Relato 043 - The Halloween Solution
A cuarenta y ocho horas de la llegada de la noche de Halloween, y mientras la noche derramaba su manto sobre la deseada Costa del Sol, un vehículo todo terreno, color negro y lunas revestidas en la misma tonalidad, surcaba la autovía, haciendo símil a la silueta de un yate en alta mar y un curioso contraste con el reflejo de la luna sobre la calma de las aguas marinas. Tras reducir la velocidad, el flamante carraco decidió salir por un desvío de la autovía, por la cual se vislumbraba un enorme centro comercial, totalmente iluminado y con especial mimo de adornos relacionados con la festividad que estaba a punto de acontecer. El vehículo continuó, carretera arriba, durante algunos kilómetros más, hasta alcanzar un giro que rezaba “EL REFUGIO”. Una nueva senda, esta vez montañosa y estrecha, se abría camino, lo cual no fue impedimento para que el transporte mantuviera su velocidad de crucero. Atravesando una espesura de árboles que se abría a su frente, fue recortando la distancia que le llevaba hasta su objetivo. Un leve descenso en su celeridad permitió apreciar el final del camino, el cual se veía representado por un pequeño hotel, muy coqueto y ligeramente escondido. Un pequeño camino a la derecha daba pie a la entrada del recinto, encontrando un pequeño llano que hacía las veces de parking para vehículos, ocupado, en ese momento, por otros dos mostrencos oscurecidos, semejantes al que había dejado su huella en el estrecho camino al refugio. Al detenerse en la puerta de acceso, se mantuvo con las luces encendidas, apuntando a la cristalera que daba paso al interior y emanando humo de su tubo de escape, igual que una chimenea de fábrica de algún polígono al más puro estilo anglosajón. Tras un par de minutos resoplando cual búfalo en la pradera, el motor se detuvo, pasando a un silencio, roto por la apertura de una de las puertas traseras. Hubo que dar paso a un nuevo momento de sigilo para ver descender del vehículo, en primera instancia, una bota de color negro, en cuya punta se distinguía una ligera limadura de plata. Una vez posado su pie en el suelo, se visionaba una silueta totalmente oscura, cubierta por una capa negra como el tizón y que dejaba atisbar el aliento de un personaje por el vaho continuo que desprendía por su boca. La siniestra figura no dejaba de mirar a izquierda y derecha, contemplando el misterio nocturno de aquel lugar con plena satisfacción. Una vez saboreado aquel placer tan poco corriente, decidió avanzar hacia la puerta de cristal, abriéndose esta a su paso, con una gran solemnidad.
Una amplia recepción, perfectamente organizada y decorada con miles de panfletos publicitarios en el lado izquierdo del hall de entrada, y un vasto espacio que daba acceso a un ascensor que elevaba a la primera y única planta del complejo en el lado derecho, observaban el recorrido del individuo de la capa oscura se abría, llegando este a detenerse en medio de ambos, casi sin respirar. Tanto a su izquierda como a su derecha, dos robustos guardaespaldas, embutidos en un traje azul oscuro, casi negro, y cuyos ojos se ocultaban tras los tiznados cristales de unas gafas de sol, custodiaban su figura y hasta su sombra. El individuo giró su cabeza, de manera milimétrica, hacia la derecha, y, sin apenas gesticular, consiguió que el rubio y fornido joven de ese lado le indicara, con la mano, el trayecto a la zona del ascensor. Con paso firme y seguro, ambos avanzaron hasta el elevador, llegando a él en pocos segundos, tiempo suficiente para dar lugar a la llegada del ascensor que les llevaría a la segunda y última planta del hotel.
Al salir del elevador, giraron a la derecha y se abrieron paso entre otro grupo de hombres, semejante a los que llevaba al lado el individuo, y que se encontraban repartidos por toda la planta. El paso, algo más raudo, permitió llegar a la última habitación de la planta en pocos instantes. Al llegar a la puerta, el individuo se detuvo, mirándola fijamente y tocándola con los dedos con delicadeza, reflejando en ellos unas uñas largas pero muy bien cuidadas, siendo acompañantes ideales de unas manos, blancas como la nieve y algo arrugadas.
- ¡No podemos fallar! – emitía una voz grave y cavernosa - ¡No podemos fallarle a la historia!
Una vez expresado uno de tantos pensamientos que pasaban por su cabeza, tocó la puerta con los nudillos, con la suavidad con la que uno acaricia los rosados pómulos de un bebé. Tras la apertura de la puerta, otro guardaespaldas se dejaba ver, seguido de otros varios en el interior. La silueta del individuo hizo enmudecer cualquier comentario, por susurrante que este fuera, que estuvieran exclamando en ese momento. El individuo entró en la habitación, desquitándose y entregando su capa al mozo de la puerta, el cual la cerró al momento. Al desprenderse de la vestimenta, una larga melena negra como la caoba quedó en libertad, cayendo sobre su espalda. El silencio se apoderó de la estancia, siendo roto por el profundo sonido de los tacones de las elegantes y sobrias botas negras que portaba el individuo, que acompañaban a un rostro bello pero vacío. Una faz lisa pero pálida. Una cara que pertenecía a Kádaman, el jefe de la nueva era de vampiros del siglo XXI.
La habitación, de reducido tamaño, había sido decorada con mucho mimo, adecuándola a sus moradores. Lámparas a media luz, tonos oscuros en las paredes y una austera mesa ovalada de color marrón oscuro, con dos sillas a cada lado de la misma, haciendo combinación con ella. Un esbelto sillón, con amplio espaldar en color negro, presidía el lóbrego tablero. Colocado en el centro de la habitación, Kádaman fue observando, sin moverse de la loseta donde se encontraba, a todos los que allí se encontraban. Al finalizar, una amplia sonrisa permitió, no sólo contemplar su satisfacción, sino también unos colmillos blancos como la leche y largos como un día sin pan.
Además de los guardaespaldas, el resto de miembros de aquella enigmática reunión se contaban por un total de cuatro. Teniendo una visual desde la puerta de la habitación encontrábamos, en el lado izquierdo, al licántropo Sr. Ambruster y al zombi Miguel De La Concha. A pesar de su condición de hombre lobo, Ambruster era un hombre muy bien vestido, y de forma bastante moderna, muy acicalado en su peinado, con unas prominentes y nutridas patillas que le llegaban casi al cuello y por cuyos colmillos resbalaban unas babas francamente sugerentes. Descendía de la recua de lobos del norte de Europa y se jactaba de ser de los más longevos del planeta, remontándose dicha antigüedad al siglo VIII, según proclamaba a los cuatro vientos. Junto a él, un muerto viviente o zombi, como habitualmente se les conoce, biológicamente muy avanzado. De aspecto tenue, ojos rojos como la sangre y alguna que otra cicatriz desprendiéndose por sus mejillas. Su origen era algo más reciente, de finales de los años 80, derivado de experimentos realizados por científicos estadounidenses, en su obstinada búsqueda del futuro ejército perfecto. Este era una especie única, en el sentido literal de la palabra. Por lo demás, un vestuario muy apañadito, a base de unos raídos vaqueros, una camisa color negro y una chaqueta de cuero, a juego con la camisa. En el otro lado, el resucitado John Bleeding, y un tipo sin cabeza, al cual llamaban El Sincue, completaban el cuarteto. El resucitado, de rostro lechoso, labios oscuros y cara cicatrizada, presumía de ser el último proyecto del famoso doctor Víctor Frankenstein, siendo creado a mediados del siglo XIX. Y el famoso sin cabeza, al que se le podía atribuir el conocido personaje de la novela del escritor estadounidense Washington Irving, había contado que este había creado al personaje, basándose en su vida y obras a lo largo de los siglos que tenía encima.
Tras las debidas presentaciones, Kádaman indicó a los cuatro que se sentaran, mientras señaló, a su escolta, que saliera de la habitación, no sin antes hacer un gesto con la mano a uno de ellos, el cual supo, con exactitud meridiana, lo que le estaba indicando. Poniendo su mano sobre un auricular que tenía en la oreja, puso la otra cerca de la boca, moviendo los labios lo suficiente para dar significado a las órdenes recibidas. Mientras todo esto se producía, Kádaman no dejaba de observar a los asistentes, con mirada interesante y sin mover un músculo de su cara. Unos segundos después, comprendió que era necesario romper el hielo para dar comienzo a la reunión.
- Bien, estimados colegas pasados, presentes y, quien sabe si futuros. Sabéis que nada tienen de típico estas reuniones, de las cuales sólo alardeamos, como algunos ya conocéis, de dos en toda la historia, aparte de la que nos ocupa hoy – Kádaman guardo silencio unos instantes – La primera, y creo que mi estimado Sr. Ambruster estuvo presente en la misma, sirvió, junto con otras especies de la época, para fijar las bases de nuestro comportamiento dentro del mundo de los humanos. Teníamos que establecer una presencia importante, que perdurara por los siglos de los siglos. Y creo que así se consiguió. La segunda, hace unos trescientos años, se produjo cuando se creía que estábamos en el momento final de nuestra existencia y decidimos dar un giro hacia una mayor agresividad y violencia para poder subsistir – Kádaman calló y sonrió - ¡Y lo conseguimos! ¡Sin duda que lo conseguimos!
Cuando se disponía a proseguir, un leve toque de nudillos a la puerta de la habitación, interrumpió su exposición. Kádaman, con una suave expresión de su voz, permitió pasar a la persona que se encontraba al otro lado, la cual empujaba una mesa con ruedas, totalmente cubierta de “especiales manjares” para deleite de los componentes de la reunión. Se adentró hasta el centro de la sala, deteniéndose justo a la altura de Kádaman. Era un hombre joven, que no llegaría a los treinta años, fornido y alisado en piel, que desprendía un olor a perfume suave a la vez que penetrante. Los miembros de la mesa echaron un vistazo al carrito para admirar lo que allí tenían. Jarras llenas de sangre lista para beber, vísceras y órganos en perfecto estado, todo un espectáculo para las almas hambrientas de esa noche. Pero Kádaman reparó en la juventud y vigorosidad del joven que portaba aquellas exquisiteces. El chico miraba al anfitrión, esperando de este su aprobación de todo lo que había llevado a la habitación. Kádaman sólo podía mirarlo fijamente a los ojos, hasta que decidió indicarle que podía servir. El tiempo que tardó el joven en agacharse, levemente, para coger una jarra de enrojecida sangre, fue lo que necesitó Kádaman para encaramarse a su cuello, hincando sus afilados colmillos y haciendo reventar su yugular, succionando toda la sangre que pudo mientras el infeliz sólo podía mover las piernas de manera infructuosa, terminando por encontrar la quietud, primero en ellas y, después, en el resto de su cuerpo. Kádaman lo dejo caer al suelo con mucha delicadeza, mientras acariciaba su rubio pelo. Lo observó con esmero, ante la lasciva e insaciable mirada de los miembros de la mesa.
- Debéis disculparme – dijo Kádaman, sonriente y relajado a la vez – No he podido evitarlo. Ya sabéis que donde lo genuino y fresco, que se quite lo pasado de fecha.
Todos rieron de manera ostentosa hasta que decidieron levantarse y servirse todo lo que aquel pobre desgraciado les había llevado a la habitación.
- ¡Daos prisa, por favor! – indicó Kádaman – Podéis comer mientras charlamos. Yo, la verdad – exclamó, mirando de nuevo al rubio cadáver – estoy servido.
Mientras saciaban su apetito, sentados de nuevo alrededor de la mesa, Kádaman se propuso continuar con su discurso.
- Bien, señores. Una vez saciados sus apetitos, creo que no debemos demorar, por un segundo más, el propósito de esta reunión – dijo, cambiando el rictus a muy serio – Como saben, no es habitual realizar este tipo de asambleas. Algo muy urgente y preocupante sucede y creo que, aunque tampoco es agradable para la mayoría de nosotros, debemos estar unidos.
Todos se miraron entre sí, algo escépticos y confundidos con aquellas palabras. Ambruster, uno de los más veteranos, se atrevió a intervenir.
- Realmente, debe ser algo excepcional por que, en otras circunstancias, creo que ya nos habríamos masacrado los unos a los otros – dijo, recibiendo la mirada inquisitoria de los demás – Kádaman, ¿qué es eso tan importante que nos reúne aquí?
Kádaman cogió el testigo de Ambruster con una sonrisa que permitió ver parte de sus jaspeados colmillos.
- Como sabéis, una de las celebraciones que más nos representa y que ha conseguido elevarnos a cotas de fama impensables, ha sido y es la fiesta de Halloween. Cada treinta y uno de octubre, pequeños y mayores se reúnen en todo el mundo y nos recuerdan con jolgorio, mezclado con una importante dosis de terror – Kádaman hizo un inciso, mostrando melancolía en su rostro – Gracias a eso, se nos ha permitido cometer esos actos que tanto nos reconfortan y colman nuestras necesidades más primarias. ¡La sangre, corriendo por nuestras venas! ¡El olor a carne humana! ¡Los gritos de horror y desesperación de nuestras víctimas! – dijo excitado - Todo forma parte de nuestra existencia y de nuestro estilo de vida. Es algo que ni podemos ni queremos evitar y que debe durar por los siglos de los siglos.
- ¡Amén! – exclamó el resucitado John Bleeding.
- ¡Por favor, Sr. Bleeding! – expresó Kádaman mientras terminaba de reír - ¡Seamos respetuosos! ¡No debemos mencionar a la competencia!
Todos rieron de manera desaforada. Hasta el sin cabeza expresaba su animosidad desde las profundidades de su interior. Tras un disperso esparcimiento, derivado de su particular sentido del humor, Kádaman volvió a mostrar el rostro de preocupación que había aportado desde el comienzo de la velada.
- No nos desviemos del asunto, señores. Es algo más serio de lo que imaginaba – expresó, encontrando la mirada de todos los asistentes.
Kádaman, sin dejar de mirarlos, se levantó, dejando apoyados los puños cerrados de sus pálidas manos sobre la mesa. Unos inquietantes segundos de mutismo hicieron desesperar levemente a los demás, realizando algún que otro gesto de nerviosismo.
- ¡Señores, los humanos están destinados a acabar con esta gloriosa y valiosa tradición que es Halloween de una manera deshonrosa y humillante!
Todos se miraron entre sí, sin entender muy bien a lo que Kádaman se refería.
- Tendrás que explicarnos eso mejor, Kádaman – exclamó Bleeding – Creo que hablo en nombre de todos cuando digo que no entendemos de que hablas.
Kádaman enfureció por momentos, consiguiendo, con ello, el tintineo de cristales y el leve corrimiento de los pesados muebles de la habitación, arrastrándose por el suelo. Una cólera que le hizo levitar un metro del suelo, viendo a los componentes de la mesa con la cabeza medio agachada.
- ¡Idiotas! ¿No entendéis que esto supone nuestro fin y destrucción? ¡Nosotros somos lo que somos, en la actualidad, por esta macabra celebración que está derivando a términos de lo escandaloso y lo ridículo por culpa de los hombres! – Kádaman comenzó a descender, poco a poco - ¡Seríamos historia de no ser por Halloween! ¡Es la que nos ha permitido pasar a la eternidad como figuras del horror y del miedo, y no los títeres de la mofa y la befa en los que pretenden convertirnos ahora!
La expresión de los miembros de la mesa se torció, a excepción de la del Sincue, empezando a entender, con cierto temor, lo que Kádaman les estaba explicando. Esperando encontrar una respuesta o una solución, todos volvieron a prestar atención al ya calmado y sentado vampiro.
- No podemos permitir que eso suceda. Durante siglos hemos permanecido en la mente y el corazón del hombre como seres de leyenda, de terror, despertando en ellos sus peores pesadillas y pavores – Kádaman tomó una bocanada profunda de aire antes de continuar – Si no conseguimos mantener nuestra importancia en Halloween, estamos acabados.
Sin reacción posible a la vista, todos se miraron entre si, intentando encontrar una luz que les diera una opción viable para aquel problema. Para sorpresa de todos, el Sincue tomó un papel y un lápiz de la mesa y comenzó a escribir, ante la mirada inquieta y curiosa del resto. Al terminar, le pasó el papel con mucha calma y en silencio, como no podía ser de otra manera, a Kádaman, que lo recibió sin dejar de mirarlo. Puso su mano sobre el pequeño documento, esperando unos instantes antes de darle la vuelta y leerlo. Al hacerlo, emitió una leve sonrisa. Los demás lo miraban, deseosos de saber el contenido de dicho papel.
- Nuestro descabezado amigo sugiere que Halloween no es tan importante y que estamos exagerando el asunto – Kádaman sonrió - ¡Querido sin cabeza! – exclamó posteriormente – Es evidente que desconoces la importancia de esta celebración. Sin duda que, la falta de tu estimado cerebro afecta a tu opinión.
El tenue tono de voz de Kádaman llamó la atención del escuálido descabezado.
- Desde que esta festividad se convirtió en una celebración de masas, nuestra figura y repercusión ha tenido, cada vez más, soberana importancia. La influencia que nuestro espíritu despierta en las crecientes generaciones de asesinos, psicópatas y demás especimenes desdeñables de la sociedad, convierten nuestra existencia en vital para todos ellos – Kádaman hizo un pequeño inciso – Además, incluso nos permite a nosotros poder realizar actos deleznables que son vinculados a Halloween, por lo que se alimenta e incrementa su leyenda. Hemos creado una imagen terrorífica para el hombre que nos ha permitido ser longevos en el tiempo y permanentes en nuestro aspecto – de nuevo, el gesto preocupado apareció en la cara del vampiro – Pero las nuevas generaciones humanas nos han perdido el respeto. El terror y el horror han sido sustituidos por fiestas salvajes y orgías bacanales donde el sexo, las drogas y el alcohol se han convertido en los grandes protagonistas de las mismas – Kádaman hizo otro inciso, posando su mano sobre el brazo del Sincue – Los que han nacido de ello, desaparecerán, y los que pueden nacer, no lo harán. La fiesta se convertirá en un despropósito desmedido, destinado a un desenfreno incontrolable. La historia se dejará de escribir y nosotros dejaremos de existir.
Una vez más, el runrún se apoderó de los presentes. La exposición de Kádaman había creado un desasosiego bastante turbador entre ellos. Les había hecho recordar momentos dignos del mejor de los Halloween.
Tales como le había sucedido al Sr. Ambruster, a finales del siglo XIX, en la fastuosa fiesta celebrada en la despampanante finca de Monsieur Amonique, un estrafalario noble de la época, asqueroso tanto en su riqueza como en sus actos, que estaba ubicada al sur de Francia. Una fiesta que acabó con el descuartizamiento y posterior engullimiento de algunas partes de los presentes, veinte personas en total.
O como rememoraba Miguel De la Concha, cuando en la fiesta de Halloween de1981, organizada por su empresa, sorprendió a todos con un original disfraz de zombi, con una impecable obra de arte en maquillaje. Aquellos pobres infelices no tardaron en descubrir que la realidad, en esa ocasión, superaba a la ficción.
Caso relativamente parecido había sido el del Sr. John Bleeding, el cual nació justo en una noche de Halloween, teniendo la feliz ocurrencia de desnucar, destripar y trocear a su maestro y creador. Muchos dicen que esa es la verdad sobre la muerte del famoso doctor Frankenstein. Otros que pura habladuría.
Y sin olvidar una noche de Halloween de 1781, en la que el jinete sin cabeza, en una pequeña aldea de no más de treinta habitantes del norte de Nueva York, dio rienda suelta a sus instintos más placenteros, descabezando a todo hombre, mujer y niño que encontró a su paso, sólo para encontrar una testa que le quedara a juego con su sombrío traje negro.
Todos recordaron, con nostalgia, el significado de la tradición de Halloween. De ahí que su desazón y su sofoco aumentaran por momentos, al no encontrar un arreglo para resolver su dilema.
- ¿Y qué podemos hacer? ¡Imagino que tú, Kádaman, habrás pensado en como podremos arreglarlo! ¿no? – exclamó con algo de exigencia Ambruster.
- Mi querido amigo – respondió, esbozando un gesto amable, Kádaman – Precisamente, el motivo de esta velada no ha sido para hablar de los viejos tiempos. Si tuviera una solución sencilla y simple, ya estaría encima de la mesa. O mejor aún – Kádaman guardó silencio antes de proseguir – La habría llevado a cabo sin compartirla con vosotros.
Y por tercera vez en la noche, el siseo se apoderó de la imponente mesa oscura de madera que presidía la habitación.
- ¡Quizás el sin cabeza este tenga razón! – exclamó De la Concha - ¡Esta fiesta no es tan importante! ¡Podemos seguir con nuestros actos sin tener que contar con Halloween! ¡Dejemos que los humanos se diviertan como quieran y sigamos nuestro camino!
- ¡Creo que el zombie despellejado está en lo cierto! – habló Bleeding - ¡Que se vayan al carajo y se revienten entre ellos! ¿Qué nos importa la vida de una especie a la que dejamos de pertenecer hace tiempo?
Un seco y sonoro golpe encima de la mesa hizo a todos volverse hacia la figura del hombre lobo. Ambruster mostraba en su rostro, además de un incremento del bello facial, una indignación muy acuciada.
- ¿Es que no hemos vuelto locos? – dijo profundamente molesto y exaltado – ¡Esto es historia! ¡Nuestra historia! ¡Nosotros la hemos conocido casi desde sus comienzos! ¡Ellos! – exclamó, señalando con el dedo hacia el exterior que se veía por la ventana - ¡Ellos están sólo de paso y pretenden dejar un halo de irrespetuosidad a algo que nosotros hemos perpetuado durante siglos! Creo – sentado y ya más calmado – que no podemos ignorarlo.
Ninguno fue capaz de pronunciarse ante el discurso sentimental que Ambruster emitió. Kádaman miró al lobo con cara de satisfacción. Era lo que esperaba oír de alguno de ellos para poder plantear el verdadero plan que tenía en mente.
- ¡Señores, señores! ¡Por favor! – exclamó Kádaman, elevando gradualmente el tono de voz - ¡No perdamos el tiempo ni divaguemos! ¡Hay que encontrar una solución para nuestro futuro! – dijo, levantándose, de manera pausada, hasta llegar a quedarse de pie por completo - ¡Hay que acabar con los humanos! ¡Hay que robarles la humanidad y convertirlos en lo que conocemos! ¡En nosotros! – Kádaman hizo una pausa ante la mirada de sus compatriotas, empezando a señalarlos con el dedo uno por uno - ¡Hay que convertirlos en hombres lobo, Sr. Ambruster! ¡En zombis, Sr. De la Concha! ¡En cadáveres resucitados, capaces de causar el mal sin remordimientos, Sr. Bleeding! ¡En cuerpos sin cabeza, sin mente, sólo preparados para producir dolor, Sr. Sincue!
Una nueva pausa llevó a Kádaman a sentarse tranquilamente, colocando sus manos de manera reflexiva.
- Hay que convertirlos en vampiros, que siembren la sed de la sangre por donde pasen – Kádaman respiró de manera más agitada antes de hablar - ¡¡Hay que acabar con la especie humana!! ¡¡Así, daremos a la tradición de Halloween el final que se merece!!
El atronador grito del vampiro envió al suelo a Bleeding y Ambruster. La sangre que se encontraba depositada en jarras, embelleció de horror toda la estancia. Tras todo ello, un escandaloso mutismo se adueño de todo. El único que se mantuvo en pie fue Kádaman que, poco a poco, recuperaba el correoso aliento que de su boca emanaba.
- ¡Tenemos que hacernos con ellos! ¡Con sus almas, con sus mentes, con sus corazones, con sus espíritus! De esta manera, salvaremos nuestra existencia. Vamos a acabar con Halloween de una manera drástica y brutal, a la vez que honrosa y digna. ¡De la única manera que podemos garantizar que los siglos sigan contemplando nuestros actos! – Kádaman emitió un último suspiro antes de finalizar - ¡Hoy hemos decidido el destino de la raza humana!
La propuesta que Kádaman había diseñado era a la par de sencilla, complicada. Su pretensión era que todos los seres monstruosos y viles que servían a su especie correspondiente, conquistarán todos los territorios que encontraran a su paso, incrementando el número de unidades para que la victoria fuese completa en un plazo máximo de cinco años. Era el tiempo que Kádaman había estimado, previendo que, el último año y medio, sería el más sencillo, teniendo ya al ochenta por ciento de la población mundial transformada en sus deseados especimenes. Su objetivo era empezar por los países europeos para, de manera gradual, ir avanzando hasta los Montes Urales y el norte de África. Una vez atravesada Rusia, comenzar la invasión asiática y acabar en Oceanía. Después de conquistar cuatro de los cinco continentes, todos avanzarían a dos flancos, entrando por el Pacífico y el Atlántico, hasta el continente americano para devastarlo, al igual que sus compatriotas mundiales. Un plan perfectamente diseñado para que la victoria no fuera una quimera sino un hecho.
Alrededor de veinte minutos transcurrieron hasta que Kádaman puso fin a la presentación de su proyecto. Todos se levantaron con sus puños en alto y rostro apretado para emitir un estallido de jolgorio en forma de grito desmesurado. Kádaman acompañó esta muestra de emoción con su mirada, dirigiéndola a cada uno de los miembros de aquella hermandad que se había formado con un único fin: acabar con Halloween de la manera más radical y contundente.
Y todos se marcharon. Y se conjuraron. Y se prometieron llevar a cabo tan maléfico plan. Acabar con Halloween incluía acabar con la especie humana. ¿Por qué? Quizás por que ellos de verdad pensaban que su futuro estaba vinculado a ello. Que creían en dicha tradición como una forma de vida, como una continuidad histórica a sus actos atroces. La manera más contundente y segura de conseguirlo era que esa unión fuera completa. Y de ahí el macabro plan diseñado por Kádaman.
Este es el relato de la solución que, en una fría y oscura noche de octubre, los más siniestros personajes de la tierra, diseñaron para acabar con, lo que ellos consideraban, era un destrozo más que el hombre estaba dispuesto a cometer. Convertir la tradición de Halloween en una juerga desmedida y sin sentido, sólo enfocada al desenfreno, a la lujuria y al exceso.
Escribo estas líneas mientras la tímida luz de una vela se apaga frente a mí, y la cera de la misma se derrite lentamente, descendiendo por su esbelta estampa, llegando al fin de su vida. Lo hago recordando aquellos momentos, escondido tras las sombras creadas en aquella habitación, recordando, de la manera más fiel posible, todo lo que mis ojos vieron y mis oídos escucharon.
Y acabo diciendo, a los miembros de la solución de Halloween:
¡Buena suerte, compañeros!
Costicâ Drâculea
Undécima línea de sucesión del Príncipe Vlad, señor de Valaquia.