Relato 058 - Pajarraco
Es uno de esos días conocidos popularmente como jornada de operación retorno, ese típico día en que las carreteras del país bullen de utilitarios porque sus pasajeros han apurado sus vacaciones hasta el último coletazo, sabiendo que la vuelta a casa y a la rutina supone el final del verano; al menos psicológicamente hablando aunque para el cambio de estación todavía falten unas semanas.
De todos esos coches solamente nos interesa seguir a uno, un Citroën color hueso que en estos momentos se haya detenido a las puertas de un hotel. Sus pasajeros ya se disponen a tomar el último desayuno antes de partir de viaje.
Cuatro son los integrantes del conjunto familiar, a saber: marido, mujer, madre e hija.
Juan sopla para enfriar su café con leche, segundos ha intentado sorber un poco de ese líquido color beis oscuro y su lengua ha sufrido las consecuencias de su impaciencia. Mientras sopla a intervalos calculados aunque no conscientemente, se siente observado por las mujeres que le acompañaban alrededor de la mesa.
Mercedes Y Paula, imitan los soplos de su compañero masculino con sendos cafés con leche mientras la hija, demasiado joven para beber semejante brebaje al no ser más que un bebé dormita a momentos.
Juan arranca un cuerno del cruasán que ha pedido y lo moja en el café con leche mientras su madre, Mercedes comenta:
—Aquí sí que sirven cafés para el desayuno como Dios manda. Según en qué parte de España vayas los cafés dan risa de lo miserables que son.
—Y el cruasán sabe de maravilla –afirma Juan.
Madre y mujer comienzan a tomar el sólido que han pedido para acompañar el café con leche, magdalenas y tostadas. Pronto la mesa se llena de algunas migas; inevitables con según que alimentos. Minutos después tanto las vacías tazas y los platos que habían soportado el alimento son apartados hacia un costado, dejando libre el espacio suficiente para que Juan despliegue un mapa sobre la superficie de madera.
Tres cabezas se inclinan sobre el mapa, la cuarta cabeza ya se ha dejado vencer por el sueño y duerme sin más preocupaciones.
Juan marca su posición con el dedo para dejar constancia de su posición.
—Ahora estamos aquí, según lo veo yo tenemos dos opciones posibles. La primera, es volver atrás y coger la ruta de siempre; la segunda es intentar buscar una ruta alternativa que no nos obligue a retroceder y empalmar con la carretera nacional más adelante.
—¿Y cuál es la mejor ruta? – pregunta Mercedes.
De nuevo tres cabezas se fijan en el mapa, buscando las posibles rutas alternativas; no desean alargar el viaje más de lo indispensable ya que Juan debe volver a trabajo en dos días y le gusta descansar de un largo viaje aunque sean unas miserables horas.
Momentos después dos posibles rutas son marcadas en el mapa, la opción de volver atrás ha sido descartada por mayoría.
—Mirad –comenta Paula –me parece mejor si seguimos esta ruta, parece mucho más directa que la otra, llena de curvas. Y ya sabes que yo me mareo en el coche.
—¿Pero no te has tomado la pastilla contra el mareo? –pregunta Juan.
—Sí, hace un momento con el café, pero prefiero no llamar al mal tiempo.
—Eso de marearse es una manía –afirma Mercedes y Juan la secunda con movimientos afirmativos.
—Ya, como a usted no le pasa...
Juan concentra la vista sobre el mapa, la decisión ha sido tomada y debe aprenderse mínimamente la ruta a seguir ya que no conocen dicha parte del país y no quiere perderse. No conoce la región, pero supone que los carteles indicadores estarán ausentes en la mayoría de cruces; no es la primera vez que le sucede en dicha comunidad autónoma...
Media hora larga después de comenzar a desayunar los cuatro montan en su vehículo. Antes de salir del hotel Paula se ha fijado que el reloj del vestíbulo del mismo marca las nueve de la mañana.
Juan se sienta al volante, Paula a su lado y en la parte de atrás Mercedes y la bebé, de nombre Micaela quien sigue durmiendo ya que no tiene otra cosa que hacer y todavía no siente deseos de hacer reclamaciones.
Juan pone el motor en marcha y se lanza la carretera dispuesto a seguir la ruta elegida mientras Paula lleva el mapa encima de las rodillas por si es necesario realizar alguna consulta rápida.
Y allá van nuestros cuatro protagonistas, carretera adelante. De vez en cuando atraviesan alguna pequeña aldea de cuatro casas desperdigadas; un tractor les obliga a reducir la velocidad durante unos interminables minutos hasta que se desvía hacia un camino de tierra. Más adelante es un grupo de vacas la que obliga a Juan a parar y esperar a que crucen hacia una carretera secundaria.
Y el viaje, tan largo va disminuyendo de tiempo segundo a segundo.
—Cuando quieras nos cambiamos.
—Todavía no, querida. Prefiero conducir a indicar.
Dos horas después de salir del hotel el sol se ha elevado, destacando sobre las nubes que a primera hora del día han dominado el cielo. Todo indica que al final el sol va a ser el ganador de la jornada.
A las doce en punto el astro rey está en todo su esplendor y solamente algunos cirrocúmulos lo acompañan.
—Hemos tenido suerte del buen día que nos ha tocado –comenta Mercedes –si hubiésemos salido hace dos días nos hubiese tocado una buena tormenta.
—Ya sabe que por aquí es de lo más habitual.
Juan se detiene en un cruce, como ya ha temido mientras estaba sentado en la cafetería del hotel, los indicadores han brillado por su ausencia y aún los que estaban colocados eran complicados de leer debido a su deplorable estado. Paula y Juan han tenido que juntar las cabezas en más de una ocasión para descubrir cuál es la ruta a seguir. Y de nuevo ha sentido la obligación de detenerse ante un dilema triple.
—Ya podían gastarse algo de dinero en poner indicadores. ¿Se piensan que todos no sabemos todas las carreteras del país de memoria? –refunfuña Juan por enésima vez.
—Es por la derecha –afirma Paula dispuesta a doblar el mapa tal y como ha hecho media docena de veces hasta el momento.
—Espera, ¿y si seguimos un poco más por esta y después nos desviamos aquí? Esa carretera nos iría mejor y es completamente recta.
Dicho y hecho. Paula dobla el mapa y Juan pone de nuevo el coche en marcha. Cinco kilómetros después se desvían por la carretera indicada, una carretera de tercera.
Media hora después...
—¿Seguro que vamos bien por aquí? –pregunta Mercedes.
—Claro, madre no se meta en lo que no sabe –le replica su hijo.
—Querido, esa no es manera de replicar a tu madre.
Juan refunfuña, pero no replica. No puede discutir con dos mujeres a la vez y suerte que su hija todavía no dice esta boca es mía, pero lo cierto es que hasta el momento no se han tropezado con otros vehículos, han estado solos sobre esa larga y recta carretera y Juan comienza a sentir pesar por la decisión tomada.
Siguen avanzando por esa carretera de tercera. De repente se convierte en un largo puente que atraviesa un profundo valle. No les queda más remedio que continuar por esa carretera ya que hasta el momento no han descubierto ningún otro desvío. Juan se fija que la carretera se estrecha tanto que es casi materialmente posible que dos coches pasen uno al lado del otro. ¿Y qué harán si un utilitario y no digamos un camión atraviesan el puente en dirección contraria? Paula prefiere no pensarlo.
Y entonces Micaela, despierta ya desde no se sabe cuándo, rompe a llorar. Paula mira hacia atrás mientras Mercedes mira de calmarla.
—Micaela nunca llora así –comenta su madre— y es demasiado pronto para que tenga hambre.
—Tampoco parece mojada. Me parece que debe estar enferma, pero no sé qué debe tener.
—¡A no ser que se haya mareado!
—¿Tan pequeña? ¡Imposible!
Mercedes sigue intentando calmarla mientras el coche sigue avanzado por esa carretera—puente. Y los tres adultos miran por las ventanillas del coche y solamente ven el precipicio bajo sus pies y ninguna valla de seguridad les separa de la nada.
—¿Cuánto faltará para la salida? –pregunta Paula quien se siente impaciente por poder hacer algo para calmar el malestar de su hija.
—No lo sé, en el mapa no parecía tan largo.
Y el sol sigue avanzando en su particular camino mientras algunos estratocúmulos aparecen en el cielo celeste, señal de que se puede acercar un frente tormentoso.
De repente un pájaro aparece surcando los cielos. Mercedes se fija en él inmediatamente. No sabe que clase de pájaro es, solamente que es muy grande.
—¿Habéis visto ese pajarraco? Como se le ocurra lanzarse contra nosotros nos echará de la carretera y adiós.
—Tranquila, madre. Ese pajarraco tiene cosas mejores que hacer que fijarse en nosotros –y mientras Juan pronuncia estas palabras el pájaro los sobrevuela un par de veces bajando cada vez un poco más.
Mercedes coge a su nieta en brazos mientras procura no apartar la vista de ese mal bicho con alas. A cada momento cree verlo descender en picado sobre el vehículo y ya se imagina con los huesos rotos en el fondo del precipicio. Y cierto es que cada vez parece volar más bajo, hasta casi tocar el coche.
—Ten cuidado, Juan.
Juan se encoge de hombros metafóricamente hablando. ¿Qué puede hacer en esas circunstancias? No puede desviarse de su ruta aunque quiera ni tampoco espantar a ese volátil.
Los minutos parecen horas a los integrantes del vehículo. ¿Es qué nunca se va a acabar esa carretera infernal?
De repente, a lo lejos ven un cartel; señal seguramente del fin del puente. Todos sonríen aliviados, pronto volverán a sentirse seguros. Pronto estarán bien.
El cartel cada vez se ve más grande y más claro, lo que facilita su lectura. Juan y Paula desvían su mirada un segundo para conocer como se llama ese puede que acaban de cruzar, pero como es habitual el nombre ha sido comido por el óxido y solamente se distinguen un par de letras inconexas.
Ya están a segundos de abandonar el puente cuando un coche aparece dispuesto a cruzarlo en dirección contraria.
—¡Pobres! No saben lo que les espera –dice Paula.
Y durante unos segundos los dos coches se cruzan, dos Citroën color hueso pasan uno al lado del otro y esos pocos segundos son suficientes para que sus miradas se entrecruzan y los integrantes de ambos vehículos tiemblan al reconocerse duplicados en el vehículo contrario.
Y Juan, Paula y Mercedes vuelven a atravesar el puente en dirección contraria mientras Micaela no para de llorar y el pajarraco les acompaña en este viaje sin final.