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Relato 13 - Gotas para la nariz
2024-10-06
Presentación
La vidriera estaba repleta de estéreos de todas las marcas, y un gato negro dormía plácidamente entre dos Pioneers aprovechando el sol que se colaba a esa hora de la mañana.
Relato
Hacía tres días que me habían roto la ventanilla del auto para robarme el bendito estéreo en la puerta de casa. Lo había comprado hacía muy poco, con mucho esfuerzo. Era un Pioneer desmontable que amaba con locura. No era el que venía de fábrica ni por las chapas, lo había cambiado porque soy un fanático de la fidelidad del sonido y además me encanta escuchar casetes con canciones de Air Supply que selecciono cuidadosamente para que me acompañen mientras manejo. No estaba de ánimo; aún me retorcía de bronca por no haberlo retirado del auto cuando me bajé a buscar esas gotas malditas que me recetó el doctor para mis alergias crónicas. Como Mica, mi novia por aquellos tiempos, había comprado las entradas con anticipación, no me quedó otra que darle el gusto. A ella le encantaba ir al teatro tanto como a mí llegar puntual a los lugares. Ella había sacado entradas para la primera función, y yo ya estaba listo desde el mediodía. Mica no se pierde ningún estreno; lo siente como una obligación, como si ella fuese una crítica de la cartelera artística porteña y de su opinión dependiera la aceptación del público. La puntualidad era mi gran defecto y mi gran virtud. No podía llegar tarde a ninguna parte, el sentimiento de culpa me carcomía en el fatídico caso de que accidentalmente se rompiese una barrera o me quedase atrapado en un ascensor. Lo común para mucha gente, para mí era una catástrofe; no podía dejar de llegar al menos cinco minutos antes a cualquier cita. Eso me habían inculcado y lo había hecho mi costumbre. Me puse mi mejor traje, recién salido de la tintorería, pero no pudimos ir en mi auto, ya que no habían terminado de reparar la ventanilla. Toqué el timbre y ella no me respondió. Mica, como muchas mujeres, se pasa horas en el baño. Volví a tocar el timbre. Yo me estaba impacientando. Tiré mi cabeza para atrás y me puse un par de gotas en mis orificios nasales como me habían indicado. Toqué de nuevo el timbre. La discusión sería inevitable. Ella bajó como una flecha y ni siquiera me dio un beso en la mejilla. Se paró en el cordón de la vereda, extendió su brazo y paró el primer taxi que apareció por la esquina. Abrió la puerta bruscamente, no me dejó ni siquiera hacerlo yo, como suelo hacerlo, ya que siempre fui y soy un caballero. Como ella bien había predicho, llegamos casi una hora antes. Estaba enojada conmigo por mi obsesión con los horarios; no me hablaba y no quiso ir a tomar un café a la confitería de la esquina de Corrientes y Libertad. Sin preguntarme siquiera, decidió que diéramos un pequeño paseo para matar el tiempo. Yo no sabía qué hacer para borrar su cara de culo. Cuando estábamos cerca del teatro, casi intuitivamente me detuve en uno de esos negocios donde venden cientos de cosas usadas: relojes, joyas, adornos y también estéreos. Nunca antes se me había ocurrido pararme en una de esas vidrieras, pero algo me decía que debía prestar atención a los artículos que ahí se exhibían. Siempre había tenido el preconcepto de que todo lo que se vendía en esos lugares no tenía un buen origen; a decir verdad, estaba seguro de que eran cosas robadas que estos comerciantes inescrupulosos compraban por monedas para reducirlas en pocas horas. Había un par de Pioneers parecidos al mío, pero eran modelos más antiguos. Le indiqué a Mica que me esperara un momento; necesitaba hacerle una pregunta al encargado del local para tantear precios de mi futura e inevitable reposición. En el local había tres o cuatro personas esperando ser atendidas, y yo sabía que no podía darme el lujo de perder mucho tiempo en mi investigación para no llegar tarde a la función, esta vez por mi culpa. Esperé a que me atendieran, controlando a cada rato mi reloj, cuyas manecillas parecían ir más rápido de lo normal. Mica, en la puerta, hacía señas levantando sus cejas al mismo tiempo que su mentón. Parecía que ella jugaba al oficio mudo: “¿Y? ¿Cuánto falta?”, y mi ansiedad subía de frecuencia. Me puse dos gotas en la nariz. Luego de casi veinte minutos, llegó mi turno. Le hice señas a Mica avisándole que en un ratito resolvía el tema. —Disculpame, ¿te llegó algún estéreo Pioneer usado del modelo KEH-8080? —le pregunté, sabiendo que sería imposible que me dijera la verdad. Estos tipos ya saben que, cuando a los locos como yo les roban algo, buscan desesperados por cielo y tierra hasta dar con el preciado objeto, y cualquier respuesta desacertada los puede poner en problemas con la policía. El tipo ni me miró. —Dejame ver —respondió y se fue a un costado, donde tenía una mesita con unos cuadernos ajados—. ¡Mmmm, sabés que no! —dijo mientras pasaba las hojas, mojándose el dedo índice con su saliva entre hoja y hoja que leía a toda velocidad. Llegamos con los segundos contados al inicio de la función; la cola habitual que suelen tener estos estrenos había desaparecido. Mica se sentó, y mi butaca estaba ocupada, así que tuve que acomodarme en silencio en el primer lugar libre que encontré. En ese instante, se subió el telón. De la obra no recuerdo mucho, tampoco quiénes eran los actores ni cuál era el argumento; solo recuerdo que no dejaba de pensar en mi Pioneer y en quién sería su próximo dueño. Tenía el presentimiento de que iba a encontrarlo. Mi estéreo importado era el tope de gama y me había obsesionado con recuperarlo de alguna manera. Estaba dispuesto a pagar por su rescate. Sabía que me lo venderían por usado, con lo cual me saldría menos de lo que había pagado al importador para darme el gusto de reemplazar el aparato berreta que venía con el auto. Esa noche no fuimos a cenar. Mica me ignoró; ni siquiera me preguntó qué me pasaba, como era su costumbre. Estaba ido; digamos que mi cabeza estaba focalizada en ese estéreo que me habían afanado y que ahora estaría en algún local de reventa como el que había visitado. A la mañana siguiente decidí volver a la calle Libertad. Sabía que si no estaba en el local de la noche anterior, seguramente lo encontraría en algún otro que se dedicara a las mismas oscuras actividades comerciales. Pasé por el taller, y con mi auto recién reparado volví al centro. Me di un chufle en cada agujero de la nariz. Estacioné en un garaje de Avenida de Mayo. Recorrí todos los locales de la vereda par, y cuando llegué a la plaza de los Tribunales, volví por la vereda impar. Paraba en todos los negocios de reventa, joyerías y también kioscos que tenía a mi derecha, con la sospecha de que en alguno de ellos pudiese asomarse mi estéreo y así calmar mi obsesión. Miraba las vidrieras y, en muchos casos, también entraba para preguntar por mi Pioneer, pero en ninguna de tantas averiguaciones había tenido alguna respuesta. Ya habían pasado como dos horas y, casi al llegar a mi punto de partida, me encontré con un negocio que me llamó mucho la atención. En la vereda estaba estacionada una moto llena de stickers con imágenes de diablos, arañas y corazones rojos destrozados. La vidriera estaba repleta de estéreos de todas las marcas, y un gato negro dormía plácidamente entre dos Pioneers aprovechando el sol que se colaba a esa hora de la mañana. Abrí la puerta y la cortina metalizada que la cubría empezó a tintinear. Un olor fuerte a cigarrillo negro por poco me hizo retroceder. Recordé que había traído las gotas pero no era lugar para darme otro saque. En el mostrador estaba una señora bastante mayor con cara de gitana; tenía el pelo blanco tiza y dos trenzas gordas le colgaban sobre el pecho. Ella mantenía una conversación acalorada en un idioma irreconocible con un joven de gorrita que llevaba una mochila en la espalda. Este apretaba con furia sus puños sobre el mostrador. —Ya lo atiendo, joven —me dijo, mientras seguía discutiendo con el muchacho. Yo no entendía una palabra de lo que se decían. La cortina se silenció repentinamente y ellos se callaron. El joven me miró a los ojos, me miró con odio; una de sus pupilas se veía transparente. Sentí miedo. Creí que, por culpa de mi repentina irrupción, había perjudicado su evidente transacción comercial. La vieja gitana se acercó a la caja registradora y sacó un puñado de billetes sin contarlos; se los arrojó sobre el mostrador delante del pecho del muchacho. —Agarrá esto y ándate calladito, pendejo… si no, no vengas más —le dijo la señora de manera osada, sin importarle que yo entendiese lo que decía. El chico agarró el bollo de plata, se lo puso en el bolsillo de la campera y le dijo una frase extraña, algo que no podría repetir ni definir; algo parecido a una maldición pagana, ya que acompañó su grito de guerra mostrándole su mano izquierda en alto, con sus dedos índice y meñique en forma de cuernos. Dio un portazo tan fuerte que creí que iban a estallar los vidrios de la puerta. Pude ver cómo la cortina metálica se sacudía con fuerza y volvía a tintinear al mismo tiempo que el muchacho de gorrita se subía a la moto de los stickers y se marchaba por la calle Libertad hacia Retiro. —¿Qué anda buscando, muchacho? —me preguntó la señora, impostando su áspera voz, percudida por años de cigarros. —Busco un estéreo —le dije. —¿Cualquiera? ¿Alguna marca en particular? —Sí… sí… Busco un Pioneer, el modelo KEH-8080 o al menos uno parecido. Es con radio AM y FM y también casete, preparado para ser desmontable en el auto. —A ver… déjeme ver lo que me trajo este mocoso de mierda —me dijo mientras empezaba a mirar las etiquetas de una pila de estéreos que tenía en un rincón cerca de una puerta que parecía dar a un baño minúsculo. Supuse que eran los que el muchacho del ojo transparente le había dejado al vaciar su mochila. Tenía que resoplar mis fosas nasales repetidas veces para que el humo impregnado en el ambiente me dejara respirar. El gato chilló al salir de la vidriera. Luego, con un salto acrobático lejos de cualquier lógica, se subió al mostrador. —Acá… acá… veo un KEH-8080… casualmente —me dijo, y se me aceleró el corazón. Yo tenía efectivo; había cobrado el aguinaldo esa semana y estaba dispuesto a negociar cualquier cosa con tal de recuperarlo. —¿Me lo muestra? —le pregunto, inocentemente. —De ninguna manera, mijo. Acá no se muestra nada, acá se paga lo que corresponde y luego se lo lleva —me responde, desconfiando de que yo pudiese salir corriendo con el estéreo mientras ella quedaba atrapada del otro lado del mostrador. —¿Y cómo sé que no está dañado? ¿Qué garantía me da? —le dije, para que supiese que yo no era ningún caído del catre. —Acá no hay garantía de nada; usted paga, y si te he visto no me acuerdo. ¿Lo quiere o no lo quiere? —me grita mientras el gato retuerce su cola entre el estéreo y su arrugada mano llena de tatuajes. —Pero si no me dijo cuánto sale —le tuve que decir, para que no siguiera enojándose. —¿Cuánto sale? ¿Cuánto sale? ¿Cuánto cree que vale para usted? —me devuelve la pregunta. —No sé, señora. Póngale un valor y si me alcanza el dinero, lo compro; y si no, volveré en otro momento —me justifico. —Yo creo que vale mucho para usted, más de lo que vale para mí o para cualquier local de toda esta calle. Si no… no hubiese estado dos horas husmeando por todos los negocios buscándolo —me responde. Me quedé con la boca abierta. Empecé a carraspear y buscar desesperado en mi bolsillo el frasquito de las gotas para la nariz. —¿Qué busca? ¿Qué busca? ¿Hoy no trajo las gotas que le recomendó el médico para su alergia? Si las llevara siempre encima… quizás no hubiese permitido que le rompieran el vidrio para quitárselo —me dice, y no dejo de sorprenderme, parecía que sabía más de mí que yo de mí—. ¿Cuánto está dispuesto a pagarme por su estéreo? Dígame ya, que no se lo voy a volver a preguntar, no tengo todo el día para usted. El gato volvió a maullar, como si entendiese lo que me estaba diciendo la vieja gitana y repitiese lo que ella decía en un idioma gatuno. No recuerdo si le dije quinientos o seiscientos y ella se me rió en mi cara. Luego le dije que le daba todo lo que tenía encima y volvió a reírse como una loca. —Deme su alma y se lo lleva ahora mismo —me sugiere, y me quedo tieso, sin entender lo que me estaba pidiendo. Yo no creo en nada: ni en cuestiones religiosas, ni en la reencarnación, ni en eventos sobrenaturales; pero juro que me incomodó su propuesta. Era algo que no entraba dentro de mis parámetros normales. Entonces le pregunté: —¿Mi alma? —¡Si! Su alma. ¿Qué cosa no entiende? —A ver… perdóneme señora. Con todo respeto. Pero… ¿cómo hago para darle mi alma? —pensé en seguirle la corriente y quizás recuperaba mi estéreo sin poner una moneda. La mujer sacó una carpeta de abajo del mostrador, la abrió y sacó un formulario con dos hojas que tenía un carbónico en el medio. —Su nombre ya lo sé, solo necesito que me ponga una firma acá donde está la cruz. Al lado, escribe la fecha y la hora —me ordenó, y volví a dudar. De manera irracional hice lo que la señora me pedía. Dibujé un gancho ostentoso para cerrar mi firma y escribí “11 de septiembre de 1981”. Ella sonrió con malicia. Puso el Pioneer KEH-8080 en una bolsa de nylon y me dio la copia que estaba abajo del carbónico para formalizar nuestra transacción. Frunciendo el ceño, me pidió que me acercara. Yo estiré mi mano para agarrar la bolsa, y en ese mismo momento ella me acarició la mejilla izquierda con su rugosa mano tatuada. Luego, volvió a sonreír pero esta vez con una expresión de gratitud. Guardé la copia en el bolsillo del pantalón. El gato retornó a la vidriera y salí corriendo como un niño al que le regalan una caja de bombones con el Pioneer bajo el brazo. Cuando me subí al auto, lo primero que hice fue insertar el estéreo y comprobar que funcionara. Casi no podía respirar, pero sabía que esa era la única chance de volver a devolverlo en caso de que no encendiera. Le di play y empezó a sonar “All Out of Love”, y supe que indudablemente ese no era un estéreo cualquiera: ese era el mismo que me habían robado; ni siquiera se habían tomado el trabajo de sacarle el casete que venía escuchando. Tomé el frasquito de las gotas y no sé cuántas me puse y me relajé. Por un momento pensé que el alma me volvía al cuerpo, pero la sensación fue muy extraña, tan extraña. Al parecer el contrato que había firmado provocaba algo indescriptible en mí, como si hubiese somatizado una enfermedad inexistente. No sentía la emoción que revivía cada vez que escuchaba esos temas, tampoco alegría ni nostalgia, solo un vacío profundo e inexplicable. Solo sentía el aire ingresar con dificultad por mi nariz. Con Air Supply nos habíamos conocido con Mica en un boliche de Ramos hacía dos años y nos habíamos jurado amor eterno. Ese fue el primer lento que bailé con ella, con el que me enamoré por completo. En ese momento, escucharlos no me evocaba nada; me era indiferente, como si la parte de mi cerebro emocional se hubiese achicharrado. Al llegar a casa, me puse a leer la copia que me había dado la vieja gitana. Necesitaba saber qué había firmado y qué compromisos asumía en la letra chica. Simplemente, ella se había apoderado no solo de mi supuesta alma, sino también de mis emociones y ese no había sido el trato. Esa semana no pasé por lo de Mica ni siquiera la llamé por teléfono. Todos los días llegué tarde al trabajo, a pesar de la sanción que me impuso mi jefe. Lo que en otro momento me hubiese preocupado ahora me importaba una mierda. No salí a tomar cerveza como era habitual con ningunos de mis compañeros. Nada me importaba ni me conmovía. Me sentía como una persona blindada; no me entraban las balas, ni los reproches, ni los reclamos, ni el frío, ni el calor, ni las noticias policiales, ni las muertes, ni las guerras, ni los atentados terroristas. Todo lo que veía por la televisión me parecían pavadas. Me había convertido en un ente insensible. Al sábado siguiente, Mica había sacado entradas para otro estreno teatral en la avenida Corrientes. Ella tuvo que insistirme varias veces para que la acompañara. Si antes no me interesaba, ahora me parecía una pérdida total de tiempo. Ese sábado me puse la ropa sucia que tenía amontonada en el cesto del baño, ropa de oficina que ni siquiera me había dignado a meter en el lavarropas. Esta vez no le toqué el timbre; ella ya me estaba esperando en la puerta con cara de orto, debido a que llegué sobre la hora. Las gotas para la alergia se me habían acabado. Puse la música del estéreo y manejé despacio, sin preocuparme cuánto nos faltaba para llegar a la función. Mica se estaba impacientando, se enojaba porque me paraba en los semáforos más tiempo del necesario y dejaba pasar a cualquier peatón que se asomara al cordón con la intención de cruzar la calle. Llegamos tarde a la obra, obviamente. Muchos espectadores nos chiflaron cuando nos vieron pasar entre las butacas. Me dormí de inicio a fin. Mica estaba enojada, más enojada que de costumbre. Me preguntaba a cada rato qué me pasaba, si estaba tomando algún calmante o si las gotas que me había dado el médico me producían esa especie de somnolencia, esa especie de idiotez permanente. Me decía que no era yo, que estaba cambiado, que no era el Mariano que había conocido hacía dos años. Tuve un segundo de lucidez y le mostré el contrato que había firmado con la vieja gitana, y me preguntó si había enloquecido, que como por un estéreo de porquería había regalado mi alma al diablo. Se bajó del auto y se fue. Esa fue la última vez que vi a Mica. En el transcurso de la semana tuve otro apercibimiento en la oficina y, por mi displicente y ofensiva respuesta, me despidieron con causa. Fui a la farmacia y compré varias cajas de las gotas para la nariz sin receta. Vacié el primer frasquito al pisar la vereda. Mi vida era un desastre, como si me hubiese convertido en adicto a esas drogas peligrosas que transforman a las personas en muertos vivos. En mi casa, con la televisión prendida a todo volumen, leía y releía el contrato que había firmado. Me puse litros de gotas para la nariz que me recomendó el médico y, con un mínimo de fuerza de voluntad, un bendito día me dirigí con el auto al negocio de la gitana en la calle Libertad. Parecía un zombi manejando. Estacioné en el mismo garaje de la primera vez y quité el estéreo, convencido de que debía devolverlo para recuperar mi antigua vida. En la puerta estaba otra vez la moto de los stickers. Entré y el muchacho con el ojo transparente estaba discutiendo con la vieja gitana en ese extraño idioma que no podía identificar. La cortina metálica empezó a tintinear y, a pesar del fuerte olor a tabaco, yo podía respirar. El gato maulló y salió de la vidriera. —¿Qué anda buscando, joven? —me preguntó la vieja gitana. —Atienda, atienda, yo puedo esperar —le respondí. —Le pregunté, ¿qué anda buscando? —repitió, con pocas pulgas. Me di cuenta de que la vieja ya no estaba tan vieja; parecía que hubiese usado maquillaje o que realmente hubiese rejuvenecido diez años. —Vengo por mi alma, la necesito —le respondí con autoridad—. Y acá le traigo el estéreo en el mismo estado que me lo llevé hace dos semanas. —¿Está seguro? —quiso confirmar. —Por supuesto que estoy seguro. No puedo vivir más así. ¡Devuélvame mi alma! —le rogué, casi suplicando. —Ok, si usted así lo pide… Después no se arrepienta y hágase cargo. ¿Trajo la copia del contrato? —me preguntó, y se lo desplegué sobre el mostrador, aplastando con la palma de mi mano las arrugas que se habían formado en el bolsillo del pantalón. El chico de la gorrita me miraba sorprendido; ya no me miraba con odio, sino con pena, como si yo fuese uno de los pocos que se hubiese enfrentado a la gitana para que dejara de hacer daño a la gente comprando sus almas. El pibes me saludó de manera afectuosa pero compasiva, como quien sabe que le espera un terrible final al condenado después de su última cena. Salió sin golpear la puerta, casi que la acompaño para que no hiciera ruido. Se subió a la moto y se fue. La gitana encendió una cerilla y prendió fuego las dos copias del contrato que había firmado. La luz de la llama sobre la cara de la vieja gitana develaba que ella seguía tan vieja como antes. Ella tomó el estéreo y me volvió a acariciar la mejilla izquierda, como la última vez. Sentí ardor en la mirada. Resignado, volví al auto, ya sin mi preciado estéreo Pioneer KEH-8080. Al llegar y luego de pagar en la caja, me encontré con varios stickers pegados sobre el parabrisas; eran figuras de diablos, arañas y corazones rojos. Le pregunté al encargado del garaje si había visto a alguien entrar para hacerme esa maldad, si había visto a un chico de gorrita con un ojo blanco. El hombre no supo qué decirme, solo que tuviese cuidado, que por la zona hay gente que comulga con cuestiones satánicas, gente muy mala. El encargado, amablemente, fue a buscar un balde con agua y detergente, y con un cepillo me ayudó a despegar los stickers. Me sentía enojado, y eso era bueno, ya que empezaba a volver a tener sentimientos como antes. Me subí al auto y volví tarareando una hermosa melodía de Air Supply. Estaba convencido de que todo lo vivido había sido una estúpida pesadilla por obsesionarme con un objeto que solo me daba música en alta fidelidad. Al llegar a casa, el televisor seguía encendido a todo volumen. Lo bajé de inmediato, preocupado por lo que pudieran pensar los vecinos. Deseaba poder rebobinar el tiempo y que todo volviese a ser como antes de aquella fallida velada en el teatro. Necesitaba volver a hablar con Mica. La llamé, pero una voz desconocida me dijo que ya no vivía más allí. Debía encontrarla; tenía que explicarle todo. Me ahogaba, casi no podía respirar. Me puse un chorro de gotas en la nariz que llegaron a mi garganta. Sentía la boca reseca, pastosa; necesitaba limpiarme los dientes de inmediato. Fui al baño, Mientras me cepillaba, me miraba al espejo. No me reconozco. Me pregunto si serán las gotas para la nariz que me recetó el médico el origen de todos mis problemas. Sentía que paulatinamente estaba volviendo a ser yo, con mis mismas obsesiones, con mi puntualidad extrema y con mi incurable alergia crónica, pero ahora se sumaba un detalle no menor: mi pupila de mi ojo izquierdo estaba transparente.
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Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-08 16:15:58
5
Comentario
La venta del alma al diablo es un tema recurrente en historias de terror, y aquí la historia gira alrededor de ese concepto de manera muy ágil, fluida y amena, bien hecho. Por otra parte, he echado de menos una mayor dosis de terror, veo al texto escaso de él. El aspecto lingüístico está cuidado, se agradece mucho. A nivel ortotipográfico, poco más hay que algunas comas faltantes (como la ausente tras los puntos suspensivos en "encima..." o la de vocativo en "perdóneme señora") y algunas tildes mal (como en "¡Si/Sí!"). Además, una corrección de estilo habría pulido bastantes posesivos inadecuados con partes del cuerpo, quizá habría dividido algún párrafo extenso, habría corregido algunos tiempos verbales (como ese "le pregunto" en lugar de "le pregunté"), habría solucionado alguna mezcla de tratamiento de tú/usted de la gitana de la tienda, etc. Diría que el relato está corregido, pero el trabajo de corrección es incompleto. Si hubiese estado afinado y si hubiera transmitido más terror, habría puntuado más alto. Gracias por participar.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-10 14:27:45
6
Comentario
Muchas gracias al autor/a y suerte ^^. Historia en general muy bien cuidada. Alguna cosilla que he encontrado: Aquí, habría quedado mejor poner un “de que”: Le hice señas a Mica avisándole que en un ratito resolvía el tema. Esto es muy repetitivo. Quizás habría sido mejor poner “que yo mismo”: me dice, y no dejo de sorprenderme, parecía que sabía más de mí que yo de mí Aquí sería un “la” : Esa semana no pasé por lo de Mica ni siquiera Engancha leer una historia en donde algo tan nimio, como una radio, puede llevar a alguien a vender su alma, cosa que te hace dar cuenta después de lo que tenías en un principio. Me ha faltado un poco más al final, pues creo que, aunque mola que el prota comience a tener también el ojo transparente, no se llega a saber el porqué ni qué consecuencias puede tener.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-11-06 17:35:39
6
Comentario
Aunque la historia puede llegar a ser interesante creo que en esta ocasión el autor no le ha sacado el máximo provecho. Se lee rápido y fácil, sin embargo le falta contenido, y la resolución final es muy simple, vuelve a ser como era antes. El hecho de volver a recuperar su alma únicamente quemando el contrato me parece poco realista si pensamos que se trata de un trato con le diablo. Creo que si hubiese tenido un final distinto hubiese sido mejor.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-13 18:29:08
6
Comentario
Un relato de ágil lectura por la expectativa que genera, aunque no lo considero del género de terror. No he sentido miedo, aunque sí me ha hecho reflexionar sobre la importancia que damos a lo material olvidando lo importante. He detectado errores y algunos los expongo a continuación. Nunca antes es una redundancia que, por desgracia, se utiliza con frecuencia. Parecía que sabía más de mí que yo de mí. Sería más correcto "que yo mismo". "Esa semana no pasé por lo de Mica ni siquiera la llamé por teléfono". Autor/a ¿Es una forma de expresión en tu país? Si no es así, creo que se trata de un error. "Una voz desconocida me dijo que ya no vivía más allí". Ese más sobra. "Mi pupila de mi ojo izquierdo estaba transparente". Lo correcto sería la pupila de mi ojo. Suerte
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-18 13:01:58
6
Comentario
Es bueno, fluye y no te pierdes en la narración. No es horripilante ni te deja anestesiado cuando terminas la lectura. Para mí, le falta impacto en la última frase, las partes del cuerpo no se escriben con posesivos; un ejemplo podría ser: “la pupila del ojo izquierdo ahora era transparente, incolora, como el tiempo que me robaron”. O algo así… Tampoco tiene mucho sentido lo de la pupila transparente porque todas las pupilas lo son y se ven negras por lo que tenemos en el fondo del ojo, donde la luz no llega, igual que el resto de orificios que tenemos, negros absolutos. Las pupilas no dejan de ser ventanas que se abren y cierran. La imagen transparente sería si lo fuese también todo lo que está detrás; el globo ocular, la cuenca, el nervio óptico, el cerebro… Al final se vería lo que hay detrás de la cabeza, algo muy difícil de imaginar y que choca. Hubiese sido más acertado ponerle otro color. Hay algún dedazo y una tilde ausente, que yo haya notado. Muchas gracias por participar. Sigue escribiendo. Suerte.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-20 19:48:20
6
Comentario
El relato es entretenido y se lee con facilidad sin hacerse pesado en ningún momento. Me ha gustado el argumento, como el protagonista se obsesiona por recuperar su radio hasta el punto de vender su alma al diablo. Como después es otra persona que no siente nada. SPOILER: Que al final, también tenga el ojo transparente como el chico, supongo que quiere decir que no ha recuperado totalmente su alma.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-24 10:17:53
7
Comentario
En algunos momentos, la narración se hace pesada y repetitiva, especialmente en la segunda mitad. La obsesión de la protagonista con las gotas para la nariz no creo que afecten demasiado a la trama, y podrían obviarse. Pero en general es una historia intrigante y entretenida,
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-10-30 15:29:22
6
Comentario
Sé lo que es eso porque también me gustan los Pioneers. El relato fluye en una buena prosa porteña que recuerda a Cortázar, solo que hay algunos errores hacia el final que acaban el encantamiento. Ahora bien, algo no cuadra. Cuando vendió el alma perdió todo tipo de emociones, entonces por qué habría de preocuparse por recuperarla? Y la mujer, por qué tan dócil para devolvérsela? Aun todo esto, el cuento es bueno.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-11-13 17:01:02
5
Comentario
Veo un buen manejo del lenguaje desde el comienzo. Debo suponer (por ahora) que el tono ese de “boludo” que se le da al protagonista es a propósito. Eso demuestra, ya de movida, una buena habilidad en el autor. Con esta destreza, en dos párrafos, ya entendemos que el tipo es un obsesivo; también, consecuentemente, empieza a caernos mal. Por esto mismo, creo que después sobran las aclaraciones sobre su carácter (ya había quedado claro). El cuento tiene una factura técnica impecable. Apenas veo algunos detalles. El tono rioplatense se agradece, pero desentonan mezclas de tonos como en este ejemplo: “Agarrá esto y ándate”. Debería ser “Agarra esto y ándate”, o “Agarrá esto y andate”. “más de mí que yo de mí”, no es correcto. La idea de que la pérdida del alma tenga la consecuencia de dejar de sentir, resulta original. Me hizo acordar mucho a un cuento que leí hace años en una colección, del que no recuerdo el nombre ni el autor, de unos mineros que se encuentran un robot en el fondo de una cueva, el robot les dice que es extraterrestre y que terminó allí porque hace eones perdió la guerra contra otros robots. Al final es el diablo, y obtiene las almas de los mineros con una estratagema. La idea es que el diablo no pierde las manías, pero se actualiza. Me gusta el tono cínico del protagonista: “vengo a buscar mi alma, la necesito”, es un buen chiste. Se cuela un “pibes”, donde debería ser “pibe”. El final está bien. El diablo siempre gana, devolverle el alma es parte de la jugarreta. Ahora con alma, pero con la vida destruida, no demorará mucho en salir a robar para la viaja, como el chico del ojo transparente (que debería ser blanco y no transparente). Está bien, me lleva al principio realista de que muchas veces (si no todas), no hay opciones lindas en el menú, debemos elegir entre guatemala y guatepeor. Aquí la elección es entre no tener alma y no sentir, y tenerla y sentir; a cuál mal peor que el otro.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-11-18 03:16:01
6
Comentario
El personaje, con tintes de un trastorno obsesivo, es creíble, con buenos rasgos de personalidad. La historia ya se ha contado de otras maneras, aunque es divertida de leerse. Ahora, un obsesivo hubiera negociado de otra manera y habría leído ese contrato antes de firmar. ¿Y el terror? Algunos mínimos detalles de redacción que se repiten es en la puntuación, por ejemplo: que había traído las gotas pero (En la mayoría de los casos la conjunción ‘pero’ va precedida de una coma). Otro: rió en mi cara, no lleva tilde. Gracias autor.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-11-20 14:21:13
7
Comentario
Autor/a, una historia bien narrada que nos lleva hasta el final de forma ágil. No tiene mucho de terror, pero es que hoy en día ya casi que no nos asusta nada. Mantiene la tensión durante toda la lectura. La pupila, quizás debió ser blanca. Me quedé intrigada con lo que pasó con Mica, ¿la vieja tomaría su alma? Es una lección de vida. Muchas veces nos obsesionamos con cosas materiales que nos llevan a sufrir consecuencias indecibles. Me gustó tu relato. Me recordó a un conocido que era adicto al Ninazo (gotas para la nariz) Algunas correcciones que te sugiero: …ni siquiera hacerlo yo, como suelo hacerlo, ya que siempre… (hacerlo repetido, muy cercano, sustitúyela con un sinónimo) / …pero sabía que esa era la única chance de volver a devolverlo en caso… (el único chance de regresar a devolverlo en caso, o el único chance de devolverlo) / casi que la acompaño (falta la tilde a acompañó). Autor, felicitaciones y gracias por participar en el concurso.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-12-02 15:42:22
5
Comentario
Este relato me ha parecido una buena vuelta de tuerca al tema de "vender el alma al diablo", que al final son las cosas que nos poseen. Salvo algún problema con ciertos tiempos verbales, no he visto errores.
Fecha Publicación
Valoración Relato
2024-12-11 08:24:19
5
Comentario
Hola,autor/a. Entretenido relato sobre la venta del alma. No es nada novedoso, pero a veces no es necesario inventar la rueda. El relato se lee bien y tiene un mínimo de tensión, pero no llega a ser terror por lo que no puedo valolarlo con una nota muy alta. El tema del ojo, las gotas de la nariz... me han gustado. Creo que es un buen recurso.
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