Relato 004 - UNA ESTRELLA PARA ÁSTRID
Ástrid despertó e inmediatamente recordó que faltaban tres días para que llegará su amado del otro lado del mundo y uno más para el gran día de su exposición pictórica, se llenó de ansiedad y felicidad. Miró en el espejo su esbelta figura, sus ojos verdes con diminutos lunares negros y puntos de luz, los cabellos rojos y los cientos de pecas en la cara cual estrellas en el firmamento. Ástrid es una muchacha pequeña, casi con aspecto de desamparo, y su rostro de niña. Puede parecer muy frágil aunque en ella habita la fuerza de las estrellas, pero ella aún es ajena a ese poder el cual surge cuando despierta su inconsciente. Se duchó para comenzar el día. Fue al café para programar su exposición, pinturas al óleo. La temática de su trabajo: la mente dormida.
—Así que la mente dormida— dijo su interlocutor quien patrocinaba su exposición y así tal vez atraer clientela más culta a su café—. ¿Tienes la introducción para ponerla en la presentación? —La voz de Ástrid era dulce como la miel—. La tengo.
Ástrid le extendió una nota:
Los cuadros no tienen nombre, aunque es importante nombrarlos, pero en su lenguaje: en el lenguaje de los colores y de los sentimientos, no en el del dialecto.
— ¿Cómo se llama ese cuadro? — preguntó el observador.
—Tiene un nombre, sí, pero no lo puedo pronunciar, porque fue nombrado en el lenguaje de los sentimientos. Trata de poner atención en qué es lo que te hace sentir y tal vez el cuadro te diga su nombre. Pon atención a tu mente dormida, que es más poderosa que tu mente consciente, la mente dormida es el inconsciente, y en ella habita el lenguaje de los sentimientos. Es lo bastante vasta para comprender el nombre oculto de los cuadros, y de las cosas, a veces ese conocimiento aflora a la superficie. Tu mente despierta ignora la mayoría de las cosas, pero tu mente dormida es más sabia.
El dueño de la cafetería sonrió y mantuvo el silencio releyendo la nota, hizo gesto de agradecimiento insinuándole a Ástrid que era todo lo que necesitaba. Ella se sintió tan feliz y volvió a pensar en su amado. Regresó a su departamento después de una hora de trayecto en el metro para preparar su presentación, le darían veinte minutos para que explicara a qué se refería con el título. Pero en vez de crear su discurso, pensó en él. Ástrid tomó su celular e interactuó con el teclado para expresarle un poco de sus sentimientos.
Te extraño como no tienes idea.
¿Cómo estás?
Pasaron los minutos y horas, y Ástrid se llenaba de incertidumbre, así que decidió marcarle, no obtuvo contestación. Creyó en que le regresaría pronto la llamada. Llegó la noche mientras hojeaba libros de ciencia ficción y detallaba sus cuadros. Se fue a la cama a media noche, no sin antes enviarle un correo. Se paró frente al espejo grande en su habitación observando su figura, se sintió más delgada de lo habitual, alrededor del hermoso verde de sus pupilas las venas resaltaban, lágrimas salieron como el agua brota de entre las piedras frías cuando cae lluvia en invierno y se congelan. Soñó.
—Ástrid, de la orden de los arcángeles, es hora de abordar su nave e ir a su asignación de reconocimiento, —dijo un ser azul con voz pastosa, de manos y dedos enormes, de labios gruesos y casi el doble de alto que ella—. Irás a través de un pequeño agujero de gusano, te llevará a la estrella errante que apareció en los confines de la vía láctea.
El ángel abordó su nave, una esfera de energía con el emblema de la galaxia, tres círculos azules concéntricos, un vehículo de reconocimiento con poco armamento para salir de algún apuro. Sintió los controles adherirse a sus manos blancas y se unió con su esfera. Despegó del centro de la galaxia, el negro no tardó en propagarse en su visión para después observar un color verde escarlata de un cinturón de asteroides que evadió sin problema. Fijó la ruta y se dirigió al agujero de gusano. Se introdujo entre sacudidas, fue un instante, se encontraba en el confín de la galaxia y volvió a fijar coordenadas. La esfera arrojó información de un campo magnético y se sacudió…
Despertó muy temprano, con los ojos hinchados y en llanto. Tomó el celular, nada. Revisó sin interés sus redes sociales y las de él, sin rastro. Se preocupó y trató de localizarle en la agencia de viaje que su novio había tomado sin obtener información. Su celular emitió una notificación, era él.
Discúlpame mucho, todo está bien, más tarde te explico.
Su cara, su cuerpo y su mundo, cambiaron. Contestó con entusiasmo:
Muy bien amor, yo te espero, la verdad es que yo también he estado muy ocupada, la exposición pinta genial. Serás mi invitado de honor.
Salió a la calle a pasear al parque cercano, ya con el pecho más liviano, pero aún había una sensación de brasa caliente en su garganta y de una lluvia de meteoros pequeños clavándose en su piel. La actitud distante de su pareja la estaba volviendo loca. Tomó el metro y depositó en el banco los últimos cobros de sus trabajos. Salió de un edificio volteando al cielo e imaginándose que de pronto se cubría de inmensas esferas de luz en las cuales viajaban ángeles. Entonces comprendió que tenía ya un año que antepuso la vida de su pareja a la suya, y todo lo hacía en torno a él.
Pasó de nuevo el día entre libros e intentando crear su discurso, el cual sentía hueco, como hueca se sentía ella. Llegó la noche y su amado no se comunicaba, creyó que todo se iba a la oscuridad; tal vez ya no era querida ni pretendida. Tomó el móvil y le mandó cerca de diez mensajes de desesperación, de preocupación y uno de enojo. A media noche, después de dar seis veces vuelta a la programación del televisor, durmió. En su mente dormida, durante el día, se habían conjugado una serie de simbolismos que formaron la continuación del sueño consecutivo.
La estrella errante se mostró sin vida, opaca, oscura, fría y con sentimientos de hielo, como opaca y fría se sentía ella en su cuerpo de ángel. La estrella le invitó a sentirla; sentir cualquier cosa que pudiera transmitirle. El ángel sabía que era momento de regresar, había logrado el contacto, que era toda su misión. Comprobó su tablero de energía para mandar la información cuando una luz atravesó la esfera: todo dentro murió y quedó suspendida frente al astro. Le surgió el instinto de supervivencia tan fuerte en los ángeles, y su cuerpo brilló. Se levantó de su estancia de piloto, detrás descansaba su armadura, la colocó. Ahora Ástrid era un ángel guerrero: unas metálicas extremidades planeadoras se abrieron y, con alas abiertas, abandonó la esfera dirigiéndose a la estrella…
Despertó muy temprano, de nuevo, pero no tuvo energía para levantarse. Volvió a dormir y, a media mañana, el celular la despertó.
—Cariño buenos días, —a Ástrid le dio un vuelco el corazón—. Perdón, he andado muy ocupado. Tomaré el avión mañana temprano, nos vemos para la cena si te parece bien.
—Claro mi amor.
—Muy bien, cuídate mucho, hasta mañana.
—Oye, espera, cómo…
Él cortó la llamada y ella se sintió desaparecer. Lo amaba tanto y sintió que su amor no era correspondido. Imaginó el sistema solar saliéndose de orbita y el sol atrayendo los planetas para comérselos. Intentó regresar la llamada sin éxito. Luego se tranquilizó y logró levantarse y preparar el desayuno. Mañana era el gran día e intentó continuar redactando su discurso, redactó mejor una carta para él:
Al ver mi departamento desierto y con migo cuando llego, siento que hay un vació en mi interior, no es de hambre, es de ti. Me siento quieta y pienso en lo que podrías estar haciendo o estar pensando, prendo la radio y nada me gusta, pongo un disco y hago mis negocios, entre me olvido de ti, entre cada cosa me recuerda a ti. Los gatos me miran desde lo que se puede llamar pateo de atrás, cada vez uno diferente, y pienso que ellos se preguntan qué diablos hago, o tal vez ya lo sepan y quieren engañarme poniendo cara de duda; me pregunto si seres de otras estrellas los adoptarían como mascotas. Subo a mi cuarto a descansar. ¿Pero sabes? Me acuerdo de ti. Estoy en mi cama y trato de escribir mi discurso hasta que las letras se empiezan a borrar. Me duermo y me olvido de despertar hasta que llega un mensaje y brinco creyendo que es tuyo, pero son mis amigas, como las quiero y a ti, te adoro. Fue bueno fue conocerte, gracias por estar conmigo, te amo.
Esa noche no volvió a tener noticias, se sentía tan ajena del mundo como una estrella muerta y errante en una galaxia ajena. Dentro de su pecho ardía una sensación que la quemaba y en la garganta tenía un asteroide enorme atorado; ya no podía llorar con sus hermosos ojos hinchados. La quietud de su cama la envolvió y se imaginó que había más allá de las estrellas.
Descendió, la oscuridad era total y devoraba todo sin piedad, gracias a una de sus capas de visión pudo vislumbrar la superficie en un color gris opaco. Se sentía liviana mientras su armadura la protegía del frío. Los sentimientos surgieron, plantas salían de la oscura superficie enredándose entre ellas para formar gruesos troncos con espinas. Entre las raíces notó diminutas luces de un azul opaco y observó insectos con alas y símbolos de un lenguaje que no comprendió. Una sensación le atravesó el pecho, e hizo que su cuerpo de ángel se pusiera a la defensiva activando todos sus sentidos. En lo alto de una colina, bajo el cielo sin estrellas, una figura la observaba. Sintió la presencia de la criatura: de una fuerza descomunal y de una antigüedad que rebasaba su conocimiento. La criatura avanzó hacia ella, con calma, la vegetación se abría a su paso. El ángel vislumbró la forma humanoide: de cara alargada y triangular, con sendos cuernos puntiagudos, de piel oscura y pulida al grado del brillo. Las extremidades del oscuro ser eran unas enormes garras que brotaban de él, a través de una capa negra, brazos ramificados con puntas filosas. Una de las garras del ser tomó forma de espada afilada. El ángel descansó su mano en el arma láser que descansaba al costado izquierdo, y con brazo derecho desenfundó espada vibrante de luz, extendió sus alas plateadas y una luz azul se reflejó en el metal. Ástrid sintió mucho frío…
Tomó varias horas para asearse y estar lo más hermosa posible para su novio. Se colocó un vestido verde largo, algo veraniego. Sus piernas blancas pecosas parecían traslúcidas como de muñeca moldeada, sobresalía su curveada silueta de marcadas caderas. El leve maquillaje en su rostro resaltaba sus ojos. Desayunó a mediodía y continuó con su discurso. Cuando por fin tenía forma él vino a ocupar todo su pensamiento. En un ataque de soledad arrugó la hoja y la tiro al suelo, la pisó, la volvió a levantar con intención de continuar, pudo leer dos líneas cuando decidió hacerla añicos y regresarla al suelo cual rompecabezas. El celular sonó, pasaría por ella para cenar en diez minutos y a Ástrid se le iluminó la vida.
Se presentó alto, de piel morena y vestido en traje formal, con la sonrisa que la derretía. La llevó a comer a uno de sus lugares favoritos. Ástrid, dentro del coche y observando a su amado, imaginó que un agujero de gusano, oscuro, se abría ante ellos para devorarlos. Llegaron al lugar convenido. Se sentaron uno frente al otro y, antes de ser atendidos, Ástrid soltó lo que no soportaba más.
—Dime de una maldita vez qué es lo que está pasando Marco. —Su amado carraspeó, se puso serio un instante y luego una lágrima que a Ástrid le pareció falsa se deslizó por la mejilla izquierda: la lágrima hizo un recorrido entre las arrugas hasta caer al mantel blanco de la mesa. Ástrid soltó el llanto, comprendía. La voz de Marco fue fría como el hielo—. Conocí a alguien, voy a terminar la relación.
Por un momento Ástrid sintió que su universo interior saldría expulsado a través de llanto y gritos incontenibles de furia pero, en vez de eso, un vacío la invadió dejándola carente de sensaciones.
—Me voy. Mañana es un día importante para mí. ¡Hasta nunca!
Dejó al que creía el amor de su vida allí, sentado y en ningún momento volteó hacia atrás. Su hermoso cuerpo cubierto con adecuado vestido de colores salió a una calle mojada; su figura se reflejaba en el suelo húmedo con tonos grises. El cielo se tornaba negro. Ástrid se imaginó a través de los charcos de agua cientos de planetas con sus anillos, estrellas brillando de colores y una explosión destruyéndolo todo. Ahora la Luna, las estrellas y sus oleos carecían de sentido, así como perdió el interés en la vida misma, quedó muda de los sentimientos.
Ástrid llegó a su departamento como un ser automatizado que recibe indicaciones ya programadas de tareas rutinarias. Se desnudó y acostó en su pequeña cama. Su anatomía se miraba muy blanca. El brillo esmeralda de sus ojos se opacaba pero aún se observaba el universo en ellos. Trató de imaginar que había a través del techo, más allá de la atmósfera y de las estrellas, más allá de la galaxia. Vislumbró en su pensamiento la cara de un ser oscuro, pudo recordar sus sueños y el encuentro con ese ser enigmático. Durmió pues un cansancio abrumador la devoró. Ástrid no se presentó a su exposición del día siguiente, los frescos descansaron con colores y reflejos de planetas que representaban la mente dormida, ante un público que no recibió a su anfitrión. Ástrid nunca despertó.
—Yo soy el Rey de lo no creado. Ahora tú también, ángel, formarás parte de esta estrella.
—Yo soy un arcángel de la orden de Miguel, mi comandante es Gabriel, y no formaré parte de nada, tú y tu estrella serán destruidos.
La vegetación en la superficie crecía más y daba forma a miles de seres oscuros que se formaban alrededor de su Rey y del ángel. Salían de orificios en la superficie, estos seres habían consumido la estrella y la habían cambiado. El ángel, con sendas alas extendidas, emprendió el vuelo a la mayor velocidad, quiso comenzar el ataque a lo que previó una batalla inevitable. Tomó el arma que posaba en una de sus piernas disparando una descarga de energía al ser oscuro, lo envolvió una explosión. Descendió cerca sacando afilada espada, de color plata y con vida propia; la espada vibraba. Atacó cortando al ser extremidades y cuernos de la cabeza. El ser se regeneraba. El ángel escuchó un zumbido, su oponente se movió a una velocidad imposible de apreciar y, con extremidades afiladas, cortó las alas del ángel, hirió una pierna y cortó la otra, como también cortó el brazo de la espada. El ángel se hincó en el congelado suelo, los miles de seres se acercaban encerrando a los combatientes en un círculo pequeño. El que se decía Rey miró al ángel con rostro negro y pulido, los dos largos cuernos que salían de su cabeza brillaban con reflejos grises y azules.
—No has venido aquí a morir del alma ángel, pero ya no despertarás en ninguna de las dimensiones en que habitas, tu esencia ahora es mía. —El ser alzó su extremidad afilada y golpeó el pecho del ángel atravesándolo, el hermoso rostro cayó contra el frío hielo: su mente, su alma y su esencia, fueron consumidos por las extremidades que salían del suelo. Y la volvieron a formar, y volvió a tener extremidades—. Ahora escucha Ástrid, te he llamado y tú a mí con tu mente dormida, necesitamos un creador y tú puedes pintar nuestra antigua existencia…
Ástrid se quedó consternada mirando la oscuridad por una eternidad, decidiendo ante la propuesta, y fue tanto el tiempo que la contemplo que la oscuridad también la miró a ella.