Relato 034 - El periodista
El periodista
Desde el inicio de la fiesta, Armand había estado recibiendo felicitaciones por ganar el Premio Nacional de Periodismo. Empezaba a aburrirse cuando se le acercó Monroe, un conocido, acompañado por una desconocida de pequeña estatura, morena, de cabello castaño, delgadas facciones y ojos negros. Aparentaba alrededor de 25 años. Además, llevaba un atrevido vestido negro que dejaba imaginar unos senos perfectos. Supuso que era una de las muñecas sexuales a las que Monroe era aficionado.
–Felicitaciones
–Gracias, amigo mío
–Te presento a una joven colega recién transferida a la ciudad
–Elisa –se presentó la pequeña morena
–Es un placer conocer a una mujer tan hermosa como usted.
–Es usted muy amable, gracias
–Si no es demasiado atrevimiento, ¿a qué diario fue transferida?
–Al “Times”
–Entonces, somos compañeros de trabajo
Le pareció que a la mujer le brillaron los ojos cuando él la llamó “compañera.
Definitivamente no es una muñeca sexual, esas ni siquiera pueden intercambiar tres palabras coherentes–la chica le lució más atractiva.
Monroe pidió permiso y se fue a saludar a un conocido. La atención de Elisa se centró por completo en Armand.
–He oído hablar mucho acerca de usted.
– ¿Bien o mal?
–Mucho de ambos, algunos lo tienen como el mejor periodista del mundo que se elevó a la cima desde lo más bajo y no teme dar la noticia.
–Me siento halagado
–Y otros lo ven como un embaucador que destruye la reputación de la gente honesta.
Armand sonrió para sí. No le sorprendían las palabras de ella. En su ascenso había machacado a no pocos rivales, manipulando la opinión pública para hacerles perder la credibilidad y la confianza de las masas. En su primer trabajo había logrado descubrir que una empresa de tecnologías futuristas estaba comprando grandes lotes de muñecas sexuales. Aprovechándose de los rumores acerca de que la empresa estaba trabajando en la creación de androides con inteligencia artificial, había escrito un artículo, sin pruebas, donde acusaba a la empresa de preparar un fraude con las muñecas. El público lo creyó todo y el resultado fue el desprestigio total y, a los pocos meses, la quiebra. Y así, en varias ocasiones más a lo largo de su carrera.
–El éxito provoca mucha envidia.
–Puede ser, yo todavía soy una desconocida y no puedo ofrecerte una opinión.
El periodista decidió hacer su movimiento
–Si quieres, desde mi experiencia, puedo darte algunos consejos.
– ¡Oh!, gracias. No sabes cuánto te lo agradecería
–Te propongo pedir unos tragos y dirigirnos hacia un reservado para conversar con más calma.
Armand acostumbraba a salir del reservado acompañado de la mujer de turno, pero Elisa le dio una respuesta inesperada.
– Sería fantástico, pero no quiero privar a los demás del placer de felicitarte por tus éxitos.
–No importa, todo sea en aras de ayudar a una colega joven.
–Igual no puedo hacerlo, pero creo que tengo la solución: vamos a intercambiar teléfonos y nos reunimos cualquier otro día.
Se quedó asombrado, sin poder entender la forma en que ella lo había manejado, haciéndolo pasar de conquistador a consultante. No tenía intenciones de mantener ningún tipo de relación estable, pero tampoco halló un pretexto para librarse del compromiso.
–Está bien, llámame y conversamos. –Y agregó–. En un lugar agradable.
En el resto de la noche recibió felicitaciones, miradas de admiración, de envidia y hasta de odio; no volvió a ver a Elisa y, al final, se fue a su casa con una rubia. Casi olvidó a la morena.
Los tres días siguientes, trabajó en un artículo que estaba preparando para publicarlo después de la ceremonia de premiación.
En los tres días siguientes, se negó a llamar a Elisa, deseando, en un setenta por ciento, que ella lo llamara y, en el otro treinta por ciento, que no lo hiciera; a pesar de sus deseos, no estaba preparado para cuando sonó el teléfono.
–Diga
–Hola Armand. ¿Puedo llamarte así? –agregó insustancialmente
–Por supuesto, Elisa –pensó que no todo estaba perdido puesto que ella llamaba
–Disculpa que no haya podido contestar tus llamadas, pero estaba fuera de la ciudad, trabajando en un reportaje. Debí haberte dado el móvil
¿Quién se ha creído esta mujer? Yo no llamo a las mujeres, son ellas las que me llaman a mí.
–No hay problema, no pude llamarte ni una vez, he dispuesto de poco tiempo y lo he empleado en asuntos importantes –no pudo evitar la sutil burla.
– ¡Ah! Está bien, me alegro. Te llamé para invitarte a tener esa conversación que convenimos el otro día
–Perfecto. ¿Dónde estás?
–En mi casa, todavía no he tenido tiempo de ir al periódico.
–Cuando llegues, podrás encontrarme en mi oficina
–No voy a ir, mejor ven tú a mi casa –le dio la dirección y él la anotó por inercia.
–No puedo, te dije que estoy ocupado, tienes que venir tú.
–Vamos, no seas duro conmigo, estoy sola y aburrida y me agradaría mucho tu compañía.
Fueron las palabras exactas para que las defensas del periodista se fueran a pique.
–Bueno, supongo que puedo tomarme el resto del día libre. Nos vemos en un rato.
Un poco más tarde, llegó al pequeño apartamento de Elisa. El lugar aún no estaba debidamente amueblado, lo que no le importaba a Armand, siempre que hubiera una cama. La había, pero el sexo no estaba en los planes de la muchacha.
El reportero se sintió víctima de un engaño emocional, pero mientras la conversación se desarrollaba e instruía a Elisa en las dichas y azares de periodismo, se acomodó y descubrió una vena de respeto hacia la inteligencia de la joven. Le contó muchas anécdotas de su vida y ante la admiración de la muchacha se dejó llevar por el orgullo.
–Al final, lo más importante en el periodismo es causar sensación al público, lo que ellos crean será la verdad.
–Pero… eso es manipulación.
Armand se dio cuenta del error que acababa de cometer.
–No, me entendiste mal, me refería a que, en ocasiones, el público puede ser de gran ayuda en el descubrimiento de la verdad.
– ¡Ah! Discúlpame, a veces soy un poco tonta –le mostró una sonrisa tranquilizadora y él asumió que el desliz estaba reparado, aun así, decidió salir de las aguas pantanosas.
–Dime, ¿en qué estás trabajando?
Elisa se mostró encantada con la pregunta.
–Me alegra que preguntes pues creo que la investigación es demasiado para mí.
–Nunca digas eso, pero si quieres puedo aconsejarte.
–No, mi idea es más directa, quiero que trabajes conmigo.
–Lo siento, no puedo –su tono denotaba seguridad.
–Todavía no has oído nada acerca de mi reportaje.
–Lo siento, pequeña, estoy terminando una “bomba” y no puedo perder el tiempo.
–Entonces, no hay nada más que hablar. Perdona que te haya hecho perder toda la tarde, pero yo también tengo que trabajar.
Armand salió de la casa con la sensación de haber sido despedido por una niña mimada que no soportaba un no. El problema era que las niñas mimadas no son tan buenas manipuladoras como para halar los hilos de hombres como él.
Maldita mujer, esta es la última vez que juega conmigo; hay mujeres de sobra en la ciudad y ella ni siquiera es la más deslumbrante –se decía mientras manejaba hasta su casa.
No tuvo noticias de Elisa en los días siguientes y poco después publicó un artículo donde destrozaba al periodista Claudio Santini por “manipular a las masas en función de sus avariciosos deseos de ascender en el periodismo honrado”. La sentencia era correcta, pero no fue motivada por la integridad moral sino por el interés de eliminar a un rival que utilizaba las mismas técnicas que él.
Al día siguiente de publicado el artículo, el “Times” despidió a Santini. Por enésima vez en esos días, Armand se dejó llevar por el orgullo y asistió a un restaurante cercano donde usualmente almorzaban los trabajadores del periódico. Allí encontró a Santini, pasado de tragos. Cuando el hombre lo vio, comenzó a insultarlo. En el primer momento Armand consideró responderle, pero lo pensó mejor y lo ignoró. El periodista despedido se arrojó sobre él. La pelea no fue larga, varios de los concurrentes los separaron. Aún así, ambos contendientes quedaron con moretones y algunos rasguños.
–Eres un imprudente, ¿cómo se te ocurrió meterte en una pelea de bar? –Elisa parecía salida de la nada.
–Empezó Santini y–cambiando el tema– ¿tú de dónde has salido?
–Llegué cuando estabas disfrutando de tu “combate”.
–Yo solo me defendí.
–Y terminaste todo golpeado; vamos a llevarte a un hospital para que te vean esos arañazos.
– ¡No! Voy para mí casa, allí tengo todo lo necesario y me evito la publicidad.
–La mía está más cerca.
Nada más llegar al apartamento, la muchacha fue a buscar un botiquín y empezó a curarlo. Al principio todo fue bien, pero al poco rato de tenerla a pocos centímetros de él, Armand no pudo contener la poderosa atracción que sentía por ella y la besó. Cuando sus labios se unieron, el periodista pensó que la batalla estaba ganada, pero, tras dejarle disfrutar por un momento, Elisa se aparto de él.
–No debiste haber hecho eso.
–Si no te gustó, acepta mis disculpas–y añadió–, aunque no creo que sea el caso.
–Igual es una violación de mi confianza.
–Te compensaré aceptando tu propuesta, dime que necesitas de mí para tu investigación.
–Mañana. Ahora vete ¡Por favor!
Se retiró pensando que el campo de batalla era suyo. Al otro día regresó y ella le dijo que tenía que, antes de dársela, tenía que organizar los datos acerca de su investigación.
–Tenemos que investigar a un político, pero te doy los detalles otro día.
–No hay problema.
–No te vayas, quédate a conversar un rato.
Hablaron de diversos temas, incluso de los más extraños, y, casi siempre, Elisa podía decirle algo nuevo para él. Fue un rato divertido.
Al día siguiente sucedió igual y al otro, también. Pasaban un buen rato juntos, pero no lograba llevarla a la cama: ella lo dejaba acercarse, jugueteaba con él, hasta le permitía besarla, y al final lo detenía con destreza. No era la primera vez que una mujer se le resistía y en otras ocasiones se había retirado. El periodista no se explicaba que le impedía abandonar a Elisa.
–Mañana nos vamos a investigar a nuestro político, en el camino te doy los detalles. –las palabras de la muchacha lo sacaron de la reflexión.
–Perfecto. ¿Quieres salir hoy?
Ella aceptó y, por la tarde, fueron a un enorme parque natural que se encontraba en el centro de la ciudad. Disfrutaron de un paseo entre los árboles, admiraron las antiguas estatuas y gozaron de una paz que Armand no sentía desde muchos años atrás. Al principio hablaban algo, pero luego lograron una extraña sintonía que les permitió comunicarse con gestos y miradas. De esa forma el reportero comprendió que deseaba a aquella mujer de una forma diferente a como había deseado a todas sus conquistas anteriores.
¿Estoy enamorado?
La respuesta fue evidente y trajo un cambio de actitud que fue notado por Elisa. Tras el paseo se fueron a la casa e hicieron el amor. Para él fue algo diferente a todas sus experiencias anteriores y sintió que, por primera vez, disfrutaba más de la unión espiritual que del sexo propiamente dicho. El amor se le descubría como algo maravilloso.
Despertó solo en la cama. En un comienzo no supo donde podría estar Elisa, pero encontró una nota en el tocador.
–Fui al diario, espérame en tu oficina.
Siguió la indicación y se dirigió hacia el diario. En la entrada estaba el mismo portero de siempre que lo miró con una sonrisa apenas escondida. En su camino hacia la oficina, más personas lo miraron divertidas, pero Armand tampoco lo notó. Entró a la oficina, y sobre el escritorio, vio un ejemplar de la edición matutina del diario. La portada era una foto de él y Elisa. Tenía un notable titular. El periodista lo leyó:
Justicia Poética: Demostrada la existencia de la Inteligencia Artificial.