Relato 33 - Un tipo peculiar
Érase vez un hombre singular, no por su físico ni por sus conocimientos si no por ser en si mismo un tipo de pensamiento único. ¿Qué quiero expresar con la expresión“pensamiento único”? Tal cual las palabras mismas lo identifican, pero será mejor que os explique la vida de Bienvenido Espinosa, protagonista de este particular relato.
Bienvenido era un hombre que solamente podía centrar su pensamiento en un objetivo. Nada de caminar y hablar a la vez o de comer y ver la televisión. Tal era su naturaleza desde que la comadrona le había azotado para provocarle su primer llanto y tal fue su primer pensamiento único.
Jamás han conocido a un bebé que llorase tanto como el pequeño Bienvenido. Sus primerizos a la vez que atribulados padres, ilusionados al principio con su primogénito y deseos de tener una gran descendencia modificaron sus ideales familiares hasta desear no haber tenido ese primer hijo y poder recuperar su vida. Porque Bienvenido no paraba de llorar, descansando a duras penas en las pocas horas de sueño y sus padres no conseguían tranquilizar a su hijo a pesar de intentar todos los trucos que abuelos y gente bien intencionada les indicaban.
Su malestar aumentaba día tras día hasta que un día, sin mediar diferencia con el día anterior, Rogelio dejo de llorar de repente, tan de golpe que sus padres se asustaron al pensar que su hijo debía sufrir de alguna enfermedad. Y, ¿por qué no decirlo? sufriendo al creer que pensamientos negativos habían provocado algún mal en su querido, a pesar de todo, hijo.
¿Qué había provocado ese silencio sorpresivo? Sencillamente que otro pensamiento más fuerte había desplazado a ese primer pensamiento. Bienvenido había cumplido casi los siete meses de edad y toda su atención se centró en gatear, gatear y gatear. Y si antes los padres no descansaban por culpa del llanto, ahora debían vigilar ya que desparecía de la vista en un santiamén.
Y los meses transcurrieron mientras Bienvenido destrozaba pantalón tras pantalón y sus padres de nuevo pensaron que a su hijo algo malo le sucedía porque el gatear no evolucionaba al lógico caminar y el segundo cumpleaños del pequeño Rogelio se acercaba sin que sus pies hubiesen soportado su pequeño cuerpecito.
—Bienvenido debe tener algún problema de motricidad —comentó su padre—. No es normal que con casi dos años todavía no camine.
—¿Y si lo llevamos a otro pediatra? El nuestro es demasiado tranquilo.
—No me extraña, como no lo tiene que soportar él.
—Antonio, no hables así de nuestro hijo —le amonestó Katia, la madre de Bienvenido—. Al menos ahora no llora.
—Es cierto, desde que comenzó a gatear ha dejado de llorar —y un escalofrío recorrió su cuerpo recordando los meses de lágrimas infinitas y de sueño robado—. Mira, prefiero que gatee a que nos taladre con sus llantos.
—Pero no puede gatear toda la vida.
Y sus progenitores dejaron transcurrir otro mes sin saber que resolución tomar y cada vez más preocupados por su pequeño. Ya no sabían como tratar a ese hijo al que no conseguían convencer ni con caricias ni con castigos.
Un día, otro de esos días en los que no pasa nada destacable, su abuelo materno decidió entrometerse en la educación de su nieto. Se puede afirmar que su intención era buena y que él era un hombre de armas tomar al que únicamente su mujer hubiese sido capaz de dominar si la pobre mujer no hubiese tras dar a luz a su sexto hijo. Bueno, su mujer y su nieto.
Genovevo cogió a su nieto decidido a hacerle andar de una vez por todas. Sabía de todos los fracasos de sus padres, pero también sabía que él había criado a media docena de hijos con más aciertos que fracasos, la prueba palpable era su propia existencia feliz. Había criado con suficiente acierto a su prole para no tener que sufrir el rechazo en su vejez ni verse olvidado en un asilo; tal y como le había sucedido al viejo Ambrosio quien se había encontrado con la señora de la guadaña cuando se había escapado de un cochambroso asilo en el que sus tres hijos lo habían abandonado. Ambrosio, ya con la cabeza perdida en el infinito de sus recuerdos, abandonó una madrugada el asilo para morir horas después al pie de una estatua de un aguador.
Felizmente Genovevo no había sufrido semejante destino y sus días se dividían entre sus seis hijos, conviviendo con cada uno de ellos dos meses y recibiendo hasta el momento cariño tanto de sus descendientes como de sus respectivas parejas, aunque cierto era que con Ramona no es que se entendiesen en demasía así que Genovevo procuraba no molestarla demasiado los dos meses que moraba en su compañía esperando que algún día su primogénito comprendiese que esa mujer era una arpía. Tiempo al tiempo.
Y hablando de primogénitos, ahora tenía que ocuparse de otro. Juntos los dos llegaron hasta una guardería infantil. En ella trabajaba una joven que era nieta de una amiga de Genovevo, no penséis más si la defino como amiga. Jamás hubo más relación que la de una amistad sincera entre un hombre y una vecina que sintió pena por ese viudo al que su mujer había abandonado demasiado pronto, lo contrario que su propio marido quien no se le había ocurrido dejarla hasta más avanzada edad.
Genovevo, tras hablar con la joven nieta, dejó a Bienvenido a su cargo. Esperaba que con la compañía de otros niños de su edad Bienvenido sintiese la necesidad de imitarlos. Dos horas después volvió a recogerlo, esperanzado de que su truco hubiese funcionado. La joven nieta lo recibió con una expresión de desaliento en el rostro y el abuelo volvió a llevar a su nieto a su casa con una expresión de fastidio en la faz y hasta de odio por ese descendiente al que no sabía como enseñar. Y entonces, cuando el abuelo depositó al nieto en su cuarto, Bienvenido se alzó sobre sus piernecitas y dio un paso y otro paso y algunos más ante el asombro de su abuelo quien dio una voz a su nuera para que dejase de cocinar antes de que ese milagro se esfumase. Grande fue la dicha de la madre al ver que por fin su hijo había decidido andar.
Basta con decir que una vez comenzó a caminar no tenía las piernas quietas casi nunca. Si se fijaban en sus piernas a la hora de comer, las veían moverse sin parar por debajo de la mesa o a mientras soñaba parecía estar corriendo la maratón. Y Bienvenido se pasaba la mayor parte del tiempo que pasaba en el colegio paseando por el aula sin que su maestra fuese capaz de evitarlo a pesar de llevar más de veinte años dedicada a la educación y haber escrito un par de libros sobre el tema, libros que eran estudiados por las nuevas generaciones en el oficio.
Un día, Bienvenido centró su atención en un puzle. No falta explicar que esa se convirtió en su nueva obsesión, desplazando el deseo de andar. Bienvenido se dejó caer en el suelo dispuesto a jugar con ese puzle al que hasta entonces no había prestado atención. Una hora después Bienvenido se negaba abandonar el colegio si no podía llevarse el puzle consigo. Maestra y madre concertaron que lo más adecuado era hacer caso de ese pequeño mandamás.
Esta historia se podría alargar eternamente si explicase cada cambio que experimentó Bienvenido a lo largo de su vida y además aburriría a cualquiera que leyese este relato esperando no sé que sorpresa. Porque este relato es una narración sencilla de un niño que después se convirtió en hombre, un tipo al que nunca sucedió nada fuera de tono si no contamos que él era en si mismo una persona extraña quien a duras penas consiguió acabar los estudios o que más bien consiguió los estudios básicos por pena y no porque su inteligencia no fuese lo bastante despierta como para aprobar por si mismo sino porque su dolencia, ¿lo puedo definir cómo dolencia? le obligó a centrarse solamente en una asignatura, obteniendo sobresalientes en matemáticas mientras que sus notas en el resto de asignaturas mejor no explicarlo.
Pasaré un tupido velo por sus años de escolar y volveré a tomar su vida cuando ya había cumplido la veintena. Una novedad entró en su vida entonces, una de sus primas se quedó a vivir con ellos al verse huérfana por un desafortunado accidente marítimo. Dorotea se llamaba la guapa y a la vez amable prima que llegó como un aire de viento fresco a una casa donde sus habitantes ya hacía tiempo que habían dejado de comunicarse y donde los días transcurrían sin diferenciarse uno del otro, tal era la apatía reinante.
Y Dorotea, a pesar de su tristeza, despertó a la luz a esa familia. Y Bienvenido la recibió como solamente sabía convirtiéndola en su nueva obsesión. Dorotea se sintió en un momento divertida al ver la pasión que había despertado en su primo. Y esa obsesión creció creando un monstruo que asustó a una Dorotea no acostumbrada a esas muestras de cariño, porque Bienvenido seguía a Dorotea a todos lados, no la abandonaba y Dorotea pasó de sentir simpatía por ese primo tan raro a sentir miedo por ese primo que no la dejaba respirar y que, a pesar de intentarlo espantar no conseguía alejar. Y un día tomó la decisión de alquilar su propio apartamento a pesar de que casi no disponía de dinero, todo antes de seguir conviviendo bajo el mismo techo con ese primo al que ahora veía con temor.
Y Bienvenido, que nunca había abandonado una obsesión hasta que la había sustituido por una nueva sintió que el rechazo de Dorotea era algo que no podía soportar y entonces, sencillamente rodeó su cuello con sus manos hasta que sintió que la vida abandonaba su cuerpo, cuerpo que depositó en su cama y junto al cual encontraron cuando sus horrorizados padres volvieron a casa.
Ahora Bienvenido vive en un psiquiátrico a la espera de una curación que seguramente nunca se producirá.