Relato 027 - ¿Es el mar o la mar?

Cuando la noche era ya un recuerdo y el día solamente una promesa una moto cruzaba las desiertas calles de una ciudad semiabandonada en ese despertar del mes de agosto. El tráfico inexistente invitaba a superar el límite de velocidad establecido, Jaume no se lo pensó dos veces y aceleró, no podía entretenerse, sabía que no debía llegar tarde.

Diez minutos después había atravesado la ciudad. Jaume aparcó la moto en el mismo sitio donde la había aparcado, metro más o menos, cada día de los últimos seis meses pero a una hora mucho más madrugadora de lo habitual.

Saltó de la moto, miro a su alrededor. En esa zona de la ciudad, los ciudadanos que no habían escapado del calor y la polución parecían dormir todavía. Jaume sacó un manojo de llaves y avanzó hasta un grupo de casas unifamiliares levantadas gracias a una ayuda estatal. Introdujo uno de las llaves en la cerradura y entró a un pequeño jardín. Una segunda llave del manojo de llaves que ella le había entregado una semana atrás le facilitó la entrada a la vivienda. No encendió las luces, sus constantes visitas le habían facilitado un conocimiento profundo del interior, lo suficiente como para no tropezar con los muebles. Avanzó hacia la escalera, pero antes de subir se quitó los zapatos. No deseaba alarmar a las personas que dormían en el piso de arriba o al menos, no a todos.

Jaume subió los escalones poco a poco, se saltó el tercero ya que siempre chirriaba y siguió subiendo los doce que componían la escalera. Avanzó hacia su derecha, empujó una puerta que le impedía seguir andando y después la cerró tras de si. Se sentó en la única silla de respaldo alto de la habitación mientras contemplaba como dormía. Su cuerpo subía y bajaba al ritmo de su respiración entrecortada, su cuerpo estaba tapado por una manta polar a pesar del calor reinante y su piel era blanca, casi transparente.

Eulalia abrió los ojos y una sonrisa triste asomó en sus labios.

— Sentí que ya estabas aquí. Podías haber… —un acceso de tos impidió que Eulalia acabase su frase.

—Lo sé, pero preferí ver como dormías –contestó Jaume.

Otro acceso de tos impedía a Eulalia continuar la conversación. Jaume llenó un vaso de agua y se acercó a la cama y la incorporó. Su cuerpo, hermoso un día ahora era todo piel y huesos; sus cincuenta y dos kilos se habían convertido en solamente treinta y seis los en los últimos meses.

—Bebe un poco de agua – le indicó Jaume dándole un vaso que había llenado antes —. Después nos iremos, antes que se nos haga tarde.

Eulalia asintió, no se atrevía a hablar por miedo a toser de nuevo. No le gustaba toser, la agotaba. Llevaba agotada tanto tiempo…

Jaume dejó el vaso sobre la mesilla de noche, se acercó al armario y saco un vestido más bien invernal, unas medias de lana y una chaqueta forrada. Sabía que el cuerpo de Eulalia no retenía el calor, que el frío se había apoderado de ella y que no la abandonaba.

Sus manos normalmente torpes y veloces la vistieron con diligencia y paciencia. Eulalia se abandonó sin hacer ni un solo sonido, ni su rostro trasmitió queja alguna a pesar de dolor que le producían algunos movimientos.

Jaume la calzó por fin, después la cogió en brazos.

—Espero no pesar demasiado –comentó Eulalia en un intento de hacerle reír.

Jaume soltó una breve carcajada casi de compromiso y la cogió con más fuerza, después bajo las escaleras con mucho más cuidado que a la subida. Nadie parecía escuchar su marcha al igual que nadie había escuchado su llegada. Avanzó hasta donde tenía su moto aparcada, depositó a Eulalia en el suelo. Se sentó a su lado para volver a calzarse los zapatos.

—¿Cómo lo hacemos? – preguntó — ¿Crees que tendrás suficientes fuerzas como para agarrarte a mí sin soltarte ni caer?

—Lo puedo intentar, Jaume. ¿Qué otra solución nos queda?

Jaume la miró apreciativamente, ella siempre había sido una persona valiente, pero esta vez no podía confiarse. No podía dejar que le sucediese algo.

Jaume la ayudó a levantarse del suelo, le colocó un casco protector y con cuidado la depositó sobre la moto. Después abrió el portaequipajes y sacó un pedazo de cuerda. Eulalia lo miraba extrañada.

—Ahora agarra un momento este extremo –le indicó Jaume y tras pasar la cuerda por la espalda de Eulalia le dijo – Ahora agarra el otro, será un segundo.

—¿Qué piensas hacer?

—Ahora lo verás.

Jaume se subió a la moto situándose delante de Eulalia. Alargó el brazo izquierdo hacia atrás y cogió el extremo que agarraba Eulalia, después hizo lo mismo con el lado derecho. Se acomodó en la moto y tiró de la cuerda hasta sintió el cuerpo de Eulalia pegado al suyo como si se hubiesen fundido en uno solo, después ató la cuerda a la altura de su pecho.

—Ahora, debes unir tus manos –le señaló.

Eulalia obedeció, se sentía tan segura con Jaume; su sana respiración, su corazón palpitante al 100 % era como un bálsamo para ella.

Eulalia alargó sus endebles brazos hasta cruzar los dedos a la altura del estómago de Jaume. Jaume cogió un pañuelo, el mismo que ella le había regalado la primera vez que habían salido y ató las muñecas de Eulalia suavemente pero con un buen nudo marinero.

—Ahora ya estás segura, no dejaré que te separes de mí.

Eulalia sonrió sin decir palabra aun sabiendo que él no podía ver pero estaba segura de que gracias a la proximidad de sus cuerpos él podía sentirla.

Jaume arrancó la moto. La ciudad comenzaba a despertar poco a poco de su letargo nocturno. La moto cruzó de nuevo la ciudad y siguió corriendo mientras el sol avanzaba en su viaje diario.

—¿Vas bien? –le preguntaba él de vez en cuando —. No intentes hablar con el casco puesto, puedes volver a toser.

Ella golpeaba con su cabeza sobre el hombro de Jaume a modo de respuesta silenciosa.

La calzada se convirtió en carretera y más tarde en un camino secundario hasta que finalmente no hubo camino a seguir.

—No podemos avanzar más con la moto –comentó Jaume —. No tenemos más remedio que continuar a pie, lo siento.

Jaume desató las muñecas de Eulalia y la cuerda que unía sus cuerpos. Después bajo de la moto y la ayudo a descender.

—El mejor viaje de mi vida –comentó Eulalia tras verse librada del casco —. Espero que no lo hayas pasado muy mal –Eulalia sonrió señalando los bajos de Jaume.

Jaume bajo la mirada, ni siquiera se había dado cuenta. Creyó ruborizarse aunque no pensaba comprobarlo.

—No, tranquila. Descansemos un poco, después seguiremos.

—Pero sabes que mi tiempo se está agotando. No puedo esperar.

—Solamente unos minutos. Lo necesitamos, Eulalia.

Ella asintió, en el fondo sabía que él tenía razón. Siempre había sido un chico con fama de problemático, pero ella lo conocía lo suficientemente bien como para saber que era todo fachada, siempre había admirado su buen juicio.

Se acostaron uno al lado del otro en la hierba, el cielo estaba sereno y el sol reinaba con todo su resplandor.

—Casi diría que vuelvo a sentir calor –comentó Eulalia.

Los minutos pasaron hasta transformarse en media hora. Jaume se levantó y la alzó del suelo sin esfuerzo, después la cogió en brazos.

—No te sueltes – le indicó.

Jaume comenzó a subir montaña arriba, por suerte el camino era fácil ya que debía vigilar de no caer para no dañarla. Eulalia le sonreía dándole las fuerzas que ella no tenía. De repente Jaume tropezó con una piedra, trastabilló hasta casi caer pero consiguió recuperar el equilibrio. Respiró aliviado aunque le dolía el dedo gordo del pie, justo donde su extremidad había impactado con la piedra.

—Bájame, seguiré a pie – le pidió Eulalia.

—¿Segura? ¿Podrás?

—He de poder, he de seguir por mi propio pie.

Jaume la depositó en la hierba, después se sacó el zapato y el calcetín. Se tocó el dedo gordo, le dolía y su color ya no era rosado sino de un azul negruzco.

—Lo siento –dijo ella —. En mi habitación tengo una crema que va bien para los golpes. A la vuelta te pasas y la coges, te la puedes quedar pero espero que no hagas como siempre y lo dejes al segundo día.

Jaume roció su pie con un poco de agua que llevaba encima, después se calzó de nuevo.

—¿Continuamos?

Ella asintió con la cabeza y consintió que él la levantase del suelo.

—¿Seguro que quieres andar?

Ella volvió a asentir con la cabeza alargando su brazo para cogerse a él. Y los dos siguieron avanzando montaña arriba y él adaptó sus veloces pasos a los pasos vacilantes de ella.

Por fin llegaron a la cima, al fondo se veía el mar o la mar (para él, nacido en una ciudad de interior era el mar pero para ella que había venido al mundo en una ciudad costera era la mar). Siguieron avanzando por un camino de piedra que se adentraba en el océano como si se tratase de un golfo. Las olas golpeaban a su alrededor cada vez más altas, el viento antes casi inexistente se despertó con una furia inusitada provocando el embravecimiento del mar.

Siguieron avanzado mientras las olas eran cada vez más altas, la espuma los mojaba pero ellos seguían avanzado cogidos de la mano. De golpe una ola más los sacudió lanzándolos al suelo y separando sus manos. Jaume se quedó quieto donde había caído mientras que Eulalia no pudo impedir que su cuerpo rodase por el mojado camino.

Jaume se levantó raudo y la buscó con la mirada pero a primera vista no la vio ya que su cuerpo se encontraba colgando y solo asomaba su cabeza y sus antebrazos. Jaume intentó gritar que se agarrase fuerte pero en ese instante una segunda arremetió feroz contra ellos. Eulalia levantó la cabeza por última vez. Una sonrisa de paz iluminó su rostro antes de dejarse caer a la mar que tanto amaba antes los ojos de la persona que más la había amado.

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