La señora de las ratas.

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elinette
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Registrado: Dom May 06, 2012 5:13 pm

La señora de las ratas.

Mensaje por elinette »

La señora de las ratas

Suele decirse que es erróneo juzgar a las personas por su
aspecto físico (y sin previa relación con ellas), pero lo cierto es que de
sólo cruzar una mirada con Silvia podía percibir en ella cierta
perversión.
Pero yo no le temía, sólo la evitaba (elección divina la llamaba
yo). Evitaba saludarla, evitaba mantener conversaciones con ella,
evitaba todo tipo de trato con ella.
Toda mi vida viví en Rosario, provincia de Santa Fe, en la calle
Darragueira al 1300 (era la comúnmente denominada “zona Norte“de
Rosario). Silvia se mudó a mi barrio (a sólo 3 casas de la mía) cuando
yo tenía 14 años.
Ella, Silvia Robledo (cabello renegrido, lacio y largo, piel
excesivamente pálida, ojos oscuros y saltones, dientes sucios de
tabaco, impresentable dejadez física), vino al barrio con sus 5 hijos, sin
marido, sola, quizás algo desprotegida, y se “apropió” de una casa que
estaba bastante desaseada: de chapa, con una puerta rotosa al frente
(era difícil de suponer que una familia quisiera vivir allí, en esa casa
mugrienta, y mas con tantos hijos).
Yo me había hecho algo así como amiga de Tamara, la hija
mayor de Silvia, que tenía 12 años. Sus otros hermanos eran Mariano
de 10, Lucas de 7, Rocío de 5 y Soledad de 4 años.
Con Tamara nos entendíamos, ella venía a casa a tomar la
merienda, pasábamos mucho tiempo juntas, pero ella nunca me
invitaba a su casa. Yo sabía que no me invitaba por la vergüenza que
le producía vivir en un rancho tan maloliente y raído. Y con una madre
tan sombría como la que tenía.
Después de haber pasado algo más de un año de conocer a
Tamara, al fin me propuso ir a su casa a tomar la merienda.
Al llegar a su casa todo estaba tranquilo y armonioso: eran las
5 de la tarde (casi) y algunos de sus hermanos, que iban a la escuela
por la tarde, aun no llegaban. Silvia tampoco estaba.
El aspecto de la casa era deplorable: ventanas rotas y
descoloridas, los pisos altos, de madera, en algunos lugares estaban tan
deteriorados que hasta formaban bruscas grietas (como los pisos del
comedor, por ejemplo). El patio era de cemento, sin baldosas, y a en
uno de sus costados había una enorme pileta, que (no sé por qué) llamó
poderosamente mi atención. Era de esas piletas en las que se lavaba
ropa. Seguido al patio había un parque muy descuidado, con unas
jaulas vacías a sus lados (¿de conejos?, pensé).
Tamara me dijo que esas jaulas estaban allí desde que ellos se
mudaron a esa casa. Al fondo de todo, cruzando el penoso parque,
estaba el baño y una pieza vieja que oficiaba de lavadero.
Tomamos chocolate, llegaron sus hermanos, miramos
televisión. Estábamos todos menos Lucas de 7 y Silvia.
Había pasado alrededor de 1 hora, cuando llegó Silvia. Con
ese rostro petrificado que solía llevar, y sin siquiera saludarnos (ni a
ellos, sus hijos, ni a mí) tomó por los pelos a Mariano, mientras lo
acusaba a gritos de que él le había robado dinero. Así, tomándolo de
los pelos (y abofeteándolo), lo condujo hacia fuera, perdiéndose de
nuestra vista y ya sólo escuchándose el llanto de Mariano.
Dejé pasar media hora y me fui.
Al otro día Tamara vino a casa y se disculpó por lo acontecido
con su madre.
-¿Y Mariano cómo está? - pregunté.
-No sé, se fue a la casa de mi papá, que vive en San Nicolás,
donde también está Lucas. Ya mamá no se tolera más. Cada día está
peor.
-Maxima debetur puero reverentia
-¿Qué decís? - preguntó Tamara.
-“Débese al niño el mayor respeto”, es un verso de Juvenal que
bien le vendría conocer y aplicar a tu mamá.
-Mi mamá es buena persona, pero sufre de ataques de
histerismo, agravado por la violencia con que se le presentan. No creo
que no nos quiera a nosotros, sus hijos. Creo mas bien que está
enferma y que no sabe que hacer con nosotros. ¿Sabes que?, ¡hasta
cree que debajo de los pisos de nuestra casa habitan homúnculos! A
veces son tan risibles sus divagues que nos avergüenzan. Lo peor de
todo es que no hay que contradecirla en nada, hay que darle siempre la
razón, aunque nunca la tenga. Está muy desequilibrada.
Me quedé mirando a Tamara. Sentía pena por los chicos,
porque, después de todo, ellos no tenían la culpa de tener una madre
así.
Seguimos hablando de cualquier pavada, dejando atrás el tema
de Silvia, de Mariano y de toda esa familia estrambótica.
Los días siguientes siguieron sin sobresaltos: Tamara venía a
mi casa, como siempre, conversábamos, merendábamos, nos reíamos
de idioteces. Algunas veces yo iba a la suya (las menos, claro) porque
me incomodaba esa casa, Silvia y esos malditos homúnculos que
vivían allí para proteger a esa desalmada bestia.
Lo que a continuación relataré es imprudente titularlo, así que
me remitiré a los detalles.
Cierta tarde yo fui a la casa de Tamara (sin avisar, claro).
Golpeé la puerta de madera podrida. Nadie contestaba. Esperé unos
minutos y volví a golpear. Nada, nadie contestaba. Volví a esperar
unos minutos y comencé a llamar “Tamara” una y otra vez. Pero
nadie contestaba.
Me volví a mi casa con la intención de volver al día siguiente.
O al menos esperar que Tamara apareciera por mi casa.
Así pasaron 2, 3 días sin novedad alguna de Tamara. Y me
decidí a volver a su casa, a ver que era lo que en realidad estaba
ocurriendo allí.
Golpeé una sola vez: me atendió Silvia.
-¿Está Tamara? - le pregunté.
-Si, pasá Laurita, está en el lavadero del fondo, jugando con sus
hermanos.
Mientras caminaba en dirección al lavadero, en compañía de
Silvia, pensaba en la repentina amabilidad de Silvia, el haberme
llamado Laurita era extraño, ya que jamás me había hablado. Quizás
era yo la equivocada y había prejuzgado a Silvia, quien era en realidad
una buena mujer desbordada por la situación: 5 hijos, un marido
ausente, una casa en ruinas.
-Vení, pasá, - me dijo Silvia con cierta sorna, mientras abría la
puerta del lavadero.
Entré delante de ella y sentí que cerraba la puerta con llave,
una vez que las dos estábamos dentro del lavadero.
Lo que allí vi fue monstruoso, horrible, digo de la morbosidad
más diabólica y enferma que jamás haya conocido.
-Mirá, ahí tenés a tu amiga Tamara, que se ha portado muy mal
con su mamá. ¿Sabés que intentó hacer? ¡Esconderse bajo el piso del
comedor para jugar con mis homúnculos! Pero decí que la vi justo a
tiempo, para darle el castigo que se merece, por imbécil y traidora. Eso
no lo hace nunca más. Nunca, nunca más. ¿Me escuchás Tamarita,
nunca más lo haces estúpida!
Le gritaba estúpida y chupaba de su cigarro, observándola con
una mirada desorbitada. Y le gritaba cada vez más y más
violentamente. Yo no podía creer lo que veía: Tamara estaba
encerrada en una jaula en la que apenas si cabía su cuerpo desnudo,
atada de pies y manos, con su boca cosida con hilo de nylon (ese
mismo que usan los pescadores) y tenía sus párpados pegados a sus
cejas, imposibilitándole pestañar. Pero eso no era todo: sus otros 4
hermanos estaban en iguales condiciones, aunque Lucas era el que
peor semblante presentaba. Los ojos de los chicos estaban
resquebrajados de sangre, salientes, como si en cualquier instante se
les fueran a saltar de su órbita. El olor que allí había era
nauseabundo, putrefacto.
Ahí, parada frente a los 5 chicos, que minuto a minuto iban
renunciando a Silvia, sentí un pinchazo en uno de mis brazos. A los
pocos minutos caí desmayada al suelo.
Me desperté. Estaba dentro de un placard (o algo similar) con
mis pies y manos atados, y mi boca cosida, como la de Tamara y las
de sus hermanos.¿ Por qué Silvia habría hecho esto conmigo? ¿Y con
los chicos, sus propios hijos?
Se escuchaba a través de la puerta del placard una radio
bastante cercana. Sonaba “Exit music” de Radiohead (o imaginaba
escucharla, deseaba escucharla, deseaba meterme en esa canción,
maldición). Al finalizar esa canción el locutor relató “luego de la
desaparición de Laura Olmos, de 15 años, hace 47 días, se retoma su
búsqueda en las profundidades del río Paraná. Peritos y policía
científica informaron que no se tienen datos sobre su paradero. Hoy a
las 19 hs. se oficia una misa por su bendición y por su pronta
aparición en el Monumento a la Bandera, a cargo del obispo
Paparrucho”.
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