Relato 008 - Roboerótica

Las tres leyes de la robótica.

  1. Un robot no debe dañar a un ser humano ni por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
  2. Un robot debe obedecer las órdenes impartidas por los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes estén reñidas con la Primera ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia, mientras dicha protección no esté reñida ni con la Primera ni con la Segunda Ley.

Isaac Asimov.

                                  

 

Eduardo Oscheret estaba particularmente entusiasmado esa mañana, se levantó de la cama, preparó su café e hizo sus ejercicios físicos matinales; empezaban sus vacaciones, a los treinta y un años de edad había logrado convertirse en uno de los vicepresidentes más jóvenes de una firma líder en el ramo  de cosméticos masculinos.

No era un hombre feo, tampoco era particularmente atractivo, era, eso sí, increíblemente tímido para establecer relaciones con el sexo opuesto, siempre se había sentido atraído por la chica más bella del grupo que inevitablemente lo rechazaría y no había invitado a una chica a salir desde que le ofreció a Tessie, una bella chica de ojos negros y su compañera de tercer grado, un helado en la cooperativa Escolar: Tessie aceptó gustosa el helado para compartirlo inmediatamente con Renzo, el italiano  que era campeón de soccer en la primaria.

Después de cinco años de no tomar vacaciones había ahorrado una fortuna nada despreciable y reunido cinco semanas de descanso continuo, quince días antes había hecho el depósito y enviado las especificaciones que requería el producto que había comprado en línea en http://www.realcompanionforsex.com.

 

 

¡No solo es el Lamborghinni de los juguetes sexuales decía el anuncio! Con Real Companion usted se lleva una “compañera real” que le durará toda la vida. ¡Y jamás lo demandará por una pensión alimenticia!

Habían valido la pena las horas pasadas conectado a Internet contestando un incontable número de pruebas psicológicas, de inteligencia, personalidad, inteligencia emocional, todo sería utilizado para obtener el cien por ciento de su compra en Real Companion.

La compañía Real Companion for Sex & Life. Inc., con sede fiscal en Nueva Granada, era una subsidiaria altamente especializada de United States Robots and Mechanical Men (USRMM), habían comprado la Isla de Ronde para instalar ahí su fábrica, construyeron un aeropuerto internacional desde donde surtían sus pedidos a todo el mundo, no tenía nada que ver con las muñecas inflables de los años ochenta, ni siquiera con su más cercano antecedente de las Real Doll inanimadas, lo que habían hecho era utilizar las nuevas técnicas de animatronics, con el revestimiento en base de silicón para pacientes con quemaduras extensas para recrear lo mejor posible a un ser humano, los dientes incluso eran reales, las cavidades tenían una temperatura ligeramente elevada y una humidificación constante que le permitía al usuario poder interactuar sexualmente con su “compañera real” que era el nombre otorgado por la división de marketing de la empresa, a sus productos, todo eso se combinaba con el más sofisticado programa de inteligencia artificial, un descendiente en quinta generación de zabaware, que aprendía en base a la experiencia conforme iba recibiendo nuevos y diferentes estímulos y era lo que alimentaba a su “cerebro positrónico” LNE, de tal manera que las respuestas eran lo más semejante que podría haber con una interacción humana. La programación era realizada absoluta y totalmente “a la medida”.

A las nueve y  media de la mañana, tocaron el timbre, para entonces Eduardo ya estaba, bañado, rasurado y vestido como si de una cita romántica se tratara.

El empleado de DHL llegó con la caja de casi dos metros de largo en un diablito neumático y la colocó con cuidado en medio de la sala del nuevo e impaciente comprador. Después de recabar la firma de recibido, el mensajero se fue feliz con el billete de cincuenta dólares que recibió de propina.

Había llegado el momento de abrir su “regalo”.

Una vez desenvuelto el paquete; lo que encontró en  el interior lo dejó sin habla.

Sus especificaciones las habían cumplido al pie de la letra, el cabello de Farrah Fawcett-Majors, los ojos de Elizabeth Taylor, la sonrisa de Julia Roberts combinada con la de la Mona Lisa, los senos de Kim Bassinger, las piernas de Ximena Navarrete y bueno… de Jennifer López había escogido otra parte de su anatomía. La similitud con un ser humano era tal que tenía también imperceptibles imperfecciones en el cutis que le daban un mayor realismo, una pequeña marca cerca de la nariz, un área de color diferente en la mejilla, detalles… cuidados al mínimo.

Ella estaba vestida con jersey negro pegado y una minifalda con el mismo color, medias y zapatillas, sin joyas ni otro accesorio y con el cabello suelto, mantenía los ojos cerrados, pareciera que era una mujer dormida, salvo que no había movimiento alguno. Se conectó a la hiper-red, ingresó al portal y colocando su índice sobre el lector, permitió la identificación de su DNA, una vez confirmado este, fue garantizado su acceso, existían dos mecanismos para la activación, uno de ellos era tomarle de las dos manos y darle un beso, el puente que se creaba enviaba la señal para “traerla a la vida”, la otra opción involucraba la utilización de un desarmador en la planta del pie izquierdo. Prefirió el beso.

Al principio pensó que no había funcionado, tuvo que pasar unos segundos para percatarse que la inmovilidad ya no era absoluta, un leve movimiento del tórax imitaba la respiración, antes de abrir los ojos ella esbozó una sonrisa, las largas pestañas se entornaron para dar paso a unos deslumbrantes ojos de color violeta que lo miraron fijamente, el programa de reconocimiento facial empezó a funcionar, la sonrisa se congeló, agitó su rubia cabellera y  solo dijo una palabra: ¿Eduardo?

Cenaron a la luz de las velas, ella tomó solo unos pocos bocados y después se dirigió al baño para extraer la materia orgánica que obviamente no podía ser procesada.

La primera noche la recostó sobre su cama y el solo durmió abrazado a ella sin intentar hacer nada más.

Al día siguiente hicieron el amor.

Eduardo había tenido algunas experiencias pero solo con prostitutas y estas nunca habían sido del todo satisfactorias. El primer día que tuvieron relaciones eyaculó tres veces y lo más importante de todo: Se enamoró.

Permanecieron encerrados toda una semana, al término de la misma ella permanecía mucho tiempo callada con la mirada altiva, distante y un gesto permanente de aburrimiento.

— ¿Deseas salir a algún lado?

—Si me gustaría, —dijo Beatriz que era el nombre que él le había puesto—, pero quiero regresar temprano.

—Regresaremos a la hora que tú quieras.

Eduardo y Beatriz, fueron al teatro y a cenar, a Eduardo no le importaba que el resto de los asistentes y los comensales se le quedaran viendo de una manera extraña, sacar a su Real Companion fuera de casa ya era por sí mismo una extravagancia, pagar una cena para dos en un lugar exclusivo era demencial.

Cuando regresaron a casa él la llevó a la cama y la empezó a besar, ella lo dejó hacer, después le dijo poniéndole una mano sobre el pecho:

—Hoy no. ¿Está bien?

—Si, no te preocupes.

Beatriz se volteó dándole la espalda y él se conformó con acariciarle el brazo y el cabello que le cubría los hombros.

A la mañana siguiente Eduardo salió temprano.

— ¿Voy a salir, no te importa? —preguntó.

—Aquí estaré esperándote cuando regreses —contestó Beatriz mientras lo miraba fríamente.

Las oficinas centrales de Real Companion estaban en Antares, Nueva Granada, pero tenía oficinas de enlace y representación en casi cada una de las grandes ciudades del planeta.

Después de solo cinco minutos, aún cuando se había presentado sin contar con una cita previa, lo recibió el Director de Relaciones Públicas de la oficina.

— ¿En qué puedo servirle? —preguntó el Ingeniero Robert Calvin, sobrino nieto de la legendaria Robopsicóloga.

—Mi “compañera real”, algo no funciona bien.

—Explíqueme, mientras consulto sus especificaciones.

Una pantalla holográfica tridimensional apareció en medio de la habitación y pareció que Beatriz se hubiera teletransportado ahí mismo.

— ¿Beatriz? Me imagino que es un fan de la literatura italiana, Julieta y Dulcinea son otros dos nombres muy comunes.

Realmente escogió una combinación despampanante, veo que cuenta con el chip homoerótico G39.4; es nuestro modelo más reciente. ¿Qué es lo que no le funciona? Explíqueme.

            —La veo triste, pareciera que ella no me ama.

            Al Ingeniero Calvin le tomó un par de minutos desentrañar las especificaciones del programa de comportamiento.

— ¡Bingo! —Exclamó—, sabía que no podía haber ninguna falla.

—La hay… creedme. La veo fría, triste, distante… ella no me ama.

—Licenciado Oscheret, específicamente pidió un modelo del cual USTED se enamorara. La ecuación matemática que refleja su personalidad introvertida, nos condujo a entregarle un programa único e insustituible, para que usted se “enamorara” de nuestra “compañera real”, ella tenía que desdeñarle a usted ligeramente.

Aplica aquí la primera y la segunda ley de la robótica.

—Un robot no debe dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

—Un robot debe obedecer las órdenes impartidas por los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes estén reñidas con la Primera ley.

—Beatriz obedece con su actitud a estos lineamientos básicos, no hacer que usted se enamorara sería dañarle y además esto esta reforzado con un ordenamiento primario pre-programado por lo que solo obedece la secuencia, en realidad es muy simple. El programa fue diseñado en base a su condición humana —concluyó un sonriente Robert.

  • ¿En serio? ¿Y es algo que se puede corregir?

—Lo puedo hacer desde aquí mismo, puedo enviarle por intranet una descarga de actualización y al llegar a casa usted encontrará a una Beatriz solícita y amorosa. Solo que no encajará con lo que los psicólogos y robopsicólogos idearon para usted en su programa original.

—No importa, yo quiero que ella sea feliz, quiero que me ame.

—Ella lo amará sin duda. ¿Esta usted seguro de que es lo que quiere? Le recuerdo que el programa afecta directamente al cerebro positrónico y no habría manera de deshacer las modificaciones. Tendríamos que hacer una reprogramación de inicio que tendría casi el mismo costo de una nueva “Compañera Real”.

—Si lo entiendo, no importa… proceda por favor, no soporto más ver su indiferencia.

—Si está usted seguro de que es lo que desea… entonces ¡Adelante! —Alimentó el programa con algunas ecuaciones cuadráticas y unas integrales y lo envió por la intranet.

Cuando Eduardo Oscheret llegó a su casa, se encontró con la mesa puesta y una Beatriz sonriente.

—Amor mío. —Le dijo ella— ¡Te he extrañado tanto!

Hicieron el amor apasionadamente antes de comer lo que ella había preparado para la cena.

Los siguientes días fueron maravillosos para Eduardo.

Beatriz estaba al pendiente de sus más mínimos deseos, no solamente seguía siendo una gran amante, su mirada arrobada y cálida lo seguía por la habitación y cuando tenía que dejar la casa por cualquier motivo recibía dos o tres mensajes de texto de ella a través del móvil que le había asignado.

Todo parecía… demasiado perfecto.

Sin embargo, después de otra semana Eduardo empezó a tener una sensación de hastío. Le molestaba ser aceptado “a priori”, se dejó de rasurar, se dejó de asear y a ella pareció no importarle, finalmente se dejó de peinar y empezó a “abusar” con su maltrato a Beatriz, su permanente solícita actitud lo tenía completamente aburrido.

Era claro que ella estaba ahora programada para demostrarle que le amaba. El problema es que él empezaba a dejar de amarla.

Pasaron quince días, una semana antes de regresar de vacaciones, se ausentó de casa por veinticuatro horas.

Había rentado un pequeño departamento de una habitación cerca de su trabajo.

En casa con Beatriz se sentía bien, se sentía cómodo y tenía una “compañera-real” devota y fiel, pero desgraciadamente necesitaba algo más.

En su primer día de trabajo a la hora de la salida llamó a casa para avisarle a Beatriz que llegaría tarde porque había surgido una junta de último momento.

Había dejado instrucciones al portero del edificio del nuevo departamento.

Cuando llegó, la caja de casi dos metros le esperaba en medio de la sala, la abrió con manos temblorosas y procedió de acuerdo con las instrucciones.

Lucrecia se incorporó, lo recorrió de pies a cabeza altivamente con sus gélidos ojos negros y esbozó un mohín de disgusto.

Eduardo suspiró satisfecho.

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