Relato 038 - Los sauces
De: Julia <julia_m_@supramail.com>
Para: Miguel <miguelgomper@supramail.com>
21-07-2013, 13:30
El viaje hasta Los Sauces ha sido más largo de lo que recordaba. Creo que al menos me ha servido para poner en orden mi conciencia y clarificar las consecuencias de mis actos. Una vez que dejé la carretera principal, a la altura del pueblo, y me interné en el camino de gravilla, el trayecto se me hizo casi interminable; aunque fuesen tan solo diez kilómetros. La finca ha cambiado mucho desde la última vez que estuve. La verja, otrora de un intenso color verde oliva, estaba oxidada por varios sitios. Al abrirla para meter el Beetle, emitió un notorio chirrido. El letrero de madera, aunque avejentado y cuarteado, aun resistía firme, mostrando unas barrocas letras metálicas en las que se puede leer: LOS SAUCES. Quizá lo más chocante ha sido encontrarme los árboles que jalonan el camino que conduce a la casa desnudos, sin una sola hoja, iluminados por la fría luz de la mañana. Parecían de cartón piedra, parte de un decorado, grises y de aspecto quebradizo. Al final del camino de losetas ocre está la casa; detrás de ella se encuentra el lago. También llama la atención el descuido de los jardines, donde los setos y arbustos han crecido sin control, alcanzando altura y formas inesperadas. Me hubiese gustado, Miguel, que vieras Los Sauces en pleno esplendor; cuando era una finca ufana y orgullosa, enclavada entre jardines de rosales, campos de azucenas y gladiolos y, como no, gran cantidad de sauces llorones. Tenías que haber venido conmigo aquel verano de 2008; el verano que intenté arreglar las cosas con mi madre, el verano en que ella y Raimundo murieron en el lago. Por aquel entonces Los Sauces todavía conservaba parte de su pasada magnificencia. He aparcado el Beetle frente a la casona y he metido en ella mi escueto equipaje.
No me siento orgullosa de lo que he hecho, Miguel; quizá he tomado una decisión irracional y he actuado de forma impulsiva. Es posible. Tienes que entender que no me ha sido fácil abandonar Madrid, dejar atrás el piso que durante un tiempo consideré un hogar, la casa en que viví contigo momentos de felicidad. Pocos y breves, es cierto, pero momentos de felicidad al fin y al cabo. Pudiera pensarse que mis actos son un alarde de valor, pero yo no lo veo así; de haber sido valiente hubiese hecho frente a tus malos tratos, pero mi cobardía y mi amor por ti me lo han impedido. Lo único que pretendo regresando a Los Sauces es encontrar algo de paz. Te quiero, Miguel, lo sabes; pero no podía soportarlo más. Lo siento. Supongo que la solución habría sido denunciarte, lo sé, sin embargo tomé la decisión que creí más acertada (y espero de verdad que así sea). Creo que voy a llorar y no quiero hacerlo. Nunca más.
De: Julia <julia_m_@supramail.com>
Para: Miguel <miguelgomper@supramail.com>
21-07-2013, 22:47
El caserón de tres plantas sigue prácticamente igual; sus atemporales muros de piedra gris brotan de la tierra orgullosos y recios, del tejado de pizarra negra emerge una interminable chimenea de un tono marengo. Me he encontrado todos los postigos cerrados, ocultando tras ellos las enormes cristaleras. Junto a la casa hay lo que en su día fue la cuadra y un pequeño granero, cuyo único uso hoy en día es almacenar leña.
El interior está perfectamente conservado y cuidado. Es evidente que se le dedica al menos una limpieza semanal. Mi madre, Miguel, era muy previsora, y dejó redactado su testamento mucho antes de su muerte; en él quedó especificado todo lo referente a la conservación de Los Sauces una vez que ella faltase; quedaría en manos de un bufete de abogados. Y así se hizo. Ellos son quienes administran la pequeña fortuna que dejó a su muerte y la utilizan para el mantenimiento de la finca; creo que ya te conté todo esto, pero también creo que no me escuchaste cuando lo hice. El mobiliario interior sigue siendo el que yo recordaba: pesadas cortinas burdeos tapando los ventanales, viejos y ostentosos muebles de madera de mitad del siglo pasado, inmensos tapices, cuadros por doquier que muestran antepasados ya olvidados y excesivas lámparas de araña que cuelgan de los altos techos.
En la segunda planta están los dormitorios y, en su parte norte, una gran galería que cruza de lado a lado la casa. En ella mi madre se pasaba horas y horas cosiendo, su única afición junto con montar a caballo, mientras que mi padre leía uno de sus voluminosos libros junto al fuego, sentado en su sillón de orejas. Cuando él murió, mamá se buscó aficiones más excitantes. La galería ofrece una vista perfecta del lago y también, unos metros mas al norte, del panteón familiar; allí hay reservado un lugar para ti, Miguel, pues, aun y con todo el daño que me has hecho, yo te considero de la familia.
En la tercera planta está el viejo desván. La sola visión de la escalera vieja y carcomida que asciende a él ha provocado en mí un violento escalofrío. He querido subir, pero a mitad del tramo he tenido que dar media vuelta. El recuerdo de lo pasó allí me ha golpeado con tal violencia que he desistido de volver a intentarlo. La angustia y congoja que he sentido ha hecho que me faltara el aire y mi corazón se acelerase. Es curioso, Miguel, la facilidad con que las viejas heridas se reabren.
Me he instalado en mi habitación, en aquella que pasé mi infancia. Aún sigue repleta de muñecas, casas de juguete y otros personajes de mi antiguo mundo imaginario. Amigos de trapo a los que hablaba de mis penurias y mis sueños. Ya me conoces, siempre he necesitado contarle mis cosas a alguien amado, aunque no pueda escucharme. He dado un largo paseo por la orilla del lago mientras caía la tarde.
Me he visto obligada a usar el arcón frigorífico del sótano; no he encontrado otra opción posible hasta que me sienta capaz de tomar una decisión. Perdóname. Estoy muy cansada, Miguel, este primer día en Los Sauces ha sido agotador. He de descansar...
De: Julia <julia_m_@supramail.com>
Para: Miguel <miguelgomper@supramail.com>
18-08-2013, 20:47
Los días pasan despacio aquí. En Los Sauces el tiempo parece tener una dimensión propia. Tenía razón en mis suposiciones, cada semana aparece por aquí una empresa de servicios que se ocupa de la limpieza de la casa y el mantenimiento de la finca.
Es extraño, Miguel; aunque una parte de mí se encuentra libre y satisfecha sin tu presencia, otra te echa de menos y te necesita. He anhelado durante mucho tiempo la soledad, confiando en que fuese un bálsamo curativo. Y así fue durante los primeros días; sin embargo, a veces se hace una carga demasiado pesada. En Los Sauces hay tiempo de sobra para pensar; y he llegado a la conclusión de que es posible que tuvieses razón, que quizá fuese yo quien te desestabilizaba y te hacía ser violento. Sé que no he sido lo que se dice cariñosa contigo, ni entregada, ni pasional. Lo siento, mi carácter se ha forjado de este modo. He hecho cuanto he podido para complacerte, pero no ha sido suficiente. Lo sé.
Me paso horas sentada en el viejo sillón de papá contemplando el fuego. Observo las llamas abrazando los troncos, como un amante ansioso, sin darse cuenta que ese ansia terminará consumiendo la madera y provocará su propio fin. Y eso es el amor, Miguel; la unión de dos almas que se entregan la una a la otra, y en la que una de ellas, de una forma casi caníbal, destruye a la otra y luego perece por falta de sustento.
De: Julia <julia_m_@supramail.com>
Para: Miguel <miguelgomper@supramail.com>
23-08-2013, 15:34
Ayer visité el panteón familiar donde reposan parte de mis antepasados. También descansa allí Raimundo; aunque sería más correcto decir descansaba. Verás, Miguel; no podía soportar que ese desgraciado estuviese con mi familia. Con gran esfuerzo he abierto su sepulcro. Al verle casi me muero de miedo. Su cuerpo, aunque apergaminado y de piel gris, estaba incorrupto. ¡Qué contraste con aquella forma abotargada que sacaron del lago! Básicamente, solo quedaban de Raimundo piel y huesos, pero sus rasgos eran perfectamente reconocibles. Supongo que deben darse en el panteón esa serie de circunstancias, tanto de humedad como de temperatura, que producen en el cuerpo humano un efecto parecido a la momificación. Cuando me recuperé de la impresión, saqué el cuerpo de Raimundo de la cripta, lo subí a una de las barcas y lo lancé en medio del lago. Dos piedras atadas en sus tobillos colaboraron en su hundimiento. ¡Adiós, Raimundo, adiós!
Poco después regresé al panteón y destapé la losa que cubría a mis padres (al menos tuvieron la decencia de colocarlos juntos). Sus cuerpos presentaban idéntico estado de conservación que el de Raimundo.
De: Julia <julia_m_@supramail.com>
Para: Miguel <miguelgomper@supramail.com>
30-08-2013, 17:55
Cuando viene el personal de la empresa de servicios me recluyo en mi habitación. Apenas he cruzado un par de frases con ellos. Sin embargo, esta mañana he sorprendido a dos de sus empleados curioseando por el sótano, junto a la zona del arcón frigorífico. He llamado al bufete de abogados que se ocupa del mantenimiento de Los Sauces y he podido arreglarlo todo para que no venga nadie por aquí en mucho tiempo; me incomoda sobremanera compartir mi intimidad con extraños.
De: Julia <julia_m_@supramail.com>
Para: Miguel <miguelgomper@supramail.com>
16-09-2013; 23:50
Es inevitable rememorar mi infancia mientras paseo por Los Sauces o deambulo por las habitaciones de la casa; una infancia razonablemente feliz hasta la muerte de mi padre. Tenía yo once años cuando ocurrió. Siempre conocí a mi padre enfermo. Arrastraba una tristeza y desanimo infinitos. Hoy su diagnóstico sería claro: depresión. En realidad mi padre era el único que se ocupaba de mí: hablábamos, jugábamos juntos, paseábamos juntos, leíamos juntos... Me solía contar un sinfín de historias de caballeros y princesas, mientras me sentaba en sus rodillas frente a la lumbre... Una noche se arrojó al vacío desde una ventana del segundo piso. Todos dieron la misma explicación: suicidio. Yo no estoy tan segura.
Poco después de la muerte de papá, Raimundo, que por aquel entonces era tan solo el mozo que se ocupaba de los caballos y las cuadras, comenzó a hacer incursiones nocturnas al dormitorio de mi madre. Una noche tuve el infortunio de ser testigo de una de ellas. Caminando por el largo pasillo encontré entornada la puerta de la alcoba de mi madre. Fui testigo obligado de un deplorable espectáculo: vi a mi madre sobre la cama, puesta a cuatro patas como una perra lujuriosa. Y tras ella Raimundo, de rodillas, golpeándola con violentos empujones de su cadera; sodomizándola con furia. Los dos completamente desnudos. Piel blanca y delicada la de ella, morena y curtida por el sol y el viento la de él. Raimundo sostenía en la mano una fusta; acompañaba cada acometida de su cuerpo obsequiando a mi madre con un latigazo. En su muslo se amontonaban las líneas carmesí, producto de los golpes de Raimundo. Pero el rostro de ella no mostraba dolor o sufrimiento, sino un deleite morboso y enfermo. "Dame más, dame más", gemía. Raimundo se afanó entonces en su tarea; soltó la fusta y cogió a mi madre por las caderas con sus manos fuertes. Violentó aun más sus arremetidas. El sonido de sus cuerpos chocando el uno contra el otro lo acaparó todo: plas-plas-plas. No pude soportarlo más. Me tape los oídos y regresé corriendo a mi habitación.
Pero la lujuria de Raimundo no se sació tan solo con mi madre. Mediante engaños, promesas o amenazas me hacía subir al desván, me obligaba a desnudarme... Muchas veces me obligó a... Creo que no es necesario entrar en detalles, Miguel; prefiero no hacerlo. Mamá, mientras tanto, callaba y otorgaba.
Aunque no leas esto, compartir mi sufrimiento con alguien querido me ayuda a sobrellevarlo. No te había contado nada y sé que debería haberlo hecho. No creo que las cosas hubiesen sido distintas, pero debería haberlo compartido contigo. Sin embargo has de entender que cuando avivo las llamas del pasado surge dentro de mí un fuego que me abrasa por completo. A veces tengo la impresión de que tan solo hemos sido dos extraños que han compartido una porción de su existencia.
Cuando papá faltó me recluí en mi misma y en mi pequeño mundo imaginario. La atención de mamá estaba monopolizada por Raimundo y los caballos a partes iguales; pasaba todo el tiempo montando a caballo o montando a Raimundo, depende si era de día o de noche. Me sentaba sola durante horas, en el césped junto al lago, y fantaseaba que algún día me iría de Los Sauces, muy lejos.
De: Julia <julia_m_@supramail.com>
Para: Miguel <miguelgomper@supramail.com>
22-09-2013, 03:43
La soledad de esta finca vacía me obliga a refugiarme en mis recuerdos.
He vuelto a recordar el verano de 2008, cuando vine con intención de hacer las paces con mamá. Te recuerdo, Miguel, que tuve que venir sola. Sin tu consentimiento. Y que a mi regreso a casa recibí uno de tus correctivos más ejemplares por desobedecerte. Como yo esperaba, mamá no quiso escucharme. Todo fueron reproches. Me ignoró. Me despreció incluso. Apenas me habló. Toda su atención era para Raimundo. Al menos accedió a que me alojara en Los Sauces durante el tiempo que quisiera. Dijo que al fin y al cabo también era mi casa.
He rememorado como los sacaron a los dos del lago; amoratados e hinchados. La investigación policial determinó que todo fue un fatal accidente. Mi madre y Raimundo salieron en un bote a navegar por el lago para pasar la tarde (para copular como demonios), se durmieron (iban drogados con un potente sedante), el sol les produjo una insolación y el bote, por algún extraño motivo (el fondo de la barca estaba manipulado para que se hundiera) zozobró.
De: Julia <julia_m_@supramail.com>
Para: Miguel <miguelgomper@supramail.com>
03-10-2013, 02:55
La soledad me abruma. Los Sauces parece crear una campana invisible que se cierne sobre mí, produciéndome tristeza y abandono plomizos. En ocasiones desearía que estuvieses conmigo; aun a costa de recibir algún correctivo ocasional. En esos momentos de turbadora soledad aceptaría tus golpes a cambio de tu compañía. No soporto esta casona vacía, no aguanto más el sonido hueco de mis pasos retumbando por los pasillos, ni la densa humedad que se cuela por los resquicios de la casa y se filtra hasta los huesos, el olor a madera me enferma...
Paso casi todo el día en el lago, o sentada frente a la chimenea, pensando en aquel día en que me marché de aquí contigo Miguel. El día en que, con tan solo dieciséis años, te conocí en la feria del pueblo. El único realmente feliz de mi vida. Hablamos, reímos, soñamos despiertos, nos besamos... Pienso en como subí a tu moto y escapé de Los Sauces sin importarme las consecuencias. Sin importarme el pasado o el futuro. Tan sólo creía en el amor espontáneo y sincero que sentía por ti. Aquel día me pareciste un caballero andante, montado sobre su brioso corcel, rescatando a la princesa del castillo donde la tiene recluida la bruja malvada. ¡Cuánto hace ya de todo eso! ¡Cuánto ha cambiado todo!
De: Julia <julia_m_@supramail.com>
Para: Miguel <miguelgomper@supramail.com>
18-10-2013, 16:33
Mamá está en la galería. Le he llevado todos sus útiles de costura: agujas, hilos e incluso su vieja rueca. He decidido perdonarla. Sé que el rencor no lleva a nada bueno. Tengo que acostumbrarme de nuevo a su presencia, al fin y al cabo es mi madre. Papá está sentado en el sillón de orejas, frente a la chimenea. Ahora paso mucho tiempo con él; sentada a sus pies y apoyando la cabeza en su regazo. Cojo su mano y la acaricio. Me duermo. Despierto al rato y me vuelvo a dormir sobre sus rodillas. La compañía callada de mi padre me ha devuelto la serenidad.
Creo que el perdón puede ser el camino hacia la paz personal; por eso, y al igual que he hecho con mi madre, he decidido perdonarte. Aunque mi perdón no conlleva olvido ni arrepentimiento. Me ha costado mucho trabajo sacarte del arcón frigorífico, llevarte hasta el panteón y colocarte en el lugar que había ocupado Raimundo. De momento ese es el sitio que te corresponde, Miguel, tiempo habrá de integrarte en la familia.