Relato 037 - El tostón

El tostón

Soy editora o al menos eso digo a quien me pregunta. La verdad es que trabajo para uno, con unos 25 empleados más. Como mis compañeros debo leer los innumerables manuscritos que llegan cada día a la oficina. Don Baldomero, el editor sólo lee las que recibe con un aprobado de sus subordinados.

Soy conocida en la oficina por ser la única que lee todos los manuscritos hasta el final por muy infumables que sean. Ésto significa que mientras las mesas de mis compañeros presentan un par de manuscritos, la mía no se la puede ver oculta entre los numerosos folios apilados.

Mis compañeros pensando que yo no me entero de nada acostumbran a hacer apuestas sobre cual será el manuscrito que no leeré hasta el final. A veces se arriesgan más y apuestan en que página abandonaré la lectura. Todo inútil porque yo sigo leyendo hasta la palabra fin.

Lo que no saben mis compañeros es que tengo una manía, trastorno o como quieran llamarlo. No puedo dejar nada a medias ya sea un libro, una película o las pulseras de macramé que había empezado a tejer a pesar de que se me daba fatal. No puedo evitarlo porque alguna vez lo he intentado con consecuencias funestas para mi salud física y mental. Así que debía leer todo lo que llegaba a mi mesa de cabo a rabo.

Aquella mañana observé que había un nuevo relato en mi mesa al lado del montón. ¿Cuántas páginas tenía? ¿Mil? Una nota descansaba sobre la pila de hojas. La cogí y la leí:

Si lees todo este manuscrito hablaremos sobre

tus condiciones laborables.

¿Condiciones laborables? ¿Qué condiciones laborables? ¿Un aumento de sueldo? ¿Un contrato indefinido? ¿O tal vez, me darían uno de los despachos vacíos?

Dejé la nota en la mesa y cogí la primera hoja para saber su título: Sin título. Empezábamos bien, un título te puede guiar sobre el género de la novela o al menos a mí me ayuda. Luego no pude evitar ir a la última hoja. 843 páginas. Tenía que armarme de paciencia. Empecé la lectura.

Estaba amaneciendo pero era un día lluvioso, aciago, el sol permanecía escondido entre las nubes como si de un nórdico se tratase. Estaba lloviendo desde ya entrada la noche ininterrupidamente así que era como si la lluvia se hubiese apoderado de aquel lugar deshabitado; algunas de las gotas corrían por aquella casa abandonada repiqueteando en el alfeizar de la ventana, tac, tac, tac; en el suelo diversos charcos se iban formando, unos más grandes que otros, todos de distintas formas, ovoide, trapezoide, cónica; en el interior de la casa varias goteras provocaban que también ahí dentro estuviera lloviendo...

Dejé la hoja, necesitaba tomar un café. Me levanté y me dirigí a la minicocina donde una cafetera de las de toda la vida ocupaba la encimera al lado de una cafetera de cápsulas. Observé que la cafetera tradicional estaba vacía, abrí el bote de las cápsulas que estaba medio lleno pero lo cerré sin coger una. Preparé la cafetera y mientras esperaba observaba a mis compañeros mientras trabajaban. Algunos percibieron que les estaba mirando y alzaron la mirada, no miré a ninguno directamente.

Un cuarto de hora después estaba de vuelta a mi mesa con mi café humeante y dispuesta a seguir la lectura.

¿Por dónde iba? ¡Ah, sí!

...provocaba que ahí dentro también estuviera lloviendo. La casa se mantenía en pie milagrosamente. Los muebles estaban mohosos y los colchones raídos. Ni las puertas ni las ventanas podían abrirse ocasionando que despidiera un fuerte olor a humedad. Sus últimos inquilinos no habían sido muy cuidadosos con ella, no habían protegido los muebles tapándolos con sábanas ni habían reparado el tejado con lo que toda la casa ofrecía un aspecto ruinoso donde diferentes animalejos campaban a sus anchas…

Bebí un sorbo del café que había casi olvidado y miré el enorme reloj de pared que se encontraba a mi derecha. Marcaba las diez y cuarto. Suspiré. Tenía la sensación de que sería más tarde. Sentí la necesidad de despejarme, la necesidad de levantarme de la silla y salir de ahí. En estos momentos lamenté no fumar como algunos de mis compañeros. Observé las mesas vacías mientras pensaba que el no fumar no era un motivo para no poder salir a que te dé el aire. Nunca había sentido esas ganas de alejarme de mi mesa de trabajo por unos minutos pero ahora era más que una necesidad. Me levanté y me dirigí a la puerta que daba al patio trasero. Los compañeros que aún quedaban sentados alzaron todos sus cabezas al oír la puerta. Los compañeros que estaban fuera también se giraron cuando me oyeron aparecer. Me sentí observada pero procuré abstraerme. Necesitaba cinco minutos para despejarme, o diez.

Ha pasado una semana y me he leído 100 páginas. Muy poco para lo que acostumbro.

Si seguimos por el camino hacia el bosque observamos que otras gotas se asientan en las hojas o en las flores, unas más estables, otras aguantando el equilibrio hasta que al final caen al suelo herboso.

Parecía que el sol se asomaba de entre las nubes, tímido, como avergonzado por no aparecer antes. La lluvia ahora caía más suave, una llovizna fina que poco a poco iba a menos mientras el sol ganaba terreno pero no le iba a resultar tan fácil…

Dejé la lectura e hice algo que nunca había hecho. Pasé las hojas rápido hasta llegar a un cambio en la historia, un poco de acción, un diálogo… Necesitaba saber cuantas hojas más me faltaban leer sobre la lluvia, el sol, las nubes y las consecuencias de esa lluvia.

Después de pasar un sinfín de hojas vislumbré por fin la introducción de un personaje. Dirigí mi vista al final de la hoja para ver el número acojonándome cuando comprobé que era el número 300.

Seguí con la lectura conteniendo los bostezos. Ahora había cambiado un poco y en vez de hablar del tiempo se centraba más en el paisaje, los animales, unas descripciones detalladas.

Cuando ya salió el sol todo pareció revivir. Los diversos animales que pululaban en el bosque iban apareciendo por toda su extensión. Las mariposas y abejas revoloteaban yendo de flor en flor. También estaban los saltamontes y los grillos saltando por todo el bosque. Y no podemos olvidar a los gusanos arrastrándose por el suelo. Diversos manjares para los pajaritos que estaban posados en los árboles, para las lagartijas que correteaban…

Me levanto para ir al baño no porque tenga necesidad sino por levantarme y desconectar. Si no me levanto cada hora con cualquier excusa seguramente mi salud se resentirá. Me miro al espejo y me retoco el maquillaje con tranquilidad para tardar lo máximo posible. Al volver noto que todos posan su mirada en mi pero no fue solo entonces, pillé varias veces la mirada de mis compañeros y eso ha empezado a extrañarme. Era verdad que era la rara pero ya me habían acostumbrado y más bien era ignorada aparte de los educados buenos días. Esas insistentes miradas me hicieron sospechar pero pensé que seguramente habrían hecho sus apuestas.

No fue hasta días después que noté que las miradas eran menos disimuladas, como si esperaran algo.

¿Por qué? Miré el manuscrito y empecé a fijarme en él de verdad. Percibí que iba en bloques: las primeras doscientas paginas hablaba del tiempo, la naturaleza; las siguientes cien páginas era la descripción de los personajes principales; así que la acción no llegaba hasta que no hubiese leído unas cuatrocientas páginas.

Analicé minuciosamente el texto. Tantos leídos me habían enseñado a distinguir los diferentes estilos y éste no tenía sólo uno, como si hubiera sido escrito por más de una persona.

Reparé en la nota que permanecía en un cajón. Siempre creí que pertenecía al señor Baldomero pero pensándolo mejor él no se dedicaba a dejar notitas. Me hubiera enviado un email o me hubiera llamado a su despacho. Cogí la nota y la volví a leer.

No tenía ninguna forma de comprobar su letra pues no tenía nada de su puño y letra pero la verdad no me hacía falta pues las miradas les delataban.

No sé si están todos implicados pero sé que voy a darles en las narices.

Recordé que nunca había leído los datos del autor, ya saben su nombre, dirección y demás datos personales y empecé a rebuscar pero por mucho que busqué no lo encontré ni en medio de la novela, ni guardado en un cajón, nada.

Al final de la jornada se me acercó uno de mis compañeros.

Adiós Sonia. ¿Cómo vas con ese tostón?

¿Tostón? ¡Qué va! Es una entretenidísima historia de aventuras con piratas, princesas. Se me está haciendo cortísima.

Me miró como si le extrañaran mis palabras, fue un instante después pensó que estaba siendo irónica y sonrió.

No te vayas muy tarde dijo y se fue.

Salí detrás de él y comprobé que se juntaba con otros compañeros.

Ahora que les he descubierto no voy a seguir su juego pero estoy en una tesitura. No pienso seguir leyendo pero si dejo de leer ellos ganan pero tampoco puedo dejar de leer por mi manía, así que sólo he encontrado una solución.

Hoy es viernes y será esta noche cuando no haya nadie. Lo tengo ya todo pensado. Lo siento por el señor Baldomero, espero que lo tenga asegurado...

Me dirijo al trabajo como todas las mañanas. El fin de semana la he pasado en la casa que tengo en la sierra. Una noticia de periódico llama mi atención, me acerco al quiosco y veo que está en todos los periódicos, así que cojo uno y lo despliego:

INESPERADO INCENDIO EN UN EDIFICIO DE OFICINAS

Debajo una foto del edificio consumido por las llamas.

Pago el periódico y voy directamente a la página.

Una explosión de gas es la causa del incendio del edificio que está en la calle Recuerdos. Todo el edificio, una editorial ha sucumbido al poder de las llamas.

Afortunadamente no hubo víctimas que lamentar.

Cerré el periódico y seguí mi camino.

 

 

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