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Relato 23 - El secreto
2024-10-21
Presentación
“Todos tienen algo que ocultar, incluso John Lennon y su Yoko Ono”. Buitres después de la una (banda de rock uruguaya).
Relato
EL SECRETO PARTE 1: MI SECRETO Ojeroso, con unos ardores terribles y la debilidad de un cervatillo desangrado, a punto de morir… así me he levantado esta mañana. Hoy es un día más, y, según se mire, un día menos en lo que intuyo será mi corta existencia. Pero no dejaré que el desánimo se apodere de mí, aún poseo fuerzas suficientes para seguir intentándolo, para luchar contra mi deterioro interior, para continuar plantando cara a mi enfermedad, como he hecho desde que tengo uso de razón. Me recompongo, me tomo la medicación nueva que me ha prescrito el especialista y me atiborro de café bien cargado con ligeros toques de anís, para levantar el ánimo y que nadie lo note. Luego, me acicalo y me visto con mi mejor indumentaria; genio y figura, hasta la sepultura. Llego a recepción algo tarde, pero justo a tiempo para recibir a la nueva becaria. Mientras saludo a la administrativa de la entrada, me imagino cómo será la muchacha. Por la fotografía de su currículum tiene buena presencia, y su edad es un dulce que deseo catar antes de que sea demasiado tarde. No sé qué mosca le habrá picado hoy a la recepcionista; no me ha devuelto el saludo. Frente al ascensor, aprieto el botón para hacerlo bajar; pero un dolor agudo entra de súbito en mis entrañas. Debo ir al excusado de inmediato. El café no ha debido caerme demasiado bien junto con el aluvión de pastillas que he ingerido. Lo tiro todo por la borda: por la proa de mi boca, y también por mi popa… Tras reponerme y quedar vacío, aspiro aire profundamente, me enjuago la boca con algo de pasta de dientes del dispensario del servicio y me echo agua bien fría para aclararme. Una vez recompuesto del todo, vuelvo hacia el ascensor. Siempre llego antes que los ingenieros, pero hoy debo apretujarme contra ellos para subir a mi planta. El fuerte perfume de sus lociones de afeitar me produce arcadas, pero aguanto y miro hacia el techo para intentar atrapar aire no viciado, y así evitar sus miradas suspicaces. Es como una burda imitación del camarote de los hermanos Marx, y el ascensor, como la indeseable cabina de teléfono de aquella película, y no precisamente la de Colin Farrell, sino la poco glamurosa de José Luis López Vázquez. Una vez en el piso correspondiente, pongo los pies sobre la moqueta mullida que me da la bienvenida. Con paso decidido, hundo mis mocasines hasta el fondo, sorteando a mis empleados que ya se van colocando en sus correspondientes mesas de trabajo. Al final del pasillo, como una postal romántica, diviso la figura esbelta de una muchacha que intuyo será la nueva becaria. Su vestimenta gris ceniza de puro habano destaca sobre el acre de la moqueta. Se la ve inquieta. Su andar acelerado casi le hace levitar sobre el suelo. Parece una sinuosa aparición fantasmal. Entonces, ella se vuelve hacia mí y me mira. Me ha reconocido, sabe que soy su futuro jefe. Me siento empoderado. Camino firme a su encuentro. Frente a frente, le pregunto directamente su nombre entre signos de interrogación, y, tras asentir ella con su cabeza, le estrecho la mano. Al hacerlo, noto que la palma de la muchacha está húmeda, y con un rápido movimiento la aparta y extrae de su bolso un pañuelo. Me lo tiende para que me limpie, disculpándose, completamente azorada. A mí me parece divertido y le quito importancia. Aquel delicioso gesto acrecienta aún más sus encantos. Una vez roto el hielo, le abro la puerta y la invito a entrar. Tras una charla distendida, coqueteo sutilmente con ella, explayando todas mis armas varoniles. Se ve a simple vista que la intimido, pero ella se deja llevar. Con cada sonrisa que le lanzo, ella responde de manera similar. El cruce de miradas es sutil, pero noto que ella se siente desnuda ante el azul hipnotizador de mis ojos, y parece gustarle. Entonces, me acerco y doy un paso más: rozo su mano, comentándole que ya no suda. Ella se ruboriza, pero acepta el gesto con naturalidad. Es hora de intentar algo más arriesgado: acerco mi nariz a su oído y le susurro que vamos a llevarnos muy bien… si ella quiere. Siento que mi voz la ha derretido. Su piel es delicada, pálida, fina. Parece llamarme a gritos, parece invitarme a escudriñar sus poros más íntimos, el misterio de su tersura. No lo puedo evitar, su tierna fragilidad despierta algo en mí, mi yo más seductor, mi depredador interior. Y actúo: le lamo el cachete. Unos segundos; solo unos segundos transcurren desde aquel contacto hasta que mis papilas gustativas me alertan de su sabor. Emito una exclamación que nace y escapa con celeridad de mis labios: «¡Estás salada!» A la velocidad del rayo, sale y se aleja, dejándome plantado en mi despacho. Me debato entre la estupefacción y el asombro. ¿Acaso esa criatura también padece lo mismo que yo? No puede ser, deben ser imaginaciones mías, producto del tratamiento, de todos los químicos que invaden mi cuerpo, de la masa tóxica escondida en los comprimidos que ingiero cada día. Intento ir hacia ella, alcanzarla, pero de nuevo mis entrañas se retuercen. El dolor ha reaparecido, y parece no querer abandonarme esta vez. Rabiando por dentro, intento calmarme. Me siento en el sillón, arqueo mi cuerpo y aprieto los dientes. Es inútil. Mil pirañas mastican mis intestinos, mil hogueras incandescentes recorren mi columna y ascienden hasta mi cerebro, mil burbujas de bilis venenoso y corrosivo trepan por mi tráquea hasta mi boca. Me siento morir. A duras penas logro atinar con el móvil que descansa en mi escritorio y marco el número de emergencias segundos antes de perder la consciencia. No sé cuánto tiempo ha pasado. Siento que unas manos me abofetean suavemente la cara y abro los ojos en respuesta al gesto. Me encuentro frente a un par de sanitarios que me atienden y me hacen preguntas para que siga despierto. Entonces, me veo obligado a destapar mi secreto, a revelar la verdad, a contarles que padezco una enfermedad terminal. Tengo miedo. No quiero perder mi puesto, aún no. Todavía me quedan fuerzas, no voy a acabar así, aquí, de esta manera tan patética. Aunque, bien pensado, quizá me lo merezca. He tensado demasiado el hilo de mi suerte. He malgastado mis relaciones con los demás. Mis ansias por gozar al máximo me han llevado a creerme un dios, anteponiendo mis más oscuros deseos a la integridad de quien me rodeaba. He culpado a todo aquel que estaba sano, que exhibía su bienestar en mis narices, que no sabía del mal que me recorre desde niño. Los sanitarios me introducen maltrecho y rendido en el ascensor, aquel camarote maldito donde me siento asfixiado, y mi cuerpo, aquella cabina de teléfono que atrapa mis sentidos, que me tiene encerrado, cautivo en la trampa de mi propia carne. Antes de salir del edificio, pasamos junto a la recepcionista y aquella muchacha nueva. Seguro le habrá contado lo sucedido, y, a cambio, la otra le habrá puesto al corriente de la tortuosa relación que tuvimos. Debería guardarles rencor, pero creo que ya no me queda tiempo para eso. Ni para nada más. PARTE 2: SU SECRETO Bien aseada y ataviada con su mejor uniforme para entrevistas laborales, la muchacha se presenta a las puertas de un llamativo rascacielos. Hoy, en su primer día de trabajo, quiere causar la mejor impresión, pero no quiere llamar demasiado la atención. Así que, rebuscando en su impoluto armario, ha elegido una vestimenta sobria, de color gris cielo encapotado. Antes de entrar por la puerta de las oficinas, se sacude el polvo que pueda haber acumulado por el camino y se persigna, colocándose bien visible el pase que recibió por correo. Lo lleva colgado al cuello con su retrato, una instantánea que refleja la ilusión de una carrera profesional fructífera. Nada más colarse en recepción, una amable administrativa le pide su identificación y la tacha de una lista que tiene conformada en un archivero a su derecha. Tras indicarle el número de planta y sala a la que debe dirigirse, la despide con una amplia sonrisa, deseándole suerte. En el ascensor, se aprieta junto a dos ejecutivas que suben junto a ella. Las huele. Aspira el aroma de triunfo y sofisticación, de sus puestos exitosos en cualquiera de las empresas que adornan el inmenso bloque. Y, al mismo tiempo, ellas captan su lozanía, los efluvios de una becaria de grandes metas, su almizcle aun por pulir. Una vez en el piso correspondiente, pone los pies sobre la moqueta mullida que le da la bienvenida. Con paso decidido, hunde sus finos tacones hasta el fondo en el pasillo, fijándose en los carteles de las mesas que lo rodean. Son amplios escritorios ataviados con modernos ordenadores. Cada uno de sus dueños los han personalizado con marcos de fotografía de familia, pequeñas macetas con plantas diversas, muñecos diminutos… incluso uno de ellos exhibe una pelota de tenis firmada; se pregunta a qué jugador pertenecerá la rúbrica. Entonces, por unos segundos, sueña con entablar amistad con aquella persona, quedar a tomar un té en los minutos de descanso de la oficina, y, entre risas, escuchar la anécdota divertida de la aventura que le llevó a conseguir aquel trofeo. Todas las mesas aún están vacías de personal, y eso la complace, ya que no se siente vigilada ni estudiada a medida que atraviesa ese corredor que se le antoja por momentos interminable. Y, al mirar a la habitación cerrada del final, le vienen a la mente escenas de pasillos de pesadilla, como el del hotel Overlook de “El resplandor”, o la planta superior de la casa de los Freeling, que conduce al cuarto de los niños que presencian los sucesos paranormales en “Poltergeist”, o incluso la trampa que se esconde en los muros del pasillo que lleva a las instalaciones Umbrella, en “Resident Evil”. Solo espera no encontrarse con las gemelas, ni que el pasillo se alargue hasta los confines de la locura, ni, por supuesto, que le lance rayos láser que la corten en cubitos de carne. Por fin, se planta frente al despacho de quien va a ser su supervisor, su jefe, la persona que la guiará y le dará instrucciones para que se abra paso en el mundo laboral con buen pie. Llama suavemente con los nudillos y espera la respuesta afirmativa para poder entrar. Nadie contesta. Algo inquieta, mira hacia atrás y no ve ni un alma. Hurga un poco en su bolso y saca su móvil. Con un roce leve de su pulgar, lo desbloquea y se fija en la hora: las ocho y media de la mañana. Las instrucciones fueron precisas. Debía incorporarse a las nueve en punto en su puesto, pero, si quería, podía acercarse antes, ya que su nuevo jefe le aseguró que, tanto él como el personal de recepción, comenzaban su jornada a partir de las ocho y cuarto. No quiso llegar muy temprano, pero tampoco a lo justo, o incluso tarde; por ello decidió estar a la hora adecuada. «Quizá se ha ausentado o no ha llegado por motivos diversos», piensa. Se arma de paciencia y espera en la puerta. Pasan minutos eternos. Los tacones dejan huellas profundas en la moqueta, huellas impacientes, nerviosas, a la espera de la llegada del jefe. Son las nueve. Los escritorios de los lados del pasillo comienzan a llenarse de gente. Decenas de ingenieros ocupan su lugar. La miran. Tras ellos, un joven bien trajeado y apuesto se apresura en dirección suya. Supone que será su jefe. Se acerca. Su corazón palpita. Sus pupilas se dilatan. Sus manos comienzan a sudar. Está frente a ella. Es él. Frente a frente, le pregunta directamente su nombre entre signos de interrogación y, tras asentir con un gesto de su cabeza, le tiende la mano para estrechársela. Ella se disculpa al percatarse de que él ha notado su palma húmeda, e inmediatamente le tiende un pañuelo de papel que guardaba en su bolso, pero él no parece molesto. Una vez hechas las presentaciones, su nuevo jefe abre la puerta y la invita a entrar. El despacho es espacioso. Tras una charla distendida que la hace bajar la guardia y sentirse más cómoda, comienzan a intimar sutilmente. Ella no quiere parecer descarada, y mucho menos libertina; pero la cordialidad y complicidad que él le muestra la incita a dejarse llevar por sus encantos. Entonces, él se acerca y roza su mano, comentándole que ya no suda. Ella se ruboriza, pero toma el gesto con naturalidad. Luego, acerca la nariz a su rostro y le susurra que van a llevarse muy bien… si ella quiere. Acto seguido, hace algo inesperado: le lame el cachete. Como un resorte, ella se levanta del asiento frente al escritorio y se aleja de él, limpiándose la cara con la manga de su camisa. Y escucha una frase aterradora, hiriente, delatora de su secreto, de su enfermedad: «¡Estás salada!» A la velocidad del rayo, sale del despacho y se aleja, recorriendo decenas de miradas extrañadas, de ojos gemelos que la persiguen, que le lanzan rayos inquisidores, rematando profundos surcos de miedo en la moqueta del pasillo que se expande sin fin. Entra en el ascensor, atina vagamente al piso correcto y, mientras desciende, suben sus latidos a ritmo inversamente proporcional al número de plantas que aparecen en el panel. Y en la salida, le sorprende un ataque de tos. Usa el pañuelo. Lo mira. Sangre. Se asfixia, cree morir. Lucha por atrapar el aliento de vida que siente escapar de sus pulmones, lucha por continuar respirando, lucha por mantenerse en este maravilloso mundo, como ha luchado toda su existencia desde que supo del mal que la invade cada día más. Pero entonces aparece un ángel salvador, un alma caritativa que la conduce hacia un baño y la sosiega. Es la recepcionista. Ella le pide que mire en su bolso, y la administrativa encuentra en él un inhalador que le tiende de inmediato. Lo aspira, se calma, la tos remite. La recepcionista le cuenta que intuye lo que ha pasado, que no ha sido la única, que lamenta lo que le ha sucedido. Antes de entrar en detalles, las dos muchachas oyen sonidos de sirenas a las puertas del edificio. Salen del baño y ven que unos sanitarios se apresuran en dirección al ascensor. Suben. Pasan minutos y se vuelve a abrir. Llevan en volandas a su jefe. No parece estar bien. Al pasar junto a ellas, les lanza una mirada bañada en tonos amarillentos, enfermizos, con una mezcla extraña que va desde la súplica al rencor. Quedan estupefactas, sin saber qué hacer. Entonces, la recepcionista le coge de la mano y la conduce a la cafetería del complejo. Tiene la impresión de que van a hacer buenas migas. Confía en ella. Se deja llevar. Intuye el principio de una precisa amistad. Sus manos ya no sudan. PARTE 3: TU SECRETO Cansada, física y psicológicamente, con el cuerpo y la mente a punto de estallar, impotente, rabiosa… así es mi día a día. Desde que estuvimos juntos, mi existencia se ha convertido en un calvario. Nuestra relación ―para mí, el principio de un amor incondicional; para ti, un fugaz desliz― me atormenta y marca un antes y un después en mi vida. Pero no seguiré callada, tengo que arañar el aire con mi verdad gritando a los cuatro vientos lo que ha ocurrido. Cuando te conocí no era más que una chica inocente que ansiaba entrar en el mundo con paso triunfante. Ilusa de mí, creí haber conseguido el mejor puesto al que podía aspirar. Y todo gracias a ti, mi benefactor, la persona que movió los hilos, mi puente hacia el mundo laboral. Solo había una condición: entregarme a ti por entero. Creerás que soy una desagradecida, pero todo el dolor que me has causado han sido suficiente pago por el infierno que estoy pasando. Pero eso no es lo peor. No sufro sola. Después de abandonarme, de azotarme con esas palabras hirientes, de rechazar mi amor, de usarme y desecharme como una muñeca de porcelana resquebrajada, actúas como si nada hubiese ocurrido. Supiste aprovechar mi debilidad. Me desnudaste con tus ojos azul cobalto, embriagadores, certeros. Y tus palabras me lamían y me atrapaban como a una ratita incauta y presumida, pegada a una trampa de seducción. Algunos de los ingenieros que trabajan bajo tu yugo intentaron advertirme. Pero yo estaba ciega de amor por ti. Tanto que, cuando supe que estaba embarazada, no quise decírtelo por temor a que me tacharas de mentirosa y oportunista, alegando que eras estéril, como bien me hiciste creer la primera vez que yacimos juntos. Después del último examen de nuestra hija, el médico me ha asegurado que el demonio que colapsa sus diminutos pulmones es hereditario. Al principio, me he sentido culpable, ya que di positivo en la prueba genética. Pero al enterarme de que se necesitan DOS portadores para desarrollar la enfermedad, me he dado cuenta de tu secreto. No puedo describirte a viva voz el lodo de odio que recorre mis venas tras aquella noticia reveladora. Es terrible que seas capaz de tanta vileza, que escondas tu mal a todos, que te hayas aprovechado de mí a sabiendas de lo que podía ocurrir. Es cierto que también la suerte me ha jugado una mala pasada. La varita injusta de la naturaleza me ha dotado del gen portador. Y luego, te puso en mi camino. Yo también soy culpable del destino de nuestra pequeña. Pero, al menos, yo era totalmente inconsciente de la condena a la que la hemos sometido. Si me hubieses advertido, todo hubiese sido distinto. Quizá los días interminables en el pediatra de urgencia y las noches eternas escuchando su terrible tos las hubiese afrontado de otra forma. La noticia la habría sobrellevado con más ánimo. Quizá hubiese tenido arrestos para confesártelo y me habrías comprendido y ayudado. Habrías empatizado con ella, la habrías llegado a amar tanto como yo te he amado a ti, tanto como yo la amo. Ahora ya sé que has sido consciente de ello todo este tiempo. Has pasado desapercibido entre todos, camuflando tu verdadero ser. Te has mimetizado con el sigilo asesino de un auténtico “Depredator”, te has disfrazado con una carne que no debió pertenecerte nunca, como la “Invasión de los ultracuerpos”, y has pretendido escapar y burlarte hasta de tu propia muerte, como “Destino final”. Hoy, al verte llegar altanero, soberbio, arrebatadoramente egoísta, no he podido articular palabra. Luego, cuando he visto cómo salía la pobre becaria de tu despacho, no he podido sentir más asco de tu desfachatez. Y cuando te han llevado los sanitarios, la compasión y la lástima que debí sentir por ti se ha desvanecido completamente. Tal es la furia que yace contenida en lo más profundo de mi ser. Nuestra pequeña está muy grave. Tal vez no supere el invierno, que se antoja frío y cargado de incisivos gérmenes que galoparán en busca de sus débiles alveolos hasta darles caza y embadurnarlos de su horrenda viscosidad. Y yo lucharé para que ese acontecimiento inevitable tenga lugar lo más tarde posible, para que el tiempo que disfrute de ella sea de incalculable valor, para que su paso por este mundo tenga sentido. Ahora, te escribo estas palabras y pondré en copia a todas las personas del edificio, para desenmascararte, para que sepan cómo has ocultado tu propia enfermedad, para que por fin vean el monstruo nauseabundo que eres. Ya he comenzado con tu nueva becaria; si sales de esta, seguro que te será más difícil engatusarla. Siento decirte, querido mío, que ahora conozco el fatal destino que te espera. Lo que te ha sucedido responde a una poderosa razón: la parca no se ha olvidado de ti. Y solo le pido que te lleve antes que a mi pequeño tesoro, porque así te lo mereces.
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Valoración Relato
2024-10-23 10:56:58
5
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Lo que más me ha gustado del relato es la forma en la que está planteado, en tres partes, otorgando así la importancia a los tres personajes principales, cada uno desde su propia historia, desde su propio "yo". Hay muchas formas de entender el terror, ésta no es para mí la más espeluznante pero creo que es efectiva. Un buen texto que te deja deseoso de saber más sobre "la enfermedad".
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-24 09:14:10
8
Comentario
Me ha gustado el concepto de contar la misma historia desde tres puntos de vista diferentes, si bien no me encaja exactamente con el terror, si que me ha despertado curiosidad sobre la enfermedad que presentan los protagonistas.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-25 12:08:14
7
Comentario
Autor/a Una historia contada a tres bandas que se lee con interés y deja claro el punto de vista de cada uno de los protagonistas; un gran logro literario: conocer el por qué de una situación con el nexo de las vivencias independientes de cada uno. Tu relato está lleno de emociones: El temor de convivir con una enfermedad que lleva a quien la padece a ocultarla por vergüenza… La venganza y el desprecio, un acto oculto en la psiquis de la persona ultrajada, otro modo de miedo. ¡Suerte!
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-25 16:17:29
5
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El relato comienza muy bien, desde lo técnico se ve prolijo, trabajado, no se advierten errores evidentes. También tiene buen ritmo y se lee bien. Desde el argumento, podría señalar algunos detalles. Me parece que faltan justificaciones para que él le lama la cara. El texto es muy correcto y claro, no deja lugar para muchas interpretaciones, por lo que no se entiende bien por qué le lame la cara. Me imagino que podría ser porque el tipo es un abusador sexual y que, como está muy enfermo, no se contiene. Pero esto no queda claro. Así como está, rechina con el ritmo del relato. Como un detalle fino, señalo la cercanía de intención y atención. Llama la atención que ambos protagonistas huelan a las personas en el ascensor. A medida que el relato avanza uno quiere desentrañar “el secreto” y esto hace que el texto tome un muy buen ritmo y se lea en forma fluida. La tensión se mantiene hasta el final. Da tres ejemplos de pasillos de películas, pero son tres pasillos muy diferentes. Creo que con un solo ejemplo hubiera sido suficiente. “ todo el dolor que me has causado han sido suficiente”, creo que “han” debería ser “ha”. El DOS, en mayúscula, no creo que sea necesario. La frase ya tiene su impacto sin las mayúsculas. Las referencias finales a otras películas no parecen bien justificadas. ¿Ella es crítica de cine? “ arrebatadoramente egoísta”, es una imagen poco clara (cuesta imaginarla). Creo que es un buen ejemplo de adverbio terminado en mente que si se quisiera desarmar, podría dejar una frase más clara. Al final me sentí un poco defraudado. Me quedé esperando que se develara el secreto. pero no había secreto, estaban enfermos y nada más. En este sentido, estuve todo el cuento esperando que se develara el secreto y, a medida que avanzaba y no se revelaba, aumentaba mi expectativa. Llegar al final y encontrarme con nada, me deja sabor a poco. Yo pensé que ambos olían a las personas por una condición especial, que aumentaba su sentido del olfato. Pensé que podía ir por ahí, en el sentido de una degeneración genética o una condición que los volviera más “animales”. Esto (en mi imaginación) podría terminar en gente comiendo carne humana o algo más perverso. Pero con este final ni siquiera se ve el terror. Es una historia de amor-desamor y el terror no se ve muy claro.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-29 12:53:09
5
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Simpática historia, dado que no es exactamente del género Terrorífico, más bien del nauseabundo y telenovelesco melodrama. Bien escrito, lo cual promete mejores cosas.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-31 11:24:07
6
Comentario
Hay calidad en la pluma que escribe. El último narrador imagino que será la secretaria. He tenido que buscar lo de «la parca», muy interesante. Me han encantado las referencias a El Resplandor y a Resident Evil; recomiendo la lectura de las novelas de SD Perry encarecidamente, por cierto. Terror, como tal, veo poco en el relato. Una moqueta no es mullida, eso pega mejor con una alfombra. Hundir los mocasines hasta el fondo tampoco es una expresión coherente, en todo caso sería hundir los pies en los mocasines hasta el fondo. En la segunda parte hay, al menos, dos laísmos. Muchas gracias por participar. Sigue escribiendo. Suerte.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-11-18 12:24:01
4
Comentario
Muchas gracias al autor/a y suerte ^^. Relato bien escrito, sin faltas y narrado de una manera que permite una lectura fluida y sin pausas. Spoiler: La historia es interesante y contada en 3 partes permite empatizar más con cada una de ellas. Aunque, sinceramente, no he llegado a entender la trama. El jefe es un tipo joven, pero parece que tiene una hija con otra persona, que no sé quién es. Pensaba que ambos, el jefe y la becaria podían ser padre e hija al principio de leer la parte 3, pero por edad no cuadra, porque si a él la becaria lo describe como alguien joven y apuesto y ella acaba de acabar la carreara, pues no concuerda. Y luego otra persona dice que tiene una hija con la misma condición que el jefe…. No me he enterado, lo siento. Si el autor lo puede aclara estaría genial, porque seguro que soy yo, que hoy no me he levantado muy avispada. Y el secreto… ¿Cuál es el secreto? ¿Simplemente que está enfermo? ¿Y a ella qué le ocurre, lo mismo? ¿Por qué es tan importante que al lamerla la cara esté salada? Es algo normal causado por el sudor. No sé. Muchas dudas que me han dejado desconcertada. Y, personalmente, no veo el terror por ningún lado.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-11-20 14:35:13
4
Comentario
Considero que no es un relato de terror. Narrado intercalando la primera persona en «mi, y tu secreto» y tercera persona «su secreto», está bien planteado. Tiene ilación y se llega hasta el final con el suspenso de saber cuál es la enfermedad. La personalidad de los personajes está muy bien descrita, se percibe el ego del hombre y lo ilusa de la mujer, ella sí sabía de su enfermedad y tuvo una hija, arriesgándose sin pensar en que pudiera aparecer otro igual que ella. Me hubiese gustado saber cuál es la enfermedad, no solo que la piel se volviera salada, que de por sí lo es, por el sudor, y la sangre que fluye por sus fosas nasales (¿tuberculosis?). No conseguí errores ortotipográficos, aparte de dos comas mal ubicadas, quizás. Autor/a gracias por participar en el concurso.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-11-27 10:47:21
1
Comentario
Un relato muy bien construido con tres puntos de vista, el del jefe salido, la pobre becaria y la de recepción, y un montón de referencias cinematográficas bien utilizadas, en mi opinión. Sin embargo, me falta muchísimo el terror en esta historia, no acabo de verlo. Pese a que es un buen relato, no veo que encaje en la convocatoria. El aspecto ortotipográfico está cuidado, apenas hay errores, como alguna tilde ("aun/aún por pulir"), algún error de puntuación (como un punto de cierra ausente tras unas comillas de cierre a final de párrafo), hay mezcla de comillas dobles y latinas, etc. En cuanto al estilo, también está cuidado, poco más hay aparte de algunos posesivos evitables con partes del cuerpo. Pese a que hay pocos detalles mal, hizo falta una última revisión o una mejor corrección; la intervención de un corrector profesional lo habría dejado pulido. Gracias por participar.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-12-13 19:56:39
4
Comentario
Hola, autor/a. Me ha gustado como está estructurado, pero no le veo el terror. Es más un drama sobre las emociones humanas. Por mucho que se nombren algunas películas eso no convierte el relato en terror y por tanto este no es el concurso adecuado para el relato.
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