Relato 54 - Atávico
Le miro a los ojos. Me hundo en el verde-azulado de ese mar que me atrae y me come de deseo. Él me está mirando y percibo, noto, me quemo en ese fuego intenso. Es evidente que me va a poseer, que va a mover todos sus músculos con el único propósito de tomar mi cuerpo. Y yo le dejo. No puedo evitarlo; no quiero evitarlo.
Se está aproximando a mí, despacio. Es corpulento, muy viril. No es el tipo de hombre que más me ha atraído y sin embargo, no pude apartar los ojos de él desde el primer instante que le vi. No es especialmente alto, estatura media, pelo muy corto. Bajo su ropa de trabajo se adivina una complexión fuerte, un cuerpo cuidado y esculpido. Apenas hemos hablado desde que entré en la tienda, no ha sido necesario. A los cinco minutos de pisar aquel recinto poco espacioso, de ambiente cargado, no podíamos dejar de mirarnos, de desearnos a un nivel primitivo, animal, atraídos por un imán poderoso y ajeno a nosotros mismos. Hubiera bastado que hubiera habido menos gente para que me hubiera tendido su mano allí mismo y yo hubiera aceptado su ofrecimiento, me hubiera llevado al almacén, o a la trastienda, o a uno de los probadores, y nos hubiéramos follado sin tapujos. A pesar de tener ese convencimiento, me sentí abrumada y salí corriendo. No podía faltar a mi conciencia, mi férrea moral sexual grabada con tatuaje de colegio religioso, a fuego lento, durante años. No pude quitarme de la cabeza aquel encuentro en todo el día, y al otro y al otro… por fin me decidí, movida por la curiosidad, por un impulso morboso.
He esperado a última hora de la tarde con la confianza de que no hubiera prácticamente nadie. He acertado y estoy espiando desde fuera. Sólo queda un cliente y él le está atendiendo. Lleva puesto vaqueros y una camisa de color arena, con el logo y el nombre de una conocida marca de ropa para hombre que le sienta maravillosamente bien. Me armo de valor y entro. Está hablando con ese cliente, el último. Me ve desde el mostrador y me reconoce perfectamente. Sabe quién soy, sabe porqué he venido. Le atisbo una leve sonrisa desde la distancia, le oigo que murmura algo y se dirige hacia mí. Estoy congelada a medio metro de la puerta, sin poder respirar:
- Hola- me dice susurrando
- ummmm Hola – consigo balbucear. Su voz quebrada me recorre la espalda como un calambre
- Soy Javier: Y tú eres?
- Julia – Miento.
-Muy bien Julia, espera un segundo, en seguida estoy contigo.
Levanta su brazo derecho y sin apartar esa mirada que me hipnotiza, presiona un botón que hay justo en la pared detrás de mí, a la altura de mi cintura. Refreno el impulso de zafarme de su brazo. De forma inmediata, una persiana metálica comienza a bajar hasta que él, Javier, presiona de nuevo el botón y se detiene. Vuelve al mostrador mientras yo sigo petrificada, arrepintiéndome de mi osadía. En minutos que parecen horas, termina de cobrar y acompaña al cliente a la puerta, donde yo sigo esperando, cual estatua de mármol. Se despiden cortésmente.
Tras cerrarse la puerta, acciona de nuevo el botón y la persiana comienza a descender de nuevo, hasta que alcanza el suelo con un sonido brusco. Él apaga parte de las luces que envuelven la tienda. Estamos en penumbra, alumbrados sólo por un par de focos del techo, a la altura del mostrador. Me coge de la cintura para apartarme de la zona del escaparate. Estoy temblando. Nunca antes había hecho algo así. Realmente no tengo una relación seria desde hace tiempo, años, quizás un par de siglos. Me pregunto si me acordaré de lo que tengo que hacer, de lo que quiero hacer. Estoy deseosa de catar esta copa de pasión embotellada, dejarme llevar por mis sentidos, sentir cada poro de mi piel, deleitarme con el tacto y el calor del cuerpo que me ha seducido de forma arrebatadora. Me siento ansiosa por sumirme de nuevo, en el baile atávico que supone el sexo sin condimentos.
Nos sostenemos la mirada. Se está acercando a mi boca lentamente. No sé cómo reaccionar. Estamos bastante separados, no me toca ni me roza. Cierro los ojos y abro suavemente los labios para recibirle. Sin embargo, no son sus labios los que me rozan, sino su lengua, que lame mi boca con la suavidad de una pluma. No puedo contenerme y mi lengua se lanza en busca de la suya, con fervor. No me esperaba tanta sutileza, pero al mismo tiempo, lo agradezco. Mi cuerpo húmedo lo agradece. Nuestras lenguas están jugando, se entrelazan, se mordisquean, algunas veces fuera de nuestras bocas, bien dentro de la suya o bien dentro de la mía. No me puedo creer que aún no me haya tocado, por lo que yo no me atrevo a hacer lo propio. Súbitamente, acaricia mi pezón izquierdo con la palma de su mano izquierda, por encima de mi blusa. Esa es la señal que yo estaba esperando. Salvo la distancia que aún media entre los dos y me agarro a sus bíceps. Confirmo sus horas en el gimnasio o donde fuera, no importa. Estamos alcanzando un ritmo menos pausado, más abrupto. Comienzo a desabrocharle los primeros botones sin apartar mi lengua de la suya. El ardor que siento ya no tiene marcha atrás. Aprieto mi cuerpo contra el suyo notando su erección. Como imaginaba, su miembro es potente, poderoso. Tengo que verlo, quiero verlo y deleitarme. Mi mano derecha se escapa frenética en su busca. Termino con esa interminable hilera de botones. Utilizo ahora mis dos manos, con la izquierda le acaricio los hombros, sus pectorales, mientras con la otra agarro su polla en toda su extensión. Gemimos ambos de puro placer. Mientras estoy haciendo todo esto, él mantiene su boca en mi oreja cubriéndome con su lengua, bajando a mi cuello y descendiendo por último a mis pezones. No recuerdo en qué momento me ha quitado ni la blusa, ni el sujetador. Sin duda, es tremendamente hábil. Pero yo también. Me arrodillo en el suelo, percibiendo que únicamente estoy desnuda de cintura para arriba. Él estaba empezando a desabrocharme los vaqueros, pero no le he dado tiempo, he sido más rápida. Paso su pene por mis pechos, acariciando mis pezones con suavidad primero, y apretándolos después. Finalmente, pongo su miembro en mi boca. Noto que se contrae movido por un espasmo. Me recreo en esta sensación de dominio y control. Le estoy chupando en movimiento acompasado, con una mano en su glúteo y otra en su vello púbico. Disfruto con esta explosión de instintos. La naturaleza fluye por nuestros cuerpos con la fuerza de un volcán, como ha ocurrido desde el nacer de los tiempos. De pronto, me empuja levemente por los hombros, se aparta un poco y me susurra mirándome a los ojos con descaro:
- Si sigues así, me voy a correr…
No hace falta que me diga más, ninguno de los dos queremos que acabe la fiesta. Me levanto y tras esta pausa, comienza de nuevo a besarme lentamente. Este cambio de ritmo, en lugar de frenarme, aún me calienta más. Aún así, me dejo guiar. Ahora es él quién se arrodilla y me baja los vaqueros. Le ayudo a quitármelos. Agarra mi culo entre sus manos y me arranca el tanga de un mordisco. Me abre las piernas. Hunde sus nariz en mi vello mientras acaricia mis nalgas y entonces comienza a lamer mi clítorix. Éxtasis es la palabra que se me cruza en la mente. Sé que voy a alcanzar la cima con este espécimen esplendoroso del sexo masculino. Me tiemblan las piernas, cada contacto de su lengua me produce miles de chispazos eléctricos que se ramifican por todos los nervios de mi pubis. Por un instante, creo que voy a explosionar. Inconscientemente, me estoy moviendo en un baile sinuoso de frenesí. Él sabe que no voy a aguantar mucho más, así que se pone en pie y sin saber muy bien cómo, aturdida aún por el efecto de su lengua, se inclina, me agarra por los muslos y me alza sobre sus caderas. Rápidamente confirmo lo que pretende, por lo que me aferro a sus hombros, mientras cruzo mis piernas a su espalda. Y de esa forma, conmigo en el aire, me penetra. Me mantiene cogida por los glúteos en un despliegue exquisito de fuerza, por lo que soy yo quien procura el movimiento de caderas, si bien él me desliza hacia arriba y abajo. Es la primera vez que me hacen algo así. Ya no controlo mis pensamientos, me limito únicamente a dejar que fluya toda esta energía, todo este cocktail de pasión, ímpetu y descontrol. Termina súbitamente este goce momentáneo, efímero y nos quedamos abrazados, unidos, jadeantes. El trance en el que estamos inmersos se rompe, de pronto, por sus palabras:
- Quiero volver a verte.
Y yo pienso que quizás lo considere…