Relato 65 - Historia de un caramelo
Había pensado en ocultaros mi descripción, que todo fuese un misterio hasta las últimas líneas. Mi primer pensamiento había sido lanzaros escuetas pistas para que vosotros mismos adivinaseis quien soy o mejor dicho lo que soy; pero al final he decidido ir con la verdad por delante y confesar desde estas primeras líneas de esta historia que voy a contaros aquello que soy, y sin avergonzarme para nada de mi origen os digo que soy un simple caramelo.
Sí, soy un caramelo de esos que habéis chupado cientos de veces y encima de los más corrientes, es decir, un caramelo duro de naranja. No destaco en nada entre el resto de caramelos a no ser porque estoy contado la historia de mi vida y eso no es que sea muy corriente entre los de mi especie (¿se puede considerar un caramelo como parta de una especie?)
Os preguntaréis dónde estoy en estos instantes, eso no es importante ya que mi posición actual cambiará en breve. Solamente espero tener el tiempo suficiente para haceros llegar por escrito la historia de mi dulce vida.
Todo empezó hace cierto tiempo, no sé exactamente cuanto ya que nosotros no medimos el tiempo como vosotros, los humanos y nunca he aprendido a hacer la conversión de hora caramelo a hora humana. Bueno, continuaré contando que el tiempo pasa y todavía no he os explicado nada de interés y debéis estar pensando en que soy un caramelo muy pesado y seguramente indigesto. Esto no os lo puedo discutir, ya que todavía nadie ha pasado su lengua por mi duro cuerpo.
Arrancaré la historia el día que toda mi existencia cambió. Hasta ese momento yo había estado en una fábrica de caramelos cuando de pronto me vi transportado en una caja y después en una cesta. Todo era nuevo para mí, por fin me dejarían ver mundo tal y como era mi deseo.
En el cesto que olía a paja nueva, yo me encontraba rodeado de cientos de mis hermanos. Les llamo hermanos aunque a muchos no los conocía y es que hay una gran variedad de sabor, color, forma y textura entre nosotros.
A mi alrededor veía caramelos duros y blandos; grandes y diminutos; redondos y unos pocos de picos en ángulo recto. Y no me olvido de la variedad de sabores: limón, fresa, piña, Coca—Cola, café con todas sus variedades; menta, coco, cereza... No voy a nombrar a todos, serían demasiado y no quiero aburriros demasiado pronto.
Pues eso, allá me encontraba yo, entre hermanos y primos. Para vuestra información, nosotros calificamos como primos todos aquellos que no son caramelos “normales”: piruletas, nubes, polvos pica-pica y demás golosinas. La mayoría, por cierto, son unos creídos y siempre se refieren a nosotros como “esos pobres caramelos”.
Así que estaba yo en aquella cesta nueva al parecer por su olor intentado no caer cerca de un pica-pica cosa complicada ya que a cada cierto tiempo la cesta se movía y yo rodaba de un lado para otro hasta que la cesta fue alzada y depositada en lo que después descubrí que era un camión.
Durante un buen rato no nos movimos y yo llegué a pensar que ese era todo el viaje que iba a realizar. ¡Ya hubiese estado bien que así hubiese pasado!
Y de repente nos volvimos a poner en marcha. El traqueteo ahora era mayor así que al final fue a chocar con la bolsa de pica-pica quien protestó alegando que él era muy importante y casí único en la cesta. Así debía ser, ya que no veía ningún otro alrededor.
Comencé a sentir gritos que no entendía a mi alrededor y me asusté. Sí, no siento miedo a decir que sentí pavor al oír esos alaridos que no parecían de este mundo y encima ese ruido que después alguien me dijo que llamáis música no es que lo arreglase demasiado.
Y yo estaba encogido, cosa complicada ya que como os he dicho, soy un caramelo duro y... bueno, al menos mentalmente lo estaba cuando una mana humana apareció y se lanzó sobre nosotros. Al instante cogió unos cuantos y los sacó de la cesta. Nunca más supe de ellos.
El terror de lo desconocido se apoderó de nosotros, pobres caramelos. Eso sí, me alegra decir que tanto hermanos como primos sentían el mismo miedo.
No tardó en aparecer una nueva mano, más pequeña que la anterior y esta vez yo fui uno de los elegidos. Me lo tomé con filosofía, por fin iba a ver algo más que una simple cesta de paja.
A mi alrededor había algunos de vosotros y más cestas llenas de hermanos y primos. La persona que me había cogido parecía muy joven, pero yo no soy un experto en vuestros tamaños así que puedo estar equivocado; tal vez encogéis con el tiempo.
Alrededor del camión había mucha gente, altos y bajos; jóvenes y viejos. La mayoría gritaban pidiendo caramelos y... de repente me vi lanzado hacia esa muchedumbre cayendo al suelo con un duro golpe que me sacudió hasta las entrañas y provocó una pequeña fisura en mi espalda.
Yo había caído delante de las patas de un animal que vosotros denomináis como caballo. Realmente desde mi posición en el suelo podía ver lo que después supe que era un bello animal de pelo castaño y crin dorada. Este levantó una de sus patas y yo ya me veía roto en cientos de pedazos cuando un humano de pelo blanco se lanzó como una fiera bajo las patas del bello animal y me recogió del suelo a tiempo de librarme de ese final tan triste.
Ya me encontraba yo a salvo en medio de otros hermanos míos y todos metidos en una bolsa de plástico blanco. No sabía que iba a ser de mí, pero no me importaba. No podía ser peor que acabar roto en cientos de pedazos.
Ese fue el inicio de mi viaje. El tiempo se me está agotando y no puedo alargar mucho esta historia así que os diré por encima que ese tipo de vuestra especie me llevó hasta su casa y me depositó en una caja de cristal. Allí he estado durante todo este tiempo, sin nada que hacer y tan solo mirar a través del cristal la vida que se ha desarrollado ante mí, inútilmente quieto.
Hasta hoy. La caja ha sido abierta y yo me he visto alzado por una mano pequeña, más pequeña que la que me lanzó al suelo.
Esa pequeña mano me ha despojado de mi vestimenta dejando mi duro cuerpo al descubierto y la vergüenza de mi fisura a la vista de todos.
—Abuelo, está roto.
—Eso no importa, así está más sabroso.
Y esa mano pequeña me acerca a la boca y veo salir la punta de una lengua. Llevo demasiado tiempo en esa caja de cristal para no saber cuál va a ser mi destino. La lengua húmeda toca mi duro cuerpo de sabor a naranja y siento que una parte de mí desaparece. Segundos después sufro un nuevo lametazo y a cada uno de ellos mi cuerpo se ve disminuido aunque muy poco a poco.
—Recuerda que debes chuparlo poco a poco. A tu madre no le gusta que te tomes los caramelos de golpe.
—Sí, abuelo.
Nuevo lametazo, mi forma se ha vuelto aún más redondeada que antes. ¿Cuánto durará este suplicio? Yo solo quiero acabar de una vez aunque no tenga tiempo de acabar de explicar mi vida. De nuevo esa lengua infernal se sitúa sobre mí. Me siento adelgazar, una parte de mí está más trasparente que el resto y sé que en breve me romperé. Lo sé porque lo he visto decenas de veces y yo no voy a ser diferente al resto.
—Abuelo, ¿ya es suficientemente pequeño? Estoy cansado de sacar la lengua.
—Un par de chupadas más y ya lo tienes.
Así que de nuevo siento su lengua en mí, pobre caramelo sin futuro. ¡Yo que quería ver mundo! Mejor me hubiese ido si me hubiese quedado en la fábrica en la que nací.
Ya casi no me queda tiempo. Me cuesta pensar cuando me veo desaparecer y siento que me voy a quebrar en breve. No aguantaré entero mucho más tiempo.
De pronto veo como en vez de acercar la lengua a mí me veo transportado al interior de la boca. Eso significa bien claramente que mi tamaño es ya ideal.
Ruedo entre los dientes de leche y la lengua mientras oigo ruidos extraños que no reconozco ni falta que me hace ya, a pocos minutos de mi final.
Ya casi he acabado la historia de mi vida. Estoy a punto de morir en la boca de un pequeño humano. Adiós, ha sido un placer contar con vosotros para que sepáis como ha sido mi existencia. Cierro los ojos y ya no diré nada más. Mi vida ha finalizado.
****
—Abuelo, no quiero más caramelo. Estoy cansado.
Y el niño saca el caramelo de la boca y lo vuelve a envolver en el papel.