Relato 064 - El murmullo de los demonios
¡Azif! ¡azif! - grita despavorida, en la madrugada, mientras yo la sigo por toda la casa.
No siempre había padecido de sonambulismo, era una condición nueva. Me tenía acostumbrado a esas curiosidades de su personalidad. Al comienzo de nuestro matrimonio resultó una sorpresa, diría que hasta me atraía que fuese tan cambiante.
Sus padecimientos tenían algo en común, sucedían cerca de las tres y treinta y además se relacionaban con el sueño o su falta.
Consultamos médicos, psicólogos, psiquiatras, terapias alternativas. Todo lo que se iniciaba tenía éxito unos meses y luego volvíamos al carrusel diario.
Luego de doce años a su lado, las mañanas me encontraban desvelado. Me pasaba más de la mitad de la noche ayudándola y luego que ella entraba en ese sopor inconsciente, yo, cansadísimo, no podía hacer otra cosa que permanecer inerte hasta que sonara el despertador. Mirando una y otra vez las manchas del techo.
Está calmada luego del episodio. No sé qué es lo que grita pero cada día me pone más irritado esa voz gutural que emite.
Tengo que ir a trabajar, como otras veces me costará no dormirme a la hora del almuerzo.
No puedo culparla, pero, en lo más profundo de mi alma siento un resentimiento que crece y se enraíza y me nubla la vista. Cuando me pasa esto, aprieto fuerte los ojos para apagar los puntitos rojos que saltan cerca de la nariz.
Me levantaré tratando de no hacer ruido. Me gusta la casa a esta hora donde el silencio se puede tocar.
La palabra dicha por Malena esta noche pasada, vuelve a mí con insistencia. ¿Por qué? No dejo de preguntarme qué es lo que me quiere decir. ¿En realidad me querrá decir algo?
Siento por primera vez lástima de mi mujer pero más de mí mismo.
Estoy agotado. Tiene que existir una explicación.
Terminó la jornada. Me recuesto en el sillón. La oigo desde lejos, no consigo incorporarme para ir a su encuentro.
Cuando lo logro, subo las escaleras apresurado pero no logro avanzar más de tres escalones, me fallan las fuerzas. Miro mis manos, no recuerdo haberme manchado en la cena y ahora que lo pienso bien, tampoco recuerdo haber cenado.
Malena, seguramente bajará pronto cuando se dé cuenta que demoro. La cabeza me pesa, la cab...e...za.
- No sé, no recuerdo más. Le dije la verdad. No la maté. Me tiene que ayudar.
La abogada lo miró seriamente, había tomado el caso porque le gustaban los misterios. Y en este, pese a que todo el mundo decía que no había nada que resolver, ella intuía que las respuestas eran mucho más oscuras y perturbadoras que un simple asesinato. Su juventud y ambición la impulsó a creerle; sería seguramente el caso que le daría fama.
Según la policía, la había matado a las tres de la mañana de un lunes del enero pasado. La encontraron en la cama, con los ojos en blanco, ahogada en su propio vómito. No encontraron armas. El cadáver tenía heridas coincidentes con desgarros hechos por las garras de un gran felino, el vientre abierto como alas de mariposa.
Las evidencias lo condenaban, la sangre en su traje, las heridas de defensa en su pecho y antebrazos, su negativa a declarar. Pero, no era claro cómo ni con qué la había ultimado.
Le llamaba la atención a la joven abogada, dentro de los datos que el acusado aportó, la repetición de horarios y de ese vocablo que Malena gritó durante días y balbuceó hasta morir.
El esposo parecía un hombre tímido y bueno, más bien apocado.
El psiquiatra lo había valorado y no encontró rasgos psicóticos.
Ningún área de la vida personal de la pareja debía quedar sin investigar.
Fue cuando dio con los gustos de la occisa. Un nombre escrito con tinta verde en una tarjeta personal, fue la punta de la madeja.
"Clarissa, vidente natural."
La vidente explicó el motivo de la consulta secreta de la esposa de Hugo; estaba preocupada por su marido, la falta de sueño de él y por qué repetía sin cesar una sola palabra siempre a la misma hora.
- Entre usted y yo- dijo la médium- no es fácil engañarme, supe inmediatamente que era de ella de quién hablábamos. Mucho me preocupé por la seguridad de su esposo, no pude comunicarme con él para alertarlo.
El día del juicio, la doctora provocó una conmoción en quien escuchó su exposición de pruebas. La incredulidad del jurado iba en aumento.
Las lágrimas corrían sin prisa por el rostro de Hugo. Había recuperado su verdad sobre ese día; daba testimonio y se le hacía jirones el alma.
La muerte había sucedido a la "hora del Diablo" o conocida también como "Tiempo muerto". Malena era un ser sensible que ofició como portal para muchos espíritus, no todos luminosos.
- El día que murió llegué cansado, me senté en el living a esperar la cena y me dormí. Al despertar miré el reloj, tres en punto. Comencé a subir las escaleras. Malena se abalanzó sobre mí no bien entré en el dormitorio, gritando y arañándome. Quise detenerla pero no pude, su fuerza era descomunal. Se rasgó la carne desde adentro, le tapé las heridas con mis manos. No eran profundas, pero no paraban de sangrar como si un surtidor conectado desde su corazón alimentara ese fluir continuo.
Estaba transfigurada, su rostro tenía pústulas, la lengua se le había hinchado visiblemente y sus ojos, ¡ay, Dios!, bailaban en las órbitas.
La abracé. Ya no era ella.
Creo que siempre quiso advertirme, no supe entender.
Terminado el juicio, Hugo regresa a su casa. Una sonrisa enorme, que había escondido magistralmente bajo una capa de inocencia y amor, se le dibuja no bien ingresa a la vivienda.
Ella le estira los brazos, decidida a disfrutar la victoria.
Sin remordimientos se besan largamente, saboreándose uno al otro.
Clarissa ha preparado la cena, como tantas otras veces en que supo compartir veladas con Malena y Hugo.
- Ella es la responsable, solo ella- se convenció él.
Había sido la vidente quien introdujo en la vida de Malena el culto a Satán. Dominaba como buena sacerdotisa el arte de la sugestión e invocando espíritus impuros fue logrando la posesión de la mujer, hasta llevarla al grado de locura necesario para somatizar, para aceptar esa especie de sacrificio en la que participó gustosa. Y Hugo lo supo todo el tiempo. Disfrutó de la sangre y del sexo mientras el cadáver aún estaba caliente.
Ayudó a sacar de la casa todas las pertenencias de su amante, a enterrar las secas garras de león que habían usado para destriparla, a limpiar exhaustivamente el baño donde la habían “purificado”.
Abre los ojos, tres y media de la madrugada. Hugo se resiste a creer lo que ve.
A sus pies, sentada sobre el borde de la cama, los ojos celestes de Malena lo miran asombrados. Su cabello flota como si hubiese un remolino de viento a su alrededor. El camisón vaporoso deja un seno al descubierto.
Está sensual pese a su palidez. Un pensamiento lo atraviesa como una ráfaga.
No logra hablar, estira la mano para sacudir a Clarissa pero no consigue despertarla. El dolor en el pecho comienza a ser cada vez más intenso.
Le falta el aire, le falta el aire. Los latidos se aceleran. La sigue viendo.
Se escribe en el antebrazo una palabra. Siente miedo.
Comienza a oler su carne siendo chamuscada; las lenguetas del fuego iniciado con un solo gesto de su esposa muerta lo acarician, mientras petrificado no puede despegar la vista de esa visión.
La culpa se le atraganta. Quiere gritar que alguien lo ayude.
Ya es tarde. El último vaivén respiratorio lo deja inmerso en la más absoluta oscuridad.
Las llamas siguen consumiéndolo todo.
“La mañana”, el periódico local, da cuenta del caso en primera plana:
“Otras muertes misteriosas a las tres de la mañana”.
“Se encuentran dos cuerpos totalmente calcinados, se cree que por un error humano la combustión surge en el cuarto de la pareja.
El hombre había sido absuelto por la muerte de su mujer, no se le conocen enemigos. Aún no se han identificado los restos del segundo cadáver, pero se puede afirmar que corresponden a una mujer.
La abogada del hombre en cuestión al ser entrevistada, no quiso dar su visión sobre los hechos y se mostró sumamente consternada.
Asombra, según los forenses, que solamente un trozo de piel no se quemara.
Un trozo de piel en el que se puede leer claramente: “Azif, Asif”
Según la lingüista consultada por nuestro medio, es posible que entrañe un mensaje esta inscripción en la piel, ya que Azif, es un vocablo árabe, significa el rumor de los insectos por la noche. Los árabes asocian, en su folclore, este sonido al murmullo de los demonios.
Asif, es un nombre árabe que significa perdón”.