Relato 045 - Time Gears
Time gears
Viajar en el tiempo siempre ha sido una fantasía deseada para el ser humano, tal vez porque nos permitiría redimirnos de nuestros errores pasados (¡qué sencillo resulta ir hacia atrás en el tiempo y borrar eso de lo cual nos arrepentimos constantemente!), en lugar de obrar con congruencia y detenernos a reflexionar antes de hacer algo por lo que arrepentirnos en un futuro.
También viajar al futuro es una idea tentadora porque nos quita la gran duda de lo que acontecerá en nuestras vidas, pero ese no es tema que me importe en estos momentos. Una disculpa.
Jugando con el lugar común de los viajes en el tiempo, viene a mi una curiosa historia de esas que, si no son algo digno de recordarse, al menos sí pueden ser interesantes para contar. Sin embargo, no es algo que me llame la atención en demasía como para escribirla. Al menos, no por ahora. En estos momentos me encuentro enfrascado más bien en producir una serie de ensayos sobre el tiempo y sus avatares, algo entre ser el espectador de Ortega y Gasset o buscar ideas perdidas de Proust, por lo que, parafraseando mi párrafo anterior, sólo el futuro sabrá si escribiré tal historia (si pudiera viajar en él, en este mismo instante les podría dar una referencia más exacta si ocurrirá o no), pero esto en realidad es solo una broma sin gracia.
La historia empieza con un científico que ha creado una máquina del tiempo (idea tan usada en dramaturgia que esta es la razón principal para no escribirla); él puede usarla para ganar un premio, para demostrar a una antigua sociedad científica que estaban equivocados, o para cualquiera de las otras mil tramas ya existentes. El punto es que nuestro personaje central ha creado tal máquina para viajar por los retruécanos del tiempo, y por alguna razón desesperada, tiene toda la intención de usarla por él mismo. Sí, a solas como siempre. (Lo cuál es muy peligroso, pero recordemos que los argumentos de este tipo lo que menos tienen, es lógica; y lo que más, aventuras con sinrazón).
Tras dos intentos fallidos, el tercero obtiene resultados satisfactorios (la conocida “regla de tres” de la dramaturgia; el cuarto resultaría ya chocante).
El primer viaje resulta sin contratiempos. Incluso ofrece la posibilidad de crear una historia secundaria, ya sea de romance, ya de intriga histórica. Las posibilidades son muchas: la antigüedad, Mesopotamia quizás, el renacimiento, a lo mejor hasta algún escenario lleno de encanto en la Europa de 1800. Como sea, hemos de regresar a nuestro punto central antes de perdernos en las infinitas posibilidades de creación: el caso es que va al pasado y todo resulta tal como lo esperado según los libros de historia. (¿Por qué tendría que ser de otro modo?, podría preguntarse el lector).
En el segundo viaje, ya en el marco del llamado primer punto argumentativo (o “plot point”, según Sydfield), ocurre la primera extravagancia: algún hecho histórico no corresponde para nada con los datos recogidos en los libros de Historia respecto al momento pasado al cual viaja nuestro héroe. Algo así como ver un automóvil en pleno siglo XVI, o como si en tiempos de la Antigua Roma, nadie sabe quién demonios son Rómulo y Remo pues la ciudad parece que fue fundada por un enorme gigante llamado Gastraleón.
Nuestro científico primero creerá que está ante la posibilidad de cambiar el registro histórico hacia lo que puede ser una verdad nunca revelada (o mal investigada por los historiadores en turno), lo cual le resulta altamente tentador pues conlleva reconocimiento y fama (algo muy atractivo para cualquier científico que, aparte de todo ello, ya ha inventado una máquina del tiempo, lo cual no es nada habitual).
Pero es mediante un tercer viaje que poco a poco empezará a darse cuenta que no sólo algunos hechos no corresponden a nuestra Historia conocida, sino que el resultado de esa suma de hechos, tampoco conlleva al mismo destino que se ha narrado por siglos. Ejemplo de esto último podría ser una Revolución Francesa con múltiples cambios en su devenir así como en los nombres de los personajes conocidos, misma que termina en una aplastante victoria por parte de la monarquía y con ello, en la peor época de terror humano nunca antes vista. O, ¿qué tal un tercer bombazo atómico en la ciudad de Honk Kong?… Incluso, se me antoja poder narrar una historia en la que, justo antes de ser crucificado, el pueblo judío arremete contra los guerreros romanos y les da muerte en el mismísimo Gólgota. En fin, las posibilidades son infinitas, interesantes y hasta inquietantes. Otra vez, como ya habíamos dicho, el único sorprendido aquí es nuestro científico, quien no puede creer en tales disparates históricos y comienza a dudar de la veracidad de su invento.
Se escoja lo que se escoja, el caso es que los viajes al pasado se multiplican y entonces ocurre algo que viene a dar un giro de tuerca a nuestro argumento: el científico encuentra un objeto al azar que no figura en absoluto dentro de ningún registro conocido para el ser humano actual, algo así como un “transmutador de agua en vino” (el cual ha sido inventado tomando como base las acciones de Cristo dentro del Nuevo Testamento de los Musulmanes —recordemos que algunos datos históricos se hayan alterados también— y que, posteriormente ha sido perfeccionado por Leonardo Di Pisa, el gran genio del Renacimiento, y ahora es producido en serie por Coca Mola Company (gracias a ello ahora son la empresa de bebidas más importante de todos los tiempos).
Este descubrimiento da por resultado una primera conclusión asombrosa por parte de nuestro personaje central: jamás podrá cambiar los libros de Historia de ninguna biblioteca actual por la simple y sencilla razón de que su máquina del tiempo no es lo que parece. Su artefacto en realidad lo ha estado llevando a un mundo paralelo en todas las ocasiones. Sólo que durante el primer viaje, ese mundo simétrico resultó ser, por mera casualidad, completamente idéntico al nuestro.
Y precisamente el descubrimiento de la posibilidad de visitar estos mundos paralelos, en lugar de viajar al pasado, viene a ser el segundo punto argumental en el que descansa la trama principal de nuestra aventura. Además de un vuelco en el pensamiento de nuestro protagonista quien tiene una disertación introspectiva que lo hace dudar entre alegrarse o deprimirse. ¿Éxito inesperado o fracaso rotundo? Su acercamiento a la verdad divaga entre la duda y los pocos aciertos que esta realidad alterna le ofrece; al mismo tiempo, y aquí retomamos a la sociedad científica (la cuál se burló de él años atrás, tal vez hasta lo expulsó mediante la burla pública, lo cuál ya suena dramáticamente interesante): nuestro héroe, quien ya se ha vengado públicamente de la burla inicial de aquella sociedad científica mediante sus recientes descubrimientos con su otrora “máquina del tiempo”, empieza a tener problemas para sostener sus teorías: sus pruebas no son fiables, e incluso rayan en lo ridículo (recordemos que son pruebas de un mundo paralelo, no de nuestro verdadero pasado histórico). Y si, encima hubimos optado por la trama alternativa del romance con alguna chica de aquel mundo, ahora es el momento exacto para complicar aún más todo:
Entre una sociedad científica que busca cortar la cabeza de quien se atrevió a difamarla, una chica traicionada por algún otro personaje femenino de la actualidad (o de otro de los mundos paralelos, ¡hay tanto de donde escoger!), y el asombro que su propio invento le provoca, nuestro protagonista decide efectuar un viaje especialmente largo (se prepara bastante: comida, ropa y algunos instrumentos científicos, un arma de fuego tal vez), y emprende lo que se ofrece al espectador como su último viaje. Mucho riesgo y más acción.
Si regresa de esta aventura a su actualidad o no, habrá que decidirlo después, según los acontecimientos que sucedan en el más allá. Al menos sabemos que la realidad tan complicada en la que vive actualmente, le invita a desaparecer entre los intrincados caminos del pasado de su mundo recién descubierto.
Finalmente llega su último viaje tan esperado y a su vez, él llega a su mundo paralelo tan ansiado. De inmediato comienza su investigación más importante: ¿qué está pasando realmente con su invento? ¿En cuál confín del Universo queda este mundo simétrico al nuestro?
Estando allá, el análisis de esa realidad resulta en exceso interesante: casi parece nuestro mundo pero tiene pequeños detalles que lo hacen divergentemente contrario. Usos, costumbres, objetos, y hasta conceptos sociales imaginativos, podrían hacer las delicias del espectador. (¿Cuáles se les ocurren que podrían ser?).
La trama desemboca en alguna persecución emocionante debido a que, obviamente, nuestro protagonista parece un extraño en tierra extraña y de inmediato levanta sospechas sobre su búsqueda. También podría darse por el simple hecho de que algún desconocimiento de un uso social de aquel mundo, le provoca faltarle al respeto a una de sus máximas autoridades, lo que se penaliza con la prisión o la muerte.
Sin embargo, al final de la persecución y a punto de ser atrapado por sus perseguidores, algo exageradamente extraño sucederá; algo que raye en la irracionalidad (nos hace recordar de inmediato el famoso deus ex machina: en apariencia, el guionista ha quedado atrapado por su propio argumento y no ha sabido cómo resolverlo, sin embargo, desde el punto de vista del propio guionista, quien ya conoce el final de la historia, ustedes están próximos a descubrir que no lo es).
En medio de una épica escena, aparece un tiranosaurio rex y ataca a los perseguidores del pobre científico que ya se hacía preso y condenado a muerte. Sangre, carnicería y todos los ingredientes de una emocionante película.
Aunque, como venimos viendo desde el principio, las posibilidades son infinitas: ¿qué tal una máquina voladora demasiado futurista para hallarse en esa realidad ayuda a nuestro amigo en el último momento? No sé, hasta podría ser un barco volador que aparece en medio del aire ondeando banderas nazis en sus velas fosforescentes. La intención central es utilizar algo para cambiar por completo el argumento que los espectadores esperan que se desarrollará y a la vez volver a ofrecer otro giro de tuerca aún más sorprendente de los que han venido ocurriendo.
Salvado como sea, nuestro protagonista empezará a vivir las aventuras más desquiciadas e ilógicas posibles. Poco a poco, y a través de que el científico empieza a descubrir elementos familiares e íntimos en diversos lugares de estas últimas locuras, tanto él como los espectadores irán descubriendo la verdadera naturaleza del invento creado: más que una máquina del tiempo, y todavía más allá que un portal a mundos paralelos, aquel extraño artefacto que nuestro héroe inventó desde el inicio, es una incubadora de realidades imaginarias.
O tal vez de sueños.
Los propios sueños que nuestro protagonista siempre ha soñado.