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Relato 65 - La flecha
2022-07-09
Presentación
Tras un acontecimiento, que cambió la vida de la humanidad, una mujer encuentra un extraño objeto que parece querer decirle que viaje al Norte. Pero ¿por qué? ¿Qué será lo que encuentre al llegar a él?
Relato
Rebeca era una científica que llevaba trabajando como tal desde hacía más de diez años. Era su pasión, o al menos lo había sido hasta que tuvo a su hija, momento en el cual su vida dio un giro de 180 grados y su trabajo quedó relegado a un segundo plano. Había llevado el cargo de varias investigaciones cruciales los últimos años, pero ahora sentía que su niña era lo más importante en su vida y quería aprovechar el tiempo con ella lo máximo posible. Así pasaron los años hasta que su hija cumplió diez. Fue ahí cuando ocurrió algo que Rebeca no pudo ignorar, ya que estaba segura de que supondría uno de los mayores descubrimientos de la historia, que podría cambiar la vida tal y como la humanidad la había conocido hasta la fecha. Cayó de bruces contra el suelo y enseguida percibió que este desaparecía bajo su cuerpo. El golpe fue duro y durante un par de minutos la mujer no tuvo fuerzas para ponerse en pie. Escupió polvo y arena, se quitó un mechón rizado del rostro, y abrió los ojos con dificultad tras esto, sintiendo las lágrimas caer, algo que ayudó a limpiar su visión lo suficiente como para ver el lugar en el que había aterrizado. Parecía una gruta que un día fuera el hogar de alguien, pues varios esqueletos yacían en ella y a su alrededor objetos cotidianos creaban un ambiente acogedor. La mujer se levantó con dificultad, a causa del dolor de su cuerpo, se fijó en sus manos, llenas de heridas, y comprobó que no se hubiera roto o torcido nada. —Todo bien. Menos mal… —murmuró aliviada después de quitarse con el dedo un poco de sangre del labio. Observó los tres esqueletos que parecían estar descansando juntos sobre una cama hecha con mantas. Dos eran adultos y el tercero, entre ambos, estaba claro que se trataba de un niño de cinco a diez años, a juzgar por el tamaño. Vio distintos objetos de cocina, algo que parecía ser un hornillo, máquinas que no supo reconocer, e incluso un par de dibujos en las paredes, pintados seguramente por el pequeño de aquella familia. El lugar podía parecer tétrico y triste, pero la mujer no lo encontró así en absoluto. Lo sintió un hogar, que un día había albergado a una familia que se había querido mucho. Recreó en su mente cómo serían las personas cuyos cuerpos descansaban allí. Se imaginó sus preciosos ojos, colmados de vida e ilusiones; sus sonrisas, llenas de alegría y bonitas vivencias; las líneas de expresión y arrugas de sus rostros, marcadas por el dolor y penas pasadas; y se imaginó también la esperanza con que habrían decorado aquel lugar, como si fuera la más bonita de las casas. Un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar en eso y un gran pesar, al recordar cómo había sido su propia vida antes de que el cataclismo arrasara gran parte del mundo que había conocido siendo niña, se apoderó de ella. Anduvo por la guarida, contempló con compasión los restos mortales y le dirigió una mirada más larga e intensa al autor de los dibujos que decoraban las paredes. En ellos se representaban a cuatro personas: una que parecía ser la más mayor, a causa del tono gris de su cabello, dos adultos y un niño. ¿Serían familia o se habrían convertido en una por casualidad? ¿Y la persona anciana que se mostraba en la pintura? Sus restos no parecían estar allí. Tocó el dibujo hecho en papel y sintió la suavidad de las ceras de colores bajo sus dedos. A continuación, abrió un par de cajones de un pequeño mueble en donde se guardaban varias revistas y periódicos de hacía años y ojeó uno de ellos con nostalgia. Cerró los ojos instantes después y comenzó a rezar en silencio. Pidió, a quién fuera que hubiera más allá, que cuidara de aquellas personas y les diera una vida eterna llena de paz, pues amor no dudaba que tendrían en cualquier lugar en donde estuvieran ahora. Al cabo de un tiempo, se decidió a buscar una salida. Había caído desde una gran altura y al tratarse de una gruta bajo la tierra, a forma de escondite, no dudó de que hubiera alguna galería que la conduciría hasta el exterior. Se deslizó por un agujero, oculto tras un par de paneles de chapa, y a gatas marchó durante varios minutos hasta que la claridad de la luz exterior llegó a ella de manera victoriosa. La mujer sonrió y fue a acelerar el paso cuando un extraño brillo captó su atención: a un lado de la galería, algo tapado por unas cuantas piedras, vislumbró lo que parecía ser un bonito colgante plateado. Lo cogió con la mano y lo observó detenidamente: de un cordel de piel negra prendía una piedra ovalada de marfil, dentro de la cual un círculo con una flecha plateada en su interior no hacía más que moverse de un lado a otro. Había cuatro direcciones, aunque tan solo una estaba marcada con un símbolo: el Norte. Parecía tratarse de una especie de brújula antigua. La mujer la escudriñó detenidamente mientras se encaminaba hacia el exterior. Una vez hubo salido de la gruta, respiró aire puro largo y tendido. Llenó sus pulmones como si hiciera milenios que no lo hiciera y dirigió la mirada al claro cielo azul de una mañana cuyo alba le había dado los buenos días hacía escasos minutos. Se colgó el colgante del cuello y giró al Este, pues esta era la dirección de la que había venido, pero fue entonces cuando la flecha comenzó a moverse más rápido hasta detenerse en el símbolo del Norte. Cuando la mujer se hubo posicionado él, la saeta brilló con intensidad, como si estuviera reafirmándose. —Pero ¿qué demonios…? —murmuró, cerrando un poco los ojos a causa del brillo del amuleto. Miró la luna, que aún era visible en el cielo, al igual que las estrellas más cercanas a la Tierra, y ojeó de nuevo el extraño tesoro con expresión curiosa. ¿Por qué parecía querer decirle que siguiera la dirección de la Osa Mayor? Regresó a su campamento y observó la pequeña tienda de campaña y el ya apagado fuego que había hecho la noche anterior. Empacó sus cosas lo más rápido que pudo y emprendió la marcha de nuevo por aquel paraje verde y lleno de vida. El cataclismo, iniciado por el impacto de una extraña roca lustros atrás, había supuesto el fin para gran parte de la humanidad, pero sin duda también había supuesto un resurgimiento para la naturaleza, la cual, a cada día, se abría camino con fuerza y valentía a través de un mundo que hasta hacía unos años había estado plagado del caos y la destrucción propios de los hombres. Un par de horas más tarde, la mujer llegó a un pequeño pueblo abandonado y se dirigió hacia lo que parecía ser un pequeño establecimiento de comida. Entró en él y buscó en las estanterías y baldas del lugar: todo parecía estar vacío. Tan solo había dado un par de pasos cuando oyó un fuerte gruñido del interior del local. Con rapidez saltó sobre el mostrador y al instante un jabalí salió corriendo a su encuentro, para desaparecer después por la puerta que daba paso a la calle. La mujer rió nerviosa y bajó al suelo para seguir curioseando por el establecimiento. Al cabo de media hora no encontró nada más que un tarro de miel. Se lo guardó en su fardo y se dirigió de nuevo al exterior para seguir inspeccionando el pueblo abandonado. Al llegar la noche se resguardó en una de las viejas casas cercanas al comercio. El hogar debía de llevar abandonado años, aunque supuso que no desde el principio de la catástrofe, pues comprobó que un par de ollas guardaban los restos, ya putrefactos, de una comida casera que seguro habría estado deliciosa, y la mesa seguía puesta, como si el momento de aquella familia hubiera sido interrumpido de improviso por algo o alguien. Llegó hasta una de las habitaciones y con alegría contempló la vieja cama en donde se dispondría a descansar. Sacudió la manta y las sábanas y se tumbó sobre ellas, sintiéndose más tranquila y relajada que en mucho tiempo. Rápidamente cayó dormida y los sueños, o más bien recuerdos, la acompañaron en su descanso: «—Sama, cielo, creo que llevas demasiadas cosas para acampar. No vas a poder con todo —comentó Rebeca, dirigiendo una dulce mirada, con sus grandes ojos oscuros, a su hija, una niña de diez años y cabello rizado que portaba una mochila casi tan grande como ella. Sama echó atrás la mirada y se quedó pensativa. —Comida, abrigo y una buena guía. Es lo más importante para pasar la noche bajo las estrellas —volvió a hablar la madre. —Tú eres una buena guía —comentó la niña, extrañada. —Sí, lo soy, pero no me refería a mí, sino a esto. —Rebeca mostró a su hija una pequeña brújula que se había sacado del bolsillo—. Si alguna vez te pierdes viaja hacía él — comentó, señalando la brújula con el dedo.» Sama despertó, rememorando cuando siendo niña su madre y ella iban de acampada cada fin de semana. Fue antes del cataclismo y sin duda los mejores momentos de su vida. Tocó en ese instante el frío marfil que acariciaba su cuello y lo sostuvo en su mano con los ojos cerrados. «Sería un buen regalo para ti», pensó Sama, imaginándose a su madre. Todavía la recordaba bien, aunque la hubiera perdido hacía más de quince años. Recordaba su perfume, el color de su labial favorito, e incluso lo bonitas y arregladas que llevaba las uñas. Aunque lo que más recordaban eran sus ojos. La dulce expresión con la que siempre le miraban, aunque hubiera hecho alguna trastada. Su madre trabajaba como científica en un laboratorio y su bata de trabajo no era nada vistosa, pero ella siempre iba bonita y resplandecía allá por donde pasara. Recordó su sarcástico humor y las ganas de hacer cosas con ella cada vez que tenía ocasión. Rememoró todo con intensidad, incluso el último momento con ella. Aquel en el que no había podido decirla adiós: Buscaban un campamento para refugiarse en compañía de un pequeño grupo con el que se habían encontrado semanas atrás. El camino había ido bien hasta que otro grupo, más grande y con malas intenciones, había intentado quitarles sus provisiones. Se había librado una batalla entre ambos bandos y Sama y Rebeca habían conseguido huir corriendo, pero, al intentar poner a su hija a salvo, la mujer había acabado precipitándose por un precipicio. Sama, que en aquel entonces tenía veinte años, vio como su madre desaparecía ante sus ojos sin tiempo a ayudarla y sin oportunidad de decirle adiós. Después de esto había estado casi todo el tiempo sola y ahora, a sus treinta y cinco años, no le importaba que así fuera. Tras limpiarse las lágrimas, se levantó de la cama y caminó hasta la cocina. Se sentó a la mesa y sacó su tarro de miel. Cogió una de las cucharas que había sobre el mueble, la limpio como pudo y la introdujo en el tarro. Comió la dulce y sabrosa miel y rápidamente se sintió con energía para emprender un nuevo día. Durante una semana estuvo viviendo en la zona. Cada día en una casa fue conociendo el hogar de los que allí habían habitado tiempo atrás. Cazó en un par de ocasiones, aunque era algo que le resultaba doloroso a causa del amor que sentía hacia los animales, y se alimentó de las frutas silvestres de la zona. Al octavo día hizo al fin caso a la flecha y emprendió el viaje de nuevo al Norte. Así pasaron los días, las semanas y los meses, hasta que al sexto, pudo verse a lo lejos lo que parecía ser la figura de una estructura cuya cúspide parecía brillar. Fue justo en ese mismo momento cuando el brillo del colgante se hizo más intenso, pues pudo verse resplandecer sin problema incluso bajo el oscuro tejido del suéter de Sama, quien cogió el objeto entre los dedos al percatarse de esto y, sin apenas poder mirarlo, a causa de su resplandor, dirigió sus ojos al horizonte. —El Norte… —murmuró, ajustándose todo lo que pudo la mochila a la espalda y volviendo a guardar la flecha bajo sus ropajes. Sonrió, convencida de que aquella estructura era el final, y emprendió la carrera sin importarle los kilómetros que aún la separaban de ella. Rebeca dejó a un lado su trabajo, pues había oído abrirse la puerta que daba paso a la sala en la que estaba trabajando. —Buenos días —saludó con una sonrisa sincera al compañero que acababa de entrar. El científico sonrió también y se acercó a ella. Tras una breve charla sobre los funestos acontecimientos de las últimas semanas, cada uno volvió a sus quehaceres. Rebeca guardó en un cajón bajo llave parte de su investigación actual, pues no quería que nadie la viera, y continuó la experimentación con el extraño aceite plateado que había llegado a sus manos recientemente. Había estado viviendo por y para su hija desde su nacimiento, pero a partir de que el meteorito se estrellara su trabajo había vuelto a ocupar un lugar muy importante en su día a día. Los investigadores de todas partes del mundo se habían interesado por los hallazgos de la roca espacial, aunque creía que nadie más había conseguido descubrir los efectos del líquido que portaba en su interior. Las nubes negras que habían cubierto el cielo durante todo el día empezaron a descargar agua con intensidad, pero Sama no disminuyó la velocidad ni un instante y siguió corriendo bajo ella, notando la fuerza de la flecha guiarla hacia su destino. Pasadas un par de horas, el suelo embarrado la hizo resbalar y desplomarse contra el suelo con brusquedad. «Parece que siempre acabo cayendo», pensó molesta al tiempo que se levantaba. Sin hacer caso al barro que cubría su rostro continuó la carrera. Con cada paso que daba la intensidad del brillo de la flecha parecía aumentar, al igual que la fuerza que sentía dentro de sí. La vieja estructura, con forma de alta torre, finalmente se impuso ante Sama, quien pudo apreciar entonces, y con total claridad, la majestuosa belleza de un edificio que antiguamente parecía haber sido un importante observatorio. La torre se alzaba poderosa sobre una ciudad que estaba en ruinas y un mágico halo parecía envolverla. La lluvia cesó instantes más tarde y Sama pudo dirigir la mirada a la cúspide de plata, que brillaba al igual que la flecha, como si estuvieran conectadas. Sama se quitó el colgante del cuello y sostuvo la piedra entre los dedos, apuntándola hacia el cielo, dirección la torre. El brillo se hizo más potente y ambos halos de luz, el de la saeta y el de la cumbre, se unieron en uno solo, como si se hubieran abrazado tras largo tiempo separados buscándose el uno al otro. Un extraordinario poder recorrió el cuerpo de Sama, cuyas pupilas se agrandaron al ver que una persona, una mujer ya anciana, con largos cabellos plateados, salía de la torre y se dirigía hacia ella. —¿Quién es? —preguntó en un hilo de voz al ver aproximarse a la mujer. —Lo encontraste —contestó la anciana, refiriéndose al colgante—. Largo tiempo he esperado que la flecha te guiara hasta mí. Sama miró la flecha, que había cambiado. Ahora asemejaba estar hecha de cristal, un cristal multicolor que parecía haber sido creado de rayos de arco iris. —¿Quién es? —volvió a preguntar Sama, escudriñando extrañada los oscuros ojos de la anciana, cuya dulce mirada parecía estar cargada de amor—. Mamá… —murmuró, reconociendo en la mujer a la madre que había perdido quince años atrás—. No puede ser… Te vi caer…. Te vi desaparecer ante mis ojos… —Sama negó con la cabeza y notó cómo su cuerpo comenzaba a temblar sin control. Rebeca llegó caminando hasta su hija, quien no pudo dejar de contemplarla, como si fuera lo más hermoso que hubiera visto en su vida, y sonrió con los ojos humedecidos. —¿Recuerdas la dirección que te señalaba en la brújula? —preguntó Rebeca, rememorando el pasado. —El Norte, por supuesto… —susurró Sama, evocando la niñez. Dirigió una mirada al objeto y un recuerdo llegó a ella raudo y tajante: « Su madre entonces le mostró la brújula que se había sacado del bolsillo: —Si te pierdes busca siempre esta dirección —explicó, marcando la brújula con el dedo. Su dedo señalaba el Norte. Cada día, durante años, Rebeca había enseñado a su hija a valerse por sí misma y esto era algo que le había sido de gran ayuda durante los años posteriores al cataclismo. Su último trabajo en el laboratorio la robaba demasiadas horas al día, pero tenía bien claro que debía darle a su hija todos los conocimientos acerca de la vida que ella había aprendido a lo largo de los años y la experiencia, pues sabía que muy pronto los necesitaría. —¿Recuerdas el extraño meteorito que cayó a la Tierra poco antes del cataclismo? —preguntó Rebeca, con mirada cómplice. Sama asintió. —Fue hace muchos años, pero tengo grabado ese momento como si fuera ayer. —Y dicho esto, relató vívidamente los hechos que la habían llevado hasta ese instante y lugar. Rebeca llegó de trabajar. Su día en el laboratorio había sido duro e intenso, pero el ver a su hija era lo único le proporcionaba paz entre tanto caos como había entonces a su alrededor. Las últimas pruebas con el aceite extraído del meteorito que había caído a la Tierra meses atrás no estaban dando los frutos esperados, aunque bien sabía que escondía algo importante, pero ¿qué sería? La revelación llegó una mañana a primera hora, cuando Rebeca acababa de entrar al laboratorio. Estaba sola y el aceite, de un plateado hermoso e intenso, yacía en un tarro transparente cerca de ella. Lo había visto cambiar en un par de ocasiones por casualidad, pero necesitaba hacer la prueba para asegurarse. Abrió la tapa del recipiente y comenzó a pasearse con él por el laboratorio. Fue justo en ese momento cuando el aceite empezó a moverse de un lado a otro, como si estuviera buscando algo. Tras unos instantes, Rebeca se detuvo y el aceite lo hizo también, al tiempo que comenzaba a emitir un hermoso brillo. La científica sacó su vieja brújula del bolsillo y comprobó que la posición en la que se encontraba era el Norte. —No puede ser… —murmuró, con una amplia sonrisa. Después de esto, la científica separó el espeso líquido en varios tarros y al instante todos ellos empezaron a brillar de nuevo, uniéndose los unos a los otros para crear una especie de prisma multicolor. El aceite sin duda estaba conectado, como un todo. —Fabriqué varias brújulas poco antes del cataclismo y las fui dejando allá por donde iba al separarnos, pues tenía la esperanza de que si las encontrabas, aunque tan solo fuera una de ellas, lograrías llegar hasta mí. —Rebeca señaló la cúspide la torre—. El resto del aceite extraterrestre, extraído del meteorito, está ahí arriba. Él te ha estado guiando. —¿Lo llevaste contigo cuando huimos? Rebeca asintió con la cabeza. —¿Está vivo? —volvió a preguntó Sama, observando la flecha, que ya no se movía. —Sí, aunque no vivo de la forma que cualquiera podría imaginar. Descubrimos que procede de un planeta ubicado al norte de la Tierra. Por eso siempre parece querer ir hacia esa dirección. Y si separamos el aceite las sustancias luchan por unirse. Sama se quedó en silencio, observando la inquebrantable cúspide del enorme observatorio y el suave marfil blanco del pequeño colgante. —¿Dónde lo encontraste? —preguntó la anciana, refiriéndose al objeto que su hija sostenía con suma delicadeza. —En una gruta. Caí en ella por casualidad... Creo que fue el hogar de alguien, pues encontré varios cuerpos. Creo que debían de ser un padre, una madre y un niño. Rebeca sintió un escalofrío recorrer su piel, y una mezcla de sensaciones, al recordar el pasado y saber que aquellas personas ya no tendrían un futuro, la embargaron con rapidez. Se precipitó al vacío, sin poder ni tan siquiera dirigir una última mirada a su hija, que la vio desaparecer bajo sus pies sin opción a socorrerla. Cayó por la montaña, sintiendo las duras y afiladas rocas desprenderse junto a ella. Intentó agarrarse de los salientes de la pared, pero la gravedad le hizo imposible el conseguirlo. El vacío pronto llego a su cuerpo, que se derrumbó durante eternos metros hasta una zona de pequeños fiordos. Luchó por salir al exterior, a pesar de que el impacto contra las aguas había sido realmente doloroso, y cuando lo consiguió intentó inhalar el máximo de aire posible, pues sabía que pronto las aguas volverían a engullirla. Largos minutos estuvo así: emergiendo del agua y ahogándose en ella, hasta que de pronto algo fuerte la agarró. Cuando se despertó, un par de horas más tarde, una joven pareja y un niño la observaban con expresión de preocupación. —Gracias a Dios… —dijo aliviada la joven, que estrechaba con fuerza la mano de un niño, de alrededor de cinco años. Un joven alto y atlético yacía a su lado. —Un poco más y no lo cuenta —dijo el chico, mirando a la joven con una media sonrisa. La familia la sonrió, mostrando en sus rostros una bondad que poco había visto en los últimos años. —Ellos me salvaron... Se llamaban Emma, Ángel y el pequeño Lucas… Una familia preciosa de la que formé parte durante un tiempo. —¿Tú eras la anciana del dibujo que vi en aquel lugar? —preguntó Sama, sorprendida por la enorme casualidad, si es que podía tratarse como tal. Rebeca asintió y entonces Sama cerró la mano que portaba la flecha y comenzó a llorar. La anciana se acercó a su hija y la abrazó fuertemente, para que nada ni nadie pudiera alejarla de ella de nuevo. —Jamás volveremos a separarnos, hija mía. El aceite siempre nos guiará.
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2022-07-10 13:33:54
5
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Buena escritura pero la historia no me termina mucho. En ocasiones usa “le” y en otras “la” para referirse a la protagonista, lo que desconcierta. Por ahí me he encontrado esto: ⁃ “Sin tiempo DE* ayudarla”. ⁃ “Lo único QUE*”. Gracias por el cuento y sigue escribiendo.
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Valoración Relato
2022-07-11 16:47:19
5
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Aunque la historia es entrañable, no considero que pertenezca al género de ciencia ficción ya que aunque madre e hija estén unidas por un aceite, al parecer mágico y llegado del cosmos, a modo de imán encaja mejor en el género de fantasía. Una sugerencia al autor/a: En el párrafo detallado, a continuación, se hace difícil la lectura. Se debería separa con doble espacio, para marcar el cambio a una situación anterior. "Rebeca dejó a un lado su trabajo, pues había oído abrirse la puerta que daba paso..."
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-07-12 19:09:39
4
Comentario
Me he quedado con las ganas de saber algo más sobre el gran cataclismo que afectó a los seres humanos o sobre el significado del aceite mágico que permite hacer brújulas que señalan siempre al norte. Por cierto, la dirección norte no está marcada por la Osa Mayor como se indica en algún punto del relato, sino por la Estrella Polar que está en un extremo de la Osa Menor. Por otro lado un planeta "situado al norte de la Tierra" es una indicación bastante confusa ya que nuestro planeta se mueve en una amplia órbita aldededor del Sol. Quizás quiera decir que ese extraño planeta está en la dirección de la Estrella Polar. ¿No sería mejor decirlo así?
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Valoración Relato
2022-07-12 20:18:52
5
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Lo siento autor/a, este relato a mi modo de ver no es de ciencia ficción, sino de fantasía. La más mayor… (la mayor) … a quién (sin tilde) fuera que hubiera más allá… … mañana cuyo (cuya) alba… … Cuando la mujer se hubo posicionado él, la saeta… (no se entiende) … Regresó a su campamento y observó la pequeña tienda de campaña… (cuál campamento y cuál tienda de campaña) … Empacó sus cosas (cuáles) … lo guardó en su fardo (cuál) … a preguntó (preguntar) Sama. ¡Suerte!
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Valoración Relato
2022-07-22 19:49:04
4
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Me ha gustado la idea de un organismo extraterrestre que señala hacia su hogar ;), también me pareció bueno que la madre emplease esa característica de señalar el norte como señal para su hija. Sin embargo, los fallos en la narrativa desmerecen un poco la historia. Si le dieras un enfoque diferente ganaría mucho el relato. Suerte en el concurso. Sigue escribiendo!! :)
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2022-08-03 16:39:35
4
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Me he desorientado un poco con la historia, pero me ha parecido un cuento interesante. La narrativa es un poco confusa y haría falta repasar un poco la forma, por lo demás es un bonito relato de amor materno-filial, aunque se echa de menos el componente ciencia ficción. Sigue escribiendo autor, hay talento para desarrollar.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-08-03 22:23:34
3
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En el principio, tal vez la referencia “científica” sea muy vaga. Si realmente lo fuera, debería ser específica. Digamos, una neurocirujana especializada en fibroma quístico no dice de sí “soy una científica”. Que tenga que elegir entre su hija y su profesión parece una exageración. “piedra ovalada de marfil”, no es exacto (el marfil no es una piedra). “dentro de la cual un círculo con una flecha plateada en su interior”, también está mal. Además de que repite dentro/interior, la idea está mal. Si el signo está dentro de la piedra, no es visible. Justamente, el signo está gravado en la superficie; o sea fuera. Si es una brújula y no deja de moverse para todos lados a pesar de que ella esté quieta, me temo que está averiada. Cuando sale de la cueva habla del alba, ¿o sea que estaba examinando la montaña de noche? En el amanecer, las estrellas que aún son visibles no son las más cercanas a la Tierra. La madre se acuesta y sueña con la hija. Pero luego es la hija la que se despierta. Esto confunde. ¿O es que la madre sueña que la hija despierta? No me queda claro, la niña despierta y tiene la brújula que tenía la madre al dormirse. ¿El cuento se va quince años hacia el futuro? Aquí aclara que cuando cayó en el pozo Rebeca iba con su hija. Cuando sale de la gruta ¿no piensa en buscar a su hija? Toda esta parte está muy confusa. El relato pasa de la hija a la madre sin aviso. Los continuos saltos temporales y los cambios de protagonista dificultan seguir el hilo del cuento. No entiendo. Rebeca cae en la cueva. Sama la ve caer. No volverán a estar juntas hasta el final. Rebeca encuentra la flecha luego de esto. ¿Cómo llega la flecha a manos de Sama? Planeta ubicado al norte de la Tierra, no puede ser correcto. Al final me confundo aún más. ¿Fue Sama la que cayó en la gruta?
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Valoración Relato
2022-08-14 17:15:25
5
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Gracias al autor o autora por su tiempo y su imaginación. Una bonita historia de pérdida y reencuentro en un futuro distópico. Con todo, reconozco que el principio del relato me ha parecido confuso, y he tardado en situarme dentro de la historia. Además, me ha faltado saber más sobre el cataclismo y sobre el misterioso aceite, aunque es cierto que le da intriga a la trama. El aspecto lingüístico está bastante cuidado, aunque una última lectura, tranquila y con tiempo desde la última vez en la que se trabajó en el redacción habría detectado el puñado de errores e incorrecciones que hay. Eso, o una corrección de estilo y otra ortotipográfica, pues habrían dejado el relato pulido. Dejo algunos de los detalles que he localizado para que ayuden a mejorar: Alguna repetición llamativa cercana, como los dos "detenidamente". Hay párrafos muy largos y densos que podrían dividirse para separar ideas. Algún error de redacción, como: "Cuando la mujer se hubo posicionado él, la saeta". Miró la luna/Luna. lo que más recordaban/recordaba. (en) dirección (a) la torre. "arcoíris" es preferible a "arco iris". era lo único (que) le proporcionaba. señaló la cúspide (de) la torre. Algún error de puntuación, como cuatro puntos suspensivos. Alguna tilde. Algún error de concordancia de género.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-09-15 21:28:14
4
Comentario
El comienzo me ha resultado extraño, con ese suelo que desaparece. Me ha costado meterme en una historia en la que veo más fantasía (con ese aceite mágico) que ciencia ficción. Por otro lado, creo que la forma de escribirlo es adecuada al tono de este cuento.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2022-09-16 20:51:39
5
Comentario
Me ha gustado la idea del aceite extraterrestre aunque veo un poco de mezcla fantasia ciencia ficción. Me ha resultado confuso de leer. Si Sama tiene 20 años cuando Rebeca desaparece, ¿cuántos tiene esta si es una anciana en los dibujos de la gruta? Yo imagino entre 70 y 85.
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