37 Relatos para leer antes de que estés muerto

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Igor
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37 Relatos para leer antes de que estés muerto

Mensaje por Igor »

37 relatos para leer cuando estés muerto. Un libro de relatos cortos. ¿Qué encontraréis? Mujeres, astronautas, dragones, hombres desorientados, cazadores de otros tiempos y mil cosas más.
¿Géneros y temas? El amor, la fantasía, la vida, el humor, el terror y la ciencia-ficción. Y estos días de crisis también están presentes. 37 relatos muy distintos. Y además de los 37, las historias cortas de Vamurta, un mundo de fantasía sobre el que debo una explicación.

El libro está disponible en Amazon. El precio es de 0,86 euros, un micropago, así es el futuro. Enlaces:

Algunas historias las conocéis pero otras muchas no. De los relatos que estoy más satisfecho menciono La última cena, El bucle de Sofía, El dragón y las princesas tristes, Vida matrimonial, Sard, Guerra Civil, El Canto de Ulam y La bicicleta. El conjunto de relatos lo publica la editorial Las Cajas de Dios, cuyo único accionista es Igor Kutuzov, que es mi seudónimo.

A modo de avance, en los próximos días subiré algún relato.
Aquí adjunto la portada.

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Cualquier duda, podéis dejar un comentario aquí o enviarme un email.
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Igor
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Re: 37 Relatos para leer antes de que estés muerto

Mensaje por Igor »

Dejo este relato-avance. Se titula Siesta, y es un mal despertar. (estaré unos días fuera, por si alguien responde...=))

3
Siesta

Dejé el periódico sobre la mesilla, me moría de sueño. El sol de primera hora de la tarde me cegaba, así que me moví hasta la única sombra del jardín. Apuré el café y aplasté el cigarrillo en el cenicero. Una buena siesta sería mi salvación.
Me metí en casa para tumbarme en la cama de matrimonio y cerré la puerta. Se oía algún pájaro. La luz era una bendición que, lejos de calentar en exceso, me amodorraba sobre las almohadas. Cerré los ojos.

Me he despertado muy mal. Estoy temblando. Siento como si me hubieran cubierto con un manto de hielo. Es de noche, noche profunda. ¡Mierda! Pero, ¿cuántas horas he dormido? Es esta asquerosa vida, siempre con prisas. Y luego llega el sábado y estás reventado. He dormido una eternidad. Le doy al interruptor. Encima, no funciona. Esto me pasa por vivir apartado en una casita de una urbanización. En la ciudad, casi nunca se va la corriente. Tengo frío. Abro la puerta, el comedor parece un gran congelador. ¡Estoy harto! Me bajo a la ciudad. Dejo las maletas, lo dejo todo, y ya pasaré el próximo fin de semana a recogerlo. Quiero estar en mi cama, en mi piso, caliente, comerme una pizza y ver la tele, ¡cualquier cosa! Este despertar… No, no debería haber dormido tanto, me ha dejado mal cuerpo, como una sensación asquerosa. Salgo al jardín, cierro la puerta. Bajo, casi a tientas, hasta la calle. ¡Aggg! Mi cabreo ahora es monumental. El coche no está. Me lo han robado, ¡hijos de puta! ¿Y ahora qué? La impotencia me domina y me enreda, doy una patada a un pedrusco. ¿Y ahora qué? ¿Cómo vuelvo a mi piso? ¿Cómo bajo? Todo mi plan al traste.
Alzo la cabeza, esta noche la oscuridad es total. Una monstruosidad de nubes domina el cielo y apenas se ve nada. En la urbanización también se ha ido la luz, no veo ni una maldita ventana iluminada. ¡Baaahhh! El manto cerrado de la noche parece resquebrajarse, sobresale, entre los nubarrones, una pata de la luna y tras ella, medio cuerpo. ¡Dios! ¡Los árboles! ¡La montaña de enfrente! Ha desaparecido, es como si alguien la hubiera partido. Veo, pero no quiero ver. Las casas de mis vecinos..., están derrumbadas. En un momento de lucidez, me vuelvo y miro el chalet. Solo queda la planta baja, toda la segunda planta ha quedado despedazada, algo la ha arrancado de cuajo, algo la ha triturado. Madre…
Pruebo de respirar hondo, de tranquilizarme. Caigo en la cuenta de que no hay ningún coche en la calle, que el asfalto ha quedado pulverizado, fragmentado en pequeños cráteres. Sufro un intenso vértigo, todo se desploma. Me siento en el suelo, en medio de una enorme urbanización vacía. Me cubro la cara con las palmas de las manos. ¿Qué ha pasado? ¿Cuánto tiempo he dormido?
Intento recapacitar. Mis padres murieron, estudié medicina, tuve un amigo llamado José a quien le gustaba montar enormes mecanos y con el que a veces iba a cenar. Dos niños y una niña, bueno, antes me casé y luego me divorcié. Trabajo, trabajo todo el día. Nada. Nada concuerda. Levanto la cabeza porque se oye un enorme zumbido en el aire, entre los cascotes negros del cielo aparece una enorme luz azul que desparrama energía, oscila, se detiene un instante y sale disparada a una velocidad sónica, hasta apagarse en el infinito. Miró a derecha e izquierda. Ahora me doy cuenta. Todo cuanto me rodea está helado y tengo un hambre atroz.

Pienso en mis hijos, en la que fue mi esposa. ¿Qué habrá sido de ellos? Allí, al fondo del valle, por donde se veían las luces anaranjadas de la autopista, todo es oscuridad. Esto, esto que ha pasado... Bajo al pueblo, a ver. Puede que allí esté todo bien, que estén todos. Un instinto nuevo me impulsa a correr, a correr cuesta abajo sobre el asfalto duro, roto y frío. Las piernas son dos inmensos muelles de acero, como si no formaran parte de mí. Descubro que soy muy veloz. Debe ser el hambre. Al llegar a la recta me percato de que el pueblo es una masa fantasmagórica, lo único que sigue igual son los plataneros de tronco ancho que flanquean la entrada. Sigo corriendo, el cansancio es algo que no existe. ¡Joder! ¡Tengo el corazón de un caballo!
Las primeras casas han sufrido los efectos de un cataclismo o lo que sea. No se ve a nadie, no se oye nada, no hay luz. Avanzo por la calle mayor. El estanco es un montón de escombros, al igual que la casa de los Gutiérrez, al igual que el videoclub, del que solo queda el rótulo naranja, desprendido de la fachada. Nada, no queda nada. Debería llorar, pero el calor abrasador que siento en las entrañas, el dolor en brazos y manos, me lo impide. Debo encontrar algo para comer. Troto hasta la plaza mayor. El campanario se ha partido y ha caído sobre el ayuntamiento. De las paredes encaladas de la iglesia queda un muro, detrás del altar. Poco importa, aquí al lado está la carnicería. Me dirijo hacia allí. La tienda ha sufrido menos desperfectos, siguen sus cuatro paredes en pie y parte de la techumbre. ¡Carne! Justo cuando me planto frente al escaparate, creo ver una figura reflejada en los vidrios rotos. Es una visión fugaz. Ahora esto, cuando tengo la comida cerca. Me he sentido amenazado, esos ojos brillantes en el cristal… Con prudencia, entro. Está todo patas arriba, un caos de latas y cajas de galletas, de botellas petrificadas, estanterías polvorientas y barras de pan heladas tiradas por el suelo. Mi olfato se inquieta, percibo algo que me provoca tembleques. Muevo sin darme cuenta la cabeza de lado a lado. Este olor. Es maravilloso.
Me lanzo al suelo y repto hasta esconderme detrás del mostrador vacío. Sobre la plaza del pueblo flota algo, una luz violeta muy intensa ilumina cada una de las fachadas derruidas. ¿Por qué me escondo? Eso que flota podría ser ayuda. Se oye un zumbido extraño, como un bombeo de aire o de algún tipo de líquido. Es esa máquina voladora. ¡No! No me van a cazar, mejor sigo invisible, aquí, cerca de este hedor que surge de alguna parte. El resplandor desaparece en un instante. Quiero ponerme de pie, pero me siento cómodo a cuatro patas, también. Reviento con los dientes una lata de judías, fabada no sé qué. No puedo, siento una náusea repentina. Frenético, destrozo bolsas de macarrones, lanzo contra la pared packs de yogures podridos, hasta que debajo de un montón de bolsas y cartones encuentro un gran pedazo de cordero. Abro mis fauces y desgarro la carne medio congelada. Era eso, ese olor. Me siento mucho mejor, hasta olvido qué era lo que me preocupaba, por qué sufría.
Se abre la puerta de la tienda. Aparece una figura extraña, una mujer de ojos fluorescentes, de piel lívida. Entra desnuda, dando un manotazo a la puerta, medio erguida sobre sus patas cubiertas de un vello tieso y blanco. Me levanto, agarro un gran cuchillo de carnicero, pesado y de hoja ancha. Quiero preguntarle algo, de dónde sale, pero de mi garganta surge un alarido atroz que me asusta. Me mira, y mira los restos del cordero. Se arrima, me husmea. Pienso en tajarla con el gran cuchillo, pero la sorpresa quizá, me lo impide.
Se acerca a mi cuello y me da un lametazo. Su lengua es áspera y caliente. Tras esto, agarra los restos de carne y se tumba a mis pies a comer. Mandan las entrañas, hay algo nuevo. Me estiro a su lado, rasco esa espalda curvada, transparente. Noto la dureza de su cuerpo tibio bajo mi peso y le doy un lametón, como muestra de buena voluntad. Ella me mira y ronronea, satisfecha. Marco los colmillos sobre su cuello, mientras come. Siento un gran placer al mordisquearla. En el exterior, ha vuelto el silencio. Pienso que todo el pueblo y el valle es nuestro, ¡el mundo entero!, para correr y cazar a placer durante una eternidad.
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Saboteadora
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Re: 37 Relatos para leer antes de que estés muerto

Mensaje por Saboteadora »

Hola!

Gracias por poner tu relato.
Lo acabo de leer y me ha gustado más al principio que al final, porque pensaba que iba a ser algo diferente.
Me ha sorprendido la palabra "tembleque", porque me parece más una palabra cómica, me hubiera pegado más "temblores" o algo similar.
Y una cosa que no entendí es por qué dice que le duelen los brazos y las manos, cuando iba corriendo... Luego al final he caído en que claro, correría a cuatro patas ¿verdad? Lo mismo con la lata de judías, que lo leo y pienso "pues anda que menudos dientes tiene", y luego ya lo entiendes... Eso ya me gusta más, porque al principio no ves nada raro y al final, cuando sabes todo, lo vuelves a leer y dices "ahhhh, claro".

Saludos
Pienso, luego insisto.
Leyendo: El juego del susurrador
Mi blog: La conspilación Pimienta

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Igor
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Re: 37 Relatos para leer antes de que estés muerto

Mensaje por Igor »

Me alegra que te haya divertido.
Los dolores son a causa de la transformación, de hombre en otra cosa. En algo a medio camino. Al principio, no sé da cuenta de los cambios. Sólo al final es consciente, justo cuando va perdiendo su consciencia anterior-
Sí, tembleque puede dar lugar a una cierta comicidad. ¡Buena observación! Y no había caído en eso.
Saludos.
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Igor
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Re: 37 Relatos para leer antes de que estés muerto

Mensaje por Igor »

Y dejo un segundo relato como avance, muy para el verano. Una historia de desamor urbana, entre otras cosas.

12
Sí me acuerdo

Con Jerges y Artemisa asidos a mis manos, entro en el parque. En verano no se puede ir antes de las siete por el calor, pero esta tarde de sábado, con Manel en el hospital cuidando a su madre y estos dos piojos inaguantables, he acabado por salir antes de casa.
El parque rodeado de una valla de madera de un metro de alto. Con una especie de castillo en el centro y un tobogán rojo oxidado. Un poco más allá, un columpio para dos. Al fondo, varios bancos alineados para que descansen los padres. Jerges sale pitando y Artemisa, tras dudar, lo sigue sin saber todavía cuál va a ser el juego. El parque está casi vacío. Hay un tipo sentado en uno de los bancos, escondido tras un periódico, y un niño muy pequeño expectante, en una de las cestas del columpio que hace rato ha dejado de balancearse. La brisa que llega del mar es una sopa de fideos ardiente. Los peques suben a la torre de madera y suspiro aliviada. Por fin han dejado de atosigarme y eso que por la mañana hemos ido a la piscina. Estos no se cansan con nada.
El tipo sentado en el banco ha bajado el diario y me está mirando como si acabara de ver una soga colgando del techo de su cocina. Se levanta, viene hacia donde estoy. Dios.
—¿No te acuerdas de mí? —dice. Parece haberse recuperado de la sorpresa y ahora sonríe con una gota de malicia en la comisura de los labios—. ¿Recuerdas cómo me llamo?
Estoy tan descolocada que me he quedado en blanco. Cuando me quedo en blanco no hay nada que hacer. No recordaré su nombre.
—Claro que me acuerdo de ti.
—Pues a ver, Dolores. ¿Cómo me llamo?
Está jugando. Igual que hacía hace años. Le gusta jugar.
—Lo siento…Se me ha ido.
—Entonces, ¿no te acuerdas de mí?
Lo veo. Lo dice con la expresión satisfecha de un jugador de póquer que ha ganado otra mano. Igual que antes. Su hijo sigue quieto en el columpio, embobado. Sudo, por el calor y por los nervios. La tela del sujetador se adhiere a mis pechos. Lo observo detenidamente. No ha cambiado tanto. Los labios gruesos y cuadrados. La geometría de su nariz romana. Los ojos verdes, grandes y caídos, como si echara de menos algo que nunca encontró, que nunca encontré.
—Sí me acuerdo —digo—. Cómo me abrazabas y me hacías reír. La última cerveza nos la tomábamos detrás de capitanía. El ritual. Cuando nos conocimos. Me llevabas en esa vespa 75, blanca, que no frenaba nada, por las Ramblas, al salir el sol. No te gustaban mis medias rotas ni el pelo corto de punta, ¿eh?, ni esas botas de bruja que tenía. A lo mejor por eso el día que me presentaste a tus amigos decías que era una colega y en ningún momento me tocaste. Ni tan siquiera me cogiste la mano. Por eso, al volver de marcha, follábamos en el portal de tu casa, porque te daba vergüenza que tu mamá nos pillara. Tendrías que haberme presentado. Un tipo como tú, que iba a comerse el mundo. ¿Y el día aquel que me soltaste porque al otro lado de la calle viste a uno que hacía el máster contigo? —Tomo aire. Aire caliente que me quema el gaznate—. ¿Para qué esas llamadas tres años después? Y todas esas cartas. ¿Qué hacías esperando debajo de casa?
El periódico que lleva se ha convertido en un tubo de papel retorcido. Saca al niño del columpio. Con su hijo en brazos, antes de marcharse, murmura al pasar «Jaime». Jerges y Artemisa, empapados, se persiguen. Los pequeños dedos asomando en las chanclas, rebozados de arena. Al llegar a casa voy a meterlos en la bañera y los frotaré con esparto, si hace falta. Luego les dejaré ver la tele un rato.
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Igor
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Re: 37 Relatos para leer antes de que estés muerto

Mensaje por Igor »

Y dejo un tercer avance, un microrelato. En el libro hay historias muy breves y otras bastante más largas. Me centré más en lo que quería decir que en cálculos de páginas.



1
Trenes veloces

En el pueblo volví a oír tu nombre. Tras tanto. Que habías vuelto de la capital. Tú que eras el listo y el guapo del pueblo. Que no se te reconocía, que volviste como una encina calcinada. No sé si recordarás las tardes de verano en la laguna, cuando salíamos del agua y nos tumbábamos sobre la arena ardiente a esperar la noche como si nada existiera. Me contaron de ti y te soñé. Porque no pude imaginarte. No, tras verte partir hacia Madrid como uno de esos trenes que cruzan veloces la llanura. Uno de esos trenes que olvidan la astilla del campanario del pueblo entre la infinitud de los campos amarillos.
Y por eso, al verte pasar esta mañana, con una sonrisa brillante, pregunté sobre ti. Me han dicho que vives en la cabaña del lago, que cazas pajarillos, que tu huerto es un vergel y que has aprendido a hablar con las abejas. ¿Vuelves a ser aquel que fuiste? Qué vistes, qué no supiste hacer. Lo que te pasó. Te veo, otra vez, bajo la cúpula de estrellas, dejando pasar las noches. Quizá debería acercarme al lago para darme un baño, otra vez.
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Igor
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Re: 37 Relatos para leer antes de que estés muerto

Mensaje por Igor »

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Expermiento. He subido el ebook de 37 Relatos para leer cuando estés muerto a smashwords. El libro se puede descargar a “precio abierto”. Esto es, cada uno paga lo que quiera o se lo descarga gratis. O no pagas o pagas lo que crees conveiniente.
Lo dejaré así una semana contado desde hoy.
Se puede descargar en todos los formatos posibles: epub, kindle, pdf, mobi, word, etc y así se facilita la lectura en cada dispositivo.

Dejo el link: http://www.smashwords.com/books/view/167513
Y no, tampoco son 37 Relatos, son algunos más. A ver que tal sale el experimento.
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Saboteadora
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Re: 37 Relatos para leer antes de que estés muerto

Mensaje por Saboteadora »

Si te parece lo voy a compartir con amigos, que hay que dar esto a conocer ¿no? :bieen
Pienso, luego insisto.
Leyendo: El juego del susurrador
Mi blog: La conspilación Pimienta

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Igor
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Re: 37 Relatos para leer antes de que estés muerto

Mensaje por Igor »

Voy añadiendo relatos a los 37, que ya van cerca de 50 y subiendo...

EL ESTANCO

«El otro día, pasando por aquel corto paseo que enlaza Gran de Gràcia con la calle de los Concebidos, vi un cartel. «Se traspasa». Era un pequeño estanco soleado cuya puerta parecía una boca negra en la fachada color crema. Algo en mí se inquietó, como una laguna sacudida por un pedrusco. Esa puerta se quedó en mi cabeza. Imaginé el estanco en su jornada diaria. Entraría gente tranquila pidiendo un paquete de Lucky. Otros serían de los siempre con prisas, de esos que están fumando antes de abrir el paquete de Malboro. Los jóvenes pasarían adentro, indecisos y tímidos, para comprar tabaco de liar. El estanco tendría una estantería preciosa con el producto expuesto; bien ordenado, todo siempre igual y en el mismo sitio. Como un quirófano. Las viejas vendrían a por caramelos y tarjetas de transporte. Algunas, pocas, con la boquita pintada, buscarían con ojillos de pajarillo un mentolado. Un mentolado que les traería recuerdos de los años de bailes y susurros en la oreja. Aunque mis clientes preferidos, sin duda, serían esos viejos sin tiempo que miran como si todo les diera igual. Que miran como si el mundo entero fuera ya el comedor de su casa. Esos que fuman puros. Tuerzo por la calle Montseny. Estrecha, húmeda. Una calle que huele a pueblo. No hay demasiada gente a esta hora, pasado el mediodía. Por la tarde sí hay gente, con los currantes que van para casa, las madres arrastrando a los críos. Usaría camisas bien planchadas. De algodón, con rayitas azules estrechas sobre tela blanca. Sereno. Diría «gracias y buenos días» cuando se marcharan. Sería… mi estado sería un oasis, un remanso de paz. A primera hora haces de luz oblicuos cruzarían el local. El sol cayendo sobre el barroco juego de niveles de la gran estantería que tendría a mis espaldas. Saludaría a uno de los clientes para girarme después, dándole la espalda, buscando la cajetilla que hubiera pedido. El mueble sería de colores claros: un beige, un gris humo, quizá un ocre aguado. Un anaquel con molduras de madera por supuesto, rematado con volutas. Una auténtica joya. Falta poco, giro y bajo y vuelvo a bajar. Me cruzo con unos mocosos jugando a la pelota que no miran nada, ¡joder con los niñatos! El suelo de porcelana, bien barrido, sí señor. El aire olería a madera y del techo blanco colgarían las aspas de un ventilador, para los días de verano. Entro en la plaça del Diamant, ahí está la farmacia. Están a punto de cerrar. Por poco. Pues un ventilador, para que los habituales no se asaran. Que se pudieran quedar a charlar un rato de eso y de aquello. Me palpo el bolsillo y saco la media. Corro un poco, veo la mujer que se mueve en el mostrador. Tiene un rostro amable, beatífico. Me llevo la mano a la axila. La mujer grita, entro rápido. Desenfundo. Es el noveno en lo que va de año. Con tres más seguro que me llega para el traspaso.
—Señora, no se mueva, coño —digo. ¿Quién se va a mover con un revólver del 38 sobre la sien?—. Vacíe la caja y no haga cosas raras. ¡Qué no haga cosas raras!»
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