Relato 043 - Dulce mentira

Abrí los ojos y no vi otra cosa que el oscuro reflejo del miedo que me asolaba, el olor que inundaba la habitación me recordaba a los días que estuve encerrado en aquella celda fría y mugrienta, donde aguanté mis primeros días del servicio militar tras hacer burla al capitán. Empecé a oír un suave repiqueteo de gotas sobre alguna superficie cercana, decidí levantarme y perseguir aquel sonido con la esperanza de encontrar alguna salida. Apoyé las manos en el suelo intentando ignorar la sustancia viscosa que se extendía a mi alrededor, y haciendo una fuerza casi sobrehumana logré ponerme de rodillas, y tomando aliento, logré estirarme y ponerme en pie. Una vez conseguí mantener el equilibrio, comencé a andar en la penumbra en busca de una superficie sólida donde apoyarme. A medida que avanzaba, el olor de la humedad aumentaba poco a poco, el sonido de las gotas que antes me había calmado, ahora me inquietaba. Mis pasos retumbaban con tal fuerza que por un momento temí que el suelo fuese a resquebrajarse bajo mis pies como si se tratase de una fina capa de hielo que empieza a derretirse. Intenté apartar los oscuros pensamientos que empezaban a invadir mi mente y que me impedían avanzar. Empecé a pensar en las largas tardes de verano que pasé tumbado junto al río, en las largas noches a la luz de las hogueras, en aquella noche donde un simple sonido cambio el rumbo de mis pasos… Así permanecí durante minutos, o quizá fueron horas, incluso me atrevería a decir días, perdido en mi mismo, en mis pensamientos, perdido en una realidad que me ofrecía una esperanza a la que aferrarme. Poco a poco las gotas fueron cesando y el olor fue disminuyendo. Al fondo de aquella galería sin fin pude ver una pequeña luz que titilaba y yo, ingenuo, pensé que sería la luz del sol, o en el peor de los casos, otro “refugiado” como yo. Sin dudarlo un instante, empecé a correr con el miedo latiendo por mis venas y la adrenalina empujándome a seguir avanzando. La luz era cada vez más clara, más grande, más firme. Mi esperanza iba en aumento, mis piernas, aunque doloridas, continuaban moviéndose como si el mismo diablo me estuviese persiguiendo, y no me equivocaba. Al llegar a aquella luz lo que vi me heló los huesos, y me paralizó el corazón. Todo lo que digo es cierto, y si los que han visto la muerte afirman que no sabe sonreír, debo decir que se equivocan. Aquello parecía una cruel broma que el destino me gastaba para hacer su larga existencia más amena. Mis ojos, que acostumbrados a la oscuridad, se resintieron ante aquella cegadora luz a la que por la fuerza tuvieron que adaptarse. Aquel resplandor era un sinónimo de desesperación, de dolor, pero sobre todo, significaba mi fin. Ante mis ojos se extendía una gran sala iluminada por grandes fluorescentes que parpadeaban sin cesar, en la que había no menos de siete grandes mesas que en su origen habrían sido blancas pero que ahora tenían un color confuso y poco uniforme, cuyo origen deduje sin dudar. Al lado de cada mesa había una pequeña estantería metálica con numerosos instrumentos quirúrgicos relucientes y muy bien cuidados. Éstos eran cautelosamente utilizados por unos extraños individuos cubiertos con batas que intentaban ser blancas pero que, debido al uso, habían sustituido el reluciente color por otro más sucio y apagado. Mi cuerpo no respondía, mis pies clavados al suelo se negaban a caminar y mis manos, aferradas a la barra de metal que me separaba de aquella sala, permanecían como petrificadas hasta que, a mis espaldas un estruendo despertó mi sangre, y me hizo moverme. Giré sobre mis talones y pude ver lo que a mi espalda se encontraba, era un hombre alto de tez oscura y ojos de un azul que jamás habría imaginado. El hombre vestido con un uniforme de color negro portaba una gran pistola que apuntaba a mi cabeza. En ese momento un sudor frío comenzó a recorrerme la espalda, un temblor subió desde mis rodillas hasta mis manos mientras que mi cerebro, intentaba buscar en algún rincón de los años que pasé en los entrenamientos, una forma de escapar de aquella muerte que veía cada vez más cercana. De una forma que ni yo mismo comprendí, mis pies se despegaron del suelo y lograron evitar la bala que sin duda habría alcanzado mis sesos. Instintivamente mis piernas empezaron a moverse a una velocidad vertiginosa mientras mi cerebro barajaba las posibilidades que tenia de escapar, nulas por el momento. Pero para mi sorpresa y asombro no llegué sino a un pasillo sin salida, un largo corredor que acababa en una sucia pared de piedra cubierta por el moho. A mis espaldas los pasos acelerados del hombre que había intentado matarme sonaban cada vez más cerca. Mientras que mis pupilas se movían de un lado a otro en busca de una escapatoria, una leve brisa me azotó en el pecho, y decidí seguirla antes de que perdiese su rastro. Deberíais haberme visto, una pequeña criaturilla cubierta de barro y ropas harapientas siguiendo un rastro casi imperceptible. Fue entonces cuando encontré el origen de esa brisa, era una trampilla situada unos pocos centímetros por encima de mi cintura, mi cabeza decidió que hubiese lo que hubiese detrás de aquella puertecilla sería mejor que lo que me esperaba si me quedaba de pie. Así que la abrí y haciendo un esfuerzo sobrehumano logré meterme a través de ese estrecho agujero en la pared. Estiré los brazos y los introduje, poco a poco fui metiendo la cabeza y el tronco, y finalmente las piernas. Mi claustrofobia, que hasta entonces no había sido un problema, empezó a serlo. Mi corazón empezó a latir con fuerza y mis pulmones se movían a una velocidad pasmosa en busca de un aire que no lograban encontrar. Mis manos sudorosas buscaban algo a lo que aferrarse, y mis piernas se agitaban en el limitado espacio de aquel oscuro y húmedo túnel. Cuando pensaba que por fin había logrado escapar, noté como algo tiraba de mí, noté como algo agarraba mi pie izquierdo. Mis piernas comenzaron a moverse desesperadamente con la esperanza de librarme de aquella presión que envolvía mi tobillo, pero fuera lo que fuese tiraba con fuerza, con tanta fuerza que consiguió sacarme de aquel agujero en la pared. Y como era de esperar, el hombre que minutos atrás había intentado matarme, me miraba con esos ojos de azul intenso que reflejaban un odio que jamás había sido capaz de sentir. Un odio inducido por unas ideas equivocadas que alguien había introducido en los pensamientos de aquel pobre soldado aun perdido en su propia ira. Temí que fuera a disparar, pero en lugar de eso, levantó su pistola y me dio un fuerte golpe en la cabeza que me dejó sin conocimiento.

 

Me desperté sobre una de aquellas mesas que había en la gran sala, al comprender cual sería mi destino si permanecía ahí, intenté levantarme sin éxito, pues mis extremidades estaban fuertemente atadas a la mesa. De repente oí dos voces masculinas hablando en un idioma que no entendía. Uno de ellos hablaba en un tono seco y cortante, mientras que en la voz del otro se apreciaba cierto miedo y arrepentimiento. Intenté buscar una forma de soltarme de aquella mesa. Miré a mí alrededor y desesperado intenté moverme, lo que no fue tan buena idea como había pensado pues cuando empecé a relajarme, observé como esas dos voces se acercaban a donde me encontraba. Una vez que estaban lo suficientemente cerca pude distinguir a uno de los dos hombres. Era el soldado de ojos azules que antes había intentado matarme, el mismo soldado que me había dejado con vida, aunque inconsciente. Pero el otro hombre, parecía vulnerable, frágil, como si se fuese a romper al mínimo soplo de viento, pero tenía algo que me resultaba familiar. Tenía los ojos de un extraño color grisáceo, y en uno de ellos tenía una pequeña mancha azul, esa mancha, sabía que la había visto antes. Esa mirada triste y quebradiza, es una mirada que no pasa desapercibida. Seguí inspeccionándole lentamente, de arriba abajo, una y otra vez hasta que pude ver una larga y rosada cicatriz que recorría la parte izquierda de su cara. Una línea perfectamente delimitada que nacía en su lagrimal y que acababa varios milímetros a la izquierda de la comisura de su labio, lo que solo podía significar una cosa. Comprendí entonces todo lo sucedido en los últimos meses, ahora todo cobraba sentido. No pude hacer otra cosa que gritar su nombre, gritarlo tan alto que todos se pararían a escuchar lo que un loco gritaba. Lo grité con tanta rabia que las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos y a recorrer mis frías mejillas, notaba como la sangre me recorría las venas hirviendo, como se me hinchaban las venas del cuello y como mi grito empezaba a temblar. Mi voz dejaba de responder pero yo seguía chillando hasta que me quedé sin aire. Vi cómo esa mirada cobarde y llena de miedo intentaba contener las lágrimas, y como sus labios levemente pronunciaban un tímido “lo siento”. Él incapaz de mantener sus ojos fijos en mí, se apartó lentamente cabizbajo, y pude oír como arrastraba los pies a cada paso que daba. Pasos cargados de culpabilidad, de miedo, pero no de impotencia. Habría sido tan fácil para él volver sobre sus pasos y cortar las cintas del viejo cuero que envolvía mis muñecas. Pero no lo hizo. Su apariencia frágil y vulnerable no era sino, una simple máscara tras la que se escondía un ser despreciable colmado de ira, que basaba su vida en el sufrimiento y la contemplación de éste. Pero no le culpo, era un hombre que nunca fue capaz de sobrellevar su propio dolor, un hombre incapaz de soportar la pérdida. Un ser que en algún lugar de su oscura mirada, guardaba el reflejo de un rostro de grandes ojos verdes y carnosos labios al que vio morir. Un rostro acompañado de un recuerdo por el que habría dado la vida. Ahora lo entendía. Nunca imaginé que aquel niño que me miró por primera vez en la estación del pequeño pueblo a las afueras de la gran ciudad, fuera capaz de hacer lo que hizo. Nunca olvidaré el día en el que su brillante mirada se convirtió en el odio que le caracterizaba, ni los gritos que retumbaban en el bosque aquella noche de verano donde el destino comenzó la burla de mi existencia. Pero ya no me queda tiempo para rezar, ni dios que quiera atender mis plegarias. Pero si alguien es capaz de escucharme, quiero decirle que si fuera capaz de perdonarme por apagar aquellos ojos verdes y callar aquellos labios, la muerte dejaría de sonreír.

 

Últimas noticias, se encuentra un cadáver a las afueras de la ciudad cerca de los túneles de la antigua mina, se cree que puede tratarse de un antiguo soldado pero por el momento se carece de información. Este suceso ha desmantelado la organización del Dr. Lein Woster que durante años ha sido buscado por la policía por el asesinato de más de un centenar de personas.”

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