Relato 061 - Fiesta

Cuántas veces miramos al cielo y vemos las estrellas pensando que hacen parte de nuestro hoy, de nuestro aquí y ahora, pero no, son nuestro pasado que continúa diciéndonos algo, algo que no podemos porque hemos decidido ignorar lo obvio.
 
Cuántas veces cerramos nuestros ojos de esa misma forma para evitar ver la dureza de la realidad, y peor aún, para evitar responsabilizarnos de lo que nos corresponde. Y ¿Qué es lo que nos corresponde? Cuidar de nosotros mismos, del mundo que nos circunda, de nuestras familias, nuestros amigos, que al fin y al cabo son también nuestra familia, nuestro prójimo aunque no lo conozcamos, pero también de la naturaleza, de la vida misma.
 
No solo nos hemos dedicado a evadir la realidad con sonrisas, divirtiéndonos con nuestras propias desgracias y haciéndonos los de la vista gorda, sino que además tratamos de ocultar nuestra propia perversión, y olvidamos con mucha frecuencia aquello que nos recuerda y nos restriega en la cara lo patéticos que somos los humanos.
 
Tenemos miedo, es verdad. Miedo a la muerte, miedo a lo desconocido, y por eso, en cuanto nos enfrentamos a algo que consideramos una amenaza, queremos destruirlo todo. Se nos olvida que somos un microbio en el universo, pero tan necesario como una hormiga, como un asteroide, porque somos parte de lo mismo.
 
Alguna vez alguien decía que el colmo de la ignorancia es no saber y no interesarse por aprender. ¿Será que somos culpables de ello o hay alguien más, otras personas que requieren mantenernos ignorantes de todo para algún tipo de beneficio?
 
Mientras sigamos ignorando lo que hay detrás de aquello que nos duele o nos divierte, seguiremos siendo felices, pero ¿a qué precio?
 
Solo cuando estamos al límite es cuando valoramos aquello que siempre negamos. Un abrazo, una palabra de cariño, un gesto de cordialidad, un momento de vida. Al límite, los hombres se vieron cuando un día la tierra se vio amenazada, pero pronto olvidaron que la casi destrucción de la vida les hizo valorarla, valorarse, y jamás aprendieron una pizca de compasión, pronto todo fue una fiesta.
 
Todo parecía normal. Los preparativos, como cada año, hacían del lugar un agradable caos donde unos gritaban, otros corrían, algunos evadían cualquier responsabilidad, pero sobre todo, reían y compartían entre sí.
 
La natilla, los buñuelos, las hojaldras de azúcar y el marrano no podían faltar en cada barrio, en cada cuadra. El conteo comenzaba desde medio día; en la radio, en la televisión, en los juegos de los niños y las bromas de los adultos. Todos esperaban con ansia el nuevo año.
 
Las horas pasaban entre alboroto y mesura. Pólvora desde tempranas horas, música que abarrotaba las calles en una mezcla de vallenato, merengue, salsa, y otros géneros, pero en especial, canciones parranderas que se repetían sin cesar en todas las emisoras y equipos de sonido.
 
Había algo aquel año que lo hacía exclusivo. Las profecías que tanto se especularon no se habían cumplido, todo era felicidad porque iniciaba un nuevo año, una nueva oportunidad para ser mejores, para alcanzar el éxito y la prosperidad. La ciencia se había anotado un punto frente al misticismo que auguraba el fin del mundo, el día ya había pasado hacía una semana, y todo seguía igual.
 
El alcalde dispuso los mejores hombres, expertos en fuegos artificiales, para hacer de aquella noche algo inolvidable; se gastaron una fortuna en todo ese material, cosa que después sería cobrado en impuestos, por supuesto.
 
Eran ya cerca de las 11:45 de la noche. La aglomeración de personas era impresionante; por doquier había niños, ancianos, jóvenes, hombres y mujeres. Hasta los animales parecían estar en sintonía con el resto de habitantes. Todos completamente expectantes. La cuenta regresiva estaba llegando a su fin, la música de un momento a otro fue una sola en toda la ciudad, ya no se mezclaba una melodía con otra.
 
¡Feliz Año! gritó el de la radio, la pólvora comenzó a invadir los cielos. Se trataba de un espectáculo hermoso que se podía disfrutar en medio de algarabía y abrazos.
 
De pronto, desde lo más alto del cielo, lo que parecía una estrella acercándose a la tierra a gran velocidad, y que logró robarse un lúgubre silencio, tal vez del mundo entero ante la mirada atónita de cada persona y un momentáneo paralizamiento, estalló en el firmamento iluminando hasta el rincón más oscuro.
 
¡Wau!, ¡Increíble!, fueron las palabras de los pocos que pudieron decir algo al ver semejante fenómeno. - Se lo tenía bien guardado el alcalde, ¡que sorpresa! - Comentaron algunos. Todo fue hermoso, un cierre de año y una bienvenida al nuevo inimaginable. Fue un gran espectáculo presenciar aquel efecto con la esfera luminosa que culminó en destellos de luz.
 
Era lo mejor jamás visto en la historia…
 
Lo que nadie sabía, era que aquella esfera, que al inicio parecía una estrella y dio lugar a pensar que las profecías eran ciertas, pero que luego se comprendió que hacía parte del espectáculo, era un planeta que se dirigía a la tierra a colisionar, y justo antes de alcanzar la velocidad que acabaría por completo la vida terrestre al estrellar en pocos días, explotó en mil pedazos.
Allí, al igual que en la tierra el día de año nuevo, había un gran alboroto, sus habitantes corrían de un lugar a otro. Niños, ancianos, hombres y mujeres, los mismos animales que habitaban aquella estrella, sentían el desespero de la inminente destrucción, de su fin.
 
Ellos no tenían agua pura como los terrícolas, mucho menos bosques vírgenes que les diera oxígeno y alimentara todo un planeta. No contaban con la biodiversidad que la tierra, habían logrado sobrevivir en una estrella caliente y áspera por miles de años, agradecidos de poder alimentarse del suelo, de la energía que el núcleo de su estrella contenía. Se adaptaron en sus propias condiciones a una vida diferente a la nuestra, pero al fin y al cabo vida.
 
No contaban con la tecnología ni los avances científicos para educarse o favorecer su salud, y aun así eran saludables con una expectativa de vida de 230 años terrícolas, 460 para ellos; aun así, no se mataban los unos a los otros, nadie pasaba por encima de nadie para beneficiarse, porque nada tenían, y lo que compartían era de todos.
 
Era una civilización, no tan avanzada como la terrestre, jamás habían ido a una luna, ni siquiera tenían una. Nunca supieron lo que es ir a una playa, porque no tenían mares, el agua que brotaba al interior de su estrella era tóxica, y debían hacerla pasar por un proceso de purificación muy minucioso para poder dar de beber solo a los más pequeños.
 
Ellos no conocían las estaciones climáticas, porque vivían debajo de la superficie, a una temperatura muy alta de la cual no se quejaban, estaban acostumbrados. No sabían lo es que tener un trópico, un polo, pero si un desierto, un completo desierto.
 
Ellos también conocían la profecía, la conocían mucho mejor que los hombres de la tierra. También estaban preocupados, mucho más incluso, porque nunca lo pusieron en duda.
 
Ellos sabían que la tierra era un planeta hermoso y más grande que el suyo. Sabían que tenía todo lo que ni en sueños podrían imaginar. Sabían que existían otros seres semejantes a ellos, que también querían vivir, que también temían que llegara su fin.
 
Pero nada podían hacer, la profecía era clara, una estrella que perdía su rumbo colisionaría con un planeta en órbita alrededor de un sol y ambos llegarían a su fin. Nada podían hacer, excepto comprender el regalo que desde la tierra les habían enviado antes de su exterminio. Comprenderlo y aceptarlo aunque no lo pudieran disfrutar.
 
Una enorme máquina con un reloj detenido había aterrizado hacía varios días en su superficie. Se reunieron los hombres más sabios de aquella estrella a descubrir de que se trataba, y después de mucho buscar, y a pesar de que nunca se les ocurrió crear tan maravilloso invento, supieron que se trataba de una bomba.
 
El mensaje fue claro, los terrícolas querían vivir tanto o más que ellos, y era tanto su deseo, que crearon la forma de salvarse, pero ellos eran el obstáculo, la piedra en el zapato, y por desgracia, la bomba llegó, pero nunca se activó.
 
Después de miles de años de sobrevivencia, de sacrificios, de entrega los unos por los otros, ya no tenían opción. Era vivir o morir. Aquellos seres desconocidos para los humanos, que pudieron devolver la bomba atómica con capacidad de destruir dos soles enteros, porque habían comprendido cómo funcionaba y cómo mandarla de regreso sin cometer el mismo error de los hombres de la tierra de enviarla desactivada, decidieron hacer su último acto de bondad y sacrificio, la activaron allí y murieron en medio del llanto y el miedo, lo hicieron para que los hombres de ese planeta que ellos soñaban, pudiera sobrevivir y ser disfrutado por seres como ellos.
 
Así sucedió, mientras en la tierra se celebraba el comienzo de un nuevo año, los extraterrestres vivían su propio exterminio.
 
Al día siguiente, todo fue solo el recuerdo de una gran fiesta; nadie supo jamás que aquello que cerró con broche de oro la noche para dar paso a un nuevo año cargado de esperanzas, era la oportunidad para unos y el padecimiento de otros.

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