Relato 33 - Un collar de perlas en una celda

La noticia salió en todos los periódicos:

“LA DIVA DE LA ÓPERA LARA FUENTES MURIÓ AYER EN SU CASA”

Solamente yo sabía la verdad. Conocía el secreto que se ocultaba tras esa mujer.

 

Conocí a la gran Lara Fuentes en una función. Quedé fascinado con su voz y no pude evitar sentirme atraído por ella y su vida.

Parecía que fuera del escenario no existía, no pude encontrar nada acerca de ella, ni su lugar de nacimiento, ni donde empezó su trayectoria profesional. Pero, no podía rendirme, había algo en ella que me atraía sin poderlo remediar. Así que, decidí que tenía que conocerla en persona.

Una noche, después de la representación, esperé hasta que saliera todo el público e intenté pasar a los camerinos. Un hombre me lo impidió.

—Quisiera ver a la señora Fuentes —dije—. Solo quiero conocerla.

—La señora no concede entrevistas.

Le miré intentando averiguar como sabía que era periodista hasta que me acordé que llevaba la acreditación a la vista.

—No vengo como periodista, sino como admirador. Por favor, solo quiero verla de cerca.

El hombre me miró suspicaz. Seguramente, mi respuesta no le había tranquilizado.

—Puede quedarse usted también —dije—. Me gustaría presentarme, nada más.

Al final, ese señor decidió avisar a la diva, y yo esperé en donde estaba a que me llamara.

Fue ella la que vino acompañada del mismo caballero. Nos miramos a los ojos y pude observar en ellos la misma atracción que sentí yo al verla.

—Me llamo David —dije alargando la mano,

Ella miró la mano antes de acercar la suya. Me sorprendió descubrir que no era una mano suave sino áspera. No parecía la mano de una persona acostumbrada a que le hagan las faenas.

La señora Fuentes se fue sin decir una palabra ni dejarme a mí añadir nada más. No insistí porque supe que la volvería a ver y esta vez sería ella la que me buscaría.

Fue una semana después, cuando en mi buzón encontré una nota con estas palabras:

Calle Grillo nº 28

No había nada más, pero yo sabía que esa nota venía de ella y decidí ir al día siguiente. No decía cuando ir, así que eso significaba que podía ir cuando quisiera o cuando pudiera.

 

Policarpa miró a aquella mujer vestida de manera tan elegante, que se había encontrado en su celda al volver a ella; un collar de perlas adornaba su cuello, pero lo que la tenía asustada es que era como mirarse a un espejo. Una hermana gemela no sería tan parecida.

 Policarpa pensó que era cosa del diablo y sin pensarselo se arrodilló rauda para rezar.

—No se asuste —dijo la mujer—. Siento haberme presentado así pero me urgía hablar con usted y no podía esperar a abordarla en la calle.

Policarpa la miró, parecía sincera, no obstante el diablo era muy pillo.

—Sé que es difícil de creer pero yo soy tú.

—¿Es usted mi hermanastra? No hubiera creído eso de mi padre.

—No me está escuchando. Vengo de otra dimensión.

Policarpa la miró pensando que no debía estar muy bien. Consideró en seguirle la corriente no fuera a ponerse agresiva, luego ya vería la forma de informar a la madre superiora.

Se levantó pues aún seguía arrodillada y le indicó la única silla que había mientras ella se sentó en la cama.

—¿Y bien? Necesito pruebas.

—¿No es una religiosa? ¿No se basan en la fe?

—No, no soy una religiosa. Vine a este convento a... Pero, es usted quien debe responder. ¿Qué hace aquí?

—Somos más parecidas de lo que cree aunque llevemos unas vestimentas tan diferentes —explicó la mujer misteriosa.

—Aún estoy esperando las pruebas.

—Una imagen vale más que mil palabras, luego la llevaré conmigo pero antes déjeme explicarme.

Policarpa le indicó que siguiera. Parecía tan serena, tan segura de si misma, se notaba que era sincera en sus palabras.

—Soy soprano allá en mi mundo. Soy bastante conocida, Lara Fuentes.

Policarpa la observó. Lara pareció adivinar su pensamiento.

—Usted también se cambió el nombre al entrar aquí. ¿O sus padres la llamaron Policarpa?

Policarpa quiso preguntarle por qué Lara pero pensó que era mejor dejarla acabar su historia.

—He cantado en teatros de todo el mundo —explicó—. Cuénteme, ¿no es cierto que canta en un coro?

Policarpa asintió. La verdad es que tenía muy buena voz.

—Ve. Nuestras vidas no son tan diferentes. Usted tuvo sus razones para encerrarse aquí, puede que las mismas que hicieron que me convirtiera en lo que soy.

—¿Por qué ha venido? ¿Qué espera de mí?

—¿No lo adivina? No, claro. Solo le quiero pedir algo muy sencillo. Necesito que se haga pasar por mí durante un tiempo.

Policarpa la miró incrédula. Esa mujer debía estar más trastornada de lo que aparentaba.

—¿Cómo ha entrado aquí? El convento está muy bien custodiado por Sor Aparicio.

—¿Quién ha dicho que entré por la puerta? —contestó Lara—. Ya le he explicado que vengo de una realidad paralela. Aquí —señaló a su alrededor—, tiene un portal.

Policarpa estaba más convencida de que tenía que actuar con rapidez y neutralizar a aquella mujer y avisar a la madre superiora.

Lara comprendió que no podía retrasarlo más y pidió a Policarpa que la acompañara.

Así empezó todo, Policarpa o Lara Fuentes vivió una doble vida durante eso, toda su vida. Nunca más volvió a la tranquilidad de su celda, a sus trabajos mal pagados, porque aunque estaba ahí en cuerpo presente, su mente se encontraba en los teatros, el bullicio, los aplausos. Quedó atrapada porque Lara no regresó. O al menos, no la volvió a ver. Nunca supo verdaderamente porque le pidió eso. Si huía de alguien o si quería un poco de soledad. Si no volvió en contra de su voluntad o su intención fue esa desde el principio.

La primera vez que Policarpa suplantó a Lara en una ópera fue impresionante. No se imaginaba que esa mujer fuera tan conocida y querida por sus admiradores. Sintió miedo de que notarán el cambio. De que la denunciarán, la cárcel y acabar encerrada en un calabozo del que no pudiera salir cuando ella quisiese.

 

Fui a esa dirección a la mañana siguiente. Había observado que no me había dejado el piso ni la puerta. Pensé si había sido un despiste o ese lugar correspondía a una tienda o un garaje.

Al llegar a ese sitio, me encontré con un viejo teatro abandonado. Cogí el picaporte esperando hallarlo cerrado, pero para mi sorpresa, este cedió y me dejó entrar en la estancia.

—¡Señora Fuentes, soy yo! —grité para que me oyera. Nadie respondió, ni nadie apareció.

Avancé más en la habitación hasta llegar al centro de la misma, en ese instante noté que una mano me agarraba del brazo y tiraba de mí sin poderlo evitar.

Cuando me hube recuperado observé que ya no estaba en la tienda, sino en lo que parecía una celda de un convento. A mi lado, la cantante que llevaba unas ropas sencillas, casi austeras.

—¿Quién es usted? ¿Cómo he llegado hasta aquí?

—De la misma manera que yo  veintiocho años atrás, solo que yo hice el viaje a la inversa.

—¿Qué me está queriendo decir? ¿Dónde estoy? ¿Es usted Lara Fuentes, la cantante?

—No, aquí me llamo Policarpa y me gano la vida como puedo —me contestó—. Pero es mejor que demos un paseo y lo veas por ti mismo.

 

El día que se encontró a aquel bebé no lo olvidaría jamás. Volvía de una actuación y el moisés estaba en la puerta delantera. Asustada y preocupada lo cogió y entró en su casa, en la residencia de Lara. Lo cogió en brazos y pudo descubrir un papel que mantenía oculto en el moisés. Lo cogió y lo leyó:

“Cuida de él por mí. Es mi tesoro más preciado”.

Se quedó a cuadros. ¿Cómo pretendía que atendiera a un bebé, siguiese su carrera musical y, además, volviese a su realidad? Lara quería que se quedase ahí para siempre. La razón, la ignoraba, pero Policarpa no se iba a dejar manipular. Ya pensaría que hacía con el niño.

Policarpa se estaba encariñando con ese bebé, sabía que no podía volver a su mundo con él, no podía justificar su presencia, y no era su intención vivir en esa realidad para siempre. Tenía su vida, su familia, sus amigas y además, no acababa de acostumbrarse a esa ciudad. A priori podía parecer igual. Las mismas calles, los mismos edificios, pero había algo diferente. Era una ciudad sin historia, un país, un continente. No existían los edificios emblemáticos, los monumentos, nada que te recordara el pasado, las costumbres, los rastros de otras culturas.

Así que, por mucho que le doliera, debía hacerlo. Entregó al niño en una agencia de adopción, y se olvidó, aparentemente de él, hasta ahora que había vuelto a su vida.

Lo reconoció al instante, aunque era solo un bebé la última vez que lo vio. Sus facciones le debieron resultar conocidas. Nadie podría negar el parecido con Pablo, un amigo en su mundo; algo más para Lara por lo que se veía.

 

Lara o Policarpa me llevó por toda la ciudad, en una ruta turística donde pude comprobar que no era la misma que yo conocía, en la que me había criado. Observé la estatua de un señor que montaba un caballo. Intenté recordar en vano que había en ese mismo sitio,  seguramente porque no había nada que predominara más. Monótono era la palabra que describiría mi ciudad.

Ella me contó todo. Me reveló que fue ella quien me dejó en esa agencia esperando que tuviera una buena vida. Me explicó la visita de Lara, y como se convirtió en ella, en todos los aspectos.

—No sé si fue la vida teatral, con los aplausos, las ovaciones, o, solo, que podía cumplir mi sueño de cantar. Aquí no pude seguir una carrera musical. Desde muy joven tuve que ponerme a trabajar.

—¿Y ella? ¿La volvió a ver? ¿Nunca se interesó por mí?

—No la volví a ver. Durante mucho tiempo pensé que murió. No encontraba otra explicación, pero ahora creo que puede que pasara a otra dimensión.

—Pero, si tiene esa facilidad para ir de una dimensión a otra, porque no volvió.

—¿Por qué no puede volver? —preguntó con un movimiento de hombros.

—¿Y usted, no puede ir allá?

—Yo solo conozco este portal y no me aventuraría a investigar otros viajes.

—¿Por qué me cuenta esto? ¿Qué pretende que haga?

—Ya te he contado que llevo veintiocho años saltando de una dimensión a otra, llevando una doble vida, pero sin vida. No tengo amigos como Lara; admiradores que me lleven a cenar, compañeros de trabajo que me aprecian y me envidian a partes iguales. Como Policarpa, tenía unos padres que murieron, unas amigas a las que cada vez veo menos, se preguntan donde voy cuando desaparezco. Y saben que les miento. Y un trabajo nada espectacular.

—No entiendo.

—¡Qué me he cansado de estar sola! ¡De no poder hablar con alguien! De querer desahogarme. Contar lo que me pasa aquí o allá.

La abracé. Me salió así y agarré fuerte a esa mujer durante varios segundos.

Así comenzó nuestra amistad, me tenía en primera fila en todas sus actuaciones; y, a veces, pasaba al otro lado, para tratar a Policarpa, y, porque no decirlo, contemplar las maravillas de este mundo.

De eso han pasado unos años y, ahora, ella se ha muerto. Lara murió, pero Policarpa no. En su ciudad pasara como desaparecida y yo no lo puedo permitir. He de darle una muerte digna. Me he propuesto robar el cadáver para llevarlo a su casa.

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