Relato 019 - La historia de Olivia

Siempre le gustó esa estampa. Desde el cuadrado ventanal por el que Olivia se asoma, mientras friega los platos, la hermosa montaña Shiroishi le da la bienvenida cada amanecer. Recorta el horizonte en perfecta simetría, proporcionando un agradable frescor, pues el viento sopla desde esa dirección hacia el antiguo edificio de Kuname, en el pueblecito de Habuminato situado al sur de la isla de Oshima1.

Olivia, aunque no vive sola, siente una sensación increíblemente grata de libertad y de paz cuando contempla el verdoso valle, sobre la ladera del Shiroishi. Sabe que ese lugar es patrimonio de la tierra del sol naciente, pues toda la isla volcánica pertenece al Parque Nacional Fuji-Hakone-Izu. Así, en esa especie de trance, inspira con verdadera emoción, llenando sus pulmones de auténtico aire puro. Justo enfrente y bajo la montaña, el pueblo de Habuminato recibe los primeros rayos del sol. Olivia ya tiene preparado su desayuno y se dispone a dejarlo en la mesa baja del comedor. Todo el silencio es envolvente. Basta un pequeño y simple sonido para que sus oídos le alerten de la llegada de su marido. Se mira su dedo anular derecho, y con gracia gira su alianza de oro y plata. Ya vuelve, ya siente esa pesadez que se le cuela en el estómago y le sube por la garganta. Sigue sin tener noticias de él. Nada. Ni una llamada telefónica, ni mensajes, ni cartas. Solo una escueta despedida:

Volveré.

Ella comprende la obligación de su marido. Trabaja para la prefectura de Tokio en Oshima, realizando las tareas de rescate y conservación del Parque Nacional. Es un buen escalador y amante del riesgo, aunque sobre todo muy humanitario.

Demasiado ─ añade ella en voz alta.

Para cuando Carlos la mira a los ojos pronunciando su volveré ya se ha apresurado a caminar hacia la puerta sin mirarla ni abrazarla. Ella teme que el trabajo de él los vaya separando cada vez más. Y lo insoportable no es lo soportable. Los momentos que Olivia queda a la espera de su regreso, le pasan por la cabeza multitud de pensamientos negativos: ¿estará sufriendo?, ¿le volveré a ver?, ¿sigue vivo?

 

Allá en España, su vida de soltera lo dedicó al estudio del idioma nipón, una lengua inservible en palabras de su madre. Las dificultades por las que pasaron su familia y ella, la obligó a dejar la carrera y a encargarse de sus hermanos y su padre, pues el hombre enviudó cuando ella tenía veintiún años. Diez años después logró su total independencia y otros numerosos fracasos amorosos. Terminó sus estudios de filología japonesa y fue ampliando su círculo de amistades realizando cursos y excursiones al país del sol naciente. Fue entonces cuando conoció a Carlos Serrano en uno de los viajes organizados a Japón. Allí tenían la posibilidad de realizar actividades como la escalada, el piragüismo y el submarinismo. Y años después vieron sus vidas unidas en matrimonio, a pesar de saber que el oficio de él era muy arriesgado. Además, las aspiraciones de Carlos siempre fueron respetadas por Olivia y si él decía que había que trasladarse a donde fuera, ella no se oponía. Incluso la idea de vivir en Japón era más bien una meta en su vida que un deseo.

Cinco años han transcurrido desde que Carlos y Olivia emigrasen a la isla del sol naciente y su adaptación a la vida y costumbres niponas fue rápida y fructífera. No obstante, el trabajo de Carlos le ha llevado a ascender puestos de mayor responsabilidad y, por tanto, eso supone estar menos tiempo en casa. Sin embargo, Olivia se ha llegado a acostumbrar. Es feliz allí, a pesar de tener que estar la mayor parte del tiempo sola. Aunque no todo debe verse gris. Olivia conoce a Olivia o mejor dicho, Olivia se conoce a sí misma. Es una meditadora nata. Sus últimos años de experiencia meditando en Japón le han dado el conocimiento suficiente para superarse a sí misma cuando un obstáculo surge en su vida. Y, además, es más consciente de ese vació que se sitúa en su estómago y le sube por la garganta. Por supuesto, está clínicamente demostrado que la ansiedad puede llegar a ser un trastorno mental, pero para Olivia el motivo de su ansiedad es el vacío que su cuerpo le hace sentir como un aviso de que algo no va bien.

Por las noches no hay oscuridad, hay pena y dolor. Tiene pesadillas en las que un técnico del parque nacional, con rasgos orientales, se presenta en su casa y le da la noticia del fallecimiento de su marido. Luego estalla en lágrimas y se arrepiente de no haberle dicho cómo ella se siente cuando él la deja sola. Estas pesadillas han sido más intensas y frecuentes desde la última marcha de Carlos. Tal vez sea porque él esperaba una reacción de ella tras decirle “volveré”. Quizá es que ella teme que él ya no la quiere. “Cinco años de matrimonio pueden aburrir a cualquiera…” ─ piensa Olivia con aprensión. Luego, rápidamente desecha esa idea.

 

 

El día transcurre sin cambios igual que desde hace ya no sabe cuánto, aunque no es cierto, sabe perfectamente el tiempo que lleva Carlos trabajando para esa misión: dos mese y medio. Según las noticias del telediario, hubo un terremoto en las cercanías de Kawafuki, al noreste de la isla. Ella teme que él esté allí. Comprende la grave situación y no quiere reconocer su malestar, es como si se reprochara ser egoísta porque los demás necesitan a su marido antes que ella. Así que cuando ve la noticia, apaga la televisión. Incluso piensa en todas esas personas que sufren y ella les dedica unos minutos de su tiempo en entregarles su deseo de paz, de ausencia del sufrimiento.

 

 

Hoy es martes, desde la ventana de la cocina el cielo se ve gris. Huele a humedad, parece que la noche anterior estuvo lloviendo. Olivia se prepara su desayuno y se recuesta en el suelo a tomárselo. Oye un pequeño golpe en la puerta y su corazón da un brinco que pronto ha malinterpretado. Se reprocha su torpeza. Era el sonido de la puerta del vecino abriéndola con la llave. Los días lluviosos la desaniman. Tiene que bajar al supermercado y también encontrar al vendedor ambulante de tofu.

Cuando llega al portal de su casa, perteneciente al edificio más antiguo de Habuminato, recuerda que no ha cogido el paraguas y poco a poco va poniendo un pie sobre la acerca mojada. Empieza a empaparse y mientras camina deja que sus lágrimas rueden por sus mejillas, así nadie se percatará de su dolor. Parece una autómata: anda, respira y come sin control. Así funciona su cuerpo, excepto en los ratos en que se obliga a concentrarse en cada paso que da y cómo su pie toca un charco y se empapan las zapatillas. Luego comienza a sentir frío desde los pies hasta la nuca. Una sensación de estremecimiento la convence de que todavía sigue viva. Ha vuelto en sí. El vendedor de tofu ha detenido su pedaleo en el portal de una casa de madera, una de las pocas que se conservan al estilo butsudan2. Una anciana sale con un paraguas y le da el dinero al vendedor haciendo una profunda reverencia. Esa escena la conmueve. La anciana la mira y le indica con su gesto de que se acerque a ella. Cuando Olivia llega hasta la puerta dice:

─ Buenos días.

─ Buenos días. ¿Te encuentras bien?

Olivia no sabe que responder. Tras pensarlo brevemente dice:

─ Muy bien, gracias.

─ Hay algo en tu mirada que me dice lo contrario.

─ Bueno, la verdad es que estoy preocupada por mi marido.

─ ¡Ah! Entiendo ─ y le mira el anillo que Olivia acaba de tocarse ─, él esta en todas las cosas que te rodea.

Aquella respuesta no supo muy bien cómo interpretarla. Quizá fuera una mala traducción de su cabeza al escuchar la frase en japonés. La anciana simplemente se limitó a hacer una elegante reverencia, mientras Olivia se apresuraba a darle las gracias.

 

Había dejado de llover. Olivia con otra actitud muy distinta y sin comprenderlo bien, marcha a su casa tras haber entrado en el supermercado. Sube en el viejo ascensor y cuando acude a su casa, todo sigue igual: vacío y silencioso. Pero no le importa. Sin pensarlo, corre a la ventana de la cocina y empieza a entender, de pronto, lo que la anciana ha dicho. Abre el ventanal y tras gritar a pleno pulmón el nombre de su amado tres o cuatro veces, sin importarle lo que los vecinos puedan pensar de ella, oye como una voz distinta de ella y en la lejanía la llama por su nombre. Entonces observa con sorpresa un objeto volador no muy lejos y a continuación van sumándose otros tantos al primero. Entre el bullicio de los helicópteros logra oír de nuevo que alguien la está llamando. Pasan por encima de las montañas y siguen surcando el cielo de Habuminato. Ahora puede sonreír porque en aquellos aparatos eólicos acaba de contemplar con claridad el símbolo del Parque Nacional de Oshima.

 

 

 

 

"No te dejes abatir por las despedidas. Son indispensables como preparación para el reencuentro.
Y es seguro que los amigos se reencontrarán después de algunos momentos o de todo un ciclo vital."

Richard Bach3

 

1 Oshima pertenece al grupo de islas Izu, en la región insular de Tokio.

2 significa santuario que se encuentra en templos y hogares de Japón; los típicos hogares nipones disponen de una entrada, un jardín, las estancias y un templo budista.

3 Escritor y piloto de aviación estadounidense

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