Relato 038 - El incómodo visitante

Aquel día comenzó como cualquier otro y con toda seguridad acabaría como los demás, siendo devorado por la insaciable rutina en la que se había convertido su vida.

Tras un breve y frugal desayuno, bajó a la calle y se encaminó hacia la parada del autobús, que a esas horas de la mañana todavía permanecía vacía. Tras esperar unos minutos, un rumor mecánico anunció la llegada del autobús. Dentro, le esperaba una realidad cotidiana de pasajeros cuyas caras transmitían una sensación de hastío y fatiga que no podían disimular. Personas que evitaban mirarse a los ojos como temiendo que sus desdichas quedasen al descubierto en la mirada del otro.

Buscó un asiento lo más alejado posible del resto de pasajeros y así poder evadirse de cualquier intento de comunicación que a esas horas de la mañana era a todas luces poco deseable.

Como todas las mañanas, la visión de la ciudad era de una irrealidad casi fantasmagórica, solo alterada por la presencia de unos pocos peatones que deambulaban por las calles y cuyas imágenes a través del cristal parecían disociarse de su realidad física, como si fueran una mera representación simbólica de un ser humano.

Esta estampa que la ciudad mostraba, poco tenía que ver con la que mostraría tan solo unas horas después, cuando la actividad cotidiana y el ajetreo de sus habitantes despojarían a la ciudad de su misteriosa quietud nocturna y a su vez las personas recobrarían una individualidad que la oscuridad de la mañana parecía ocultar.

Cuando el autobús llego a la tercera parada, la que quedaba más cercana a su lugar de trabajo, abandonó el asiento y se encaminó hacia la salida. Como siempre, el resto de pasajeros lo ignoraron al pasar a su lado, indiferentes y aletargados, ajenos a toda realidad que no perteneciese a sus pensamientos.

Nuevamente en la calle, el gélido aire sacudió su consciencia que todavía no había dejado atrás el amodorramiento que el vaivén del autobús le había provocado.

La oficina en la que trabajaba distaba escasos 500 metros de la parada y con la sempiterna fuerza de la rutina, se dejo llevar por la avenida como un ingenio mecánico es movido por una fuente de energía, carente de toda voluntad.

Fue entonces, cuando percibió en su mente una leve presencia, algo así como un destello en una clara noche de luna llena, que parecía hacerse más notable a cada lapso de tiempo. Al cabo de un instante comprendió que aquella repentina presencia no era otra cosa que la reminiscencia de un suceso acaecido muchos años atrás, cuando la juventud aún no había decido abandonarlo como una amante caprichosa que se refugia en otros brazos. Como todo recuerdo que se precie, había llegado sin avisar y con la energía de quien ha logrado superar muchos obstáculos hasta alcanzar su meta, este desfiló triunfante por delante de una razón que todavía no había asimilado aquella presencia.

Aturdido por la extraña sensación onírica que este recuerdo había infundido a su espíritu, decidió recuperar la serenidad y seguridad que sólo su rutina diaria podía otorgarle. Se encaminó de manera firme y decidida a las escaleras que daban acceso a las oficinas en las que había trabajado los últimos 25 años. Su mente se preparó para la faena diaria. Comenzó por ordenar el correo, separando los asuntos urgentes de los secundarios. Esta sencilla tarea que realizaba de manera automática, le sirvió para que su mente despistara a ese recuerdo que lo había alterado de una manera que su cerebro racional y estructurado no podía tolerar.

Durante un par de horas fue capaz de mantener cautivo en algún rincón desconocido de su mente, a aquel desconsiderado visitante que amenazaba con alterar su insípida pero a su vez reconfortante monotonía. A pesar de que se afanaba en su tarea con especial denuedo, aquella presencia se hacía cada vez más vivida y notoria. A cada minuto que pasaba, este recuerdo conquistaba nuevos territorios de su mente que durante años habían sido inexplorados por aquellas inquietantes presencias del ayer.

Lo cierto era que aquella situación lo alteraba de una manera un tanto irracional, pero siempre había sido así. Cada vez que un recuerdo asaltaba su mente, este iba poco a poco apoderándose de espacios que solo estaban autorizados para aquellos pensamientos que su razón creaba como consecuencia lógica de la interacción con la realidad física que lo rodeaba. Pero la naturaleza misteriosa e indómita de estos caprichosos visitantes siempre había supuesto un problema para su mente, la cual temía todo lo que no comprendía. Este hecho lo dejaba en un estado de vulnerabilidad que lo incomodaba y que a su vez le hacía mantener una actitud irracionalmente exacerbada contra todo pensamiento del que no comprendiera su origen ni finalidad.

Su mecanismo de autodefensa consistía siempre en mantener una fidelidad fanática a su rutina diaria, tanto en su vida personal como en su vida profesional. La rutina era sin duda la mejor medicina, ya que bajo su influencia su mente adquiría la dudosa virtud de achicar de su consciencia todo signo de reminiscencia o pensamiento no consciente.

Pero aquella vez era distinto, aquel recuerdo parecía hacer gala de una voluntad de supervivencia que era mucho mayor de lo habitual, ya que lo normal era que estos sucumbieran aniquilados bajo el peso implacable de su metódico pensamiento lógico. Diríase que este recuerdo, se había hecho fuerte en su mente e intuía la inquietud que su presencia producía en su naturaleza racional y metódica.

Aquella nueva realidad lo sumergió en un estado de reflexión del que surgían a cada momento ideas y pensamientos que pretendían buscar el por qué de aquella persistente presencia que había venido a buscarlo desde un remoto pasado.

De aquel desconcertante estado mental, un extraño pensamiento tomó fuerza. Podría pensarse que el recuerdo tenía voluntad propia y no permitía ser asimilado por su consciencia sin perturbar su sosiego espiritual. A esta reflexión le siguió otra a un más preocupante. ¿Cuántos recuerdos estarían esperando un momento de debilidad para asaltar su consciencia y reclamar como propios los espacios que hasta ahora eran la patria de sus pensamientos más conscientes y que le permitían desenvolverse a la perfección en su rutinaria vida? Todas estas reflexiones parecían intuir que se estaba volviendo rehén de algo etéreo y efímero, como lo son todos los recuerdos.

Ingenuamente abrigó la esperanza de que si le abría de par en par las puertas de su mente al extraño visitante, este acabaría siendo asimilado como un pensamiento más creado por su razón. Pero eso era subestimar la naturaleza aleatoria de los recuerdos. No señor, los recuerdos solo obedecen a sus propias leyes, las cuales son antagónicas de las leyes racionales de la consciencia.

Tras divagar unos minutos en esos oscuros y amenazantes pensamientos, que se le hicieron eternos, recuperó la templanza perdida y se convenció así mismo de que no había nada que temer. Que solo se trataba de la ilusión lejana de un acontecimiento que se negaba a desaparecer en los confines de la memoria.

Pero ya era demasiado tarde, su mente estaba en estado de alerta y este hecho parecía alimentar la voluntad de sobrevivir de aquella onírica presencia , la cual a todas luces parecía no comprender que no era bienvenida y que nadie la había invitado a renacer del olvido para alterar de esa manera tan desconsiderada su paz interior. Pero su protesta carecía de fundamento, ya que al fin y al cabo los recuerdos no entienden de convencionalismos y su único fin es el de no dejarse aniquilar y acabar así en la fosa común de las vivencias y sentimientos ya pasados.

Su mente, en un estado de febril actividad, alumbró una nueva reflexión. Cabía pensar que si una mente estaba compuesta de una realidad consciente y otra inconsciente, entre estas dos realidades debería de haber una frontera. Sin duda debería de ser allí donde se libraría la batalla eterna entre el ahora y el ayer. Por lo tanto sería lógico pensar que como en toda batalla, habría un ganador y un perdedor, supervivientes y muertos. Los supervivientes tendrían el privilegio de traspasar las líneas enemigas y de alguna manera anunciar su victoria haciéndose presentes en la forma de algo que el pensamiento consciente reconoce como un recuerdo. Por el contrario, la suerte que corrían aquellos que no disponían de la suficiente fuerza para sobrevivir en esa batalla, debía de ser la de perecer para siempre y no disponer de una nueva oportunidad para poder asomarse al presente más allá de aquella cruel frontera, en la cual la voluntad de sobrevivir era la medida de todas las cosas.

Tras aquella extraña idea y de manera casi automática, se preguntó qué les pasaría a los pensamientos conscientes que morían tras luchar ferozmente con los recuerdos del pasado en esas batallas por controlar aquella hipotética frontera entre estas dos naturalezas antagónicas de la mente. ¿Acaso pasarían a formar parte del reino desconocido de los recuerdos y al cual habían combatido?

Lo cierto era que estas divagaciones especulativas no tenían más credibilidad que la otorgada por su convencimiento personal en su capacidad analítica. Capacidad en la que tanto confiaba para guiarse en la vida, como un barco confía en los faros que hay en tierra para no chocar contra las rocas de la incertidumbre. Esta fe incondicional en su razonamiento lógico le convenció en la necesidad de fortalecer su consciencia y así volver impenetrable la frontera que separaba aquellos dos mundos en eterna lucha. No podía permitirse el lujo de relajar un ápice su espíritu cognitivo, ya que al más mínimo signo de debilidad la invasión de los recuerdos sería imparable y su mundo racional en la que se basaba toda su existencia se volvería un caos de sensaciones imposibles de controlar. Él sabía que esa manera de pensar lo obligaba a condenar al olvido eterno a todos sus recuerdos, los buenos y los malos. Que olvidaría para siempre situaciones y personas que fueron importantes en su día, pero era el precio a pagar por llevar una vida de sosiego y tranquilidad emocional que hacían que su vida solitaria y rutinaria fuera tolerable. A fin de cuentas, él era quien decidía en cada una de sus acciones y pensamientos diarios y por lo tanto no permitiría que ningún pensamiento ajeno a su voluntad alterase el status quo que su razón había establecido.

Después de una mañana de meditaciones convulsas y tras convencerse que su pensamiento lógico era la única solución a la amenaza que para su mundo representaban aquellas almas errantes, se percató de que ya no había ni rastro de aquel inesperado visitante que apenas hacía unas horas amenazó con desencadenar una revolución de sentimientos con consecuencias difíciles de calibrar. No obstante, no cabía confiarse, ya que podría tratarse de una estratagema para sorprenderlo nuevamente en el momento menos esperado, y así comenzar una especie de guerra de guerrillas en la cual la astucia es más importante que la fuerza. Por lo tanto, su mente permanecería alerta y vigilante, como el sistema inmune del cuerpo vigila la presencia de cualquier cuerpo extraño para acabar con este y así mantenerlo saludable.

No cabía duda que aquel recuerdo había socavado sus principios más básicos, ya que sin estar presente en su mente lo condicionaba de igual manera. ¿No era eso precisamente lo que pretendía evitar a toda costa? ¿Acaso significaba que la guerra estaba perdida?

De repente, y con la espontaneidad con la que los pensamientos surgen en la mente, la bruma de la duda comenzó a ocultar la claridad de pensamiento que la luz de su razón alumbraba a cada momento de su vida. ¿Acaso no era posible conciliar las dos naturalezas de su mente? ¿Acaso su pasado no formaba parte de su legado vital? ¿Acaso era posible disociar a la persona que era hoy de la persona que fue ayer?

Aquellas preguntas quedaron huérfanas, sin respuestas que pudieran acallar sus voces quejumbrosas. Su mente era incapaz de teorizar sobre un escenario que fuera diferente del que su pensamiento lógico había creado día a día, sobre las bases de una dura represión de aquellos pensamientos y sentimientos que no pasaran la criba de su razón. Como el viento es capaz de erosionar una montaña a lo largo de miles de años, la razón pura puede erosionar la capacidad de comprender sentimientos y recuerdos que no persiguen ninguna finalidad concreta ni logro alguno.

El estado de perplejidad en el que se había sumido, duró tan solo unos instantes. Su mente había vuelto a imponer el estado de sitio, en el cual no había lugar para ningún sentimiento ni sensación de duda. Su razón había vuelto a tomar el timón de su vida y como un líder supremo guía a su pueblo, este no esperaba otra cosa que fidelidad hasta el final de sus días. A cambio, su razón le proporcionaría una vida sin altibajos emocionales, sin penas ni alegrías, que no eran otra cosa que distorsiones subjetivas de una realidad carente de sentimientos y alma.

Recuperado el sosiego perdido, continuó con su rutinario trabajo. La calma había llegado por fin a su espíritu. No tenía nada que temer, su razón lo protegería hasta el final de sus días.

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