Relato 036- La herencia

LA HERENCIA

 

Por una de las veredas que bajan desde las montañas, bajará con pasos largos Ernesto. Dos veces al mes hace el recorrido para llegar a un pueblo aislado situado en lo alto de una meseta. Una vez allí preguntará en correo.

—¿Llegó mi carta?

Todo el pueblo conoce a Ernesto, todos saben que Ernesto espera noticia de una herencia. Por el tiempo que Ernesto se acerca al pueblo a preguntar en correo y no tener noticia, los del pueblo no se creen que exista tal herencia, bromeando le dirán:

—Ernesto, ¿cuántos años van a pasar hasta que veamos esa supuesta herencia de América?

—Pueblerinos, llegara el día que me veréis salir de esa oficina saltando de alegría —les contestará.

Su esperanza que ese día llegara, lo mantiene entusiasmado.

Durante toda su vida ha estado viviendo en una cabaña en lo alto de la montaña. Es una vieja choza construida por un pastor. Ernesto la reformó en una cabaña. Le hace mucha ilusión vivir en ella. El viejo pastor se la había dejado en herencia. Ernesto se la ha ingeniado para traer agua a la vivienda, por medio un acueducto hechos de troncos huecos y grandes hojas. La vida solitaria es dura, se las tiene que apañar a base de cazar, de comer algunos frutos silvestres, mantener a las alimañas lejos de su hogar; nada fácil muchas veces. A pesar de su soledad y su falta comunicación con sus semejantes, Ernesto es un hombre que no descuida su higiene. En una charca de agua cristalina se baña y se da buenos chapuzones. Su familia la componen una persona muy especial, tres perros, cuatro gatos; le hacen mucho servicio los gatos, los ratones abundan. Y un carey enorme, el animal se tuvo que adaptar a las aguas de las montañas.

Cuando Ernesto decide darse un baño, a excepción de los felinos todos acuden a divertirse. El galápago, baja la pendiente hacia el rio dando vueltas, no quiere perder un minuto de su baño. Todos ellos viven en un ambiente semisalvajes, pero se adoran y se respectan.

En el pequeño pueblo no están al corriente de la vida de Ernesto, ni saben con quienes comparte el resto de sus días.

 

Ernesto entró en la oficina de correo, como de costumbre. Maruja, la empleada le saludó:

—Hola Ernesto, Llego una carta certificada, desde Colorado City, yo no sé dónde está eso, me supongo que muy lejos —dice Maruja entregándole la carta.

Ernesto se la guarda en el bolsillo del pantalón, abandona la oficina. Maruja le chilla preguntándole:

— ¿No la vas a abrir?

Ernesto no contesta.

Ernesto se acerca a la Plaza del pueblo, donde hay varios hombres tomando el sol, con sus gorras y sus pitillos apagados en sus labios. Ernesto les enseña la carta, la voltea y les dice alzando su voz:

—Aquí está, si aquí la tengo, ya no me veréis más.

—Haber enséñamela —le pide uno de ellos.

—La verás, pero no la leerás —contesta Ernesto riéndose.

—Bueno, muchachos, la herencia me está esperando, preguntad a Maruja de donde vino mi carta —dice Ernesto despidiéndose.

Ernesto se encuentra con el señor Alcalde.

—Buenos días, señor Alcalde.

—Buenos días, Ernesto. Al fin llegó, nunca es tarde si la dicha es buena.

—Es una siempre carta, nada del otro mundo.

—Me ha dicho Maruja que viene desde Colorado City.

—Sí, eso es.

— ¿Cómo me dices que es una simple carta, lo de tu herencia?

—Solo sé que tengo que ir a Colorado City. Lo malo que no sé cómo se puede ir allí —Ernesto le enseña la carta al Alcalde—. Tenga don Rafael, léala usted.

—Te dice que tienes que presentarte en esa ciudad llamada Colorado, tienes que ver a varias personas. En distintos lugares, direcciones de oficina, de hoteles, no veo nada anormal. Lo único que se me ocurre, si no vas, es posible que no cobres tu herencia.

Ernesto no le enseña una hoja de papel en blanco, que venía junto a la carta. Guarda la carta escrita, abandonando el pueblo.

 Don Rafael y los del pueblo comenta el contenido de la carta.

—No entiendo por qué tiene que verse con tanta gente y en tantos lugares, una persona que no conoce más mundo que la montaña.

—Entre todos los del pueblo le podríamos ayudar, si luego hay recompensa —dijo uno de los pueblerinos.

—No creo que esta vez tarde en venir, y él mismo nos pedirá ayuda. Todo dependerá si hay herencia, o si es un camelo.

En la orilla del rio ha aparcado una auto-caravana. Una mujer joven viaja en ella. La matrícula es de Dakota del Norte. La joven es arqueóloga, se dispone a explorar la montaña donde Ernesto y su familia están instalados. La agencia A.A.O. Agencia Administradora Organismo con sede Colorado City financia la operación. Según datos de la agencia, en dicha montaña se sospecha que hay una veta de algún mineral no identificado. En el primer reconocimiento había indicios de que fuesen diamantes. Documentos muy antiguos describen que unos exploradores descubrieron el filón, pero tuvieron la desgracia de que fallecieron tres de los cuatros que formaba el equipo. Una explosión acabó con sus vidas dejando aislado el cuarto componente, que tuvo que abandonar sin terminar la búsqueda.

La montaña empezó a llamarse la “Montaña de la Muerte”. Se registraron dos terremotos. Varias explosiones presuntamente por gases. Dejando la montaña debilitada, especialmente en tiempo de fuertes lluvia y aires huracanados. Las rocas se desprendían y se precipitaban al vacío, causando muertes y destrozos. Los habitantes del pueblo dejaron de acercarse a ella.

La razón principal de la compañía para mandar a su experta era hacer una exploración rutinaria. Según los últimos datos, no se habían producido explosiones en los últimos veinte años. Sara, así se llama la mujer, había venido a averiguar el porqué de la explosiones.

Sara inicia su aventura de exploradora, con su mochila acuesta, inicia el ascenso en busca de alguna entrada que le permita investigar en sus interiores. En los subsuelos de la montaña hay un laberinto, formado por grutas, galerías, pasadizos, cuevas, socavones, entrones.

Sara goza de varios títulos universitarios, uno de ellos es de Geología. Ahora tiene la ocasión de ponerlo en práctica. La subida se la hace penosa, hay mucho desnivel y mucha piedra suelta, tiene que subir despacio para no resbalar. Llega a una meseta, allí se propone descansar.

Escucha movimientos sospechosos procedentes de las altas hierbas, una culebra se estaba alejando. Sentada apoyada en un árbol se propone recuperar fuerzas. Su reposo le dura segundos. Un extraño ente, aparece entre los árboles y la crecida maleza. Amenazante golpea con una rama gruesa a los troncos de los árboles más cercanos, emitiendo a su vez fuertes gruñidos de difícil fonética.

Sara no sé lo pensó. Sale corriendo como una gacela, descendiendo la montaña. Aquella cosa no la persiguió. Sara estaba confusa.

—¿Qué podía ser lo que me atacó? — piensa.

En su rápido repaso visual le había parecido ver a un espécimen de las cavernas con deformaciones en su cara y extremidades. Aunque no descarta que fuese un animal.

Corrió a la auto-caravana a coger un arma de fuego, pero allí se encuentra con la sorpresa de Ernesto.

—¿Qué hace usted aquí, me está robando? —ella le pregunta furiosa.

—¿Y usted, a qué ha venido? No me lo diga, me es igual, pero ahora no puedo dejarla marchar.

—Qué tontería está usted diciendo, me quedaré o me iré cuando yo quiera, pero antes tengo que solucionar un asunto.

—He visto que ha subido la montaña, ¿qué está buscando?

 —Soy geóloga, además tengo estudios en Mineralogía y conozco la Geomorfología, estoy trabajando en descubrir los elementos internos de la montaña. En resumen para que usted me entienda, voy a explorar la montaña.

—Todo, eso está muy bien, pero ¿cuál es su objetivo principal?

—Averiguar en lo posible el porqué de las explosiones.

—¿Cómo lo piensa hacer? Mi familia y yo vivimos en la montaña y ese ser que usted ha visto hay arriba también es familia mía, si le interesa la montaña tendrá que conocer a Natalio, y el resto de mi familia.

—No sé lo que vi, pero si me pilla con el garrote hoy no lo cuento.

—Descuide, solamente intentaba asustarla, entre él y yo lo planeamos. Le aseguro que Natalio no le hará ningún daño, mientras yo no se lo mande. Al que usted debe de temer es a mí. Por eso le aconsejo que se venga conmigo a mi cabaña. Si la dejase marchar, usted podía divulgar lo que ha visto y eso sería la muerte para Natalio. Le hablare de Natalio para que se haga una idea. Es un joven, que nació con múltiples deformaciones, en su cara y sus extremidades. Y eso le hacer ser más horroroso. Lo guapo, y lo feo puede estar en interior o en exterior de las personas, si no se la conoces no puedes juzgarla. Como supongo que usted quiere seguir viva, le propongo que nos conozcamos. Yo me llamo Ernesto, ¿si usted me dice el suyo lo sabré?

—Allí de donde soy, soy Sahara, usted llámeme Sara.

—Sara, me gusta, es bonito —Ernesto se queda pensativo unos segundos — ¿Qué le iba a decir?, ¡Ah…sí! Le subiré sus cosas cuando este usted instalada.

—¿Me está usted secuestrando?

—No…por Dios, solamente quiero que vea la realidad y que usted pueda trabajar. Tendrá usted la galería más cerca y yo la puedo ayudar.

—Háblame de su madre.

—¿De la mía?

—No, ya sabe usted de quien le estoy hablando.

—A las dos horas, de nacer lo abandonó, dejándolo al cuidado de su abuelo. Un cabrero que durante años vivió aquí con su rebaño de cabras. Ellas fueron sus madres. Al morir me dejó en herencia su vieja cabaña y su nieto.

Sara contempla el buen estado de la cabaña, su limpieza, el buen orden de los cacharros. En las paredes lamparillas de aceite. Sara está entusiasmada con lo que estaba viendo. A cinco metros de la cabaña, un chorro de agua brotaba entre la rocosa pared. Bebió dos buenos tragos.

—Está fresca he…— le afirma Ernesto.

—Esta deliciosa.

—Te voy a presentar a mi familia.

Sara se quedó pensativa, no estaba segura si había oído bien.

—Me repite lo que me ha dicho por favor.

No hizo falta repetirlo. Tres grandes perros, cuatros gatos robustos le daban la bienvenida. La rodearon. Jugaban perros y gatos. De repente cuando Sara estaba más distraída viéndolos retozar uno de los gatos saltó a sus brazos. Por fortuna para ella su instinto le recomendó que lo acariciase. Aquella acción parecía que el destino tenía algo que ver. Aquellos animales, criados salvajemente, se estaban mostrando muy cariñosos con ella.

—Ya conoces a mi familia.

—¿Dónde está ahora él?

—Natalio no anda lejos, pero no vendrá. Todavía le da vergüenza, Mañana si te parece recorremos las galerías a ver qué encuentras.

Llegó el atardecer. Para Sara no había terminado sus emociones. La gigantesca tortuga, se presentaba ante Sara.

— ¡Uy!… grande es esta tortuga.

—Es un carey, se llama Lucina.

—¿Cómo llegaron tus animales a esta tierra si no son de aquí?

Ernesto se encogió de hombros, marchándose al bosque.

Sara se quedó sola en la cabaña, su única compañía la perra llamada Teja, que desde aquel momento no se separó de Sara.

Durante cuatro días corrieron las galerías. Sara con su equipo de detección de gases y su libreta, anotaba lo que veía haciendo croquis. Nunca se hubiese imaginado el laberinto de galerías que había allí dentro. De momento no había nada sospechoso. Sara estaba convencida de que su destino estaba en manos de Ernesto.

El quinto día como de costumbre Sara se levantó de su cama, se fue a lavarse al chorro de agua que sale entre las piedras. Al volver ve a Natalio sentado sobre una roca, su cabeza agachada con su mirada hacia al suelo. Los tres perros están junto a él. Natalio los acaricia y los perros les besan cara y manos. Sara está a unos metros de ellos contemplando lo que están haciendo. Todos ellos se están divirtiendo. Unos animales que tienen más de salvajes que perros caseros, y un personaje raro, en apariencia parece humano.

Sara piensa en su entorno:

—No sé si me acostumbrare a él, los animales lo adoran. Ernesto le tiene mucho cariño. Lo poco que he visto todos se respetan y se ayudan mutuamente. No sé cómo Ernesto lo ha conseguido. Me parece que seré yo quien me acerque a él.

Sara, antes de entrar en la cabaña, se sentó sobre un tronco de árbol. Miraba a Natalio, él seguía sin mirar de frente. Se extrañaba que no estuviese Ernesto por allí, normalmente cuando Ernesto sale de caza, a pescar, o a buscar alimentos, va acompañado por lo menos por uno de los perros y los tres estaban allí. Después de mucho pensárselo, arrojando valentía o si se prefiere hacer tripas corazón. Sara le habla:

— ¡Hola! Natalio, yo me llamo Sara.

—Sí, ya lo sé. Tú eres amiga de Ernesto. Tú amiga de Yaqui, Urgí, Teja, Moisés, Kika. Tebea, Pasteur, y Lucina.

Sara se quedó sorprendida no esperaba la reacción tan positiva por parte de Natalio. Aquel muchacho con numerosas deformaciones en la totalidad de su cuerpo, especialmente en su cara y boca, que le impide hablar con soltura. Su espalda jorobada, sus piernas arqueadas. Precisamente por su aspecto físico, y en el lugar de donde se ha criado, con su larga cabellera, le hace parecer un ser espantoso. Sara tenía que dejar a un lado sus recelos y convivir con aquellos seres que tenía a su alrededor.

—Esta mañana no he visto a Ernesto, ¿tú sabes dónde está? —Sara quería saber su paradero.

—Ernesto ir pueblo, buscar carta, él siempre buscar carta, nunca traer, yo mentir traer una, él esconder. Volver noche, Ernesto decir, a mí, yo ayudar a ti, ir galerías ti enseñar, yo cazar y pescar para ti.

—Muchas gracias Natalio. Tú conoces las grutas bien, ¿verdad?— le pregunta Sara.

—Yo enseñar sitio que Ernesto no enseñar, si tú querer ir, Teja también venir —el chico se explicaba cómo podía.

A veces a Sara la costaba enterase bien y con amabilidad le hacía repetir.

Sara preparó su equipo, Natalio preparó unas lámparas de aceite. Se fueron a recorrer las grutas. Como le había dicho Natalio le iba a enseñar otros lugares. Descendieron por un desnivel con mucho cuidado. Cerca de doscientos metros del final el detector de gas emitió un sonido.

—Atrás, atrás, Natalio no bajes más —le recomendó Sara.

—Yo tenía un amigo, vine con él. Él estar muy contento. Se murió aquí, yo no hacerle nada, yo muy triste no saber el porqué, ¿tú sabes por qué?

— ¿Tu amigo era un pajarito?

—Si.

—Lo siento mucho, pero no vuelvas por aquí es muy peligroso, a ti te puede pasar lo mismo, a Ernesto no le gustaría.

— Je, je —se ríe Natalio, después le dice— me gusta que estés aquí, te enseñaré una cosa que Ernesto guarda, no le digas nada que hemos ido allí.

—No le diré nada —contesta Sara—. Esa cosa que me quieres enseñar, ¿está aquí dentro o tenemos que ir al bosque?

—Tú ya has pasado cerca.

Penetraron en una de las cuevas, desviándose por unos de los ramales que tenía la cueva. Llegaron a una especie de antro, disimulado por una roca, además había ramas entrelazadas y mucho follaje a su alrededor. Natalio abrió un hueco suficiente para que Sara pudiese entrar. Natalio alumbra el interior. Sara se asoma y da un grito mezcla de nervios y emoción.

— ¡Oh!, ¡ah!, ¡uf!, guay, un tesoro —Sara estaba viendo un cofre repleto de joyas. Alhajas de todas clases y tamaños. Monedas de oros, esparcidas por el suelo.

Sara se sienta en suelo, se prueba varios pendientes, se pone varios collares, su desnudo brazo lo llena de pulseras, juguetea con las monedas lanzándolas al aire. En aquel momento no tenía noción del tiempo, se sentía enormemente poderosa.

—Marchar, lámpara, poco aceite —Natalio la avisa.

Sara comprendió que la lámpara se había quedado sin aceite.

Para Sara fue unos de los momentos más positivos desde que había pisado la montaña. Había descubierto que había gas, solo tenía que saber dónde y su magnitud. Un tesoro, no podía imaginar cómo todavía estaba allí. Más de quinientos años calculó que aquel cofre pudiese estar allí. No precisamente en aquel lugar, ni tan lleno como ahora esta. Pensó en los movimientos que sufrió los interiores de las galerías y cuevas a causas de las explosiones. Los derrumbes podían ser las causas de quedar enterrados partes del tesoro, y muy posibles, las joyas se derramase arrastradas por los desprendimientos de tierra y piedra. Otras explosiones originarían lo contrario, quedando al descubierto o semienterradas parte de las joyas que estuviesen más cerca de la superficie. Al declararse la “Montaña de la Muerte”, durante años las alhajas y las monedas de oro estuvieron allí. La Naturaleza colaboró con sus terremotos.

Solamente quedaba saber si alguien las había estado acumulando para un fin concreto, aprovechando que las explosiones habían cesado hacia años.

—Quizás Ernesto tenga algo que ver. Sin descartar al cabrero —Sara no deja de pensar en voz alta dándole vueltas en su cabeza — No fue nada malo conocer a Ernesto —Sara lo admite muy positivamente.

Sara se le ocurrió buscar la carta que le dijo Natalio. Debajo de una tabla media suelta en el suelo estaba la carta. Sara leyó la carta, no había nada importante solo alguna dirección. Sara vio la hoja en blanco, pensó que tenía haber algo más importante que solo una dirección. Puso el papel a contraluz, de la lamparilla y pudo leer:

Con el objeto de poderle darle tramitación a su carta, seria de mayor importancia su presencia en las oficinas del despacho de señor Notario.

Sara leyó las direcciones de donde venía la carta y las del Notario. La dirección venia de la N.J.M. Una asociados coordinada formada por, Notarios, Jueces, Médicos, es la que patrocina la A.A.O. Organismo, donde ella trabaja. Sara siguió leyendo:

Señor Ernesto, me complace anunciarle que su petición ha sido aprobada por la comisión que tengo el honor de presidir. A pie de la carta, está escrito el lugar y fecha donde se celebrara la reunión. Es de mayor importancia que usted lo memorice.

—Sara volvió a mirar la parte de la carta donde estaba el anunciado al través de la luz de la lamparilla, esta vez nada vio.

En una lujosa mansión, el presidente Mr. Andrew, sus colaboradores y Ernesto están reunidos. El presidente Mr. Andrew, preside la asociación, de Notarios, Jueces, Médicos, en la ciudad de Colorado City, Con las siglas N.J.M, sus misiones son tramitar documentos con sus correspondientes sellos de cada organismo. Mr. Andrew le dice a Ernesto:

—Todo está ya preparado, espero que no surja ningún inconveniente con el asunto de la chica, ha sido un contratiempo.

—Ya lo tengo calculado. Natalio la aconsejara que abandone la montaña, se dirigirá al pueblo. Espero que el chico, se acuerde de todo lo que hablamos — explica Ernesto que vistiendo un traje nuevo, pone al corriente al presidente de la organización.

—Si le parece inspeccionemos las condiciones de los contratos —Mr. Andrew extrae de su maletín varios documentos.

Mr. Andrew le enseña los documentos. Ernesto los revisa. Una vez comprobada las cifras exclama levantado la voz:

—Cien millones de dólares, me parece demasiado excesivo

Mr. Andrew, le pone al corriente explicándole:

—Tenga usted en cuenta a los especialistas que intervienen en las distintas operaciones y el correspondiente personal sanitario. Además si surgen contradicciones judiciales, tenemos que poner en marcha nuestros profesionales y las minutas de los Notarios, jueces, abogados se disparan. Nuestro equipo de contabilidad ha realizado un estudio muy concienzudo del total de los gastos. En cada sección se pagará lo estimulado Y por último el proceso, si sale todo según lo previsto, su duración será de dos años entre los ingresos en clínicas y posterior recuperación en casa especiales. Nosotros contamos con lo que usted nos dijo, fuesen las que fuesen las cantidades a pagar— Mr. Andrew, le pone al corriente de los numerosos gastos que se prevén.

—Si de acuerdo, y se lo agradezco, el inconveniente es, si no es satisfactorio al final de tanto sacrificio.

—Lo que usted nos ha contado sobre la situación de chico, tenemos suficiente para seguir, de todos modos, cuando lo veamos en persona decidiremos.

En la cabaña de la montaña Sara está muy ocupada haciendo limpieza.

Natalio llama su atención.

—Sara te tengo que decir una cosa.

—¿Puedes esperar ahora?, estoy muy ocupada hay mucho polvo en toda la casa.

—Te puedes ir, me dijo Ernesto que fueses al pueblo,  de Molinillo de la Sierra y que preguntarás por la Alcaldía, el señor Alcalde es Don Rafael, él está en contacto con la agencia A.A.O. Se proponen en mandarte un equipo más completo para tus investigaciones y personal cualificado para que te ayuden. Espero no dejar nada sin decir, son 840 yardas si sale por la gruta.

—Gracias Natalio, prepararé mis cosas.

Sara no comprende las actitudes de la compañía y de Ernesto. Parece ser que tienen tratos, no se explica por qué no la han avisado.

Natalio le da un papel, con el trazado de camino para llegar al pueblo. Además, le da un envoltorio. Ella lo desenvuelve y exclama entusiasmada.

—¡Oh! ¡Un diamante!, tengo un diamante. Gracias Natalio, ojala el destino te sea favorable.

—Tú esconder, no decir, tú tener cristal bonito, tu nada decir Ernesto, tú marchar ya.

Sara se puso en marcha. Lo único que se llevaba consigo sus apuntes.

El señor Alcalde la estaba esperando.

—Sus jefes me han preguntado por su llegada, de eso ya hace cuatro días.

—Lo siento, pero me perdí y perdí mi equipo, mi tienda de campaña, lo siento por mis jefes —mintió Sara.

—Bien ahora ya está aquí, se alojara usted en una posada que está a 12 kilómetros, no se preocupe por los gastos.

—¿Tiene usted algo que decirme, referente a mí trabajo?

—Sí, su equipo nuevo será de alta precisión, lo enviarán pronto, es lo que me dijeron. Podrá usted trabajar con mejores condiciones, si la montaña respecta a quienes este en ella, supongo que sabrá a lo que me refiero

—Si por supuesto estaremos preparados.

En Colorado City, se están preparando para viajar hasta la “Montaña de la Muerte”, traer a Natalio para su curación, si los expertos en economía consideran que Ernesto tiene suficiente riquezas.

Veinte días después Sara recibe un comunicado de la A.A.O. La ordena que vuelva al trabajo, complete sus estudios y los envíe una vez finalizados.

Sara vuelve a la “Montaña de la Muerte” a completar sus estudios, con nostalgia ve que no queda nadie y mucho menos el cofre. Ahora trabaja de jefa con colegas de su compañía. Después cierto tiempo tiene los resúmenes de los resultados.

—Encontré la razón de las explosiones que hubo en antaño. En la “Montaña de la Muerte” hay gas vaporoso dinamitado metano. En resumen, la dinamita y la pólvora que almacenaban los bandidos, en tiempos pasados, se pudieron introducir entre la gritas de las rocas y mezclarse con el gas. Los rayos solares aumentaban la temperatura. Si el gas estaba cerca de la superficie se producía las explosiones. Al cesar las explosiones indicaban que las bolsas de gas, están a un nivel muy bajo. De todos modos el peligro está ahí. Hay que inutilizar el gas —explica Sara—. Los expertos en mineralogía tuvieron indicios que posiblemente había una veta en algún lugar de las cuevas. No tuvieron tiempo en localizarla plenamente. Hemos encontrado tres esqueletos. Tuvimos que emplear picos para romper una roca que había quedado taponando la entrada. Después de días de ensayos y análisis en el filón, de un descubrimiento de posibles diamantes Hemos comprobado casi el 100% del metal es Zircón, sin saber su alcance.

Dos años después trabajaban en la extracción del mineral. El pueblo de Molinillo de la Sierra colaboró llevándose suculentas ganancias. Después de aislar la pequeña bolsa de gas que todavía quedaba, “la Montaña de la Muerte” se quedó con el nombre de las “Grutas del Paseo”. Los pasadizos fueron empedrados, las paredes embaldosadas, puestos de ventas de géneros variados. La montaña se convirtió un lugar de turismo.

En Dakota del Norte, Sara está en su jardín leyendo un libro, apoyada sobre una hamaca, una sirvienta mayor de color le dice:

—Señorita Sahara, hay un joven en la puerta que pregunta por usted.

—¿Que vende?

—No me pareció que fuese un vendedor, solamente me dijo que quería despedirse de usted.

—De…mí, anda, hágalo pasar, debe ser que se ha equivocado de casa.

A los quince segundos el joven se acerca y la saluda:

—¿Cómo está usted, señorita Sahara?

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Alguien que usted conoce me lo dijo, yo no se lo pregunté a usted.

—No caigo.

—¿Todavía guarda el diamante?

Ella con mucha alegría chilla:

—¡Natalio!… —Sara se queda mirándole, nunca lo hubiese reconocido. Estaba viendo a un joven esbelto de buena presencia. Los doctores hicieron una obra de arte con el chico— Sí, todavía guardo el diamante.

—Pues toma eso para ti, por los ratos que tragaste saliva —dice Natalio regalándola tres pulseras, seis pendientes, una docena de collares. Los mismos que se había probado en el antro.

— ¡Uy!…Muchas gracias, tragué mucha saliva y pasé mucho miedo, pero ahora soy la mujer más feliz de la Tierra. ¿Qué sabes de Ernesto?

—Fue a recoger una carta. Vendrá esta noche. Que le esperes en el jardín

— ¿Qué carta?

—La carta astral, espera que le sean propicias. ¿Qué le dice su carta astral?

—Me está diciendo que te de un abrazo muy fuerte—Sara y Natalio se entregaron en un amistoso abrazo.

—Me dijo la sirvienta, que venias a despedirte ¿a dónde te vas?

—Todavía no sé a dónde, pero si ya me despedí de ti, cualquier momento será el adecuado.

Noche de estrellas brillantes. En un banco de piedra al lado de una estatua de Venus a la luz de la luna, la pareja Sara y Natalio escuchan en el cielo el repiqueteo de trompetas.

Un año después sonaban campanadas de boda.

 

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