Relato 38 - Enemigos

 

ENEMIGOS

 

Los va matar a todos.

 

Tiene en la mente acabar con todos, con esos a los que él llama enemigos, a esos a los que él desprecia aunque desearía verlos todos los días; si pudiera, los mataría a todos varias veces.

 

Tiene en su mano un cuchillo, única arma que posee en estos instantes de nervios y determinación. Mira a izquierda y derecha, escondiéndola en su camisa roída y su pantalón cárdeno.

 

No desea ser descubierto.

 

No desea fracasar.

 

Se acerca con el sigiloso paso del chacal a una estación de autobuses y le agrede la mala suerte: allí hay demasiada gente, demasiados ojos. Con gesto altivo suelta un insulto y maldice a las masas mientras recorre ahora con su paso irreal las calles aún más irreales para llegar hasta la estación de taxis. Sabe que por mucho que disimulen ellos no son reales, ellos son también cómplices de sus enemigos puestos allí por manos aparentemente anónimas. Ellos le quieren también muerto y no debe compadecerse.

 

No caerá en su trampa; no se delatará.

 

Con mano dura y mirada firme contempla con dificultad el interior del luminoso taxi de cartel borroso. Abre la puerta con dientes entrecerrados y agilidad criminal. Apuñala sin temor ni remordimiento al pobre taxista que queda inerte en el suelo como espantajo irrisorio, vista al infinito, y coge el volante con la misma serenidad con la que dio muerte.

 

Arranca sin mirar atrás.

 

Arranca sin piedad.

 

Conduce entre risas, divertido por su bestial acción, mientras contempla orgulloso lo que puede dar de sí un simple cuchillo. En manos de otro no sirve para nada o sólo para hacer un plato sencillo y estúpido de cocina; en las suyas, es un arma más que blanca. Es negra.

 

Pero sabe que no puede vencer así, que sus malditos rivales, aquéllos que se ríen de él, aquéllos que podrían comportarse pacíficamente y dejarle pasar por la vida, no pueden ser detenidos con esta simple arma. Aquéllos no, pues sus corazones son más duros y no podrán ser borrados con intenciones sino con acciones.

 

Necesita un arma de fuego.

 

¿Cómo tardar en conseguir un arma de fuego en esta ciudad de delito? ¿Cómo no poder conseguir un arma de fuego cuando esta ciudad está preparada para que él consiga el noble objetivo de matar al que le ataca, de vencer al que desea ser vencido?

 

Pero le cuesta encontrarla aunque se tira bastantes minutos en su busca. Se atreve incluso a entrar en tiendas mundanas y preguntar como si fuera una simple compra de tabaco o preguntar por un mueble y no la búsqueda de un objeto sin alma creado para el espanto.

 

 Pero le da igual.

 

Tiene la mente puesta en su objetivo macabro y lo hará aunque le cueste la vida.

 

Monta de nuevo en su taxi, que más que taxi es caravana de venganza y los descubre. Son un grupo de pandilleros que parecen saludarle con sus pistolas y sus ropas de ridículo diseño al fondo de un callejón; esto es América. Baja del taxi ensimismado en su objetivo y sin contemplación agrede a los absurdos reyes de la calle. No, se dice, no podréis conmigo aunque sólo tenga esta navaja irrisoria, perros, quitaros de mi camino. Y contempla como su traje lleno de sangre es testigo mudo de su inusual fuerza y ferocidad. Los contempla muertos en el suelo y no puede evitar reír y pensar que hasta el mismo Lucifer ha huido al ver su acción. Se agacha entre risas y arrebata de las manos muertas la pistola y no puede dejar de actuar: como si fueran cerdos en el matadero los degüella y amputa sus miembros, confundiendo casquería animal y personas, sin ver lo que allí está a sus pies. Ríe de nuevo en una repetición continua y abandona a los otrora líderes de la nada.

 

Monta en el coche y ya tiene su arma de fuego. Arma de fuego… ¿Habrá mejor nombre para definir un arma tan cercana al mismísimo diablo? ¿Acaso el olor a azufre no es el mismo que el de la pólvora, como si el creador de tamaña arma hubiera leído a Dante antes de crearla? ¿No se amolda a la mano humana lo mismo que la comida queda sujeta por nuestros dedos?

 

Consigue llegar a su objetivo este cobarde guerrero y sus llamados enemigos, a los que él llama monstruos, se acaban de dar cuenta de su presencia. Parecen que se han fijado en su pistola, pues nada más pisar el frío suelo en un ataque de terror, corren a defenderse. Pero si hay algo más preciso que su disparo es la precisión con la que su maldad actúa. Comienzan las balas a volar de su pistola hacia ellos y siente que puede ganar esto que él llama batalla. Se arrepiente de no ser un mago de lejanas y olvidadas épocas y reventar con su poder ancestral no sólo a ellos sino todo lo que poseen, llevarse la manzana entera como si fuera un terremoto inhumano.

 

Se siente seguro y sabe que va a ganar. No va a recibir premio alguno ni nadie que conozca le va a felicitar. Le da igual porque esto es personal y porque a veces uno mismo es su peor crítico, porque a veces se desea quedar bien consigo mismo.

 

Pero se confía…

 

Se confía y recibe el más cruel de los golpes. Golpe inesperado y traicionero por la espalda, disparo atroz de un policía agazapado que tuvo que dejar los donuts precisamente hoy, piensa con un humor inesperado.

 

Cae entre gritos, sin dejarse atrapar, como pez en la red, pero en su fuero interno sabe que ya no puede salir victorioso.

 

No saldrá de ésta.

 

Mientras pierde la sangre poco a poco y todo parece nublarse, se jura a sí mismo volver a este mundo como fuere y terminar lo que empezó, aunque tenga que pactar con el terror más grande que exista en las profundidades del averno.

 

Pero eso será otro día.

 

Hoy son las cinco ya y debe apagar el ordenador para irse a trabajar.

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Obra colectiva del equipo de coordinación ZonaeReader

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