Relato 66 - Un Cuento de Hadas
Año 1590. Algún lugar de Europa.
Dos niños corren por un espeso bosque huyendo de algo, algo maligno, terrible. Corren para salvar sus vidas.
-¡Vamos, Elisa, corre! –El niño, un muchacho de rubios cabellos y grandes ojos azules se detiene y le tiende la mano a su compañera, una niña pequeña, de apenas siete años, de grandes ojos negros que, agotada tras la frenética carrera entre los árboles, se ha parado un momento a descansar.
-¡N-no puedo más, Cedric! –Elisa clava sus enormes ojos negros en los de su hermano mayor, mientras jadea y se deja caer de rodillas en el duro suelo del bosque.
-Anda, ven –Cedric, por su parte, se limita a sonreír y a señalarse la espalda con los pulgares-. Sube a caballito, yo te llevaré.
Elisa mira las delgadas espaldas de su hermano y luego, tras un levísimo momento de duda, se aferra con fuerza al cuello del muchacho.
Y siguen corriendo hasta llegar a una pequeña casita de madera, de cuya chimenea surge una fina y ondulante columna de humo blanco.
-Mira, Elisa –dice el niño señalando la cabaña-. Quizás ahí viva alguien que pueda ayudarnos.
En ese momento, y como respuesta a las palabras del muchacho, un relámpago corta el cielo nocturno y cae a pocos metros de ambos niños que, aterrorizados, echan a correr hacia la casita, aporreando con fuerza la puerta de la misma una vez han llegado a la entrada de la pequeña y frágil construcción.
-¡Ya va, ya va! –Un instante después, una pequeña anciana abre la puerta y sonríe al ver a sus jóvenes visitantes-. ¿Quién viene a mi casa a estas horas de la noche?
-Buenas noches, buena señora –Cedric, muy educadamente, extiende su mano en señal de saludo-. Venimos desde muy lejos, y estamos cansados y hambrientos. ¿Sería usted tan amable de darnos cobijo esta noche hasta que pase la tormenta?
La vieja mira un momento por encima de ambos muchachos, y luego se aparta para dejarles entrar.
-Claro, jovencito. Una vieja solitaria como yo siempre agradece las visitas.
Una vez dentro, y tras agradecer a la anciana su amabilidad, ambos niños toman asiento en dos de las cuatro sillas que rodean la única mesa que los pequeños ven en el interior de las cabaña.
-Y bien, niños –también la vieja toma asiento y clava sus ojillos en sus dos visitantes-. ¿De dónde salís vosotros? –seguidamente, vuelve a levantarse y tras coger tres platos de una vieja alacena, los llena del humeante guiso que hierve en el interior de una enorme perola de barro-. El bosque no es buen lugar para dos niños pequeños; ¿Nunca os han dicho eso vuestros padres?
Sin decir una palabra, Cedric y Elisa toman sus cucharas y dan buena cuenta del delicioso alimento, ante la atenta y bondadosa mirada de su anfitriona.
Una vez han dado buena cuenta del contenido de los platos, el niño comienza a hablar.
-Me llamo Cedric, y ella es mi hermana pequeña Elisa.
-Hola –la niña alza una manita en señal de saludo, al tiempo que sonríe tímidamente.
Al cabo de unos minutos, la anciana queda al corriente de cómo los dos hermanos fueron abandonados por sus padres a la entrada del bosque; de cómo llegaron caminando a un viejo caserón, donde buscaron refugio, sin sospechar que allí habitaba un cruel y malvado ogro, que intentó darles caza soltándoles a sus horribles y feroces perros, y de cómo huyendo de los canes, habían llegado a la casita de la anciana, donde ahora se encontraban.
-Pobrecitos. Pobrecitos niños –se compadece la anciana, al tiempo que les sirve un enorme pedazo de pastel de chocolate.
Después les prepara una cama cerca de la lumbre y les dice mostrándoles los pocos dientes que le quedan en una sonrisa.
-Aquí dormiréis calentitos, mis pequeños.
-Gracias, anciana –también los dos niños sonríen agradecidos.
Poco después, y tras arropar a los pequeños bajo un par de gruesas mantas les susurra al oído…
-Dormid tranquilos, pequeñuelos. Mañana os ayudaré a encontrar vuestro hogar.
Ambos niños quedan prontamente sumidos en un profundo sueño, y no ven como la anciana se transforma en una horrible bruja, y sale en busca de su hermano, que no es otro que el feroz ogro del que huían los dos hermanos.
Mientras, en una casa lejos del oscuro bosque…
-¡Mis pobres niños! –Una mujer, vestida con ropajes viejos y raídos, llora amargamente, sentada a la puerta de su humilde casa en un viejo taburete de madera-. ¡No debí permitir que los abandonases en el bosque!
-Está bien, mujer, está bien. Ahora mismo marcharé a buscarlos –su marido se acuclilla a su lado y le rodea los hombros con sus fuertes brazos.
-¿De verdad harás eso por mí? –Ella clava una mirada suplicante en su esposo que se limita a apartarse de su lado y a coger una enorme hacha antes de iniciar el camino.
En el cielo nocturno, la luna llena ilumina la senda que lleva hacia el oscuro bosque.
En casa de la bruja, la pequeña Elisa se incorpora en la cama sintiéndose inquieta y asustada.
-Cedric, hermanito, despierta.
-¿Q-qué pasa, Elisa? Tengo sueño y estoy muy cansado. Déjame dormir un poco más.
-L-la anciana… -Tartamudea la niña con los ojos abiertos como platos y temblando de miedo.
-¿Qué le pasa a la anciana?
-¡Es una bruja! –Susurra la pequeña al oído de su hermano mayor.
-¿Qué estás diciendo? –Inquiere Cedric clavando en su hermana una mirada cargada de incredulidad.
-¡La he visto transformarse! –Exclama la niña en un agudo chillido-. ¡Era horrible!
El muchacho, viendo el temor y la angustia de su hermanita pequeña, no puede hacer otra cosa que abrazarla con fuerza para calmarla y consolarla.
-No te preocupes, Elisita –le dice mientras la besa en la blanca frente con ternura-. Nos escaparemos de aquí y buscaremos el camino de regreso a casa.
Mientras en el bosque…
-Buenas noche, buen hombre.
El padre de los dos niños se vuelve y mira a la extraña mujer que acaba de hablarle.
¿Quién es usted? –Pregunta el hombre sin ocultar el desprecio que siente hacia la mujer, vestida con ropas viejas y raídas, y tiene el pelo sucio, enmarañado y gris-. No tengo tiempo que perder, debo encontrar a mis hijos.
-Si me ayuda, yo puedo ayudarle –responde la mujer, dedicando al hombre una enigmática sonrisa.
-¿Cómo? –Hay un cruel tono de burla en la pregunta del hombre-. Dígame, mujer. ¿Cómo podría una pordiosera como tú ayudarme a encontrar a mis hijos, cuando tú misma pareces a punto de caerte muerta de hambre?
-Señor –responde la misteriosa desconocida-. No mire nunca el exterior de las personas –mientras habla sonríe de forma peculiar-; la belleza se ubica en el alma, en el interior.
-Ya ya. Todo eso está muy bien –replica el hombre, frunciendo el ceño con gesto impaciente-. Pero yo debo encontrar a mis dos hijos, y hablando con usted…
-Muy bien, buen señor –la pordiosera se aparta a un lado, dejando paso al padre de los dos niños perdidos. Hay un brillo extraño en sus bellos ojos color esmeralda-. Pero antes déjeme decirle algo…
De repente, y como si un par de fuertes manos lo sujetasen, el hombre queda paralizado sin poder mover un músculo.
Y ante sus asombrados y fascinados ojos, la mujer se transforma en una hermosa hada de largos cabellos dorados y sonrisa angelical.
…Y una voz gélida como la fría brisa de las cumbres heladas.
-Como has sido cruel y desconsiderado conmigo al pensar que era una mendiga, yo, el Hada de los Bosques, te castigo a sufrir el desprecio de los tuyos y la crueldad de tus propios hijos.
Tras estas palabras, la mágica criatura desaparece envuelta en una fragante brisa.
Mientras, los dos niños han conseguido escapar de la casa de la bruja por una ventana, y se han vuelto a internar en el oscuro y siniestro bosque.
-¿Hermanito…?
-¿Qué?
¿Tú crees que volveremos a ver a padre y a madre?
-Por supuesto que sí, Elisita –Cedric se detiene, y acuclillándose junto a la niña, la abraza con fuerza-. Verás como pronto estamos de nuevo en casa.
Tras esto, y más animada, la niña sonríe y devuelve el abrazo a su hermano.
Y siguen caminando, adentrándose cada vez más en el interior del frondoso bosque.
En ese momento, en casa de la bruja…
-¡Mis queridos y dulces niños! –La horrible mujer se acerca a la cama, en espera de encontrar todavía durmiendo a sus dos pequeños invitados-. ¿Estáis dormiditos, pequeñuelos?
De un fuerte y brusco tirón, aparta la gruesa manta y…
-¿Qué sucede, hermana? –Tras la vieja bruja, su hermano el ogro espera impaciente-. ¿Dónde están esos sabrosos niños que me prometiste?
-¡Se han escapado! –La mujer, con los dientes apretando los dientes por la rabia, se vuelve hacia su hermano-. ¡Esos malditos mocosos se han escapado!
-¡Maldita sea! –Masculla el ogro en voz baja.
-No deben haber ido muy lejos. Lo más seguro es que hayan vuelto a perderse en el bosque –tras estas palabras, la horrible bruja se encamina hacia la puerta de su cabaña, decidida a dar con los pequeños Cedric y Elisa. Antes de salir, se vuelve de nuevo hacia su hermano, que permanece en silencio tras ella, junto a la cama que poco antes ocupasen los dos niños-. ¡Vamos! ¿A qué esperas? Si nos damos prisa, aún podemos atraparlos.
Y mientras, en los más profundo de la arboleda, el padre de los dos pequeños sigue su búsqueda incesante.
Hace rato que olvidó las extrañas y crípticas palabras del Hada del bosque, y tan sólo le preocupa el encontrar a sus dos vástagos y regresar a su casa junto a su esposa.
De repente, dos pequeñas y familiares figuras surgen de entre los árboles…
-¡Hijos míos! –Exclama el hombre, corriendo a abrazar a los dos pequeños.
Y entonces ocurre algo terrible…
El hombre recuerda las palabras dichas por el Hada de los Bosques.
“…, te castigo a sufrir el desprecio de los tuyos y la crueldad de tus propios hijos”.
-¿Qué quieres ahora tú de nosotros? –Cedric clava en su progenitor una mirada cargada de aversión y odio manifiesto.
-Sí. ¿Qué quieres de nosotros, tú que nos abandonaste en el bosque a pesar de nuestras súplicas y nuestro llanto? –Se escucha la voz de la pequeña Elisita, mientras alza su mano para señalar a su padre -¡Mereces la muerte!
El hombre, con expresión compungida y arrepentida, se hinca de rodillas en el suelo y, cubriéndose la cara con ambas manos, comienza a sollozar con amargos lamentos.
Al ver esto, sus dos hijos, abrumados por la crueldad con la que han tratado a su padre momentos antes, se acercan al hombre y le tienden las manos.
-¡Perdonadme, hijos míos! –El hombre, aún con lágrimas en los ojos, extiende sus brazos y abraza a los dos niños-. ¡Nunca volveremos a separarnos, os lo prometo!
Tras esto, y cogidos de la mano, los tres regresan a casa, junto a su buena madre y esposa.
FIN…
Pero…
¿Qué es esto?
¿Dónde están aquí el terror y la sangre?
¿Y las muertes?
¡Paciencia, amigo lector!
Ahora viene lo bueno…
Los tres, el padre y sus dos hijos, llegan a la cabaña donde les espera la madre de los niños y esposa del hombre, para encontrarse con un espectáculo dantesco, de auténtica pesadilla.
En el suelo de la vivienda, y con claros signos de haber sido violada, yace la mujer, medio de un charco de sangre medio coagulada, con la garganta abierta por un profundo tajo.
¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo hemos llegado a esto?
Como todos recordaréis, la bruja y su hermano el ogro habían salido en busca de los dos niños. Y la búsqueda los llevó a la casa donde la buena mujer esperaba el regreso de su esposo y sus hijos.
La pobre y aterrada esposa se vio sorprendida por la llegada de los dos monstruosos hermanos que, tras violarla y vejarla salvajemente, la habían degollado.
Desconsolados, el hombre y sus dos hijos se abrazan al cuerpo sin vida de la mujer, sin darse cuenta de que los dos monstruosos seres todavía rondan la humilde cabaña.
De repente, la puerta de la casita se abre lentamente, dejando escapar un leve crujido de madera, y el Hada de los bosques entra en la vivienda, seguida por la bruja y el ogro.
-¡Oh, poderosa y bondadosa Hada de los Bosques! –Al verla, y esperando que el mágico ser los ayude, el padre de los niños se arrodilla ante la hermosa dama-. ¡Socórrenos a mí y a mis hijos, yo te lo ruego!
Como toda respuesta el Hada le dedica una gélida sonrisa.
-¿Qué os ayude imploras? ¿Acaso ya has olvidado lo que te dije antes?
-¡NO, POR FAVOR! –Grita el hombre mientras se gira hacia sus hijos para ver algo que le hiela la sangre en las venas.
Los niños sonríen con sonrisas malignas y estúpidas, mientras el ogro ordena a sus sabuesos atacar al hombre que, entre angustiosos gritos, intenta protegerse de las feroces dentelladas de los canes…