Relato 041 - Los tres cuadrados
Dos años habían pasado ya, dos años de la última vez que lo había visto. Fueron años duros, años de lucha. Años marcados por una dura batalla, un combate en principio desigual contra el fantasma de la ansiedad y de la muerte.
De a poco empezaba a salir, la balanza se inclinaba lentamente a mi favor. Me sentía mejor y creía estar preparado. Al cumplirse el segundo aniversario, por primera vez, lo visitaría en el Camposanto.
Tantas cosas habían quedado sin decir, tantas heridas sin cerrar, tanto duelo sin realizar que era imprescindible visitarlo.
Esa noche, decidí cenar temprano, me di un baño y enseguida me acosté. Aspiraba a poder estar a primera hora de la mañana camino a la cita.
En medio de la noche, una pesadilla me sacó violentamente del sueño profundo y una imagen me despertó. Me incorporé y encendí el velador. En contraste con la blanca pulcritud de la pared, podían distinguirse claramente tres pequeños cuadrados de vidrio. Uno negro, uno marrón y uno rosa. En el interior de cada uno, la sombra difusa de un perro. Dentro del cuadrado rosa, la silueta de un perro gordo, largo y de patas cortas, que a pesar de su escasa nitidez la sentía familiar. Deambulaba, lenta y pesadamente, agitando frenética su cola. El cuadrado marrón proyectaba a su vez, el contorno de un perro como cualquier otro, un perro sin nada especial. Tal vez un poco más flaco y bastante más peludo de lo normal, pero nada más. Ni siquiera conocido. Echado en el piso, sin atinar siquiera a moverse, luchaba con sus dientes contra la comezón de su cuerpo. En el cuadrado negro, como un fantasma, la blanca figura de un perro bravo y fuerte que sentado sobre sus patas miraba al cielo. De sus enormes fauces, un estremecedor aullido emergió y una voz en mi cabeza retumbó: “Cuando un perro aúlla, la muerte acecha. Nada bueno ocurre cuando un perro aúlla”.
Decidí abandonar el dormitorio. Me di un baño rápido y sin tomar mi taza de café, salí rumbo al Cementerio.
El colectivo no tardó en llegar. Fue un viaje corto, de no más de treinta minutos que parecieron eternos. Inquieto, nervioso, tomé un asiento en la fila del fondo. Sentado, no paraba de sudar y temblaba. Jugueteaba con mis manos y mis piernas. Un incontenible y descontrolado movimiento las sacudía. La angustia comenzaba a doblegarme. Nada en mi podía estar sereno. Transpirado, con la mirada perdida, y el gesto desencajado observaba todo a mí alrededor. El pasaje comenzaba a alterarse, sin duda mi presencia los perturbaba. Quise disimular, no pude. Abrí la ventanilla buscando el aire fresco de la mañana.
De a poco la brisa y medio Clonazepam comenzaron a hacer efecto. La ansiedad dio paso a la calma, y la calma a la vergüenza. Por lo que quedaba del viaje ya no volví a mirar ni al interior del colectivo ni a los pasajeros. La vista fija en el paisaje, en la ventanilla, el reflejo de los tres cuadrados y en su interior, los perros acompañando en silencio mi travesía.
Con el amargo sabor de boca que deja en mí el pánico y aquella aterradora imagen a cuestas, fui devorando distancias. El viaje acabó de una vez.
Recompuse mi imagen, respiré hondo y atravesé el portón. Cientos de veces había imaginado llegar a ese lugar, a ese instante y caer desmayado del pánico. Nada de eso ocurrió. Saqué del bolsillo un pequeño papel que decía, con letra de mi madre: Sector 29, Fila 8, Tumba 3.
Atravesé el acceso y busqué el lugar indicado. Llamaba mi atención la miseria, el estado de abandono y tanta decadencia. Jamás lo había imaginado así. En unos cuantos pasos llegué a un entreverado cruce de pasillos, caminos y pasarelas, lo que parecía ser el corazón del lugar. Una gran cartelera de madera verde con letras blancas intentaba oficiar de guía para orientarse. Siguiendo las instrucciones, doble a la izquierda por una estrecha calle lateral, camino al sector 29. A pocos pasos de allí, me sorprendió ver un grupo de perros correteando entre las lapidas Perros flacos, peludos y pulgosos, habitantes del lugar. A juzgar por las apariencias parecían acostumbrados al hambre y a las carencias. Al pasar a su lado, casi todos me ignoraron a excepción de uno, que moviendo la cola, se me acercó. Con un brillo triste en los ojos se echó panza arriba esperando mi muestra de afecto. Su pelo, su figura, algo me recordaban. Estire mi mano pero juguetón, esquivó el gesto. Fue extraño.
Unos pasos mas y al fin, después de tanto tiempo, estaba frente a la tumba de mi viejo. En el extremo inferior, a sus pies, un pequeño asiento de hormigón parecía darme la bienvenida. Obra de mi hermano mayor, el único de los tres que acostumbraba realizar largas visitas al Cementerio.
Me senté, miré la cruz y de mis ojos, un par de lágrimas cayeron.
Tito querido, cómo andás? Yo, todo bien por suerte. Tanto tiempo sin poder venir a verte. ¿Pensaste que me iba a olvidar de vos, eh? ¿Imagino que no estarás enojado, no? Y bueno tenes, que entenderme, desde que te fuiste la cabeza no me funca del todo bien y vos sabes el cagaso que le tengo al cementerio y a los muertos… Pero dejate de joder, lo importante es que ya estoy acá, me anime y vine a verte. Vine, porque quería hablar con vos, porque como siempre pasa cuando alguien se va a uno se le ocurren un montón de cosas para decir. No voy a robarte mucho tiempo, ya sé que es la hora del fernet. Pasar no pasó nada, esta todo más o menos encarrilado, aunque a veces siento que necesito que me tires un guante, una soga algo…Porque soy un boludo. Boludo, porque me sigo haciendo problemas por cosas por las que no debería hacérmelo. Boludo, porque esos problemas insignificantes los mezclo con mis verdaderos problemas y el cóctel es explosivo. Lo que mas me jode, es mami, la veo que está sola, se deprime y se altera, esta como fuera de eje. Creo que perdió la brújula, no tiene la zanahoria delante de los ojos, y no sabe para que está en el mundo. Tampoco es para que te vuelvas loco, de alguna manera lo voy a arreglar, vos descansa que ya tuviste lo tuyo. Igual, entre truco y truco con los Ángeles o los Miércoles que no hay carreras fíjate si de allá ,podes darme una mano.
Cambiando de tema…¿Sabías que el Rojo ascendió, y aunque no lo creas ahora pelea el campeonato? Si muy a tu pesar Montenegro sigue siendo el capitán …no te calentés conmigo, yo no lo dirijo, nada mas te cuento. Y sabias, Brasil fracasó en “su mundial” , jajá. Era una joda no te enojes, pero nosotros llegamos a la final.
No dejá, por el laburo ni preguntes, un quilombo como siempre. A tus otros hijos les va bastante bien, mejor que a mí, pero bueno ya saldremos.
Te dejo porque es la hora del vermouth. Nos vemos pronto, no hagas muchas cagadas.
De repente sentí que algo húmedo y viscoso pegoteaba mis manos Aquel perro flaco y pulgoso que había esquivado las caricias, ahora lamia con dedicación mis dedos. Tuve intenciones de ahuyentarlo pero un haz de luz me encandilo. La potencia de su resplandor me cegó. Parpadeé varias veces, tratando de ver algo . Una pequeña mancha oscura se acercaba a través del haz de luz. Con cada parpadeo lo veía más grande, mas nítido. Era el cuadrado de vidrio marrón, el de esa mañana en la pesadilla. Lo último que vi fue a ese perro caminando hacia la imagen.
- Eh Cabezón, agarra el mate. Estas dormido, se te va a hacer tarde para ir a trabajar.
Desconcertado abrí mis ojos. Me costó reconocer el lugar, pero allí me encontré, en medio del comedor de la vieja casona del Barrio Hipódromo, una mañana de mi juventud como cualquier otra, antes de ir a trabajar. En la cabecera de la mesa, mi viejo como todas las mañanas cebaba mate amargo. Detrás, mi vieja, de espaldas pero no ajena, parada junto la mesada preparaba la comida, y sentado a la derecha de mi viejo con el diario en la mano, yo que estiraba los últimos minutos antes de salir a trabajar. De un largo sorbo tomé el último mate, para no irme rengo, tomé mi mochila y salí.
- Suerte Cabezón, y haceme caso, no te dejes tomar por boludo. Que los boludos sean ellos, labura lo menos posible y trata de sacar la mayor ventaja
- No le digas eso. ¿Qué pretendés que sea como vos?. No me hagas acordar que todavía estoy arreglando cagadas tuyas. Vos, hijo, no le des pelota Seguí laburando, sé responsable y cuida el trabajo, querés.
Los dejé limando sus diferencias y busqué la puerta para salir a la calle. En el living un torbellino de pelos y ladridos arremetió contra mí. Pinky, desesperada venia a despedirme. Aun vieja y gorda, la salchicha de la familia, hacía gala de una agilidad formidable. Con maestría esquive su salto, y tomándola por el lomo la despedí con caricias y mimos. Gané la calle e inicié mi caminata diaria a la oficina. Di un par de pasos y enseguida una extraña sensación me invadió. Levante la vista, miré hacia el cielo y vi el cuadrado de vidrio rosa cayendo sobre mí. Tuve el irrefrenable impulso de cerrar los ojos y cubrirme con mis brazos.
Repuesto del susto, me incorporé y extrañamente estaba a los pies de la tumba de mi viejo, con el perro pulgoso a mi lado y toda esa decadencia a mi alrededor.
Intenté relajarme, no pensar. Tome asiento, inhale profundo e instintivamente busqué en mis bolsillos la otra mitad del Clonazepam. El mágico sonido de los paraísos, agitados por el viento y el canto de los benteveos poco a poco me trajeron calma.
Entonces recordé su imagen, la del perro pulgoso atravesando el cuadrado marrón y salí a buscarlo.
Un par de lapidas mas allá lo encontré. Echado sobre sus costillas y sus pulgas agitaba alegremente la cola. Estire mi mano derecha y acaricie la cabeza del huesudo animal.
Otra vez una blanca luz, otra vez el cuadrado marrón viniendo hacia mi y el perro alejándose .
- Puta cerradura me tiene podrido. Viejo podes abrirme.
- Todos los días la misma historia, cada vez que volvés del trabajo no podes entrar. A ver si cuando cobras compras una cerradura nueva y te dejas de joder. Dale vení, tomate un mate
- Gracias Viejo, ¡tuve un día terrible, no sabes lo bien que me viene un mate. Estoy muerto.
- Eso porque no me haces caso querido. Tenes que trabajar menos. Te están tomando por gil. Cuando yo estaba ahí, ni en pedo me iban a hacer lo que te hacen a vos. Si me habré cagado a puteadas con Carlitos, te acordás, tu Jefe... Una vez hasta lo espere en la Plaza. No lo encontré sino seguro lo trompeaba.
- Y qué hubieses ganado. Yo sé que a la larga va a llegar. Algún día me van a reconocer lo que hago.
- Toma el mate boludo, querés.
Al rato apareció mi vieja que volvía apurada del mercadito, cargada de bolsas para preparar la cena. Un beso en la mejilla y una mano para ayudarla. Subí a darme una ducha caliente y a tirarme en el sofá a mirar la tele hasta la hora de comer.
Mas tarde el aroma de la cena, inundo toda la casa. Era un olor inconfundible, que aun hoy, si lo oliera sin duda lo reconocería, es de esos aromas que me acompañaran hasta el día de mi muerte. Sopa de verdura, milanesas y tortilla de papas, especialidad de la casa.
“A comer”, grito ella y todo estuvo dispuesto. Yo era el encargado de poner la mesa, y el hambre que cada tarde traía del trabajo, hacia que la tarea no me demandase mas de tres minutos. Cada uno tomaba su lugar.
Acostumbrábamos a atacar la comida como animales, por lo que quedaba poco espacio para el dialogo. Quizás si hubiese sobremesa conversaríamos un rato.
Realmente yo que estaba agotado, rechace cortésmente la invitación de mi mama a una partida de Scrabble, salude a todos y me fui a mi habitación.
Me acosté y caí rendido en profundo sueño, al rato, sentí en mis pies la presencia de la perra que, como vieja malcriada, cada noche dormía en mi cama.
Sin noción del tiempo transcurrido me desperté sobresaltado. Sentí a la perra temblar bajo las sabanas, lloriqueando, acurrucada entre mis brazos. Intente calmarla acariciándola, necesitaba dormir.
De pronto un fuerte golpe en la espalda me sacó de la cama. Como un puntapié sin sentido. Desde el piso, alcance a encender el velador y me vi echado sobre el áspero suelo del Cementerio, junto a la tumba de mi viejo, abrazado a aquel perro flaco y pulgoso.
Aturdido aun por el golpe, levante la vista y vi un enorme hombre de actitud hosca y bestial que llevaba uniforme y una cadena sosteniendo un perro blanco de aspecto feroz que no me quitaba los ojos de encima:
- Tenes cinco minutos para retirarte. ¡ Vago! ¡Idiota!, antes de que te saque por las malas.
- Espere, espere. No se confunda. No soy ningún vago, estoy acá visitando la tumba de viejo
- Me importa un carajo lo que estés haciendo, mandate a mudar.
- Espere, creo no estar faltandole al respeto, hableme bien.
- Por ultima vez, cerra el pico y raja de acá.
Con la indignación contenida me abalance sobre el y en su cara le grite:
- Me voy a ir cuando quiera y no me importa lo que diga o haga
Había luchado durante mucho tiempo para llegar hasta allí, y no pensaba rendirme ahora, pelearía hasta el final. No tenia sentido explicarle a semejante bestia maleducada lo que me estaba pasando, pero debía hacerme respetar.
Los ojos del guardia resplandecían de furia, con una rabia perruna que brotaba de su boca en forma de espuma. Vociferó insultos irreproducibles, soltó violentamente la cadena y de un grito ordenó la bestia que me atacara. Entonces el perro que parecía decidido a abalanzarse, me rodeo y mansamente se echó a mi lado. Un hilo de baba caía por sus dientes, movía la cola como un cachorro y jadeaba torpemente. Acaricie su cabeza con ambas manos y como un lobo hambriento, el enorme animal comenzó a aullar.
El cuidador, fuera de si, arremetió contra mi. Con sus enormes manos intento ahorcarme. Y perdido, sin fuerzas, me encomendé a la Virgen
Cuando finalmente, el perro blanco, salto y tomo entre sus fauces, las manos de su dueño que apretaba sin lastimar.
Mire al cuidador y en voz baja susurre
- Ahora si me voy, suerte amigo.
El cuidador permaneció inmóvil, como azorado. Manso comencé a desandar el camino hacia la salida. Atravesé el portón y gané la calle. A lo lejos crecían los aullidos de la bestia
Después de una hora llegue de vuelta a casa, cerré con llave para no ser molestado y me acosté a dormir. Al amanecer del día siguiente, me levante y mientras preparaba el café escuché en las noticias:
“Feroz ataque de un dogo argentino a su dueño. La victima fatal, don Ernesto López, que se desempeñaba desde hacia años como cuidador del Cementerio local fue hallado sin vida, dentro de las instalaciones del mismo, en el Sector 29, Fila 8 ”
“Cuando un perro aúlla la muerte acecha, nada bueno ocurre cuando un perro aúlla”
- Cuanta verdad hay en el dicho, y con vos viejo voy a tener volver a hablar...