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Relato 17 - El cuerno de Nug
2024-10-13
Presentación
El cuerno de Nug. Un relato espeluznante sobre objetos coleccionados y una casa misteriosa que nos ponen los vellos de punta, con seres siniestros que nos ponen a correr despavoridos.
Relato
Pobre Wilford. Pasaron años sin tener noticias suyas. Circunstancias ajenas a mi voluntad, me forzaron a tomar la dura decisión de relegarlo al pasado y al olvido. Lo cierto es que nunca pude apartar de mi mente la idea de haberlo abandonado. Ese angustioso sentimiento de culpa me ha perseguido desde entonces, y ahora que su empeorada salud ya no admite más excusas, me atormenta con más fuerza si cabe. Sin embargo, no es la intención de redimir mi conciencia lo que me impulsa a regresar. Siendo sincero, en mi corazón prevalece la necesidad de compartir el tiempo que pueda quedarle, valorando aquello que nos unió en amistad siendo más jóvenes. Pero antes de enfrentar un doloroso reencuentro con tintes de despedida, debería preguntarme si en verdad estoy listo para afrontar los turbulentos recuerdos que me despierta esa casa. Hoy, como entonces, prefiero creer que nada más pude hacer por quien dejó de aceptar consejos, por el que decidió renunciar a todo contacto con la sociedad, y por aquel que, en definitiva, prefirió recluirse en una suerte de incomprensible retiro. Traté de persuadirlo para que abandonara esa hacienda y vendiera o quemara todos aquellos libros y objetos, plenamente convencido de que eran la principal causa de su extraordinario cambio de carácter. Muy al contrario, sus obsesiones se agravaron, y sus conversaciones pasaron a ser vehementes y reiterativas. Lejos de detenerse a escuchar, trató de enredarme en sus aficiones, involucrarme en sus lecturas, y hacerme partícipe de su creciente locura. De modo que decidí tomar distancia de aquel hombre que había pasado a ser un desconocido, y preferí guardar el recuerdo del pretérito Wilford, ese personaje alegre y pendenciero que sacaba jugo a la vida con entusiasmo. Cuando lo conocí, solo había dos cosas que lograsen obsesionarlo: el arte y las faldas. Pude evidenciar su mal gusto acompañándolo a varias subastas, no dando el brazo a torcer si alguna cosa lograba despertar su interés. Y sobre su otra afición, prefiero abstenerme de opinar de sus corre-rías, sus conquistas, los escándalos que favoreció, y su falta de escrúpulos en presencia de solteras o casadas. Wilford era un joven de éxito. Y pese a todo, nunca pareció hallarse satisfecho con lo mucho que la vida había puesto a su alcance. La sociedad que heredó de su familia comenzó a robar cada vez más tiempo a sus veleidosas aficiones, y, a la larga, procuró ese forzoso cambio hacia una actitud responsable y comprometida con el mantenimiento de su patrimonio. En consecuencia, no perdería la oportunidad de adquirir a precio de saldo navieras en liquidación y propiedades embargadas, a fin de extraer rédito de la ruina de otros. Un negocio para el que se precisaban buenas dotes de comerciante y pocos escrúpulos, cualidades de las que Wilford andaba sobrado. Encontré increíble que pudiera haber tal cantidad de objetos y mercancías abandonadas, decomisadas o confiscadas, abarrotando el almacén de aduanas de Boston. Dos veces al año, las autoridades portuarias organizaban una subasta en la cual lotes ya exentos de cargas legales solían encontrar salida en manos de algún especulador. Naturalmente tuve conocimiento de ello tras haber acompañado a Wilford, que a menudo encontraba cosas valiosas e interesantes donde yo más bien veía calamidad y trastos viejos. Hubo de encapricharse de una vieja mansión, la cual eligió como su nueva residencia, arrebatada por una exigua cantidad a los herederos de Addisson Steamship Company. Su enorme escalera central, la biblioteca revestida de maderas nobles y sus lámparas de araña, llamaban la atención precisamente por guardar un enorme contraste con todo lo demás; tal vez estas últimas, junto a los enormes candelabros de plata, lo único a lo cual Wilford hubiera podido sacarle buen rédito. Por el contrario, el olor a polvo y humedad de sus entrañas, la madera apolillada de los muebles, el raído papel decorado que forraba las paredes, los pesados y sucios cortinajes de terciopelo y el moho incrustado en sus alfombras y tapices, no merecían otro destino que no fuera encabezar una lista de cosas por arrancar de cuajo y hacer desaparecer en una pira antes de plantearse cualquier otra reforma. Pero en manos de Wilford hallaron un inmerecido indulto para servir de aciago decorado junto a cuadros, bustos, figuras del peor gusto y toda suerte de cachivaches extraños. De tal manera, ese lugar que amenazaba ruina pasó a convertirse en un sórdido museo que por desgracia me tocó visitar a menudo durante bastante tiempo. En la última compraventa de la que fui testigo, Wilford se hizo con el lote completo de la bodega del Lurie; un vapor que estuvo muchos años amarrado en puerto entretanto se dilucidaba el destino que concernía a la compañía naviera, quebrada e incriminada a su vez en el tráfico ilegal de mercancías. Quién sabe qué remotos mares surcó, y en qué oscuras ensenadas debió echar el ancla ese barco, para hacerse con tamaña colección de increíbles piezas, las cuales, el destino quiso que fueran a parar en manos de alguien demasiado predispuesto a dejarse llevar por lo misterioso y su representación. De tal suerte alcanzó a presidir la escalera de su nuevo feudo un enorme cuadro sin firma, horrible en su totalidad, que por su carácter repulsivo conseguía ponerme enfermo cada vez que estaba obligado a cruzar por delante. En una esquina de la parte inferior de aquel enigmático lienzo resaltaba la leyenda The Horn of Nug, y juro que hubiese preferido no haber preguntado nunca qué demontres podía significar. Quien quiera que lo hubiera perpetrado había dado muestras de poseer un talento particular, aunque bajo mi punto de vista la obra quedaba lejos de poder calificarse como arte. Más bien destacaba por la minuciosidad del trabajo y el patente esmero que se había puesto en precisar con detalle un escenario tan complejo. A la sazón, estaba presidido por un colosal obelisco negro que mantenía una forma levemente helicoidal, y el cual emergía a través de una fisura abierta sobre la tierra. Alrededor de él, un corro de siniestros personajes ataviados con hábitos negros. Y más cerca de la base del referido cuerno, tres figuras femeninas desnudas consumando un macabro ritual. Del corazón de la grieta, dando fe de cierta actividad o energía interna, parecía fluir una especie de fosforescencia azulada que proyectaba sombras alargadas sobre los idólatras, empero sus siluetas no guardaban su misma equivalencia, sino la de criaturas malignas y deformes. Una de las referidas doncellas venía retratada portando en alto un arma sacrificial con la punta rematada en rojo. Otra yacía en el suelo con el vientre abierto, entretanto la tercera se hallaba en disposición de depositar un neonato a los pies de la monstruosa cosa central. Por encima de tamaña aberración, llamaba poderosamente la atención la representación del cielo nocturno, detallado con astros y grupos de estrellas desconocidos, que asociados por líneas imaginarias conformaban un zodíaco inédito de figuras bestiales. Wilford cayó fascinado por el lienzo hasta el punto de llegar a memorizar cada detalle. Lo estudiaba una y otra vez. Con todo, a veces se sorprendía al hallar nuevos elementos y disposiciones fractales, pequeñas partes de un todo o pistas ocultas que ahondaban en el misterio. En una de las muchas vitrinas, todas pobladas con figuras inusualmente raras, había una representación a un treintaidosavo de escala de ese mismo cuerno del cuadro, con la diferencia de poseer un añadido de importancia que a simple vista era inapreciable en la pintura. Se trataba de una leyenda en marcas cuneiformes tallada sobre su superficie. Un tiempo más tarde, Wilford pudo descubrir en sus libros que ese mismo objeto de obsidiana no era otra cosa que la herramienta usada para el sacrificio representada en el lienzo, algo que me obligó a comprobar con ayuda de una lupa de aumento. Wilford, preso de una gran excitación, cierto día me obligó a acompañarlo a su biblioteca para hacerme testigo de sus nuevos descubrimientos. De aquellas estanterías extrajo enseguida un volumen encuadernado en piel, que, sin ser yo ningún experto, deduje por lo menos tan antiguo como la propia casa. Después apartó los papeles, algunos mostrando pictogramas incomprensibles, otros con apuntes escritos en griego u otros en latín, y principales causantes todos ellos del desorden general que rei¬naba en la mesa de lectura. A continuación dispuso el tomo en el escritorio, y lo abrió justo por donde marcaba su cinta de seda roja. El olor a bálsamo de las tapas, el tacto oleoso de sus hojas, sus horribles litogra¬fías… hizo que lo recordara siempre como quien se acuerda de las arrugas del rostro de un viejo enemigo. El Liber Ivonis (su nombre quiso persistir en mi memoria) recogía algunos capítulos dedicados al culto a Nug, una deidad malvada y antiquísima fijada en nuestro planeta por fuerzas extraterrenas si cabe más poderosas, puestos a fiarnos de la traducción en la que Wilford estuvo trabajando. En definitiva, aquello sólo fue el principio de una irrefrenable escalada hacia la demencia, una búsqueda obsesiva de información acerca de un dios y un culto remoto que yacían enterrados en el oscuro abismo de los tiempos, y que lo perseguirían, según tuve constancia, hasta los años presentes. Pobre. Pobre y desventurado Wilford… *** Mis pesares daban en acrecentarse en la medida que me aproximaba a la propiedad, la cual se insinuaba bajo la lluvia igual que una presencia oscura y alevosa. La casa estaba exactamente como la recordaba, aislada del entorno en su propia concha de decrepitud, como si el tiempo diera en discurrir por sus contornos a otra escala distinta. Llamé a la puerta y enseguida fui recibido por alguien cuyo rostro me era completamente desconocido. Un lejano pariente, supuse, o tal vez un abogado de la compa¬ñía. De su expresión se podía deducir que yo había resultado ser un visitante inesperado. El motivo no dejaba de ser obvio, y desde luego no podía ser impedimento para que no se me informara del estado en que se encontraba a esa hora el enfermo; o tal vez tratar de averiguar qué relación tenía yo con el susodicho, y ni siquiera mostrar interés por mi procedencia. Dado que no me dedicó una mínima cortesía, opté por corresponder de igual modo, absteniéndome de dirigirle pregunta alguna y ni mucho menos pedirle permiso para pasar adentro. Otras personas, hombres y mujeres, vestidos todos con la fría elegancia que otorga el luto, departían entre susurros en el salón contiguo al recibidor, aguardando la perentoria llegada de la muerte. Me extrañó bastante que Wilford tuviese allegados o amigos entre aquella gente. El silencio se adueñó de ellos en cuanto hice acto de presencia, mientras ese hombre tan poco conciliador que me observaba con actitud indolente, pasó a señalarme las escaleras que daban al piso superior. Yo las conocía demasiado bien, y ellas, con cada crujido, pronto me fueron entregando el recuerdo de mis propios pasos veinte años atrás. La misma disonancia. Los mismos olores rancios. El mismo cuadro presidiendo la pared. Preferí ignorarlo. Seguía representando un cúmulo de sensaciones amargas que en esos momentos era mejor no alimentar. Fuera aparte los efectos que en su organismo causara la enfermedad que lo estaba consumiendo, encontré a Wilford tan demacrado y envejecido como no podría explicar nadie que lo hubiese conocido anteriormente. Tenía los ojos hundidos en sus cuencas, los pómulos marcados por el hueso, y el pelo largo y encanecido por las sienes. Sus manos, delgadas y amoratadas por la mala circulación, agarraban el pliegue de la sábana como si estuviese prevenido para halar de ella hacia arriba, cubrirse el rostro, y no mirar. Del impacto inicial pasé a la angustia, y, en consecuencia, todas mis obsesiones anteriores se desvanecieron. Me senté en la cama a su vera, tomé su mano helada, y esperé poder transmitirle a ella un poco de calor. Después ordené a su cuidadora, la que vigilaba mis movimientos en silencio como una estatua de cera, que nos dejara a solas. Ella torció el gesto, se levantó de su silla, y sin mediar palabra desapareció de la estancia, dejando la puerta cerrada tras sus pasos. —Esa voz… ¿Eres tú…? ¿Thomas? —Entreabrió los ojos y ladeó la cabeza muy despacio hasta que nuestras miradas coincidieron. Entonces pareció salir de su letargo y revivir, con sus dedos temblorosos apretándose contra los míos. —Viejo amigo... Ni te imaginas cuánto te he echado de menos… —¿Cómo te encuentras? —dije yo con un nudo en el estómago. —Se me acaba el tiempo, querido Thomas… —No sabes cómo lamento no haber… —No. No continúes. Soy yo quien debe pedirte perdón —me interrumpió—. Nunca perdí la fe en ti, ni di por perdida nuestra amistad. Esa es la razón de que aun en estas horas tan amargas, no perdiese la esperanza. Yo no esperaba a ningún otro. Solo necesitaba resistir en este mundo lo suficiente como para alcanzar a decírtelo. Que estés aquí significa mucho para mí. Pero también me ha devuelto una enorme preocupación. Debería haberte contado esto mucho antes. Thomas… te preguntarás cuáles son las causas que me han llevado a este estado. La medicina no ha sabido dar una respuesta por cuanto el mal que me aflige queda lejos del alcance de sus conocimientos. Pronto entenderás a qué me refiero. Comprendo que no vas a querer oír ni hablar de ello, y por eso no voy a hacerte perder la paciencia de nuevo… Lo que sí desearía es pedirte algo, si está en tu ánimo hacerlo; un último favor… —Lo que sea, Wilford —contesté con impaciencia. —No sabes el bien que me hace escuchar eso. —Sabes que puedes confiar en mí —dije yo agarrándolo con ambas manos, ávido de conocer su última voluntad. —Ve a mi despacho. Coge la llave del cajón del escritorio. Está donde siempre. Ya lo conoces. Después abre el armario de la izquierda, y toma la caja de madera que se halla en la vitrina. Coge ese revólver, cárgate de balas, dirígete abajo, y mata a todos los presentes. Que no se te escape ninguno. Luego toma un quinqué, prende fuego a la biblioteca, y después prosigue con las cortinas y todo lo demás. De esta casa y su contenido, nada debería quedar ni un día más, excepto sus malditas cenizas. Guardé silencio mientras trataba de asimilar aquella broma macabra, más no aparté mis manos de las suyas. Me limité a esperar que la fiebre o la medicación fabricasen cualquier otro delirio, el cual ya no me cogería de sorpresa como un instante atrás. —Querido Thomas —exhaló pesadamente—… De nuevo lo he vuelto a hacer. Ponerte a prueba. Sin embargo, aún sigues aquí, a mi vera. Debí explicarte antes por qué se halla toda esa gente pululando por la casa. Están a la espera de llevarse lo que consideran les pertenece, lo que por accidente les arrebaté. Para mi desgracia estoy bastante seguro de saber que ya no les basta solo con eso. Hace mucho que lo tienen a su alcance. Nada ni nadie podría impedírselo. Los pocos parientes que habrían optado a heredar mi patrimonio, se fueron de este mundo de manera prematura. Muertes repentinas, desapariciones por causas tan extrañas, que costaba achacarlas sin más a la fatalidad del destino. Lo peor, me temo, es que mis padecimientos no acabarán así como así en esta cama. No es la muerte lo que me asusta, Thomas. Temo al castigo que se reserva a los que, como yo, dedicaron tantos años enredados entre libros de carácter prohibido, absorbiendo su malsano conocimiento creyéndose impunes. Lamento tanto haberte involucrado... Ahora que lo sabes, no te lo tomes a la ligera. Corres verdadero peligro aquí y debes andar con extremo cuidado. Necesitaba prevenirte. Espero que me perdones. No soportaría que por mi culpa te sucediese algo a ti también. Ni imaginas de lo que esas personas son capaces… —¿Quiénes son ellos? ¿Los herederos de aquella naviera? —No. Aquellos solo cumplían un cometido que la justicia malogró. Si supieras todo lo que yo… esa gente querían que… esa gente, son… —de repente, su cara se contrajo de dolor. Sus manos se crisparon, y sus pupilas se dilataron para aferrarse a ese último instante. Hasta que su brillo se desvaneció. Sus dedos, al fin, perdieron su fuerza y se escurrieron entre los míos. —Descansa en paz, amigo mío. Permanecí sentado a su lado mientras en mi cabeza resonaban sus últimas palabras. Pero de pronto, Wilford prorrumpió de nuevo a la vida con un hondo suspiro y los ojos fuera de sus órbitas, como si algo le hubiese sacudido de la muerte para prolongar su agonía. —¡Aghhh! ¡El cuerno! ¡Lo siento en mi pecho! ¡Me abrasa! —¡¿Wilford, qué te sucede?! ¡Ayuda! —vociferé desesperado. —¡Thomas! ¡Me desgarra… el alma! Corrí hacia la puerta. Y con ello, me llevé otra desagradable sorpresa. Se hallaba atrancada por fuera. La aporreé con ganas sin conseguir llamar la atención de nadie. Un espantoso alarido me hizo volver de nuevo la vista hacia la cama. Wilford retiró la colcha de un violento aspaviento y se arrancó los botones del camisón. Para mi asombro, comenzaron a brotar volutas de humo de su cuerpo, entretanto el vello del torso comenzaba a rizarse sobre la piel contraída. Sobre su pecho ennegrecido se abrió una llaga de la que empezó a borbotear sangre hirviente. Sin siquiera tiempo para asimilar lo que veía, e incapaz de reaccionar de ninguna manera, de forma espontánea, el cuerpo estalló en llamas azules y ardió con una voracidad extraordinaria. Me lancé unos pasos atrás hasta que mi espalda topó contra la pared. Después me dejé resbalar sobre ella hasta quedar sentado en el suelo. Me sentía incapaz de confrontar aquel horror. Tras un velo de fuego de intensidad indescriptible, Wilford se consumía como si fuese un muñeco de paja sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Su piel se arrugó sobre la carne, y la carne sobre el hueso, hasta que sus manos, contraídas al extremo de unos brazos postrados a ambos lados de la cama, vieron extinguir la feroz llama cayendo al suelo, desgranadas en cenizas, y volutas de humo blanco. Me fue difícil persuadir al cobarde que llevaba dentro de que era necesario salir de allí como fuere; si no a través de la puerta, por la propia ventana. Debí cubrir boca y nariz con ambas manos para protegerme de aquel hedor mareante que despedían los restos carbonizados de Wilford. Es extraordinario que, pese a todo, me atreviese a volver la vista a lo que quedaba de mi amigo. Con ello, si aún no hubiera sido suficiente todo lo anterior, creí volverme loco de remate. Los huesos estaban tallados desde el interior, marcados con inextricables signos. Ya no me cabía duda alguna de mi tremenda equivocación. Y enseguida tomé conciencia del verdadero riesgo que corría si permanecía un segundo más en esa casa. De pronto, un intenso relámpago iluminó la estancia previéndome de lo que estaba por llegar. El violento trueno lo alcanzó un instante después, haciendo que la construcción se estremeciese hasta sus cimientos. La casa quedó a oscuras. Llegué a pensar que mi corazón no daría para otro sobresalto más. Pero entonces, la puerta liberó la salida sin ayuda aparente, precedida de un quejido de sus bisagras. Una siniestra invitación, que, pese a todo, no podía rechazar. Ya en el pasillo, extendí las manos hacia las paredes para poder guiarme a tientas con dirección al despacho. Al menos podía recordar el camino. Un hondo silencio de muerte se había adueñado de la casa. ¿Dónde se hallaba toda esa gente? Los imaginé acechando en las sombras, escaleras abajo, calculando el momento preciso para atacarme. Siguiendo las instrucciones de Wilford, hallé lo que necesitaba. Llegaba el momento, pues, de armarse de valor y encarar las escaleras. El resplandor del quinqué me hizo descubrirlos justo donde debía esperarse. Todo iba cobrando sentido. En efecto, los personajes emergieron de la oscuridad, ahora ocultos tras hábitos negros. Unos se interponían a la huida frente a la puerta principal. Otros avanzaron lentamente con la intención de rodearme. Frente a frente, el cuerno del cuadro parecía refulgir. Percibí su fuerza inmovilizadora, el influjo malévolo que desprendía y atacaba mi conciencia a través de destellos que me impedían pensar, para sumirme en visiones apocalípticas de otra dimensión. Uno y otro lado del pasillo superior pasaron a convertirse en túneles que convergían hacia simas de oscuridad, hábitat de criaturas y seres no de este mundo, que bramaban y se retorcían alrededor de un ídolo oscuro con forma de cuerno. Un elemento se adelantó al resto. Se despojó de la toga y, desnuda, avanzó serena e imperturbable hasta poner un pie en el primer peldaño. Sin perderme de vista, continuó acercándose escalón tras escalón a sabiendas de que me tenía a su merced. Empuñaba el elemento afilado que había representado en el cuadro, el objeto recobrado, el mismo que les unía a su dios, y a través del cual esperaba dármelo a conocer en persona. No iba a desperdiciar palabras para explicarme sus motivos, ni yo lo haría suplicando inútilmente. De modo que, cuando sentí que estaba lo bastante cerca como para no fallar, saqué la pistola. Fue un disparo certero. Y ver cómo su cuerpo inerte rodaba escaleras abajo hasta caer a los pies de sus correligionarios, me proporcionó la suficiente fe en mis posibilidades como para lanzarme furioso a la caza del resto. *** Fuego y cenizas… ese fue su mandato. La última voluntad de Wilford. Por desgracia no todo fue destruido. No puedo contar la verdad, ni revelar la procedencia de ese objeto. Las confusas autoridades nunca obtendrán mi colaboración, ni podrán evitar que la tremenda conmoción que los hechos han causado sobre la comunidad, deje de perdurar en el tiempo. Para la justicia soy un monstruo, un loco. Pero se equivocan. Sí, los maté uno por uno. A todos. Y lo hice sin apenas dejarles sufrimiento. Es de lo único que me arrepiento. Debería haberlos malherido, para luego permitirme escuchar sus alaridos mientras eran envueltos por el fuego. A salvo tras estos barrotes, desde la seguridad de mi celda, hoy alcanzo a comprender que hay cosas que conviene permanezcan ocultas al mundo, y para las cuales ninguna persona cabal puede estar preparada. Para mi desdicha, también sé que ellos no temen al tiempo, ni a la muerte. El Cuerno es su guía. Son pacientes, y me esperarán cuanto sea necesario. Lo veo cada noche en mis pesadillas. Ya está escrito en mis huesos.
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Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-23 09:37:22
6
Comentario
Puf… este texto rezuma un nivel lingüístico alto, es de una pulcritud extrema, aunque la historia en sí me parece una más. Con tanto palabrerío en algunos tramos de la lectura se me fue el santo al cielo. Ojo con reinAba* y compAñía*. Noté un par de repeticiones: “más” y “cuerpo”. Muchas gracias por participar. Sigue escribiendo. Suerte.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-23 18:28:30
7
Comentario
Autor/a. Gran apuesta para el concurso. Tu relato envuelto en el misterio crea la expectativa y surge el terror. Esta trepidante historia con el hilo conductor de las ciencias ocultas, enigmas de un mundo desconocido, que al parecer es mejor dejar que permanezca en el olvido que sacarlo a la luz, pero… El ser humano es como aquel gato del refrán; su curiosidad lo mató… ¡Suerte!
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-24 10:07:22
8
Comentario
El relato destaca por su atmósfera bien construida, la creciente tensión y el misterio que rodea al Cuerno de Nug. Sin embargo, la extensión y algunos detalles pueden hacer que pierda algo de ritmo en ciertos momentos. El final es poderoso y bien ejecutado, pero quizás una mayor condensación en ciertas partes lo haría aún más efectivo.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-11-05 01:20:22
5
Comentario
Muchas gracias al autor/a y suerte ^^. Relato que da gusto leer por lo que bien escrito que está. Buena ambientación, buenas descripciones y buen final. Lo único que tarda demasiado en llegar a la parte interesante de la historia, cosa que te puede hacer perder el interés. Aquí un par de cosas que he visto: Supongo que debería ser “desnudo” y no “desnuda”, porque se refiere a “elemento”:” Un elemento se adelantó al resto. Se despojó de la toga y, desnuda, avanzó serena e imperturbable hasta poner un pie en el primer peldaño” Hay varias palabras que aparecen así: rei¬naba, litogra¬fías, compa¬ñía. No sé si habrá sido error del autor o en la publicación.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-11-16 00:27:05
5
Comentario
El texto comienza muy bien. La prosa fluye y es cuidada. Apenas puedo señalar algún detalle, como algunas comas. Creo que la primera coma sobra, y que la de “entonces, y ahora”, debería ir después de la “y”. Hay otras, más adelante. En el primer párrafo repite dos veces “siendo”, ambos evitables. En la oración siguiente afrontar y enfrentar están muy cercanos. Supongo que en un texto tan cuidado, “corre-rías” está escrito así a propósito. Pero no entiendo el chiste. Lo mismo ocurre con “rei¬naba” y “litogra¬fías”. Me gusta el estilo cargado, pero reconozco que es un gusto en desuso y que tal vez la acción demora un poco en llegar. Wilford y Boston, inevitablemente me llevan a Poe y a Lovecraft, lo cual es un buen guiño para entendidos. El autor genera bien la intriga. Da ganas de descubrir más sobre el culto a Nug. No es fácil construir una mitología creíble. “tuve constancia”, se coló un espacio entre las palabras. “mis padecimientos”, lo mismo. La última frase parece una exageración y deja en duda la mecánica de esa maldición que castiga a Wilford. ¿Solo por interactuar con el culto tus huesos ya quedan grabados? Me gustó la ocurrencia del agonizante y que su amigo, al final, la cumpla. No me cierra mucho que tuviera balas para todos, ni la destreza militar para bajarlos como muñecos de torta sin rasguño. Más allá de esto, el final me resulta un tanto precipitado. El formato del cuento y los límites del concurso generan un conflicto. Es un cuento para llevarlo a la novela corta. Mucho mejor hubiera quedado (ojalá el autor lo tenga en cuenta) que el tipo saltara por una ventana y que el cuento fuera el primer capitulo de una novela.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-11-20 14:25:51
10
Comentario
Autor/a, es evidente que esta es una obra de un profesional de la escritura. Un extenso vocabulario y cuidadosa estructura de las frases denota su sapiencia en este arte. Es un relato muy descriptivo de un suceso macabro teniendo como instrumento un objeto salido de las tinieblas, que nos lleva a percibir las escenas como que las estuviéramos viviendo. Algunas correcciones que sugiero: …misterio. (Este punto lo pondría como punto y aparte, para separar el párrafo donde se refiere a la vitrina, se entendería mejor). En una de las muchas vitrinas… / Sobra el guion (pareciera que tuvo el guion automático en algún momento y al eliminarlo quedaron algunos sin corregir): corre-rías / rei¬naba / litogra¬fías / compa¬ñía. / Fuera aparte los efectos que en… (esto me resultó confuso) / ese revólver, cárgate (cárgalo) de balas, (queda sobrentendido que es de balas) Autor/a felicitaciones, un gran relato. Gracias por participar en el concurso.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-11-27 10:41:21
6
Comentario
Poderes terroríficos ancestrales a través de un cuadro, de un objeto maldito y de unos acólitos, todo ello enfrentado por quien lo encontró y por quien luchó contra ese mal. Una buena historia, bien hecho. Hay errores ortotipográficos, como algunos espacios dobles, alguna coma incorrecta (como las múltiples comas "criminales" entre sujeto y predicado ("voluntad, me", "araña, llamaban", etc.), alguna tilde (como algún "sólo", "más/mas no aparté"...)... El aspecto gramatical está bastante cuidado, solo hay algún descuido, como un "junto a" que debería haber sido "junto con" y algún detalle más. Se agradece que el texto esté cuidado, parece corregido, aunque no esté corregido ni cuidado por completo. Sin esa ristra de piedras en el camino de mi lectura, si hubiese estado bien corregido por un corrector profesional que lo hubiese dejado pulido, habría puntuado más alto. Gracias por participar.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-12-04 18:48:02
6
Comentario
Con la introducción intuyo que será un relato muy parecido a la media que hay por ahí: “objetos y casas embrujados”. Me da la impresión que casi la mitad del relato es una presentación de Wilford, y aun así no lograba entender quién era, creo que no aporta mucho al relato el cual siento que inicia cuando aparece el cuerno, al cual también se le dedica una descripción de algo más que un párrafo. ¿Por qué en Boston Massachussets? Pues tal vez es una referencia al terror americano. Me vino un recuerdo de Salem. No recuerdo haber leído la palabra “demontres”, pero existe. La cual no tiene nada que ver con lo demoniaco, pero da esa sensación, muy bien. En general creo que está muy bien escrito, salvo alguna tecla que se fue sin querer y algunas puntuaciones debatibles. Bastante misterio, pero ¿y el terror? Gracias autor.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-12-07 11:47:44
6
Comentario
Un relato que se nota cuidado, con una historia de personajes consumidos por un objeto, por la avaricia y por el honor, aunque este no se explique del todo. Aún así, he echado de menos algo, como información que dé vida e historia al objeto en sí.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-12-11 11:01:08
6
Comentario
Hola, autor/a. Relato con una buena ambientación y un personaje central interesante, pero me ha faltado algo más de explicación sobre el objeto maldito y tampoco he sentido empatía por los dos protagonistas. He sentido que se necesita mucha atención para no perderse, quizá por eso no he llegado a sentir empatia.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-12-13 14:25:05
7
Comentario
Un relato realmente siniestro y literariamente muy elevado. En algunos fragmentos encontramos un estilo muy introspectivo y en otros precisas descripciones que te sumergen en ese universo. La historia avanza hacia un final muy bien conseguido y en que el autor sabe captar la atención del lector con un lenguaje casi hipnótico. Un cuento lleno de oscuridad y con una poética admirable.
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