Relato 17: Beta-U

—Gracias por atenderme, profesor. Sé que es usted un hombre poco dado a conceder entrevistas.

No le había sido fácil a Steve Carlin, redactor de la revista científica Nature and Science, conseguir que su director autorizara los gastos del viaje hasta Gotemburgo, donde se celebraba el XXIII Congreso Internacional de Cosmología. Quería entrevistar a Gustav Leifsson, cuyas investigaciones años atrás, en el cénit de su carrera, atrajeron la atención de la comunidad científica y le valieron una candidatura al Nobel de Física. Pero el premio no le fue finalmente otorgado y, frustrado por la decepción, se retiró a su ciudad natal, retomó sus clases en la Universidad de Tecnología Chalmers y se concentró en sus estudios de Física Cosmológica, su verdadera pasión. Ahora, ya retirado de su actividad académica, sus apariciones públicas escaseaban y, pese a su activa contribución al desarrollo de algunas de las propuestas científicas más audaces del siglo XX, languidecía en el olvido. No obstante, el olfato periodístico le decía a Carlin que de aquel jubilado de aspecto gastado podía extraerse un buen artículo para la revista. 

Se saludaron con un breve apretón de manos y tomaron asiento junto a un gran ventanal. La noche, clara y sin luna, invitaba a observar el firmamento.

—Las estrellas se ven con sorprendente claridad esta noche. Mire allí: Casiopea —dijo el profesor señalando el cielo a través del ventanal—. De niño me deslizaba por sus líneas imaginarias y me dejaba caer hasta Cefeo; después trepaba hasta la Estrella Polar y desde allí me figuraba oteando el horizonte de la galaxia.

El profesor permaneció en silencio unos segundos y su mirada se llenó de nostalgia. La voz de Steve Carlin le sacó de su melancólico ensimismamiento.

—Señor Leifsson, no quiero entretenerle demasiado tiempo. ¿Qué opina usted de las teorías que se han expuesto en estas jornadas? ¿Hay alguna que le haya parecido particularmente interesante?

—La verdad es que no. Nos han hablado de universos enlazados en sucesivos ciclos expansivo-contractivos, de multiversos coexistentes en paralelo, de dimensiones ocultas a nuestra observación y de otras teorías. He de reconocer que algunas formulaciones son sugerentes y, todas ellas, elucubraciones interesantes para los estudiosos de la materia. Pero yo no he oído ninguna aportación verdaderamente revolucionaria en cuanto al fondo. He de decirle que soy, en general, muy escéptico.

—¿Por qué? Hemos escuchado en este Congreso las últimas teorías de los físicos y cosmólogos sobre los acontecimientos que precedieron al Big Bang. Algunos de ellos opinan que no pasará mucho tiempo antes de que descubramos el origen del universo.      

—Verá usted, aunque la filosofía y la religión están sucumbiendo, devoradas por las modernas teorías sobre el origen del universo, lo cierto es que seguimos dando palos de ciego. No hacemos algo muy distinto, en el fondo, de lo que filósofos y religiosos llevan siglos haciendo. Sospecho que en nuestro afán por desvelar los últimos enigmas escondidos en el principio de los tiempos nos enfrentamos a un desafío intelectual, físico y tecnológico tan descomunal que, simple y llanamente, está fuera de nuestro alcance. Temo que la especie humana no esté diseñada para descubrir el verdadero germen del cosmos. No importa lo que mejoremos nuestra capacidad de computación y análisis o la potencia de nuestros telescopios, ni la velocidad con que seamos capaces de impulsar nuestras naves interestelares: creo que llegaremos a nuestra extinción como especie sin encontrar una explicación científica al principio de la existencia.

—Permítame una pregunta muy directa: dicen que la causa por la cual usted abandonó la investigación y se retiró a su ciudad natal fue sólo la frustración por no haber conseguido el Premio Nobel. ¿Qué hay de cierto en ello? ¿Qué sucedió exactamente?

—Lo mismo que ha sucedido tantas otras veces en la historia de la ciencia. Mi único pecado fue contar la verdad, pero es una verdad tan inquietante que nadie quiere escucharla.

—¿Y cuál es esa verdad, profesor?

—La verdad…

Leifsson hizo una pausa dubitativa y luego exhaló un suspiro profundo, resignado y enigmático.

———————

 

Noitats Yalp había sido recientemente ascendido a un alto puesto ejecutivo en su empresa, la poderosa Unibox Corporation. La espléndida retribución ligada a sus nuevas responsabilidades le había permitido acceder a una espléndida casa en uno de los mejores barrios de Pflistik. Od Netnin, un viejo amigo de la infancia, le había hecho una visita aprovechando que pasaba por allí.

—Una casa espectacular, Noity. ¿Esto es piel de cardonote?  —preguntó mientras acariciaba el reposabrazos del sofá, lujosamente tapizados en cuero.

—Sí.

—Debe de haberte costado un ojo de la cara.

—No fue barato, la verdad. Lo adquirí en una tienda de antigüedades. Supongo que cuando se fabricaron las manadas de cardonotes abundaban en las estepas de Srbodanska. Eran otros tiempos; hoy ya no se hacen cosas así.

Un objeto situado sobre una mesita llamó entonces la atención de Od. Era un cubo con todas sus caras uniformemente esmaltadas en negro, sin una sola imperfección, y el logo plateado de Unibox discretamente resaltado en la parte superior.

—¿Eso es un uniplay?

—Sí. Es el nuevo Uniplay-X

—No lo había visto nunca.

—Todavía no lo hemos lanzado. Tenemos meses de pruebas por delante. El Uniplay-4 ha sido el mejor producto que hemos hecho hasta ahora y vamos a seguir comercializándolo incluso después del lanzamiento del Uniplay-X, pero a mí no me cabe ninguna duda de que el futuro está en la nueva línea.

—¿Cuál es la diferencia?

—La capacidad de evolución. Sabemos que con el Uniplay-4 hemos llegado a un callejón sin salida.

—¿Por qué?

—Por las limitaciones del silicio.

—¿Qué limitaciones? Todo el mundo dice que nuestras computadoras y robots se convertirán algún día en organismos autónomos inteligentes y, que yo sepa, están todos basados en el silicio.

—Tal vez, pero hay una diferencia esencial.

—¿Cuál?

—Pues que del silicio no puede surgir ninguna evolución espontánea, contrariamente a lo que sucede con el carbono. Las propiedades químicas del carbono y su capacidad para combinarse con otros elementos son el origen de la vida en nuestro planeta y, en última instancia, de nosotros mismos. Eso es lo que hace de la orgánica una forma de evolución superior a cualquier otra. Y por eso la idea original que hay detrás del Uniplay-X es tan poderosa.

—¿Qué idea?

—Una idea muy sencilla en su concepción, aunque no en su materialización: crear un juego a partir de los mismos materiales que han moldeado la historia evolutiva de nuestro universo y de nuestra propia especie hasta hoy.

—No te sigo —advirtió Od con expresión perpleja.

—¿Has oído hablar de Beta-U?

—No.

—Es un proyecto científico que fracasó a medias. Perseguían reproducir a nano-escala las condiciones en que se originó nuestro propio universo, pero no fue posible. La complejidad de los procesos involucrados sobrepasa de largo nuestras capacidades actuales y los investigadores se vieron obligados a rebajar su ambición. Tuvieron que renunciar a recrear las propiedades de un universo pentadimensional como el nuestro y limitaron el proyecto a cuatro dimensiones. El resultado es Beta-U.

—¿Sólo cuatro dimensiones? ¡Qué extraño!

—Sí. Tres dimensiones espaciales más una dimensión temporal. Al eliminar de las ecuaciones la quinta dimensión, la holobránica, los cálculos se hicieron viables y la complejidad de los procesos físicos requeridos para ejecutar el proyecto descendió a un umbral accesible para nuestra tecnología. El precio pagado a cambio de la viabilidad es que el micro-cosmos resultante tiene una dimensión menos.  

—¿Producido en un laboratorio? Impresionante.

—Así es. Los investigadores consiguieron sintetizar en laboratorio un núcleo inimaginablemente pequeño de densidad casi infinita que denominaron “singularidad espacio-temporal”: el germen de Beta-U. Y después provocaron en ese núcleo una explosión que indujo una rapidísima expansión del micro-universo. Luego…

—Espera, vas demasiado rápido. Paso a paso. ¿Qué sucedió inmediatamente después de la explosión?

—Una vez obtenida la singularidad, el resto es más sencillo. De la explosión primigenia resulta un plasma que da lugar a las fuerzas fundamentales que rigen el micro-universo y producen las nano-estrellas generadoras de hidrógeno, helio y litio. Después surgen elementos químicos más complejos, y entre ellos el más importante de todos: el carbono, la base de toda la química orgánica. Y he ahí: ya tenemos “vida” dentro de Beta-U. Por supuesto, es una vida artificialmente creada, no más real que la de un robot cualquiera. Tan sólo se diferencian en su base química fundamental: el carbono en un caso, el silicio en el otro.

Od seguía boquiabierto la disertación de su amigo.

—¿Y qué pasa con esa expansión? ¿No tiene fin?

—Sí, por supuesto; tiene fin. La expansión del micro-universo no puede rebasar los límites de su propio continente, o sea, las “paredes” de Beta-U. Cuando los alcanza, entra en regresión y empieza una involución que lo devuelve a la singularidad que lo originó. Entonces se reinicia espontáneamente y todo vuelve a empezar.

—¿Todo vuelve a empezar?

—Es un ciclo interminable, a no ser que se destruya Beta-U. Claro que también podemos manipularlo provocando un reinicio artificial desde el exterior, en cuyo caso todo se resetea y empieza también desde el cero absoluto. No hay diferencia alguna con respecto a un reinicio cíclico natural.

—Un experimento extraordinario —recalcó Od admirativamente.

—Sí —asintió Noitats con un movimiento de su cabeza—. Y, sin embargo, los científicos no han podido encontrarle todavía más que una utilidad marginal porque, entre otras razones, la desvinculación holobránica de Beta-U impide que los resultados de los ensayos que se han hecho en su interior sean extrapolables a nuestra realidad pentadimensional. Eso ha limitado fatalmente las aplicaciones prácticas de Beta-U y lo ha relegado a los confines de los laboratorios. En Unibox nos dimos cuenta de que debido a esa circunstancia Beta-U estaba teniendo crecientes dificultades para obtener financiación pública y de que por ese flanco se nos abría la oportunidad de que la Interconfederación autorizara una configuración experimental de Beta-U como plataforma para juegos. Y la conseguimos en exclusiva, por veinte años. La Interconfederación recibirá a cambio de la autorización una suculenta inyección de fondos y Unibox se hará con un mercado al que la competencia no tendrá acceso en mucho tiempo. Para cuando los chicos de GPC Games quieran reaccionar será demasiado tarde. Los vamos a borrar del mapa.

—¿Juegos? ¿Te refieres a un entorno de juegos en realidad virtual?

—No exactamente, pero algo parecido, sí.

—Pero eso hace muchísimo tiempo que está conseguido. Todos los uniplay vienen equipados con una... “Función Inmersiva Total”. Se llama así, ¿no?

—Sí, la “FIT”. La del antiguo Uniplay-4 era muy potente y sumergía al jugador en una realidad virtual extraordinariamente eficaz, pero la gran diferencia del Uniplay-X es que, gracias a su conectividad con el micro-universo de Beta-U, opera en una realidad real, por decirlo de alguna manera. Hasta ahora los uniplay ofrecían una inmersión en un mundo figurado edificado sobre silicio; Uniplay-X ofrecerá inmersión en un mundo real construido sobre carbono, el mismo componente esencial de nuestra propia especie.

—¿Quieres decir que la FIT de los Uniplay-X te sumerge entre seres… reales? —preguntó Od con incrédula perplejidad.

—Desde una perspectiva muy amplia, en el sentido que he expuesto… sí, así podría decirse, más o menos.

—¿Y esos seres se moverían en un entorno tetradimensional?

—Sí, tres dimensiones espaciales y una temporal: cuatro.

—Sigo sin hacerme a la idea de cómo puede ser la vida de esos seres que habitan un micro-universo de sólo cuatro dimensiones.

—Bueno… Imagina que tú eres uno de ellos. Tampoco concebirías nuestro universo de cinco dimensiones ni, menos aún, serías capaz de aprehender el significado de la holobrana. Entenderías sólo conceptos como “delante-detrás”, “izquierda-derecha”, “arriba-abajo” y “ayer-mañana”,  pero dentro de esa enorme limitación vivirías una vida plena. En realidad, salvadas las enormes distancias que nos separan, su vida no difiere tanto de la nuestra.

—¿Lo has probado ya?

—Por supuesto. Y es adictivo. La inmersión es tan intensa que te hace sentir como si estuvieras en ese mundo, pero eso no es lo mejor...

—Ah, ¿no? 

—Para nuestra sorpresa, la interacción es posible. Y funciona mucho mejor de lo que habíamos previsto. Aunque todavía no tenemos totalmente perfeccionado el FIT, hemos comprobado que en determinadas condiciones los habitantes reaccionan y podemos interactuar con ellos.

—¿Y tú ya has probado esas inmersiones interactivas?

—Naturalmente. Es una función que le da al producto unas posibilidades comerciales extraordinarias. Mis primeras inmersiones fueron algo tímidas. Quería pasar lo más inadvertido posible y limité la modalidad de inmersión a un mero formato holográfico, pensando que una forma etérea de manifestar mi presencia entre los habitantes del micro-universo sería menos invasiva. Me equivoqué por completo.

—¿Por qué?

—Porque la apariencia holográfica produce en los habitantes efectos sorprendentes. Como te he dicho, supuse que una imagen holográfica, por su transparencia, no sería tan agresiva como una apariencia sólida de alta resolución tridimensional, y acabó resultando todo lo contrario. Los nativos reaccionaban de manera imprevisible cuando me manifestaba de esa manera ante ellos. En mi primera inmersión hice una selección al azar en la FIT y aparecí súbitamente en formato holográfico en un monte apartado, donde un anciano pastor vagaba meditabundo sin más compañía que la de su rebaño. Prendí fuego a una zarza para llamar su atención y, al verme, el viejo pastor se postró ante la zarza ardiente en actitud rogatoria, como si esperara algo. Yo no sabía muy bien qué hacer y para salir del trance no se me ocurrió otra cosa que darle una decena de consejos improvisados que me parecieron prudentes. El pastor los recogió y salió en busca de su pueblo, imbuido de un propósito misionero, y ahí lo dejé. Pero en mi siguiente inmersión, picado por la curiosidad, volví a interactuar con el mismo pastor. Encontré a su pueblo esclavizado, famélico y sometido a la crueldad de otra tribu mucho más poderosa y rica; así que sugerí al pastor que advirtiera al caudillo opresor de la necesidad de cesar en aquel injustificable abuso, pero su demanda no fue atendida. Quise dar una lección al tirano y, de paso, probar a fondo las funcionalidades de la FIT provocando todo tipo de eventos desastrosos que yo recordaba de antiguos juegos de la serie uniplay. Entre otras calamidades, torné en sangre el curso de un caudaloso río, hice que ranas a millares invadieran los palacios, envié plagas de moscas y langostas que devastaron los campos y ciudades y provoqué tormentas de fuego y granizo que arrasaron la tierra. Pero la demanda del pastor seguía sin ser atendida. Aquel tirano de costumbres crueles no debía prevalecer y decidí evitar que extendiera su poder por el expeditivo medio de exterminar a todos los  primogénitos de su pueblo, tras lo cual, por fin, el orgulloso dictador dio su brazo a torcer y concedió al pastor y a su pueblo la libertad ansiada.

—¿Y ahí acabó la historia? —preguntó Od intrigado.

—¡No, ni mucho menos! Ese día me fui a la cama muy satisfecho con la prueba de las capacidades interactivas de la FIT. Pero cuando volví a entrar en el Uniplay-X encontré que aquel obstinado caudillo había vuelto a la persecución del pueblo oprimido, que en su éxodo había cruzado un desierto y se aproximaba a la orilla del mar.

—¿Y qué hiciste?

—Acabar con aquello de una vez por todas. Y de paso probé hasta el absurdo las posibilidades de la FIT. Separé el mar en dos habilitando una senda por el lecho marino para que el pueblo perseguido lo pudiera cruzar. Una vez puesto a salvo en la otra orilla, cuando sus perseguidores se hallaban todavía a medio camino sobre el mismo lecho marino, cerré de nuevo las aguas y los ahogué en sus profundidades.

—¡Qué historia tan brillante! —exclamó Od entusiasmado.

—En otra ocasión —prosiguió Noitats espontáneamente, animado por la receptividad de su interlocutor— probamos una conexión múltiple a Beta-U desde dos Uniplay-X, para experimentar con el comportamiento del juego en red. El segundo usuario había seleccionado a través de su FIT una civilización mucho más avanzada tecnológicamente que la mía. Sus habitantes, los andromitas, eran colonos provenientes de una galaxia cercana que vagaban en naves esferoidales a la búsqueda de un nuevo hábitat tras haber quedado el suyo destruido debido a la colisión de su planeta con un asteroide.

—¿Y entraron en contacto con los habitantes de tu mundo?

—En efecto. Los terranos

—¿Así los llamas?

—Ellos llaman “Tierra” a su planeta, de modo que se me ocurrió darles ese nombre. Como te decía, al principio los terranos, perplejos, construyeron pirámides, monolitos y geoglifos. No eran más que respuestas irracionales a aquellas apariciones alienígenas, para ellos tan fascinantes como inexplicables. La última oleada andromita se produjo en una etapa en la que el progreso tecnológico de los terranos, aunque todavía arcaico, era ya suficiente para reconocer la naturaleza de las naves invasoras, a las que bautizaron genéricamente como Objetos Voladores No Identificados, ovnis. Aunque nunca encontraron una explicación al fenómeno, lo cierto era que los andromitas planeaban una invasión en toda regla del planeta Tierra para establecerse, aniquilando en el proceso a todos los nativos.

—¿Y qué pasó?

—Aborté la invasión. Llamé a mi colega y le pedí que desconectara su Uniplay-X. Quería continuar mis pruebas de interacción con mis terranos. Además, me había encariñado con ellos y no quería que desaparecieran. 

Od expresó entonces una duda que le estaba rondando por la cabeza.

—Una pregunta: ¿cómo puedes seleccionar a voluntad el momento de la inmersión?

—Debido a la ausencia de holobrana, la dimensión temporal “en” la caja no es exactamente igual que la nuestra y podemos configurarla. El lugar y el momento temporal de la inmersión se seleccionan desde una opción de la FIT del Uniplay-X que recupera los registros de Beta-U y crea una copia manipulable que sirve de inicio a la sesión de juego. Podemos desplazarnos a voluntad por todo el tejido espacio-temporal de Beta-U y seleccionar dónde y cuándo ejecutar la inmersión mediante un comando de la FIT. Es muy preciso.

—O sea, que hay tantas versiones de Beta-U como copias se hagan para las sesiones de juego.

—Exacto.

—¿Y qué pasa cuando se juega en modalidad multijugador?

—No pasa nada. Todos los jugadores comparten una única sesión de juego, o sea, un mismo tiempo, aunque se conecten en espacios distintos.

Od reflexionó un instante mientras se frotaba la frente.

—Pero todavía hay otra cosa que no entiendo.

— ¿Qué?

—Tus interacciones. Cuando te sumergías en el mundo de los terranos no te limitabas a observar sus azarosas vidas, sino que interactuabas y las cambiabas para siempre. Según me has contado, has liberado a pueblos oprimidos y has evitado una invasión intergaláctica.

—No está mal, ¿eh? —intervino Noitats, complacido—. Pero ¿qué es lo que no entiendes?

—El vector temporal es unidireccional. ¿Estamos de acuerdo?

—Depende de cómo lo mires. En la fase expansiva del ciclo de Beta-U se mueve hacia el futuro, digamos que hacia la derecha, pero en la fase contractiva se mueve en dirección opuesta, hacia el pasado.

—De acuerdo. Eso lo entiendo: es lógico. Lo que quiero decir es que dentro de cada una de esas fases no es posible dar saltos hacia atrás en el vector temporal, con independencia de que se mueva hacia la derecha o hacia la izquierda.

—Cierto. Así es.

—Entonces, salvo que tengas la precaución de hacer todas tus interacciones en orden cronológico, tu micro-universo puede tener un serio problema de coherencia temporal. Me refiero a la clásica paradoja del hombre que hace un hipotético viaje al pasado y mata a su padre, haciendo imposible su propia existencia.

—Efectivamente. La única limitación viene dada por la necesidad de evitar esas paradojas temporales. Las interacciones han de seguir un orden cronológico estricto. De no ser así, Beta-U “se cuelga”, o sea, se colapsa y hay que reiniciarlo. Puedo hacer cuantas interacciones quiera, pero siempre en orden cronológico. Una vez que inicias el juego no se puede viajar al pasado. Sólo hay dos opciones: jugar normalmente respetando el orden cronológico o reiniciar el juego y empezar la historia de nuevo, es decir, reiniciar el universo de Uniplay-X.

—¿Y qué sucede con el universo que descartas cuando reinicias el Uniplay-X?

—Como te he dicho antes, fuerzas el reinicio del sistema y provocas una nueva singularidad que da origen a otro micro-cosmos dentro de Beta-U. El antiguo se colapsa y se borra de la memoria.

Od consultó su cronoagenda con un leve movimiento de muñeca.

—Lo siento, Noity, se me hace tarde, pero tengo una curiosidad: ¿cómo son los terranos?

—¡Ah! Su apariencia es más cercana a la nuestra de lo que podrías pensar. En cierto modo, son obra mía. Consulté un par de manuales de historia natural y después hice unas cuantas inmersiones interactivas en varias etapas de la evolución para condicionar el aspecto físico de su especie hasta conseguir, dentro de lo posible, una apariencia exterior que recordara a la nuestra. El juego se me hace más atractivo de esa manera.

—¿Y lo conseguiste?

—No del todo, pero estoy satisfecho del resultado. Tienen el mismo número de extremidades y parecida disposición de órganos, aunque obviamente hay diferencias importantes. Por ejemplo, no son anfibios. Y tampoco tienen capacidad fotosintética.

—¿No tienen ningún tipo de función clorofílica, ni clorocabello?

—No, en absoluto. Tienen un cabello hecho de fibras de queratina y pigmentado por melaninas en diferentes tonalidades. No es verde, como el nuestro.

—¡Qué aspecto tan extraño!

—Un poco, pero no son repulsivos.

—¿Sabes? Yo también he acabado encariñándome con esos terranos. Parece que tienen vida propia.

—¿Lo ves? Esa es la clave del Uniplay-X. Por eso creo que esta nueva línea de juegos acabará imponiéndose a la tradicional. El jugador puede intervenir tanto como desee, por supuesto, pero lo más excitante es que el universo de Uniplay-X es también capaz de evolucionar de manera autónoma e imprevisible. Te pondré un ejemplo: los terranos han llegado ahora por su cuenta, sin que yo haya movido ni un dedo, a un estadio de su evolución científica y tecnológica que les permite investigar, aunque sea con herramientas primitivas, las profundidades de su micro-universo. Sus científicos indagan en las estrellas buscando explicaciones sobre el origen del cosmos y elaboran teorías de todo tipo, unas más imaginativas y otras menos, casi siempre disparatadas. Pero algunas de las mentes más brillantes han construido modelos teóricos que proponen la existencia de universos paralelos con mayor número de dimensiones que el suyo propio. No deja de impresionarme hasta qué punto han evolucionado en su búsqueda de la verdad.

—Mejor será que no la conozcan.

—En cierto modo, ya la conocen —aclaró Noitats.

—¿Qué quieres decir? —preguntó sorprendido Od arqueando sus clorocejas.

—No pude resistirme a entrar en contacto con su mejor científico. Le expliqué crudamente toda la verdad para comprobar cómo reaccionarían los terranos a la revelación de que no son más que parte de un juego.

—¡No me digas! Y ¿qué pasó?

—Nadie le escuchó, sus colegas le hicieron el vacío y sus teorías fueron despreciadas. Tuvo que abandonar la investigación y aceptar un oscuro empleo en la enseñanza. Pero él es el único terrano que sabe la verdad. Lo más probable es que le consideren un demente y muera solo y desacreditado.

—Bueno, da igual. Al fin y al cabo, no es más que un juego. Ahora sí, he de irme. ¿Qué vas a hacer con los terranos?

—Nada en particular. Seguiré con el juego durante el período de prueba y haré algunas inmersiones más hasta estar seguro de haber captado la esencia comercial del juego. Después resetearé el Uniplay-X y lo devolveré a Unibox Corporation. Y entonces nuestros amigos terranos serán sólo un recuerdo evanescente en tu memoria y la mía.

 

——————

 

—¿La verdad…? —repitió Leifsson, cerrando los ojos mientras llenaba de aire sus pulmones en una larga inspiración, como si necesitara recobrar fuerzas antes de continuar—. La verdad  es que sólo somos pasajeros de un universo tridimensional que viajan a ciegas a lo largo del tiempo dentro de otro universo mucho más amplio y rico en dimensiones, pero no lo percibimos porque está más allá de nuestros límites de comprensión. La Humanidad, nuestro planeta y todas las galaxias que pueblan el universo que conocemos existen sólo para entretener el ocio de otros seres mucho más poderosos y complejos que habitan un universo oculto a nuestra percepción. No somos más que personajes de un juego a una escala inconcebible para nosotros. Con la información que me ha sido revelada he actualizado mis modelos teóricos y todo concuerda, pero nadie se toma la molestia de comprobarlo. Me toman por loco.

Carlin tuvo que reprimir una carcajada.

—¿He entendido bien, profesor? ¿Ha dicho usted que sólo somos parte de un juego cósmico y que ha podido llegar a esa conclusión gracias a información revelada?

—Sí, eso es lo que he dicho —confirmó Leifsson.

—¿Revelada por quién? ¿Por Dios?

—¿Qué importa el nombre? La verdad me ha sido revelada por nuestro creador.

El profesor se sumió entonces en el silencio y dirigió su mirada hacia el firmamento, a través del ventanal. Las constelaciones de Casiopea y Cefeo seguían allí como siempre, majestuosas, distantes, inalcanzables. Carlin supo que había llegado el momento de acabar la entrevista. Se puso en pie y se despidió de Gustav Leifsson sin poder evitar una cierta sensación de pesadumbre por el científico que una vez se había contado entre las mentes más preclaras de la Humanidad y que ahora, abrumado por la frustración y el olvido, se hallaba penosamente sumido en la locura. Pagó la cuenta y pensó que quizás podría, con un poco de elaboración por su parte, extraer de la entrevista materia suficiente para publicar un artículo en el próximo número de Nature and Science.

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