba a punto de adelantar, quizás. Miré al suelo: concentración, concentración. Al cabo de unos cincuenta metros, me detuve. Jadeos. ¿Y la rubia? Me giré. Allá, a lo lejos, claro. Se había parado. No: más bien, estaba parada. No se movía. Petrificada en medio de un paso. Me acerqué. Malo, desandar el camino; pero no había más remedio. A medida que la tenía más próxima, se confirmaba: parecía una estatua. ¿Sólo yo me daba cuenta? Eché un vistazo alrededor: los demás, no es que no se dieran cuenta; es que no podían: también se encontraban parados. Paseantes. Padres llevando a sus niños. Pedigüeños. Otros corredores. Bailarines de capoeira y sus acompañantes al tam tam. Todos parados. ¿Hasta dónde? Continué corriendo, esta vez para buscar un punto del cauce no alcanzado por la parálisis. En breve, imaginé, todos empezarían a seguirme: ¡Adiós, inmensa broma! Pero no ocurrió. Corrí más rápido, con un necio deseo de salir de aquel delirio. Tampoco funcionó. No quedó más remedio que detenerme. Nada se movía. ¿Qué es más lógico o comprensible en una situación así: echarse a llorar; llamar a los seres queridos; encender una televisión para indagar el límite de la inmovilidad; preocuparse por comer…? No, amigos. Créanselo si quieren: yo me quedé a disfrutar del silencio. “Salvaje”, me llamarán algunos. “Insensible”, otros. Pero ninguno de ustedes estaba allí, enfrentándose a una originalidad inconcebible: oír la nada. Al menos, en una arteria principal de la ciudad. Siglos sin un vacío tal ahí. Por él desfilaban visiones: de un ángel batiendo triste sus alas al no encontrar almas que guiar; de un esqueleto humano flotando con su calavera boquiabierta, llena de dientes; de una doncella con cabeza de caballo rasgando, impotente, un mapa; de un embalsamador con cabeza de perro deshaciéndose de su balanza… ¿Cabeza de perro? ¿Y los perros? ¿Y los pájaros? Volví a la realidad, me fijé y comprendí: la plaga también había afectado a los animales. Mejor dicho, había afectado a todas las especies; los humanos, sólo una más. Cada cual en su lugar. Excepto yo. Mi siguiente reacción quizás también les sorprenda: subí del Río a la Gran Vía, a la altura de la Plaza de Cánovas, entré en el Hotel Husa Dimar, cogí las llaves de una habitación y entré a dormir un buen rato. A fin de cuentas, estaba agotado de tanto correr. Hasta que descubrí este cuaderno, todo fue bien. Quien hubiera congelado la existencia, había paralizado los procesos de descomposición. Los alimentos nunca se ponían rancios –qué buena época, para dedicarle tiempo a la cocina. Mis compañeros de juego, estacionarios, dejaban que les forzara la sonrisa -¡qué ventaja! Y mis parejas mantenían su temperatura agradable. Los más lúcidos de entre ustedes se dirán: todo eso, soluciones de prestado para ignorar la soledad. Ciertamente, no encontré a nadie más con mi anomalía en los cuatro meses y tres días que transcurrieron antes del Anuncio, por lo que debería haberme sentido solo. Sin embargo, eso es pasar por alto lo bueno de ser treintañero sin tener que trabajar. Sobre todo, cuando uno no se siente culpable de nada. La idea había cruzado por mi mente, no obstante: “¿Estarán todos pagando por algo que he hecho yo?” Pero es que cuando uno tiene tiempo para infinitos pensamientos, aunque sea por azar, la pregunta debe surgir. La negativa era tan obvia que ni siquiera surgía el debate (interno). Así que me limitaba a disfrutar de placeres insospechados; de culturizarme sin sensación de perder el tiempo; de sentirme uno con la naturaleza, cuando me iba de excursión, o incluso en la urbe –tan auténtico se revelaba cada fotograma de aquella película muda. Las adiciones tecnológicas habían desaparecido. La mezquindad y sus corolarios, el envejecimiento y la enfermedad, también. ¿Qué más se podía pedir? Cómo no, siempre tiene que haber un aguafiestas. En mi paraíso, quedó de manifiesto el Día del Anuncio. Me encontraba yo explicándole la poesía del bondage a un grupo de colegialas cuando una serie de frases entró en mi mente. Sonaba como mis propios pensamientos. Sin embargo, era fácil detectar su intrusión por la pronunciación singular. Al principio, capté palabras sueltas: -… ecencia… velo… unidad… Al cabo de un rato, se articuló un discurso en mi cerebro: -He deunido mi ecencia. He levantado el velo que noz cepadaba y dejado ved la unidad. De ahí que el aliento vital haya vuelto a mí. Pedo en mi caci infinita ezplodación, he podido cometed falloz. Ci ha quedado alguien o algo por integradce, pod favod que me buzque. No impodta dónde. El medo hecho de buzcadme hadá que me acedque y le decoja. Concatenación de palabras, inteligible. De ahí a entender su significado, quedaba un buen trecho. ¿Debía yo asumir que un ser superior estaba transmitiendo el mensaje, una oferta para sumarme a la rigidez de mis semejantes? A menos que todo fuera una mala jugada de mi cabeza. O, de forma más rocambolesca, ¿y si era producto de una civilización extraterrestre, a la espera de encontrar supervivientes? No le iba a facilitar yo la tarea. Concluí que iba a ignorar el Anuncio. Eso requería un estricto control mental. No imaginarme buscando a nadie. Porque yo no quería encontrar a nadie. Y así pasé dos meses y un día más. Entonces, apareció el cuaderno. “Sepan ustedes: entre la soledad y la inexistencia, la única diferencia es que una duele y la otra no.” Esa era la frase escrita al principio de la primera página, en papel cuadriculado, tamaño A4. Podría tratarse de una anotación suelta. Pero más bien daba pie a, no sé, otras reflexiones, acaso una obra de ficción. Igualmente intrigante, parecía dirigida a unos enigmáticos lectores. Lo había encontrado en una librería. Cuando yo buscaba un bloc de notas. ¿Por qué tuve que coger uno ya escrito? El papel en blanco no estaba blanco, sino invadido. Seguí hojeando. Nada. Nada. Y, de repente, otra frase. En medio del cuaderno. A dos tercios de la página. Fuera de contexto, con menos sentido que la primera: “Lo que merece la pena es contemplarla.” ¿Contemplar el qué? ¿Y qué era lo que no merecía la pena? No le di más vueltas. Tiré el cuaderno y alargué la mano para coger el siguiente. No completé la acción. ¿Y si en el fondo yo tenía algo que ver con lo acontecido? Supongan que el Anuncio fuera cierto. Un Principio Creador habría decidido atraer hacia sí todo lo que alguna vez había formado parte de él. Quizás motivado por la existencia de una mutación. Algo que no formaba parte de él. No se trataría de un error, sino de un anticuerpo de origen inaudito: yo. ¿Pero por qué esa idea repentina? Volví a mirar el cuaderno que había tirado. ¿Era tan terrible que lo hubiera empezado otra persona? ¿No estaba yo en medio de la obra de alguien? Eso me obligaba a cambiar la perspectiva: desempeñaba el papel de paladín de mis congéneres; que en realidad eran congéneres del Otro. Pero yo debía explicarle al Otro que la interacción conmigo era perfecta. Los demás tenían derecho a continuar la existencia. Era mi hora de convertirme en su negociador, su defensor… de mostrar, en definitiva, mi solidaridad. Así que cogí el primer cuaderno. Empecé a escribir en él. Y a buscar. “El medo hecho de buzcadme hadá que me acedque y le decoja”, había dicho. Confiando en sus palabras, al principio supuse que mi mera predisposición procuraría el encuentro. Y una mierda. Con el paso de los días, me inquieté y probé con gestos simbólicos: correr en dirección contraria el trayecto del primer día; encender hogueras en medio de la ciudad; desplazar a la gente de sitio para formar las palabras: “AQUÍ ESTOY”, de manera que se pudieran leer desde el aire. Nada funcionó. Me deprimí considerablemente. Desde que empezó el suceso, no había experimentado nada parecido. Entiéndanme: me sentía o bien traicionado o bien rechazado. Había hecho esfuerzos, más de los necesarios en teoría, por despertar la atención de aquél ser, en balde. ¿No pensaba mostrar ni un asomo de cortesía? Pasé días sin divertirme, sin juguetear. Sin encontrarle la gracia a todo lo que me estimulaba con anterioridad. El silencio, tan querido hasta entonces, se acababa de volver una nube de insectos. Hasta que me dije: ¿Qué sentido tenía forzar las cosas? Yo quería encontrarle, sí, ¿pero por qué tener prisa? Mi angustia –fuera de lugar. Me relajé. Los días volvieron a cobrar su densidad habitual. Fui recuperando mis ganas de aprender. De disfrutar. De mi museo eterno. Con el sentido de su silencio, retumbando de nuevo. Pero con crujidos. Alguien iba por delante de mí. O quizás seguía mis pasos. Y dejaba que le oyera. En esta nueva etapa, todavía deseaba ayudar a mi prójimo. Sólo que conseguirlo redundaba en mi propia felicidad. Esa era la única búsqueda con sentido. Y, al parecer, eso desencadenó el proceso. En un principio, me dije que me equivocaba. Oía un pequeño sonido y, cuando iba a comprobar qué lo habría causado, no encontraba nada. A veces, por demostrármelo a mí mismo, rebuscaba, pero ni así obtenía prueba alguna. Los ruidos se volvieron demasiado evidentes. Acabé corriendo para alcanzarlos. No era extraño que se produjeran a muy cortos intervalos uno tras otro y procedentes de varias direcciones, por lo que terminaba desorientado. No se confundan. Eso no significa que me tuvieran inquieto. De algún modo, sin razón de ser, lo integré como algo natural. Alguien se acercaba. Estaba claro. Como también el momento en que percibí una presencia humana. Fue el día que entré al restaurante “El ángel azul”. Iba a proveerme de frutas de dragón, que sólo había encontrado allí. Atravesé el vestíbulo. Y el salón. Cuando me asomé a la cocina, advertí los chasquidos: alguien trasteando en la nevera doble. La enorme puerta me lo tapaba, a excepción del trasero: la persona estaba inclinada, buscando en el interior. “¡Fuera de aquí!”, lo primero que pensé. Me separé del vano de la puerta –que el muro me ocultara. ¿De qué sexo era aquel ser? Ni siquiera lo vislumbré. Aún le oía husmeando. Sólo era cuestión de decidirme. Cruzar el umbral y ya. Le convencería de devolver la movilidad a mis colegas. Ya había yo convivido muchos años con ellos, sin marchitarles. Era un abuso intentar despojarles de su rincón, sólo por aislarme. ¿Quién se creía aquél Integrador para fragmentarse y desfragmentarse cuando le viniera en gana, sin tener en consideración los deseos de sus divisiones? Claro que yo tenía que actuar con comedimiento. De lo contrario, corría el riesgo si no de ratificarle en su sensación de peligro, sí de irritarle. Debía plantearlo en términos positivos: el Ser había detenido su experimento antes de que hubiera aportado todo su potencial. Aquel ser sólo podía salir ganando de reponer la actividad de sus criaturas y tolerar mi presencia. Sonó el cierre de la puerta de la nevera. Si me dejaba ver, nada se interpondría entre la Entidad y yo. Había llegado el momento. Avancé hasta quedar expuesto en el hueco de la puerta de la cocina. Allí estábamos, frente a frente. No. El Ser había girado la esquina de la cocina, en forma de ele. Sólo le vi de espaldas, apenas una estela plateada. Le seguí. Giré detrás de él. Un diván de telas translúcidas ocultaba el final de la estancia. Se apreciaba una mesa al otro lado. Y el Ser sentado a ella, comiendo. Su silueta, demasiado difusa para hacerse idea de su aspecto. Ya lo tenía. No había donde ir. La persecución había terminado. ¿Pero era mérito mío? ¿No se había aparecido aquel acaparador de almas cuando había querido? Había impuesto sus reglas sobre cómo debía buscársele y condicionado cada uno de mis pasos. Y si era así, ¿desde cuándo? ¿Por qué pensar que su manipulación partía del Anuncio? Bien podría haber surgido antes. Señoras y señores, estamos hablando del Experimentador Supremo. ¿Y si hasta yo era idea suya? El único al que se habría dejado por reciclar. A ver qué pasaba. Otra fase de su broma. Al día siguiente podría ser al revés: dejar a una sola persona petrificada en medio de un mundo en movimiento. Todo valía para su ego. Bajo esta hipótesis, cabía especular cuánto de mí había en cada decisión. ¿Era yo quien había optado por erigirse en portavoz de los supuestamente oprimidos? ¿Quién me había colocado en una posición privilegiada, si es que lo era? ¿Por qué, entre tantos que se hubieran muerto de angustia, solos en el mundo, precisamente un solitario como yo? Acaso porque en eso consistiera todo. En asumir mi monstruosidad: la de alguien capaz de sobrevivir, solo. Y quizás eso fuera lo que el Único quería estudiar: si podía existir alguien como él: igual de solitario y monstruoso. Pues bien, yo sí podía asumirlo. No iba a arriesgar mi situación proclamándome interlocutor por designio (subrepticio) de otro. Incluso si ese arrepentimiento de último momento también estaba previsto desde fuera. Así iba a ejercer mi voluntad, por más que perteneciera a ese otro. Más aún: si quería hablar conmigo, tendría que buscarme. Di media vuelta, de puntillas, y me largué sin hacer ruido. Aquel energúmeno no se dio cuenta. Pude escuchar cómo el muy guarro deglutía sonoramente su comida hasta que desaparecí de allí. Mis días vuelven a ser plácidos. Me he dado cuenta de que no sólo la materia orgánica está paralizada, sino también la inorgánica. Por eso siempre es el atardecer. Pensé que el planeta había dejado de girar, pero es más que eso. Aquello que decía haber integrado a personas y animales, hizo lo mismo con todo lo demás. Todo era Uno. Eso me anima a viajar. Pues en otros lugares cambiará la luz. Y a cavar. Para conocer las profundidades de la Tierra. Etc. No creo que nada me pueda hacer daño. Mi palacio de exposiciones es infinito. Quizás yo también. La única prolongación fuera de mi control es que ustedes lean este relato. No me imagino en qué circunstancias podría llegar a ocurrir. Bueno, sí: que ustedes pertenecieran a una dimensión ajena al dueño de la mía. Serían las únicas personas a las que no habría afectado la parálisis. Aparte de a mí. En eso, ustedes y yo nos pareceríamos. Tal complicidad no tiene por qué dar lugar a nada, pero es un buen inicio. Quizás eche de menos tenerla con alguien. Ya la echaba de menos cuando los demás se movían… Sin embargo, valoro demasiado esto de lo que dispongo. Poder sentarme a ver. O caminar y ver. Suple cualquier nostalgia. Así que me siento dividido. Si realmente somos tan parecidos, les invitaría a visitar mi mundo. Claro que, si no lo disfrutaran, les rogaría que pasaran de largo: no nos fuéramos a cruzar. O, peor aún: no fuera que activaran la alarma contra intrusos y todo cobrara vida. No me cabe duda de que ustedes, confundidos en la multitud, se sentirían más cómodos. Pero yo no busco gente así. De modo que, mientras se deciden, les digo como a mi amigo invisible, el de las ces y las des: arréglenselas sin mí. Creo que empecé a rellenar el cuaderno movido por la ilusión de que me leyeran. Ya no tiene mayor sentido. Tampoco me importa si alguien lo puso a mi alcance. Ni hasta qué punto pueda considerarme yo su autor. A fin de cuentas, crear una obra, siendo el único autor posible, no merece la pena. Lo que merece la pena es contemplarla.
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Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-07-14 17:59:39
4
Comentario
Aunque este relato no tiene el componente necesario para considerarlo del género de ciencia ficción, debo reconocer que es un buen trabajo. Filosófico y reflexivo en la búsqueda del yo, en el que el protagonista nos demuestra, se partidario de mantener su egocentridad.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-07-15 18:20:51
5
Comentario
La lectura se me ha hecho eterna, no veía el fin. El estilo del autor en esta obra es muy telegráfico, no agarra al lector. Aparte hay que estar jugando a adivinar e intuir todo lo que el narrador cuenta, lo que a la postre genera dispersión e intermitencia. Gracias por participar, te felicito.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-07-16 17:54:07
9
Comentario
Autor/a, es un relato bien extraño, diría que más bien filosófico. Está muy bien escrito. Yo lo encajaría en ciencia ficción distópica, el mundo se acabó, quedó paralizado, sin cambios, pero psicológicamente. Una narración en segunda persona, el narrador se dirige al lector. Yo creo que es peor la inexistencia que la soledad. Podemos ser personas solitarias, pero… que nadie nos tome en cuenta es terrible. Cosa que se dice respecto a las personas mayores, cuando nadie los oye ni les pone atención. Hay un Experimentador Supremo que pareciera que ocasiona todo lo que sucede, un experimento. Pudiera ser la explicación de cómo se siente el autor. « A fin de cuentas, crear una obra, siendo el único autor posible, no merece la pena. Lo que merece la pena es contemplarla», yo diría que «compartirla». Dicen, que de nada sirve tener algo si no tienes con quien compartirla. ¡Enhorabuena autor/a!
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-07-16 19:48:04
5
Comentario
Esta es una historia de filosofía-ficción, más que de ciencia ficción. El mundo está paralizado para que el autor se encuentre solo consigo mismo y hasta se sienta un poco monstruo por disfrutar de su soledad. Sin embargo, también se le percibe la añoranza por la relación con alguien más, aunque ese sentimiento nostálgico no le impide disfrutar de su propia personalidad y llegar a la conclusión de que no merece la pena crear una obra, pero sí contemplarla. Una personalidad bastante narcisista, diría yo. Recomendaría al autor que buscara otro tipo de contexto para publicar este tipo de historias.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-07-25 12:52:24
5
Comentario
Es un relato exquisitamente escrito, pero llegó a resultarme pesada esa narrativa. La historia de ese único superviviente, cuya personalidad denota cierto narcisismo, no llegó a atraparme. Suerte autor/a
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-07-28 23:48:38
3
Comentario
El cuento comienza bien, el tono es ameno. Veo desde el principio una tendencia a las frases cortas, algunas que no llegan a oraciones. Hay un cierto exceso de los signos de puntuación, sobre todo del punto. Se hace un planteo: “entre la soledad y la inexistencia, la única diferencia es que una duele y la otra no”. Luego se nos promete que se nos aclarará sobre esto. Esta perfectamente presentado. Ya sabemos cuál es el eje del relato. Yo creo que hay muchas más diferencias, veamos cómo hace el narrador de convencerme. Esto da una guía al lector y lo implica. El exceso de puntuación tranca mucho la lectura. Me descubrí salteándome algunas comas para poder sostener el ritmo. Por más esfuerzo que haga, algunas frases no las entiendo (“Siglos sin un vacío tal ahí”). El Anuncio despierta mis dudas. ¿Es algo que él escucha? Entonces entiendo algunas palabras mal escritas, como la z en lugar de s, pero no otras en palabras que se pronuncian igual, como caci/ casi, o ci/ sí. ¿Cómo sabe que en el mensaje que escucha dicen casi con c? Asombra el narcisismo del protagonista, que permanentemente analiza la posibilidad de ser el centro del universo. De golpe, y sin justificación alguna, se convierte en el redentor de la humanidad y, por qué no, del cosmos. En ningún momento maneja la posibilidad de estar perdiendo la razón. Y, ¿cómo sabe que es el único? La parálisis podría limitarse a su zona de confort, a su barrio. ¿Cómo sabe que no? ¿Qué hace para ser el “portavoz de los oprimidos”? Llamar inorgánico al amanecer, es un error; tanto como agregar al ejemplo al movimiento del planeta. Eso no es inorgánico. Me pregunté, si está convencido de su soledad, ¿para quién escribe el cuento? El protagonista responde: para seres de otra dimensión. O sea, que es proclive a creer en seres interdimensionales, pero no que haya gente como él en el pueblo de al lado. Mientras lo leía creí que la mejor forma de terminar el relato era que el protagonista en realidad fuera Dios, con un poco de amnesia (como aquel de Lautremont). Arreglando algunas cosas, podría tener sentido. Pero no, al final no se explica nada, ni siquiera la interrogante que motiva al protagonista. Termino y sigo creyendo que hay muchas más diferencias entre la soledad y la inexistencia. El objetivo del relato, que era aclarar este pensamiento, no se consigue. Por otro lado: encuentro ciencia ficción a fórceps, solo creyendo que lo que haya ocurrido se deba a un evento tecnológico sin explicación.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-08-02 07:21:17
4
Comentario
El relato, medio filosófico, puede recordar a cierta novela de 1956, que no voy a nombrar para no dar pistas. El problema aquí es que hay más filosofía que ciencia, con escenas que no se entienden y poco aprovechadas. Por ejemplo Spoiler la libreta con la frase escrita. ¿De donde ha salido? ¿Quién es el autor?
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-08-11 08:15:50
7
Comentario
Relato interesante y bien escrito, que ya es mucho. Un especié de Robinson Crusoe en un mundo desalmado y congelado. El último hombre vivo sobre la tierra, él no es leyenda porque no hay nadie más para hacerlo legendario. No necesitamos respuestas si las preguntas que se suscitan son suficientemente hondas y sugestivas, pero no sé si es el caso. Me gusta este tipo de relatos, con cierta carga filosófica, y no me importa que el planteamiento sea más fantástico que de ciencia ficción. No me convence el encuentro con el supuesto hacedor, ahí es donde falla, en mi opinión, el relato, parece que el que lo elude es el autor y no el personaje.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-08-14 17:00:14
7
Comentario
Gracias al autor o autora por su tiempo y su imaginación. Me ha parecido un relato entre el humor y lo poético, casi filosófico. De lo que no tengo duda es de que el autor/a sabe contar historias y sería capaz de contar monólogos con habilidad, como ha plasmado aquí. El agujero que le veo es que la ciencia ficción apenas asoma, parece todo magia; habría puntuado más alto si se hubiese dado alguna pista más de lo que sucede (y que hubiese tenido que ver con la CiFi, claro). Con todo, me ha dejado muy buen sabor de boca. El aspecto lingüístico está relativamente cuidado. Una corrección de estilo habría venido bien porque, desde mi punto de vista y aunque respeto el criterio del autor/a, la puntuación, con tantas pausas fijadas por comas y, sobre todo, puntos, han restado mucha agilidad a mi lectura. Creo que no refleja bien la fluidez del pensamiento, que, en definitiva, es la base del relato. Aparte, una corrección ortotipográfica habría sido necesaria para corregir algunos detalles como los siguientes, son una muestra de lo que hay, espero que ayude para la próxima: "sólo" va sin tilde en español de España. Errores con tildes, como los dos "aquél". Las comillas no son las recomendadas para textos impresos en español, y a veces no están bien empleadas. Errores en la puntuación de diálogos, no se conoce cómo debe ser la raya ni la puntuación de incisos. "bondage" debería de ir en cursiva.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-09-08 15:11:17
4
Comentario
Muchas gracias al autor y suerte ^^. Relato demasiado profundo, complejo y filosófico para mi gusto, la verdad. No hay duda de que está muy trabajado y que el autor intenta transmitir de la manera más detallada posible su idea, pero me he perdido en varias ocasiones. La narración en primera persona me parece que queda interesante, ya que da a la historia un tono más íntimo y personal, pero en esta ocasión me he quedado un poco fría, pues no he podido empatizar.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-09-09 00:46:07
5
Comentario
"Concatenación de palabras, inteligible." se dice en una parte del relato, y en ocasiones así pasa. He de decir que me ha encantado la primera frase, que se repite luego una vez más, pero ese primer párrafo, y alguno que otro más, tienen una puntuación malísima, sobre todo el abuso de los dos puntos. Sin embargo, en otras partes el relato fluye bien con frases cortas. La temática no sorprende (de hecho casi ninguno lo hace, pues hay mucha y buena ciencia ficción), y el final cómplice con el lector es quizás un poco flojo para todo lo explicado antes de ese mundo distópico. Veo luces en el autor, pero entre bastantes sombras.
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