Relato 39 - Para Laura

Para Laura

 

 Laura, temblorosa, volvió a mirar el reloj de su habitación. Cinco minutos, cinco interminables minutos habían transcurrido ya de las ocho de la tarde y Alfredo no había aparecido todavía. Era la primera vez que algo así ocurría y ella, intranquila, se sentía desfallecer, pues pensaba que algo le había sucedido. ¿Por qué se estaba retrasando si no lo había hecho jamás en los últimos cuatro años? Volvió a mirar el reloj para cerciorarse que su vista no la engañaba y que la dura medicación que estaba obligada a tomar no le había jugado una mala pasada.

Siempre fiel a su cita y siempre leal a su compromiso, Alfredo, día tras día, había estado allí junto a ella, siempre atento y pendiente de sus más nimios e infantiles deseos. Con amor y perseverancia, dándole esperanzas y confianza en sí misma. Se sentía desnuda y desvalida sin él, necesitaba sus caricias, sus palabras de afecto y sobre todo su cariño, el gran amor que le prodigaba. Luchando contra el sueño que la anegaba durante todo el día, volvió a mirar el reloj, siete minutos. ¿Qué ha pasado, Dios mío?

Notaba su ausencia como un ciego siente la falta de visión. Y le dolía, en lo más hondo le dolía hasta límites insospechados. Por un momento pensó lo peor, que se había olvidado o lo que era más grave, que se hubiera cansado de esta insoportable situación. Pero pronto dedujo que no, el cómo la trataba y cómo se desvivía por ella hacía imposible siquiera la mera idea. Pensaba en cuánto lo amaba y lo necesitaba y en cómo todo aquello empezó y se convirtió en lo que sentía que era.

Cuatro años de eterna permanencia junto a ella, cuatro años sin dejar de verla todos los días a la hora de la visita, cuatro años en dónde cada hora se hacía eterna cuándo él no estaba, si le faltaba, si le perdía… ¿Qué es el amor si no absoluta y total dependencia del ser amado? El no saber vivir sin él igual que no podríamos vivir sin corazón, cerebro o alma. Cuánto lo quería, cuánto lo ansiaba y cuánto lo necesitaba era algo que experimentaba como muy íntimo y doloroso al mismo tiempo. Arrebujándose en las sábanas volvió a echar un vistazo al reloj, el cual torturándola, mostraba el paso inexorable del tiempo, dos minutos más y él no venía. Miró la puerta con la ingenua esperanza de que se abriera solo por el hecho de hacerlo y apareciera Alfredo a consolarla. Pero no fue así. La más abrumadora de las congojas se apoderó de ella y comenzó a llorar. Sin saber por qué y sabiéndolo fehacientemente. Esas lágrimas que no la dejaban ver, no la dejaban pensar, no la dejaban sentir, no la dejaban vivir.

La fuerte medicación iba haciendo su efecto y la fue sumiendo en un dulce sopor; mientras ella luchaba contra el sueño se acordó de aquél fatídico y oscuro día en que le diagnosticaron el tumor, en las interminables operaciones, en todo el dolor sufrido, en todo lo que había perdido y en él, sobre todo en él. Ni un solo día dejó de alentarla y de animarla, incluso en esos días horribles que ella sufría dolorosamente y donde lo mandaba de vuelta por donde hubiera venido. Cuanto había padecido Alfredo por su culpa y pese a ello, seguía a su lado sin flaquear ni desfallecer, aguantando todas sus quejas, reproches e incluso en los peores momentos, insultos.

Poco a poco, la recalcitrante prescripción médica administrada a su vena directamente fue haciendo su efecto, apoderándose de su mente y convirtiendo el sopor en un sueño cada vez más abrumador y persistente. No quería dormirse sin verlo antes, sin hablar con él. No quería, no podía consentirlo. Alfredo jamás le fallaría, jamás perdonaría la oportunidad de pasar una hora con ella, su hora, nuestra hora, la misma de los últimos cuatro años.Diez minutos pasaban de la hora y su amor no llegaba, hoy que tanto le necesitaba, hoy que le habían comunicado lo que le deparaba el destino, hoy que su vida se había doblado. Y las lágrimas la anegaban y la medicación la adormecía y nadie venía a salvarla y nadie acudía a consolarla. Y por fin sucumbió al sueño, agitado, inquieto y profundo y se hundió en la más negra de las penumbras en dónde las más terribles criaturas la esperaban para torturarla y atormentarla.

Había pasado poco tiempo cuando sintió que la llamaban por su nombre. Alguien la estaba llamando, suave y dulcemente y de esa misma manera despertó. Alfredo se encontraba a su lado, en su silla de siempre, con su sonrisa de siempre y su contagiosa alegría de siempre. Pero algo era diferente y le costó averiguar que era: no la sujetaba de la mano tiernamente.

–Hola amor. ¿Qué te ha pasado? –  le preguntó adormecida -No has llegado a la hora.

—Estoy aquí desde el principio, velando tu sueño y cuidando de ti como siempre, mi vida. Has tenido un sueño movido y estás intranquila, pero ahora estoy aquí, contigo, para siempre.

Laura intentó darle la mano pero él se lo impidió retirando la suya, lo que la dejó algo perpleja. Alfredo le dijo:

—No puedes tocarme, aún no estoy limpio, cariño.

—Pensé que hoy no vendrías y me dolió tanto, hoy me han dicho que…

—Sssshhh. Descansa ahora. Siempre estaré aquí, siempre estaré a tu lado, jamás te abandonaré. No desesperes, ya sé lo que me vas a decir y está todo arreglado. Relájate y duerme, que yo velaré tu sueño.

—Cariño, te quiero tanto, si no fuera por ello me hubiera dejado morir hace tiempo. No podría soportarlo sin ti, es tan duro y tan injusto….

— No pienses en ello ahora, supera tus miedos, pues pronto llegará el regalo que tanto tiempo llevamos esperando. Todo será distinto a partir de mañana.

— ¿Qué me has preparado, cariño? Sabes que no me puedo mover, no antesde que hagan el trasplante y el doctor diga lo contrario y además hoy….

—No te preocupes, todo está bien, espera a mañana que será un nuevo día y todo se arreglará. Vivirás mucho aun y disfrutaras de mi regalo por mucho tiempo. Laura te quiero, no lo olvides, confía en mí.

 

La medicación comenzó a presionar de nuevo y ella notaba como iba cayendo de nuevo en un plácido letargo, cerró los ojos y sabiéndolo a su lado, se dejó llevar con una sonrisa en los labios. Él la protegería, él le había prometido un nuevo día y le creyó. Y se durmió, plácidamente se sumergió en el más profundo de los sueños.

 

— Laura, nunca te dejaré, siempre estaré a tu lado y siempre te esperaré – le dijo Alfredo entre sollozos.

 

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Martina volvía a la sala de guardia después de realizar la tercera revisión de habitaciones. Todo en orden, nada turbaba el silencio de aquella noche. Al llegar vio a Ernesto y a Alicia, sus compañeros de guardia esa noche, sentados en el mismo sitio. Apuntó la ronda en el libro destinado al efecto, firmó y les dijo:

Todo tranquilo. Casi todos están durmiendo o viendo la televisión. Nada fuera de lo normal y todos con sus medicaciones.

— Oye – dijo Ernesto – la de la 215, ¿bien? ¿No te ha dicho nada?

 

—Está durmiendo, ¿por qué?

 

—No sé, hoy no ha venido su cuidador y suele quejarse cuando tarda. Además en la ronda de las ocho y media la oí hablando sola.

 

—Pues está frita, nadie se ha quejado. ¿Cómo va la película, me he perdido algo interesante?

 

—Nada que sea interesante. Una peli que ni fú ni fá. Es lo que pasa con las películas que ponen todos los días de San Valentín, ñoñas y sin fuste. Una porquería lacrimosa y hollywoodiense.

 

—Pues a nosotras nos gustan esas películas, insensible.

 

—¡Claro! Tías teníais que ser…

En ese momento sonó el teléfono, mientras Martina se sentaba, Alicia saltó del sillón se dirigió a la centralita y respondió. Tras un largo rato volvió a la sala con la misma cara que si hubiera visto un cadáver andante.

—¿Qué pasa? ¿A qué viene esa cara?

—Era el doctor Hernández, dice que preparemos a la paciente de la 215, Laura Grisales. Tenemos donante y viene para acá.

 

—¡¡Pero eso es estupendo!! Qué alegría se va a llevar… - Martina lo pensó mejor y le dijo – y entonces… ¿esa cara?

 

 

—Sabemos quién es el donante… – las lágrimas empezaron a aflorar en su rostro – es Alfredo, su cuidador. Se ha suicidado esta tarde a las siete y media.

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