Relato 44 - Llévame con mamá

LLÉVAME CON MAMÁ…

 

 

 

Todavía resonaba en su cerebro el eco de las palabras de Marta: "Dejarlo, es un cobarde, no se atreve.." y las risas que había provocado en los demás su hilarante comentario.

 

Apoyado en el lavabo, fue levantando la cabeza lentamente hasta que su propio reflejo le hizo reflexionar, mientras se limpiaba una lágrima por debajo de las gafas,con el dorso de la mano.

 

Aún estaba a tiempo de demostrar a todos que él no era ningún cobarde, y que no tenía que sentir culpa, al menos eso le había dicho mil veces su madre, tras el "accidente" de su hermana.

 

Las diez y media de la noche. “Esos estúpidos se iban a enterar."

Habían quedado a las 11 en la puerta del cementerio. Y como siempre, fumarían y beberían alcohol, y Marta reiría con ellos. Rebuscó en el cajón de la mesilla de su padre un cigarrillo de los que él denominaba de "reserva".

 

Abrió el mueble-bar y metió en una bolsa de plástico una botella de ginebra abierta desde las Navidades. En la vida había imaginado que sería capaz de hacer tal cosa, y curiosamente, por primera vez, se sentía orgulloso de si mismo.

 

Se escucharon las once campanadas de la Iglesia del pueblo justo cuando su pantalón se enganchó en un saliente, al descender por la reja de la entrada. Miró desde arriba y saltó.

 

Tomó aire con los puños apretados, en medio de la noche cerrada y comenzó a caminar inseguro, sin saber muy bien hacia dónde dirigirse.

 

Agudizó el oído tanto como pudo, con la esperanza de escuchar las risas juveniles de sus compañeros... pero el silencio sepulcral tan solo era alterado por el crujir de las hojas secas bajo sus botas.

 

Estaba demasiado oscuro. Por suerte, se acordó de que su llavero tenía una pequeña linterna. Acertó a sacarlo del bolsillo trasero del vaquero y proyectó la débil luz hacia las inscripciones de las tumbas.

 

"Victor Gómez Ramos, fallecido a los 75 años...el día ocho de diciembre de 1976" ,

"María Antonia Sesma Cavero descanse en paz."

“Sandra Pérez Esteban…”

 

De pronto, en medio de aquel silencio apreció un susurro... un murmullo casi inaudible.

 

Aguantó la respiración inconscientemente.

 

Con un hilillo de voz, logró preguntar: "¿sois vosotros?"

 

Unos segundos después escuchó, a lo lejos, la risa de Marta y algo más aliviado, apretó el paso en esa dirección.

 

Mientras avanzaba, buscó a tientas el tabaco dentro de la temblorosa bolsa de plástico, sin apartar la vista del camino flanqueado por las tumbas. ¡Qué sorpresa se iban a llevar todos al verle aparecer fumando un cigarrillo!

Pero de nuevo...apreció el susurro, ahora más cercano, de una voz infantil:

 

"Llévame con mamá..."

 

Giró sobre sus talones 180 grados, miró en todas direcciones, moviendo la linterna compulsivamente, arriba y abajo, a derecha e izquierda, proyectando sombras que se le antojaban cada vez más siniestras.

 

Detrás de él, sintió un soplo de aire en la nuca.

 

¡No, no te vuelvas!- le gritó su subconsciente- ¡No mires!

 

Temía moverse, pero se repitió que ya no era un cobarde y... se giró.

 

En mitad del pasillo, el espectro fantasmal de Rocío Gracia, de 8 años de edad, tal y como decía el epitafio de su tumba abierta, caminaba hacia él con los ojos muy abiertos… y las manos extendidas.

 

Como si le hubieran clavado las botas al suelo, quedó paralizado, mientras la niña avanzaba lenta, siniestra hacia él...

 

Intentó vocalizar algo con sus labios abiertos, pero su garganta se había cerrado completamente y era incapaz de emitir sonidos.

Su mano apretaba con fuerza la linterna que proyectaba una débil luz hacia los pies sucios y descalzos del fantasma infantil.

 

Cada vez más cerca, reconoció entre sombras los matices azules casi transparentes de sus ojos, la suciedad del barro en sus mejillas y algunas hojas de ciprés enredadas en su alborotado cabello castaño.

 

Esa sonrisa familiar ahora le daba miedo.

 

La niña muerta avanzó hasta él y subió lentamente el brazo. Hasta entonces, no se había fijado que portaba un cuchillo.

 

¡Pero él no era ningún cobarde!.

 

Sin pensarlo, se abalanzó sobre la figura espectral que ahora parecía asustarse.

 

A pesar de que las voces juveniles gritaron al unísono, su propia ira impidió que las escuchara.

 

Ocurrió todo muy rápido, y en cambio, pudo ver a cámara lenta como Marta caía de espaldas con su disfraz de zombie, bajo su propio cuerpo.

 

El ruido del golpe seco de su cabeza rompió el silencio de la noche.

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Obra colectiva del equipo de coordinación ZonaeReader

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