Relato 29 - La Horma de su Zapato
LA HORMA DE SU ZAPATO
Inmerso en su destino infame el asesino desciende del avión. Consumar su venganza no le ha otorgado la felicidad esperada. Observa con melancolía la esfera de su reloj y se pregunta: “¿Podrás quitarte el lodo, cambiar la cara y volver a empezar? Quizás debieras inventar una máquina capaz de modificar los errores del pasado y tenerla lista antes de acumular demasiadas acciones imperfectas. Tal sería la mayor invención que todos quisieran tener”.
Una nueva extraña ciudad se abre ante sus ojos, mas no ven hacia el futuro sino que retornan al pasado una y otra vez. Hacia el hotel en el taxi vuelve al día en que comenzó su historia negra.
I
Un manto constante de lluvia cubre la planta industrial desde el amanecer. Ello no mengua el ritmo robótico de quienes por allí realizan tareas bajo el atento cuidado del temible “nido del águila”, suerte de torreta donde en lo más alto del edificio de la administración y custodiando sus dominios se hallan las oficinas del "Pulpo Stinker".
Los empleados todos y sus dos socios principales –ausentes, perezosos y apenas ornamentales– identifican solapadamente a Ben Stinker con tal apelativo. Este hombre solitario preside el Directorio y, mediante cierta cláusula habilitante especial de los estatutos de la empresa ejerce, con toda la discrecionalidad del universo, la Gerencia General.
Existe un puñado de gerencias satélites que nada cambiaría su ausencia, el afán de Stinker de tener injerencia en todos los asuntos, por ínfimos que éstos sean, las ha relegado a ser un maleable grupo asesor que jamás daría un paso sin consultarlo previamente.
La mañana de su encuentro con el inefable Donatti, genio aturdido y tan solitario como él, Ben leía con avidez una serie de informes que mantenía ordenados sobre el vidrio de su escritorio con forma de riñón. No se permitía un bostezo y mientras la lluvia golpeaba los amplios ventanales disolviendo el paisaje exterior se repetía que la mejor medicina es el trabajo.
Cada tanto Ben tira a la papelera un proyecto cuya renta no esté clara o algún ascenso dudoso, los cuales sin excepción considera fútiles esperanzas de personas mediocres. Acaso aconsejara mejoras para aquellas actividades que considera imperfectas, tomara algún empleado más para apaciguar demandas de ingenieros que sin duda exageraban la falta de personal, y alimentara su amor propio otorgando mejoras salariales discriminatorias y magras pero ejemplarizante para quienes no la recibirían.
Cuenta con una hermosa secretaria, la Srta. Meriten, quien sospecha que la actitud de su jefe es una pose y en realidad bajo aquella armadura miserable alberga un corazón de oro, aunque más no sea porque entiende que un ser humano, de poder hacerlo en forma más benévola o piadosa, no actuaría como él. La costumbre ha vuelto dócil su sistema nervioso e internamente procura justificarse la personalidad del Sr. Stinker.
La Srta. Meriten golpeó con suavidad la puerta e ingresó luego de sentir aquella malhumorada voz: –¡Pase, ya era hora! –No tenía la mínima sospecha sobre el farfullo mental que su jefe desplegaba en ese momento: (¡Estúpida marrana pechugona! De no mover tanto las caderas irías más de prisa)
Ella portaba una bandeja con un pocillo de café e iba notando al acercarse como el rostro de su jefe enrojecía a medida que leía una hoja de papel.
–¡Esto no puede ser! –Exclamó el hombre golpeando con su puño el grueso vidrio negro que, al unísono con el pellejo de la mujer, vibró unos segundos.
–¿Ocurre algo? –preguntó ella con semblante entre temeroso. (¡Ay Dios! ¿Qué hice ahora? ¿Otra vez mezclé folios de expedientes?)
–¿Que si ocurre algo? ¡Ocurre, sí! ¡Y mucho! ¡Donatti presentó renuncia!
–¿Donatti? (¡Ay, de qué me está hablando!)
–Sí. Donatti. Eso dije ¿No? ¿Ahora que está esperando? ¡Salga! ¡Salga y déjeme solo! ¡Ah! Dígale a ése que antes de retirarse venga a verme.
–Sí señor –dijo la trémula damita mientras apresurando los pasos cerraba la puerta tras de sí.
II
Faltaba poco para el mediodía y la tozudez de la lluvia fastidiaba hasta bagres y escuerzos de la zona. Donatti ingresó con displicencia a la oficina. Su sonrisa giocondezca hizo acelerar los latidos de "El pulpo", provocando que su hígado extremara la producción biliar y en su pecho asomara cierto leve y consabido rumor de taquicardia.
–¿Qué es esto de que renuncias? –exclamó furibundo.
– Primero... ¿Puedo sentarme? (¡Maldito sapo corbatudo!)
– Siéntate. De todos modos no estará allí tu culo mucho tiempo. Seré breve.
– Me alegro. Tengo algo de prisa y el culo presuntuoso –el sarcasmo de Donatti golpeó al otro en un riñón. Era el único ser en la tierra que en toda su vida le había hablado de ese modo. (Exceptuando al matón de la clase de la escuela primaria hasta que lo puse en su lugar) –Parece que la gente no sabe agradecer hoy día.
–¿Insinúa que le debo algo? (¡Cretino!) Descuéntemelo de la liquidación.
Ben echó su espalda hacia atrás en la silla y realizando tremendo esfuerzo logró que sus ojos simularan una mirada compasiva:
–Donatti, eras un frustrado ingeniero electrónico cuando te encontramos. Venías padeciendo hambre dentro de aquella gabardina de buena calidad pero gastada más allá de lo aceptable. Cargabas una desgraciada temporada sin trabajo y nosotros tuvimos fe en ti, sobre todo yo. ¿Y ahora qué sueño te aturde que hablas de irte? Desde la competencia te ofrecieron un euro más, seguro es eso. Forjaste una imagen en mi empresa y ahora piensas dar “el gran salto”. ¿No es así? Pero no es oro todo lo que brilla, tenlo presente. El dinero no enriquece nuestro espíritu.
–(¡Si lo sabrás!) Cierto. Aquí me contrataron cuando nadie creía en mí y gracias a mi invención. Usted la hizo suya trampeando mi buena fe y obtuvo millones de ganancia.
–¡No desvirtúes la realidad, Donatti! ¡Exijo respeto! Si eso es lo que piensas está muy bien que te alejes, es lo aconsejable. Te permitimos manifestar tus conocimientos. El contrato es claro en ese sentido: lo aquí desarrollado aquí queda. Nadie pondría a tu disposición semejante imperio tecnológico para no lograr nada.
–Mi proyecto, el "Tercera Dimensión T.V.", lo traje concluido. Aquí apenas aportaron la infraestructura para producirlo en gran escala y comercializarlo. No sólo se benefician con su producción: permisos a concesionarios, regalías por derechos... Todo lo devoran. (¡Piraña!)
–Hay normas y leyes, y quien que firma un contrato está sujeto a él. (Brillante mequetrefe)
–¡Por eso renuncio! He logrado un producto especial, creado exclusivamente en mi domicilio con materiales propios. Algo ya registrado a mi nombre y que revolucionará la industria. Ahora me sentaré a esperar que una lluvia de ofertas, quizá más copiosa que la de allí fuera, caiga sobre mis manos. (Llora pacman. Y no infartes, por favor)
–¿Qué? ¿Cuál innovación? ¡Dígame! (¿?)
– Lo siento. Ya no pertenezco a su empresa.
–¿No pensó que podríamos llegar a un acuerdo favorable a las dos partes?
– Sí. Lo pensé. Y decidí no acordar nada.
–¡Oiga mi oferta Donatti! ¡No se podrá negar! Si es bueno, viable, negociable y rentable, además de lograr el cincuenta por ciento de su producido le devolveremos los derechos del "Tercera Dimensión T.V." que por motivos administrativos internos debimos retener por un tiempo. ¿Qué me responde?
–¿Tanto ofrece sin conocer nada? Si ya ha comprado mis palabras la innovación lo hará caer de espaldas.
– Bueno, nunca negamos su capacidad ni contratamos inútiles. En fin... ¡Le hemos tomado estima en este tiempo! (¡Dime una tontería y pido a Seguridad que te clave de cabeza en la fuente del jardín!)
–¡No me diga! ¿Está arrepentido de haberme timado?
–Aquí no se tima a nadie y si continúa con ese tono retiro mi oferta. No opaque sus virtudes con anacrónicas iracundias juveniles.
–Concebí metas muy importantes a concretar con las utilidades de mi proyecto anterior. (Iré despacio, debo disfrutarlo mucho Ben: mucho.) También tenía cuentas de consideración para saldar. Estuve mucho tiempo sin trabajo y embargaron mis bienes.
A medida que hablaba Donatti moderaba el tono, bajaba la cabeza y era ostensible la tensión de sus manos sobre el apoyabrazos del sillón. –Mi esposa creyó encontrar en otro hombre mejores cualidades y me abandonó. Apenas me dejó la gabardina y la deuda con su peluquera.
Se dio un respiro, sus manos cesaron de moverse, levantó la cabeza y miró fijo los ojos de Stinker: –Lo peor en realidad fue el atraso de mis proyectos. Esta nueva creación podría haber nacido hace dos años y en estas lides un día perdido es ceder terreno. ¿Recuerda que mi primer sueldo fue de aprendiz adelantado? A mí... ¡Sucesor de Edison y Bell! (Toma un poquitín de soberbia para acentuar tu rabieta)
– Basta Donatti, déjese de apologías superfluas que ni usted puede creerse. Si no acepta es mejor que se marche. ¡Pero antes dígame de qué se trata, por supuesto! (¡Eso, pagaría por oírlo!)
– El "Tercera dimensión T.V." fue un acierto. La competencia tiene buenos productos pero el nuestro es el mejor. ¿Qué tal si ahora al ver en una película a una hermosa joven tridimensional podemos además disfrutar de su perfume? ¿Y si en una escena portuaria el aroma del mar nos envuelve? Nada nos faltaría para sentirnos inmersos en la propuesta fílmica.
Ben Stinker tenía la vista fija en el derrame pluvial de los cristales, meditaba. Donatti supo que lo tenía en sus manos, continuó:
– Primero fue la imagen, luego el color, más tarde la TV tridimensional y ahora lo último, lo sublime. Ya verá en el mercado compitiendo con sus productos la televisión color–tridimensional–aroma. "Aromativi" será su nombre. (Aromativi Donatti. Je, ya quisiera.)
–(Bah, tanto aspaviento...) ¡No es tan maravilloso! Sirve sólo para el mercado doméstico. Te doy el treinta por ciento de su producido: de lo anterior nada.
–(¿Qué?¿Queeeee?) ¡Hasta la vista, Ben! ¿Acaso las exhibiciones de la industria cinematográfica rinden mayores beneficios? Los hogares dispondrán de tecnología de la que carecerán las grandes salas.
–(Tal vez...) ¡Espera! Está bien, llevarás el cincuenta por ciento. ¡Está hecho!
–Adiós. Espero no vernos más.
El inventor comenzó a caminar hacia la puerta sosegadamente, esperaba que "El pulpo" no lo dejara escurrir de entre sus tentáculos con facilidad. (¡Ay que se me escapa el bacalao! ¡Vamos! ¿Qué esperas?)
–¡Está bien! –Gritó Ben cuando el otro ya traspasaba el umbral –Trae los planos, si los técnicos dan el visto bueno mantengo mi primer oferta. (Ya veremos párvulo ambicioso quien luce la perla)
–Construí el prototipo y funciona a la perfección. Lo probé varias veces. Debo confesar que no llegué al final de la película elegida pues el argumento es deplorable.
–(¿Será cierto? Este demente es muy capaz de estar hablando en serio) ¿Un televisor de ésas características? Venga, vuelva a sentarse Donatti, tal vez merezca que le ponga más paciencia.
–Gracias Ben (¡Vaya que te has vuelto amable!). No, no es el televisor, puede ser útil cualquier "Tercera dimensión", más no su sistema de reproducción de video. Se aplicó tecnología a un reproductor independiente. Todo está en un estuche de cápsulas. El video reproductor cuenta con los sistemas electrónicos que inducen, al leer las indicaciones contenidas en el DVD, la liberación de elementos odoríferos concentrados que se colocan junto con el DVD en el reproductor. ¿Me explico o le redacto el manual técnico? No funciona con filmes emitidos por canales televisivos, por supuesto. (Al menos por ahora, quizás le eche mano algún día que me sienta fastidiado por la humanidad)
–O sea que el usuario debería adquirir el reproductor, las cápsulas y nuevos DVD, los anteriores no sirven.
–Exacto, veo que tan perdido no anda. Incluso las cápsulas aromáticas eventualmente deberán ser recargadas, cada film tendrá la correspondiente y la duración de las exhibiciones es limitada. No es una máquina de inventar olores sino algo más modesto. Así se mueve el mercado de consumo. ¿No es cierto? En un año las utilidades pueden ser fabulosas.
–Está bien Donatti. ¿Mi oferta es buena, verdad?
–Quiero el ochenta por ciento de las utilidades, con documentos firmados en este mismo momento. Además, un millón de adelanto contra la entrega del prototipo para que lo pruebe usted mismo, esta misma tarde y comiendo rosquillas. (La confitería puedo agregártela de gentileza)
–¡Estás loco Donatti! El cincuenta y medio millón y ya es mucho.
–¡El sesenta y el millón o nada!
El rostro de Ben Stinker estaba rojo, hinchado, sus puños apretados, el potro de su pecho corría desbocado. Al fin pareció hallar el control de sus impulsos. Su voz sonó con calma: –Está bien. Tú ganas Donatti (Por ahora). Antes de firmar quiero que algunos técnicos de la empresa corroboren la bondad de los planos.
–No hay inconvenientes, pero el millón lo quiero al momento de entregar el prototipo.
–No puedes negar que aprendiste mucho aquí Donatti.
–Aprendí a dejar el alma junto con el saco colgada en la percha.
–¿Me consideras un desalmado pese al obsequio que recibirás?
–Yo soy el que obsequia Stinker. Ya verá cuando pruebe mi “bebé”. ¡Hasta la tarde!
Donatti salió dejando la puerta abierta y a Stinker observándolo. Pasó junto a la Srta. Meriten y ella creyó ver en su rostro una sombra de tristeza. Le sonrió y él le hizo un guiño a modo de saludo. Sería la tercera o cuarta vez que lo veía pero no tenía dudas en cuanto a que Donatti le caía bien. Afuera la lluvia seguía castigando los ventanales.
III
Varios hombres rodeaban la amplia mesa de la sala de sesiones. Ésta se hallaba cubierta de planos con circuitos inmensos, complicados, también de hojas de papel atiborradas con fórmulas químicas.
El pulpo, de espaldas al diluvio que empañaba la visión a través de los cristales decía: ¿Qué opina Thomson? ¿Puede dar resultado el invento de su colega?
–¡Es fantástico! –El nerviosismo de Thomson solía llevarlo a ajustar, mediante tics nasales, sus lentes de exorbitante aumento –Donatti tiene suma facilidad para crear con sencillez (tic nasal). Todo se le vuelve fácil. A cada problema técnico encontró respuesta donde pocos la hubieran buscado (tic nasal). Esto en cuanto a electrónica e informática… ¡El ingeniero químico también debe dar su opinión! (Tic nasal) De eso no entiendo nada.
–Es cierto –exclamó Stinker. –Yo entiendo de todo, pero mejor que alguien más opine –dirigiéndose al otro profesional presente dijo: –Adelberg. En cuanto a los procesos químicos que deben irse sucediendo para que surjan los aromas: ¿Está todo bien?
Alderberg no culminaba su inspección, de todos modos aventuró un comentario: –Al parecer cada compuesto reacciona en la forma prevista ante los estímulos que Donatti dispone. Como entenderá, no se puede determinar a priori, sin un exhaustivo análisis, la resultante de cada una de las diversas fórmulas componentes de esta batería química. Me llevaré una copia de los pliegos para revisar. Conociendo a Donatti descarto que todo esté perfecto pero la decisión no debería tomarse sin los análisis de laboratorio corresp...
–¡Ya, ya! –Interrumpió Stinker –Pero funciona. ¿Verdad? ¡Bien! Tal vez requiera algún pequeño ajuste, ya veremos, no será de importancia.
Ninguno de los presentes planteó nuevas objeciones. Tenían la experiencia de conocer los resultados de oponerse cuando la tozudez de ese hombre cubría su campo visual.
Donatti, quien en un comienzo aguardaba fuera de la sala de reuniones, se había trasladado al sector de oficinas y charlaba animadamente con la Srta. Meriten sobre cultivo de plantas y flores. La conversación la inició él, preguntándole desde su famosa sonrisa giocondezca si acaso ella era una Dionaea. Meriten desconocía la existencia de ese vegetal carnívoro y su rostro manifestó la duda. Donatti se apresuró en decirle que se trataba de una planta especial de colores vivos y algunas espinillas. A ella le pareció bonito y sonrió ante tan particular “galantería”.
Donatti recordaría esta escena sobre las nubes durante su vuelo hacia el futuro. Llegaría a preguntarse si la habría invitado a salir de no haberlos interrumpido Stinker. Abandonaría tales especulaciones al titubear sobre lo qué ocurriría con su plan maestro ante la eventualidad de que ella lo aceptara.
El empresario, escoltado por los dos profesionales intervinientes, llegaba pletórico, parecía dispuesto a regar de satisfacción el jardín inconcluso que Donatti y Meriten habían inaugurado.
–¡Pero aquí está nuestro gran amigo! ¡Venga Donatti! –dijo sonriente –¡Pase a mi oficina! Estuvimos analizando su engendro. Allí tengo todo pronto para que firmemos. ¡Venga! –tomándolo de un brazo lo dirigió hacia la puerta que comunicaba con su oficina como si el resto del mundo no existiera. Los otros dos hombres, puestos en libertad, recuperaban el ritmo normal de su respiración. La Srta. Meriten suspiró sintiéndose toda una regia Dionaea.
Allí dentro y luego de las firmas Donatti insistió: –Stinker, lo conozco tan dolorosamente bien que mi deber es alertarlo: si esta tarde no hay millón, no hay reproductor ni cápsulas aromáticas.
–¡Pero Donatti, falta una hora para que cierren los bancos!
–Consígalo para mañana y mañana lo tendrá.
–¡Lo quiero hoy!
–También yo, Ben Stinker.
–Está bien: lleva el equipo a casa y te daré el millón. ¡Qué sea a seño fruncido entonces!
–Hasta las seis señor Stinker –dijo Donatti saliendo.
–¡Bah! Hasta luego –contestó Stinker con resignación.
IV
–Pasa Donatti. Por aquí, déjalo allí, junto al "Stinker Limited Third Dimension". Tengo malas noticias para ti. ¡Mentiste! No estaba patentado. ¿Pensaste que no haría averiguaciones? Gracias a tus planos y la firma de Thomson pudimos registrarlo antes que cerrara la oficina de patentes. ¡Qué torpeza la tuya Donatti! ¡Terrible omisión! ¿Cómo es que no ha sido inscripto a tu nombre? Por supuesto lo firmado temprano en la tarde no tiene vigencia. No puedes negociar una creación que no te pertenece. (¡Tonto!)
–¿Otra vez lo mismo? (¡Vamos, muerde fuerte torpe tiburón!)
–Eres un creador genial, pero en el mundo de los negocios un cándido náufrago. ¿Y me acusas? Nadie es culpable de tu inocencia. ¡Hasta me parece verte las alas y el aura!
– ¡Y tú te me representas con cuernos y cola! No lo registré, no. Debe hacerlo un profesional. Me retiraron el título debido a cierto delito que se me imputó injustamente.
–¿Qué delito Donatti? (Aspecto de asesino no le falta)
–No le importa.
–Tal vez no me importe pero me lo contarás. ¿Quién no necesita que ser oído? Verás que no soy tan malo como insinúas. Pese a que el invento ya pertenece a mi empresa su construcción y puesta a punto puede tardar dos meses. Tanto no puedo esperar para verlo funcionando. Por tal motivo y en un gesto que a mí mismo conmueve, decidí comprar tu prototipo de todos modos: aunque a un cuarto de millón.
–Esperará tres meses Stinker, antes no lo tendrán listo. Yo me voy. (Si lo permito termina cobrándome favores)
Mientras hablaban el sol salió al atardecer, quizás a espantar las rezagadas gotas de lluvia que aun colgaban de las nubes deshilachadas. Sus rayos rojizos inundaron la oficina donde los dos hombres mantenían su pulsada. El inventor rumbeó hacia la salida.
–¡Aguarde! No se apure Donatti. ¿Se irá así sin más ni más? ¿Perdidoso? Deseo verlo contento. Tenga en cuenta que dado mi ánimo hoy día tal vez llegue a ofrecerle medio millón.
–¡Un millón Stinker! O nada. Entienda que el dinero no me interesa: manejo un desquite. ¡Y decídase! Aquí tengo los pasajes de un vuelo que sale en dos horas. Lo toma o lo deja. Ya me ha quitado mucho más de lo que puedo aceptar con honor. ¡Si lo matara me absolverían! (Es un decir, desconfío de la misericordia humana)
–¡No exagere Donatti! Está bien, se lo daré. Como dije, me ha tomado en un día de los buenos. Le daré el millón, pero antes me dirá la causa por la cual le retiraron el título.
–Sucedió en la empresa donde trabajé antes de toparme con usted. Montábamos una línea de alto voltaje bajo mi responsabilidad. Alguien no tuvo en cuenta mis órdenes y previsiones y murieron electrocutados dos operarios. Los abogados de la empresa de seguros, sedientos de sangre, desmoronaron uno a uno mis descargos llevándome a la ruina. Tras el despido no hallé puerta que se abriera. Como en un destierro, en medio de la miseria, en la terrible soledad en que quedé, para no maldecir y pensar en otra cosa fui diseñando el "Tercera Dimensión". Necesitaba demostrarme que con mi ingenio podía lograr un destino altivo. El resto ya lo sabe.
Mientras tomaba de su caja fuerte la suma de dinero pactada “El pulpo” improvisó un comentario relacionado con la mala suerte y que debería valorar cuanto le debía por haberle abierto la única puerta que para él existió en el mundo.
Antes de entregar esos tres kilos aproximados de billetes sostuvo el bolso entre sus manos permitiéndose varias trivialidades nostálgicas y algún consejo gratuito sobre cuidados patrimoniales. Cuando Donatti con total indiferencia comenzó a contar el dinero Stinker miraba la acción con tristeza y casi estuvo a punto de renunciar al trato. Ni siquiera tendría ocasión de aceptar que mejor hubiera sido dar marcha atrás de inmediato.
Era noche cerrada cuando el inventor estuvo nuevamente al aire libre. El cielo estaba despejado y miríadas de estrellas pugnaban por enseñar su brillo. Un agradable viento fresco hablaba un idioma secreto a los árboles mojados y oscuros. Donatti levantó el cuello de su saco y llamó un taxi para dirigirse al aeropuerto.
En su mansión de solitarias habitaciones "El pulpo" conectaba equipos y comenzaba a deleitarse con la primera exhibición mundial del "AromaTiVi".
V
El avión deslizó sus inmensas ruedas negras sobre la pista húmeda. Comenzó a elevarse en el mismo momento en que Stinker, derramado en su sillón especial, oprimía el botón del control remoto que ponía en funcionamiento su onerosa última adquisición.
Sorbió un trago de whisky con la sucesión de las primeras imágenes y cuando notó que el film era de gángsters se permitió una sonrisa: otros no le gustaban. No había visto esa película que si bien era de clase “B” estaba realizada en 3D. Stinker encontró evidente que Donatti había adecuado su invento para que funcionara con ese film. (¿Sabe mis gustos?) Se enterneció. También, quizás fuese feliz un efímero instante.
En la secuencia fílmica el protagonista asalta un banco con poca fortuna, se sucede un tiroteo y muere un policía. Ben Stinker sintió aletear en sus fosas nasales un penetrante olor a pólvora. Sorbió otro trago. (No está mal Donatti. No está nada mal).
Conduciendo por la autopista a muy alta velocidad huía el asaltante y un tenue aroma a monóxido de carbono pasó desapercibido por el espectador, que ya había entrado al film y corría sobre la carretera ardiente en el asiento contiguo al del malhechor. Escenas secundarias transcurrieron con diferentes sensaciones olfativas. Una de ellas, en la cual el actor se interna en un bosque de pinos con rumbo a su oculto refugio, le agradó sobremanera. El aroma de aquellos árboles le hizo rememorar episodios olvidados de su infancia. –¡Caramba! Es como si volviera a ser niño. –Exclamó a su soledad mientras aspiraba profundamente una inmensa inhalación de pureza campestre.
Al protagonista lo aguardaba una bella joven enmarcada ante la puerta de una cabaña de troncos. Ben experimentó aquella presencia a su lado, su perfume le abofeteó el rostro y casi pudo sentir el roce de su piel y hasta el de sus labios, de un sensual carmesí. Su corazón se aceleró y lamentó haber sido egoísta y no haber invitado a una de sus amantes. Prefirió disfrutar solo del espectáculo y tener la primicia, el estreno, la humana desfloración del eléctrico artefacto.
Cambia la escena y desborda la imagen un primer plano de huevos fritos chirriantes que, junto a un apetitoso bife, tiemblan sobre el sartén de una hornalla contigua. El aroma de aquello resultó espectacular. Una alarma enloquecida comenzó a repiquetear en su estómago y sus jugos gástricos fueron cual torrente de montaña; al mismo tiempo se le hacía agua la boca adormecida por el alcohol. (¡Donatti! ¿Cuándo tendremos en cuenta al sabor?)
Los protagonistas comenzaban su almuerzo cuando Stinker no pudo soportar más y detuvo el aparato. Abandonó su asiento y abriendo la heladera extrajo de ella dos huevos y un bife.
A muchos kilómetros de allí Donatti tenía una copa de vino en su mano y los ojos perdidos en la oscuridad del océano. Casi no advierte que la amable azafata le preguntaba si estaba servido. Asintió con una sonrisa y rechazó su cena casi sin tocar. Observó la hora: –En realidad aún no estoy servido –musitó mientras ella se alejaba, luego bebió un sorbo de vino y volvió a ver la hora.
VI
En tanto el empresario saciado su apetito regresaba a continuar con su debut particular el avión en el que viajaba Donatti estaba a poco más de media hora de su destino. El inventor, que comenzaba a robarle a sus kilómetros de aire un inocente y plácido sueñito se sobresaltó. Escudriñó nuevamente su reloj: –Aún no creo– pensó. Y volvió a entornar los ojos.
En la pantalla de Ben se sucedían escaramuzas con crímenes que comprometían cada vez más al protagonista. Finalmente es apresado en medio de un chiquero de cerdos que empantanó su pretendida fuga. El tufo que invadió la estancia en ese momento fue repugnante. Es entonces cuando Stinker es advertido por su disgusto que debería ajustarse el invento de Donatti para que no sucedan cosas como ésa. Nada aconsejable sobre todo para alguien que acababa de cenar. Mientras en la pantalla comenzaba el juicio Ben decide tomar sal de frutas antes de acostarse. (Pero más tarde, no ha de faltar mucho para el final) No se equivocaba.
Tras las instancias iniciales y cuando el jurado estaba a punto de retirarse a deliberar sonó el teléfono de Stinker. De mala gana dio tres pasos y sin apartar los ojos de la pantalla levantó el tubo. Era Adelberg, su ingeniero químico estrella.
–Señor Stinker, he detectado una falla... –comenzó a decirle aquél.
–Sí, Adelberg, ya me percaté, es mínima y se puede solucionar. Tufos desagradables. (¿Llamándome a casa?¡Ya verás el lunes!)
–No, es grave. No quise dejar pasar la noche sin decírselo. De ser comercializado deberá pasar por rigurosos controles. Hasta es posible que no pueda distribuirse debido a los riesgos que...
Ben Stinker tuvo la sensación de ser una olla a presión a punto de estallar: –¡Cállese! Usted está viendo papeles y yo lo estoy disfrutando. Mañana hablamos Adelberg. Siempre tuve olfato para los negocios y con éste cualquiera lo tendría. Ya profundizaremos en los ajustes –y cortó la comunicación cuando el jurado entregaba al juez el veredicto. (¡Y ese Donatti! ¡Debí seguir el primer impulso y llenarlo de dinero falso! Maldito perdedor. No se puede tratar con ellos, contagian su mala fortuna)
Entre las nubes Donatti se movía nervioso en el asiento sin poder explicarse los motivos. (¿Será que la Srta. Meriten está pensando en mí en este momento?) Tal vez fuese ya la centésima vez que observaba la esfera de su reloj. (¿Por qué no la invité a recorrer el mundo? Soy inteligente y audaz, quizás hasta podría volver a ser cariñoso) El avión comenzó a sobrevolar el aeropuerto destino esperando turno para descender.
–"Este tribunal encuentra al acusado culpable de los cargos que se le acusa y lo condena a morir en la cámara de gas"– El pulpo veía cómo, ante el dictado de la sentencia, la adorable amante del asesino, perdido el control de sus actos y con una actuación tan desgarradora que partía el corazón con su dramatismo comenzaba a gritar: –¡No temas! ¡Te salvaré! ¡No morirás! Ten fe en mí –y sus lágrimas dolían mucho más pues era hermosa. Mientras dos guardias femeninas comenzaban a retirarla de sala, exclamaba: –O moriré a tu lado, moriré mi amor, moriré contigo.
Cambia la escena. Han pasado varios meses y se aprecia al reo siendo conducido por dos guardias rumbo a la cámara de gas. Camina con gallardía y la frente en alto, sin demostrar temor. (Está tranquilo) Elucubra Ben inserto en la trama (De seguro hay algún plan para salvarlo en una vuelta de tuerca magistral. ¡Siempre anticipo los finales! ¿Quién no?)
El verdugo baja una palanca y cae la balita de cianuro que provocará la salida del gas. El asesino comienza a sentir los efectos y a retorcerse entre espasmos terribles. El actor sobreactúa, exagerando los estertores y extendiendo la agonía con una mediocre labor. Mucho más patético allí en la sala, entre las penumbras que otorga el televisor a la sala oscura, el espectador siente el primer síntoma y sus ojos se dilatan de asombro y horror. Intenta levantarse de su asiento comprendiendo al fin la situación en la que se encuentra. Es demasiado tarde y segundos después ya no sentirá nada.
Nadie ve aparecer la palabra "Fin" en la pantalla y el televisor permanecerá con la pantalla vacía, aguardando infructuosamente una orden del control remoto, hasta muchas horas más tarde.
Inmerso en su destino infame, muy lejos de allí, el asesino desciende del avión. Consumar su venganza no le ha otorgado la felicidad esperada. Observa con melancolía la esfera de su reloj y se pregunta: “¿Podrás quitarte el lodo, cambiar la cara y volver a empezar? Quizás debieras inventar una máquina capaz de modificar los errores del pasado y tenerla lista antes de acumular demasiadas acciones imperfectas. Tal sería la mayor invención que todos quisieran tener”.