Relato 024 - Joshua el Rápido
Joshua el Rápido detuvo a su caballo a los pies de un riachuelo que recorría la llanura desde el norte hacia el suroeste. Joshua el Rápido conocía la llanura con precisión matemática y sabía que ese arroyo era con la mayor seguridad, la última fuente de agua potable hasta más allá de las montañas. Los otros arroyos ya debían estar secos a esa altura del verano y más si las nubes no habían descargado en las últimas semanas. La hierba seca de los alrededores era la prueba.
Joshua el Rápido descendió del caballo muy despacio y con suavidad depositó sus pies cubiertos por altas botas en el suelo. A continuación comprobó el paquete que llevaba sujeto con su brazo izquierdo y sonrió a su pesar al comprobar que él todavía dormía.
—Con lo que llorabas un par de millas atrás y mírate ahora, todo un angelito.
El bebé siguió durmiendo ajeno a las palabras de Joshua el Rápido. Y bien que hacía, igual que había sido ese lloro lo que le había salvado la vida unas cuantas millas más atrás. Joshua lo había escuchado, en medio del silencio de la llanura. Primero había supuesto que eran lobos por lo que había cogido su escopeta para defenderse de un posible ataque. Los lobos acostumbraban a estar hambrientos y su caballo era buena presa.
Otra vez escuchó el sonido. Entonces decidió investigar. No se iba a estar allí a la espera. Avanzó con lentitud siguiendo el ruido y entonces, la vio, oculta tras una pequeña ladera. Cabalgó más veloz, con suerte aún podía ayudar a alguien.
Cuerpos. Hombres, mujeres y niños le dieron la macabra bienvenida. Todavía estaban calientes, el ataque se había producido quizás en la última hora. Joshua miro a su alrededor nervioso, ahora sí que podía ser atacado aunque no por lobos.
Y entonces volvió a escucharle, aún más fuerte que antes. Se metió en una de las caravanas y oculto bajo una caja y varias mantas lo descubrió, al único ser vivo.
—¿Cómo es que nadie te escuchó? —le preguntó ya con él en brazos.
El bebé detuvo sus lágrimas al notarse en brazos de otro ser humano, que aunque desconocido eran unas manos amigas.
—Y ahora, ¿qué he de hacer yo contigo? —preguntó.
Porque Joshua nunca había sido un hombre familiar. Sin mujer e hijos que estorbasen en su día a día. Y sin nadie por quien preocuparse si no era por él mismo. Su única experiencia con bebes, era los potros y novillos que había criado en una época ya pasada que nunca podría repetirse.
El bebé volvió a llorar. Joshua deseó tener entre las manos un novillo, al menos con uno de esos como se criaba; pero un bebé era algo totalmente alienígena.
Joshua reviso los alrededores. Estaba seguro que ese bebé no podría comer los alimentos que llevaba en su alforja y que debía encontrar pronto algo si no quería que muriese de hambre.
—Quizás hubiese sido mejor que tu madre no te hubiese escondido, ahora estarías ya muerto —dijo mientras recorría la zona con el bebé en brazos.
Entonces la vio, todavía respiraba pero entre estertores. Joshua sacó su colt, se agachó y colocó su arma sobre la cabeza del animal. Entonces apretó el gatillo y el sonido amortiguado no fue escuchado más allá de unos pasos.
Joshua dejo al bebé en el suelo, volvió corriendo hasta su caballo, cogió una cantimplora y la vació del agua que llevaba. Después se agachó frente a la res que ha acababa de matar con su navaja en la mano, y con certeros cortes seccionó las ubres que pesaban pues estaban llenas de leche.
—Por suerte, todavía no te habían ordeñado esta noche, preciosa.
Apretó una de las ubres dejando caer su lechoso liquido en la cantimplora hasta llenarla, al menos así tendría algo de alimento para ese niño que le miraba sonriente desde el suelo.
Joshua volvió al presente cuando su caballo trotó hasta el arroyo hasta mojar sus patas delanteras. Después introdujo la cabeza en el líquido y bebió. Joshua le imitó y tras saciar su sed cogió su cantimplora y la rellenó. Esa cantimplora debía ser suficiente para atravesar toda la llanura hasta las montañas, dos días de viaje.
No fue hasta la tarde del siguiente día que lo vio. Joshua detuvo su caballo y este pataleó nervioso. Joshua reaccionó obligando al caballo a caminar de nuevo, pero esta vez a un trote suave hasta que su camino se cruzó con el del desconocido.
—¡Hola! —saludó el desconocido— ¡Qué bien, por fin encuentro a alguien!
Joshua le observó dudoso, la dirección que llevaba ese tipo no era lógica, por esa ruta no pasaban caravanas ni había pueblos cercanos.
—¿De dónde viene? —le preguntó.
—No lo sé exactamente, Monsieur. El caballo que cargaba con mi equipaje se murió esta mañana y yo ya estaba desesperado pensando que nunca iba a salir de aquí. Me alegra tanto ver una cara amiga.
Joshua apretó más al bebé contra su pecho, ese extraño era como poco peculiar y para muestra su estrafalario vestuario. Joshua no había visto nunca a nadie vestir de semejante guisa. Sus piernas estaban cubiertas por calzones hasta las rodillas seguidas de unas medias de seda, los pies cubiertos con botines. En la superior Joshua solamente se perdía entre volantes y chorreras. Para completar la estampa un chambergo adornado con una esplendorosa pluma cubría su cabeza de rizados cabellos castaños. Pero lo que más llamaba su atención era el arma blanca que colgaba de un costado. Nunca había visto un arma igual, parecido a un cuchillo pero mucho más largo.
El desconocido, al darse cuenta de la mirada inquisitiva de Joshua agarró la empuñadura del espadín con la mano derecha y estiró hasta apuntar a Joshua con ella.
—¿Qué le parece? Es una belleza.
Entonces el bebé emitió un breve sonido gutural que tanto Joshua como el desconocido oyeron.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó el desconocido acercándose al caballo aún con el espadín en la mano.
Joshua apuntó al desconocido con su colt en la mano izquierda.
—Quieto —le ordenó.
El bebé volvió a berrear, ahora con más energía.
—Es un bambino —afirmó el desconocido.
—¿Bambino? ¿No era usted francés?
—Francés, italiano. ¿Qué importa de dónde sea?
El bebé ahora ya lloraba. Joshua seguía apuntado al desconocido mientras el sollozo del bebé atacaba sus nervios.
—¿Deja que le ayude? Yo entiendo de niños, he sido padre.
Joshua bajó el arma indicando así que podía aproximarse, pero no la guardó señalando de esta manera que podía matarlo en cualquier momento.
El desconocido se aproximó con el espadín aún en la mano derecha hasta situarse a la derecha del caballo de Joshua. Con cuidado uso su mano izquierda para destapar al bebé y mirarlo con atención.
—¿Cuánto hace que no come? —preguntó.
—Le di leche esta mañana, pero ya no me queda más.
—Yo puedo dejarle un poco, si me ayuda a encontrar el camino.
—Si continúa hacia el oeste llegará a un puesto de caballería. Allí podrán ayudarle.
—¿Al oeste? —pregunta señalando hacia el sur — ¿Por allí?
Joshua le indicó el oeste correctamente.
—Gracias, ahora le busco la leche para el niño. Yo ya no la necesito.
Joshua observó como el desconocido se acercaba a su propio caballo. Entonces se fijó en el mismo por primera vez. Una marca en su costado derecho llamó su atención y su memoria despertó. El colt volvió a alzarse y Joshua disparó, alcanzando por la espalda al desconocido que se desplomó a los pies del caballo.
Su propio caballo relinchó al sentir el estampido, pero el otro ejemplar no se movió. Joshua cabalgó hasta él y tocar su lomo.
—Hola amigo —dijo—. ¿Cómo has llegado a caer en las manos de ese?
Joshua comprobó que el caballo estaba en perfecto estado. Ahora, no podía desviarse de su camino.
—Te llevaré conmigo, amigo. Con suerte nos encontraremos con alguna patrulla en la montaña y ellos se encargarán de ti.
Joshua descendió de su propio caballo para registrar las alforjas del otro equino, comprobando especialmente si llevaba leche. Ni rastro.
—Ya sabía que yo que ese tipo no era de fiar, ladrón y mentiroso.
El bebé, ahora ya callado, sonrió. Joshua le devolvió la sonrisa y esa misma sonrisa quedó fijada eternamente en sus labios cuando el desconocido levantó su espadín y con sus últimas energías lo clavó en el cuerpo de Joshua.
Joshua el Rápido se apoyó en el rocín mientras la sangre manchaba el suelo a sus pies y con su penúltimo aliento depositó al bebé en la alforja del caballo y con el último palmeó en la grupa del caballo mientras le susurraba:
—¡A casa!
Y el caballo escapó al galope pisando en su huida al desconocido, muriendo bajo sus cascos.
Y el caballo obediente cabalgó con su preciada carga siempre hacia el oeste, sin parar ni reducir su marcha, obediente a la orden recibida hasta que una mano amiga detuvo su carrera.
—¿De dónde vienes? —preguntó un soldado con galones de sargento.
El caballo relinchó por toda respuesta y de repente cayó hacia la derecha herido por una flecha sorpresa. Nada se pudo hacer por el bebé, ya demasiado tarde cuando el sargento lo liberó.