Microrrelato 54 - Otro sabor

Un paquete de pasta, una botella de aceite de girasol y dos de agua: a eso se había reducido la ayuda del Gobierno. Y como cada trimestre, Juan debía recogerla en el supermercado si quería variar, al menos durante unos días, su dieta a base de sobras de contenedor.

De camino al establecimiento, se tropezó con doña Aurelia a la que saludó con un «Buenas» que fue correspondido con un gruñido y una mirada de reojo. 

«¡Pero qué cerda y qué repoquísima vergüenza!», refunfuñó ésta a su amiga.

«A saber quién será su nueva víctima», murmuró Juan al dejarla atrás.

Cuando llegó, Pilar, la cajera, lo saludó con una sonrisa.

—¿Traes los vales?

—Sí, claro. —respondió sonriendo—. Doña Aurelia parecía un poquito cabreada.

—Ahí tienes la causa —dijo Pilar señalando la calle.

A Juan se le demudó el rostro por lo que vio. Frente a la entrada, una muchacha sonreía mientras toqueteaba una jaula de cristal en la que una rata reaccionaba a sus gracias empinándose y mostrando los incisivos.

Durante cinco minutos quedó boquiabierto y con los ojos desorbitados.

—¿No serás un tiquismiquis como doña Aurelia? —preguntó Pilar.

—No—respondió con voz desfallecida sin apartar la mirada del roedor.

—¿Estás bien?

—Sí...

La cajera se encogió de hombros en un gesto de incomprensión.

Cuando Juan llegó a casa, se dispuso a dar cuenta de su plato de pasta hervida con guarnición de pan mohoso. «¡Por supuesto que sería incapaz de hacerle daño! — exclamó mientras pensaba en los muslos y las paletillas de la rata del supermercado —¡Pero echo tanto de menos la carne…!».

Al meterse el tenedor a la boca, reparó en la letra del pasodoble que sonaba en la calle: «La vida tiene otro sabor…».

«¡Sí, de hambre!», gritó con la boca llena.

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